AL TIEMPO
El pasado lunes estallaron las redes sociales cuando, a causa de una torpeza de párvulos, el Canciller mexicano, Marcelo Ebrard, pretendió ocultar un costoso reloj, marca Rolex, que portaba durante una conversación entre el presidente mexicano y su homólogo canadiense.
Lo simpático del caso es que el video que mostró el feo “complejo de culpa” de Marcelo, fue difundido por las propias redes del presidente Obrador, lo que confirma el descuido y el “valemadrismo” de la casa presidencial.
El caso alcanzó el extremo de la ridiculez cuando en el video se aprecia a un Marcelo Ebrard apenado porque en primer plano del video se muestra el Rolex de casi tres millones de pesos, en una bochornosa maniobra del Canciller para ocultarlo.
Queda claro que al acaudalado Marcelo Ebrard le avergüenza su riqueza; que hace lo imposible por ocultarla y es evidente que su tren de vida no corresponde con la imagen de austeridad que pretende “vender” el presiente de su gobierno y de su persona.
El fondo, sin embargo, es que contrario al discurso presidencial para exaltar la supuesta austeridad franciscana del presidente y de su gobierno, son consumados “fifís” y “ricachones” desde el mismísimo presidente, pasando por sus secretarios de Estado, gobernadores de Morena, dirigentes del partido y hasta sus legisladores.
Todos ellos son reputados fifís y reconocidos “ricachones” a los que, según la lógica clasista de AMLO, están en la lista de los potenciales secuestradores y de quienes pueden ser víctimas de las peores enfermedades.
Pero el problema real, la discusión de fondo, no es el Rolex de Marcelo, tampoco el Palacio en el que vive AMLO; no están a discusión los 160 empleados del presidente y tampoco los millones que gasta en ropa de marca, para él, para su prole y su familia.
El problema de fondo tampoco son lo acaudalados gobernadores de Morena, sus “ricachones” dirigentes y sus “gastalones” legisladores y tampoco los lujos sin freno de los hijos del presidente.
No, el problema es la farsa, el engaño, la tomadura de pelo, la burla, el montaje, la mentira y la maldad de un presidente que le pide “a su pueblo” –cual rey decimonónico–, que no gaste en cosas no esenciales, que compre sólo lo básico, que consuma lo que su casa produce, cuando el mismo presidente y toda su claque son probados consumidores y consumados fifís.
Ese es el problema; esa es la cuestión; la farsa, el engaño, la tomadura de pelo, la burla, el montaje, la mentira y la maldad de un presidente que vive como rey, que se comporta como rey, que habla como rey y que se da tremendos atracones, cual rey medieval.
¿Se imaginan convertir la casa presidencial –ese museo llamado Palacio Nacional–, la casa de Marcelo Ebrard, la casa de Olga Sánchez Cordero, de Esteban Moctezuma; las casas de todo el gabinete en granjas para la cría de pollos, cerdos y borregos; para el cultivo de milpas, cebollas, tomates, papas y hasta calabazas; para instalar estanques de peces y mariscos?
Lo cierto es que ofende a los millones de desempleados y otros tantos millones de mexicanos pobres el discurso de austeridad y medianía franciscana que pregona AMLO, cuando la realidad de un presidente convertido en rey y una corte de lacayos “ricachones” que se avergüenzan de su riqueza.
Ese es el problema, por eso estallaron las redes, por la ridícula contradicción; por eso la burla social al “complejo de culpa” exhibido por Marcelo, quien vivió a todo lujo todo un sexenio, nada más y nada menos que en París.
Ebrard-Paris
Especial
No, no se equivoquen, nadie que ganó riqueza de manera honesta, se avergüenza de la riqueza.
Sólo avergüenza la riqueza producto de la transa, del engaño, la mentira y de la farsa; esa riqueza que exhiben muchos de Morena, empezando por el propio López Obrador.
¿O no?
Se los dije.