Sixto Rodríguez, alias Sugar Man: el poeta del apartheid
OtrosConéctateEnviar por correoImprimir
EL PAÍS
Twitter
Google Plus
18 MAY 2013 - 08:30 CEST
Sixto Rodríguez, alias Sugar Man: el poeta del apartheid
Autora invitada: Marta Rodríguez Carrera (Johannesburgo)
Encuentro multicultural en un piso del centro de
Johannesburgo. Jóvenes (blancos) locales en la treintena compadrean con
europeos expatriados. Cuando el ambiente decae uno de los autóctonos sorprende
con I wonder, de Sixto Rodríguez. La canción tiene más de cuarenta años pero
sus amigos se animan a cantarla como si les fuera la vida. La mayoría conocían
al cantante de Detroit, nacido en 1942, por discos de sus padres, aunque el
acercamiento a su obra ha sido sin duda gracias a Searching for Sugar Man, el documental,
ganador del Oscar y el BAFTA a mejor documental, que cuenta la historia de cómo
se puede mantener un éxito durante cuatro décadas sin que el propio interesado
se entere (dado su interés por permanecer desaparecido).
Es cierto que la cinta omite que Rodríguez hacía sus bolos
en Nueva Zelanda pero la historia de final feliz del ceniciento se gesta en
Sudáfrica y eso ha permitido que se cree un cierto orgullo local de
descubridores o redescubridores de un artista septuagenario. La película,
estrenada en cines el pasado 31 de agosto, es el documental más visto de la
historia sudafricana. Y no sólo eso: ha devuelto a Rodríguez a la primera línea
musical.
Rodríguez triunfó en la Sudáfrica del apartheid casi como un
milagro y durante dos décadas fue, sin proponérselo ni saberlo, un icono en
contra del sistema supremacista blanco. Sin publicidad, sin promociones, sin
conciertos en directo, sus dos discos (Cold fact, 1970, y Coming from reality,
1971) se vendían y copiaban (en los setenta y ochenta nadie era aún pirata) en
cantidades industriales. El apartheid no sólo dejó sin derechos a negros,
mulatos e indios sino que, como todos los sistemas autoritarios, restringió
libertades a toda una sociedad, hasta el punto de que retrasó hasta 1976 la
entrada de la televisión por considerarla un invento peligroso.
También los blancos sufrían de esa estricta moralidad,
aunque su cómoda y privilegiada vida no se puede comparar de ninguna manera con
la de sus vecinos de orígen no europeo. En la segregación racial, Rodríguez se
convirtió en un artista de culto para los blancos y lo curioso del caso es que
especialmente le fueron fieles los afrikaaners, los descendientes de
holandeses, alemanes y franceses que conformaron lengua y cultura diferenciada
de sus ancestros y que con los años mantendrían el control político del país.
Una rápida encuesta personal nada científica ni exhaustiva concluye que los
fans negros del cantante estadounidense son escasísimos, aunque un activista
como Steve Biko se contara entre sus seguidores.
Y ahí está Rodríguez, paradójicamente con unos rasgos claros
de indígena americano, que en Sudáfrica lo hubieran sentenciado a la
discriminación. Pero se convierte en la vacuna, el tratamiento que cura
vergüenzas, rabias y miedos. Sus letras describen dramas y problemas reales,
alejadas de los himnos utópicos de John Lenon y los jóvenes afrikaaners las
escuchan como los estadounidenses seguían a los cantantes hippies en contra de
la guerra del Vietnam. La reflexión es de Marthe Muller, para quien el éxito de
Rodríguez se explica porque el suyo era un "modelo revolucionario que
atrapó a unos jóvenes que no lo eran en absoluto y no sabían cómo decir que no
a la autoridad" pero que a través de esas letras de "dolor"
consiguieron "sentirse humanos y curar esa culpabilidad" por las
maldades de las generaciones mayores.
En Sudáfrica no crecieron ni las melenas largas de los
hippies. "Los afrikaaners iban bien rapados", rememora Muller, ahora
responsable de Mujeres Sudafricanas en Diálogo (SAWID, en sus siglas en
inglés), que ve en el encuentro de Rodríguez con los afrikaaners que
"ambos vivían en el margen, no tenían sitio".
"No era fácil viajar a Europa ni por África siendo un
blanco afrikaaner", admite Martin Kruser, que en 1992 hizo su primer gran
viaje por la Barcelona olímpica. Ahora en la frontera de los 45, recuerda como
en su universidad afrikaaner de Johannesburgo los dos discos del estadounidense
iban de mano en mano, como si se tratara de los consagrados Bob Dylan o Leonard
Cohen. Kruser es ahora un ingeniero de éxito y no ha dejado de escuchar a
Rodríguez, vio el documental en los primeros días de su estreno y fue uno de
los miles de fans que el pasado mes de febrero vieron en directo al artista de
Detroit en su gira por Sudáfrica. "De él nos gustaban sus letras de vidas
cotidianas, y a lo mejor que no sabíamos mucho de su vida", reconoce. Y
asegura, en cambio, que nunca hizo una lectura política.
No es el caso de Paul Organ, veintañero en los ochenta, y
que sigue a Rodríguez con cierta nostalgia. Este año ha regalado uno de los CD
a un amigo suyo, explica emocionado mientras tararea Sugar Man. Asegura que le
trae recuerdos agridulces ya que lo asocia con su pasó por el servicio militar
en la guerra con Angola en Namibia, entonces provincia sudafricana, cuando
Rodríguez amenizaba los días y noches de tedio en el cuartel. En aquel Ejército
obligatorio para todo varón blanco, los negros tenían el acceso vetado. Organ
recuerda que sus compañeros se sentían abandonados por una autoridad que decía protegerles.
'Searching for Sugar Man' se proyecta actualmente en cines
de varias ciudades en España. El cantante actuará en Barcelona en julio.
Publicado con BlogsyPublicado con Blogsy
COMENTARIOS
Un gran Ejemplo de que Dios sabe cuando darnos la
oportunidad esperada, todo a su tiempo! Rodríguez no estaba listo .
05/18/2013 04:47:58 PM
Curiosa reflexión, Alberto Rojas.
05/19/2013 10:42:34 PM
rodriguez era mexicoamericano
07/06/2013 12:12:50 AM
Un gran Ejemplo de que Dios sabe cuando darnos la
oportunidad esperada, todo a su tiempo! Rodríguez no estaba listo .
05/18/2013 04:47:58 PM
Curiosa reflexión, Alberto Rojas.
05/19/2013 10:42:34 PM
rodriguez era mexicoamericano
07/06/2013 12:12:50 AM
ARCHIVADO EN:
No hay comentarios:
Publicar un comentario