Jan-Werner Múller escribe un libro que da claridad sobre lo que es el populismo, y uno debe de leerlo con atención porque muchas personas en México se hacen continuamente la pregunta acerca, de si lo que ahora tenemos con López Obrador es un gobierno de izquierda, o tenemos, como yo insisto, un modelo peculiar, pero intenso y extremado, de gobierno populista.
Durante la campaña electoral resultaba más difícil y complejo resolver esta duda, pues los contrastes políticos y las diferencias programáticas entre los aspirantes a la presidencia de la república no eran tan notables.
Ahora que ya gobierna López Obrador, y aunque sean solo unos días de haber tomado posesión de la presidencia, podemos ubicar de manera diáfana, rasgos inconfundibles de su ser populista.
Por ejemplo. Más que una explicación teórica-política sobre su ascenso al poder, los populistas, dice Muller, tienen una justificación moral. ¿Hay crisis de representatividad de los partidos políticos; hay agotamiento del régimen presidencialista; ¿hay, incluso, evidencias del final del sistema de representación indirecta?  Podrían ser estas algunas acertadas explicaciones de la rotunda victoria de López Obrador, pero en la realidad, estas categorías políticas les son indiferentes al nuevo presidente, pues para él, la principal o la única causa de su victoria, es la degradación moral de la sociedad, y por ello mismo, su justificación incuestionable para haber alcanzado el poder y la conducción del gobierno, es la renovación moral de nuestra sociedad.
No se trata, entonces, de realizar reformas políticas que mejoren el sistema de representación y corrijan las ineficiencias en el funcionamiento de las instituciones del Estado, se trata, si, de terminar con Sodoma y Gomorra. No de localizar los problemas que afectan la gobernabilidad democrática, sino de ubicar pecados y pecadores; no de reformar las normas constitucionales o de aplicar las leyes civiles, sino de una constitución moral que sea el sustento de la renovación moral de la “podrida y degenerada” sociedad mexicana; no de aplicar leyes, sino de castigar o de perdonar, y ello según sea la voluntad del presidente.
Se trata, con los populistas, de esencialmente cruzadas morales, y si aún existiera alguna duda de esto, vean las justificaciones y motivaciones de quienes integran e impulsan la renovación moral. Dice la declaración de principios de Morena: que en el México actual, la vida está marcada por la corrupción y la simulación; que México es un verdadero Estado mafioso de corrupción; que la acción individual y colectiva de los renovadores morales de Morena,  está sostenida en principios de honestidad, patriotismo, amor, y que se encuentra alejada de los vicios y la corrupción; que la felicidad verdadera se encuentra cuando se actúa en beneficio de los otros; el pueblo bueno salvará al país de la corrupción y la inmoralidad.
Esto como se ve es una predica de moral religiosa y esta es, precisamente, una de las características de los populistas.
Pretenden gobernar con los principios de su moral, la de ellos, y esto conduce a establecer un sistema que excluye a quienes no comparten esa visión moral. Por ello los populistas habla solo en el nombre de una parte del pueblo, la parte del pueblo bueno, la que no objeta ni contradice, la que se sujeta incondicionalmente a los juicios morales del presidente.
Y en esos juicios morales del líder populista los que antes eran malos, son ahora parte de los buenos; los que antes eran ejemplo de perversión son ahora sus asesores; los que eran ejemplo de la más abominable corrupción son ahora sus aliados.
Las calificaciones morales del presidente hacia otras personas o instituciones se convierten en un riesgo o en un perdón. Acusa a los ministros de la Corte de ser “deshonestos” o puede perdonar al gobernador de Chiapas, y como hemos dicho, eso depende del juicio moral del presidente, no de las normas constitucionales y de los criterios jurídicos, como debiera ser en una República y en un Estado de Derecho.
Jesús Ortega Martínez  
@jesusortegam