EEUU y el imperio sufren las marchas y el odio racial de Trump
Por Diego Olivera Evia:
La violencia en América Latina de las derechas criminales
Así han mantenido oculto durante muchos años el verdadero rostro de un sistema erigido sobre presupuestos de violencia, arribismo, explotación y desigualdad racial, que convierte a los no blancos y a los pobres en ciudadanos de segunda, mientras EE. UU. se presenta a sí mismo como adalid en derechos humanos y modelo a imitar por el resto de las naciones, supuesto a partir del cual sanciona y agrede a otros estados cuyos regímenes no son de su gusto.
Imagen de Anibal Ortipozo
Una simple incursión por el devenir de la actual superpotencia, pone de manifiesto una historia plagada de actos horrorosos como el linchamiento de personas, inocentes en su mayoría, por minorías enardecidas por el odio racial en el sur del inmenso país, donde organizaciones tenebrosas y violentas como el Ku Klux Klan sembraron la muerte y el atropello entre la población negra, convirtiendo sus vidas en un verdadero infierno.
Lamentablemente, esta práctica cavernaria, en lugar de desparecer, lo que hizo fue institucionalizarse, pues con el paso del tiempo se hizo legal, al condenar a muerte con harta frecuencia los tribunales integrados por blancos, a personas negras que en muchos casos nunca cometieron los crímenes por los cuales se les juzgó y ejecutó, dando lugar a una saga en la cultura literaria, teatral y cinematográfica de ese país, uno de cuyos más conocidos exponentes lo es el filme La milla verde.
El asesinato de George Floyd, práctica cotidiana en una nación donde la policía mata a un afro estadounidense cada 40 horas, llegó en el peor momento, dado que la pandemia de la COVID-19 ha removido hasta los cimientos la estructura del sistema capitalista neoliberal, acentuando las desigualdades y vulnerabilidades de los más pobres, entre ellos y en primer lugar los negros, cuyas tasas de mortalidad se han disparado.
Luego está el factor Trump, con su prepotencia y su tendencia a usar la fuerza para acallar cualquier opinión contraria, además de sus gestos bufonescos, eficaces quizá cuando la bonanza económica impera en el país, como hasta hace tres meses, pero de muy mal gusto y efecto en las actuales circunstancias.
Y he ahí que a ese policía de nombre Derek Chauvin se le ocurrió arrebatarle la vida ante testigos —y celulares— a su víctima George Floyd, oprimiéndole el cuello con su rodilla por espacio de ocho minutos, poniendo al presidente republicano y a su equipo en pésimas condiciones con vistas a la elección dispuesta para el próximo 3 de noviembre.
Ese fue el detonante de las actuales protestas, demasiado parecidas a otras como las que estallaron en agosto de 2014, cuando en Ferguson, Missouri, la gente se volcó a las calles para protestar por la muerte del joven negro Michael Brown a manos del policía blanco Darren Wilson, y Trump aprovechó la ocasión para criticar a Barack Obama en Twitter, donde escribió: “Nuestro país está totalmente fracturado y, con nuestro débil liderazgo en Washington, pueden esperar que disturbios y saqueos como los de Ferguson ocurran en otras partes”.
Hoy, se puede decir literalmente que el imperio está en llamas, y Trump, cual moderno Nerón ante la Roma incendiada por él, en lugar de intentar apaciguar con política y diplomacia la furia desatada de las masas, echa leña al fuego con expresiones chocantes y disposiciones como esa de reprimir a los manifestantes con la Guardia Nacional y el Ejército, utilizando contra el pueblo su amplio arsenal de cachiporras, gases lacrimógenos, balas de goma, balas de verdad y hasta helicópteros militares.
Hasta ahora el magnate ha hecho oídos sordos a críticas y a consejos de personas influyentes, como la líder demócrata de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, quien lo exhortó a ser “un sanador en jefe” y no “un atizador de las llamas”. Pero, ¿qué se puede esperar de un troglodita?
La violencia en América Latina de las derechas criminales
América Latina es la región del planeta donde se más se vulneran los derechos humanos. La ecuación 'más protestas, más violaciones' creció sin parar durante 2019, con el añadido de que quienes son los encargados de vigilar y denunciar son perseguidos con mayor fiereza por los poderes. El continente más violento, más represivo y también el más mortífero para activistas y periodistas, una mezcla trágica que ha echado por tierra aquella leyenda de los avances continentales en la lucha por los derechos humanos. A las 'décadas perdidas' todavía no las ha encontrado nadie.
Así lo confirma el informe de Amnistía Internacional (AI), que será presentado hoy en Ciudad de México y que desvela que al menos 210 personas murieron de forma violenta durante las protestas del año pasado, que como si fuera un coronavirus político se extendieron por toda la región. A la cabeza, Haití, con 83 fallecidos, seguido por Venezuela (47), Bolivia (35), Chile (31), Ecuador (8) y Honduras (6).
"Lo más preocupante de esta radiografía es que América Latina sigue siendo la región más violenta, con más homicidios, con más feminicidios, la más corrupta, con mayor impunidad y la más desigual, donde la riqueza se concentra en manos de los más poderosos, que además cuentan con la protección de los estados. El hartazgo contra todos estos factores ha provocado un estallido social, con manifestaciones multitudinarias encabezadas por jóvenes y mujeres. La respuesta de los estados ha sido represiva y brutal", subraya para EL MUNDO Érika Guevara-Rosas, directora para las Américas de AI.
El periplo durante 2019 de esta defensora de los derechos humanos confirma la marcha atrás de los estados. Durante las protestas de Chile, el Gobierno de Sebastián Piñera la acusó de pertenecer a una organización de izquierdas e insinuó que estarían financiados por Nicolás Maduro. En paralelo, el Gobierno de Caracas la señaló como una de sus principales enemigas a combatir, por ser agente de la CIA y militante de la extrema derecha.
La radiografía realizada por AI confirma con sus estadísticas el deterioro continental, comenzando por Haití y su pulso callejero contra el presidente Jovenel Moïse, con la consiguiente respuesta desmedida de las fuerzas policiales. Precisamente estos agentes, entrenados durante años por la Misión de Naciones Unidas, han protagonizado un carnaval sangriento al enfrentarse con militares en demanda de subidas salariales.
La revolución bolivariana, "especialmente severa", dio varios pasos más allá al perfeccionar su plan de terror para reprimir el desafío democrático encabezado por Juan Guaidó. "Las fuerzas de seguridad cometieron, según AI, "crímenes de derecho internacional y graves violaciones de derechos humanos, incluidas ejecuciones extrajudiciales, detenciones arbitrarias y uso excesivo de la fuerza, que podrían constituir crímenes de lesa humanidad".
Estadísticas violentas que desde la llegada del chavismo al poder hace 21 años ha encabezado una y otra vez. En 2019, el país criollo lideró de nuevo el ranquin mundial de homicidios, con 60 muertes violentas por cada 100.000 habitantes, seguido por Jamaica (47) y Honduras (41).
En cambio, Chile cerró este ranquin sangriento con sólo 2,1 homicidios, pero sorprendió al mundo con unas protestas inesperadas, durante las cuales la policía y el ejército "hirieron deliberadamente a manifestantes para desalentar a la disidencia, mataron al menos a cuatro personas e hirieron de gravedad a miles más", detalla el informe.
Una violencia que se refracta contra los propios activistas, sobre todo en Colombia, que concentró 106 de los 208 homicidios en Latinoamérica y el Caribe. En total, el 68% de los cometidos en todo el planeta. El Gobierno del país cafetero se ha mostrado incapaz de frenar los asesinatos contra líderes sociales, víctimas del posconflicto, en el que las bandas de narcotráfico, los antiguos paramilitares, los disidentes de las FARC y la guerrilla del ELN se disputan el control de las zonas más calientes de la droga.
Los gobiernos no sólo no están preparados para proteger a los activistas y a los periodistas (a diez la muerte les halló en México). También arremeten contra ellos como las dictaduras del siglo pasado. "Venezuela es un caso extremo, un país en el que los defensores reemplazan al propio estado en la protección de la población. Intentan deslegitimarlos y además lo exponen a la violencia", confirma la directora de AI. La ilegítima Asamblea Constituyente prepara una ley contra las ONG.
Provea no se ha amilanado y ayer mismo insistía en sus denuncias contra las fuerzas especiales de Maduro (FAES), "principal brazo del terrorismo de Estado y líderes de las violaciones a los derechos humanos". Provea también denunció este mes la muerte por torturas del cabo Wilfredo Heredia, de 20 años, tras sublevarse en la Gran Sabana contra el Gobierno, uno más para sumar en otra lista trágica: sólo en 2019 murieron 23 de las casi 600 personas torturadas en las mazmorras del chavismo.
Otros gobiernos, como Brasil, Nicaragua y Guatemala, ya han legislado contra los defensores de derechos humanos.
El retroceso parece imparable en el continente, que enfrenta retos formidables, como la huida de cinco millones de personas del derrumbe revolucionario de Venezuela y las consiguientes restricciones al derecho de asilo. En México, "Donald Trump ha encontrado su muro soñado sin necesidad de construirlo", certifica Guevara-Rosas, gracias al apoyo de la administración de Andrés Manuel López-Obrador y de varios gobiernos centroamericanos.
(*) Periodista, Historiador y Analista Internacional
diegojolivera@gmail.com
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