Omicrón rentabiliza el miedo y camufla los efectos adversos de la vacuna
“La evidencia preliminar sugiere un mayor riesgo de reinfección de esta variante, en comparación con otras”. Son las palabras alarmantes de la Organización Mundial de la Salud, de escasa o nula credibilidad como todo lo que difunde este corrupto organismo, al servicio y portavoz de los grandes megalómanos del mundo y la gran industria farmacéutica. Hasta que no integremos esta máxima no entenderemos nada y continuaremos sobresaltándonos con las noticias dirigidas a manera de proyectiles mortales. Las nuevas variantes no son sino propaganda para camuflar los múltiples efectos adversos de las vacunas. Así, los nuevos muertos y enfermos graves serán por no estar vacunados y a causa de estos nuevos bichitos de nuevo cuño.
Continuando con nuestra dinámica de información/opinión, volvemos a resaltar que esta situación durará lo que los organizadores del tinglado decidan; a no ser que el trabajo de la gente de bien dé sus frutos –yo creo que así será— y podamos no solo frenar este desastre, sino sentar en el banquillo y colocar tras los barrotes a los culpables ideólogos y a sus marionetas de la prensa, la política y la sanidad. Sin estos cómplices, nada de esto habría sido posible.
A lo largo de estos veinte meses, hemos ido colocando muchas piezas en este gigante rompecabezas de la Maldad. Y si bien algunas nos eran conocidas y no fueron sorpresa, otras sobrepasaron nuestras hipótesis y nos causaron escalofríos. Ante tanta desinformación, hay que decir, una vez más, que esta crisis no es sanitaria, sino política; un programa geopolítico de altos vuelos, con ingredientes biológicos para aderezar el desaguisado y aportar las dosis de miedo requeridas para un resultado ajustado al proyecto.
Van con mucha prisa y alguna pausa, siguiendo el patrón de las sesiones de tortura: dejar exhausta a la víctima, reanimarla y vuelta a empezar. Así actúan estos torturadores sociales, permitiendo –a cambio de inocularse esa cosa extraña— aparentes libertades que infunden bienestar y esperanza, una recuperación de lo cotidiano, con vacaciones y reuniones de Navidad “normalizadas”. Eso sí, con la amenaza de nuevas variantes de este virus misterioso que nadie ha aislado, purificado y secuenciado, como han declarado los organismos pertinentes. Pero estos pequeños retazos de verdad que se escapan por las rendijas nunca son titulares de los medios oficialistas.
Con una sociedad hipervacunada, aunque mucho menos de lo que se dice para no mostrar el fracaso político y sanitario, es decir, la desconfianza hacia el sistema, las dos últimas semanas están siendo de vértigo. Las dosis de acoso, coacción, chantaje y miedo se distribuyen en sesión continua, con el fin de engrosar sus filas a los vacunódromos. Da lástima estos días ver a los pobres rehenes camino del patíbulo mientras pronuncian frases como: “me vacuno por chantaje”, “me vacuno porque estoy siendo señalado en el trabajo”, “no quería vacunarme, pero…”. Reacciones comprensibles, aunque penosas. Los políticos han recibido órdenes de la cúpula global y están cargando contra los ciudadanos. Las pantallas no dejan de intoxicar de manera desvergonzada, a través de los noticieros, las tertulias, los programas del corazón y la publicidad. El monotema es cansino: cifras de ficción sobre contagios, ingresos y muertes para reajustar sus planes de inoculación. ¡Pura Mentira! con mayúscula. ¡Puro acoso mediático! ¡Puro terrorismo informativo!
Los sátrapas autonómicos, como Feijóo o Bonilla, están en su salsa imponiendo el ilegal pase covid. Demagogos hipócritas, como Revilla, cargan contra los no vacunados, con insultos e injurias. Steegmann, el vacunófilo oficial de VOX, con conflicto de intereses con las farmacéuticas, llama “aulladores” a los no vacunados. Casado –que no se sabe bien a qué juega— no se moja sobre el pase covid y pide una ley orgánica de pandemias, para imponer la vacunación obligatoria, pasaporte covid, grilletes y lo que haga falta, incluido el control mental a distancia. Pura traición a los ciudadanos españoles, protegidos por la Ley de Autonomía del paciente, de momento. Digo traición porque, a estas alturas, no hay inocentes; todos, en mayor o menor medida, saben que esto no es una pandemia, sino un proyecto destinado a la eliminación de personas, restricción de libertades e instauración de una dictadura mundial. Como la que estamos viviendo –dicen que de manera excepcional—, pero con carácter permanente. No se necesita una ley de pandemias, por mucho que los medios vociferen.
Después de apedrear durante dos semanas, hoy se ha presentado en sociedad la nueva variante del virus, Ómicron. La papisa del NOM en Europa, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea –un organismo para favorecer a las transnacionales frente a los ciudadanos— fue la presentadora del recién nacido bichejo. Esta mujer de hielo siempre trae malas noticias. Aún recordamos aquel día de junio de 2020 cuando daba luz verde a las inoculaciones experimentales de ARNm y demás contenidos secretos de los viales, y echaba un borrón sobre los acuerdos de Núremberg, autorizando la experimentación con humanos y el rociado desde el aire con productos químicos. ¿Chemtrails? Así es.
Nos han dicho que han nominado las variantes con letras griegas para no señalar a los países donde se originan. Bien. Aun así, no le tocaba el turno a Ómicron, y la explicación es más bien chusca. El nombre del nuevo “asesino” invita a jugar con el misterio y establecer relaciones, cuando menos, curiosas. Ómicron es la letra número 15 del alfabeto griego. Deriva de la raíz fenicia “ayn” o “ain”, con forma de círculo. Es también el origen de la “o” latina. Curiosamente, en lengua fenicia significa ojo. ¿El ojo de la pirámide que es hoy marchamo de denuncia de los planes de los “amos del mundo”?
Algunos analistas han querido ver un guiño a la película Ómicron, del año 1964. No voy a contar el argumento, pero habla de extraterrestres, conquista del planeta, infectados y capacidades extraordinarias adquiridas. Podría tratarse de otro ejemplo más –de los muchos que nos estamos encontrando— de “imprimación” o priming, más conocido como “primado negativo”. ¿Capacidades adquiridas a través del transhumanismo, la nanotecnología, la realidad aumentada y ese mundo ilusorio que han diseñado como ya han anunciado algunos mandatarios, léase Sebastián Piñera o Boris Johnson?
Puede resultar extraño, pero estas élites oscuras no suelen dar puntada sin hilo, y lo que traman es de gran alcance. Hemos dicho en repetidas ocasiones que esta gente diabólica y ritualista conoce muy bien el mundo intangible de las tinieblas, y el corpus de las tradiciones, el esoterismo, la astrología, la numerología y los símbolos. Es así desde siempre. Nada es al azar. Todo responde a normas muy concretas y parámetros específicos que pasan inadvertidos para el ciudadano normal. Para que el ritual funcione es necesario sincronizar la materia y la forma. Y ellos lo hacen. Recordemos la ceremonia –ritual—de apertura de los Juegos Olímpicos de Londres; la del túnel de San Gotardo, el acto masónico por las víctimas covid en Madrid, el atentado de las Torres Gemelas o el 11-M, por citar los hechos más evidentes. Algo que suele pasar inadvertido para el ciudadano de a pie. ¿No es un ritual lo que están haciendo con la sociedad? Y ahora es el turno de los niños –la inocencia pura—, el bocado preferido de las entidades oscuras, entiéndase el simbolismo.
Otro detalle curioso digno de análisis: Ómicron tiene el valor 70 en números griegos. Esto me hace relacionarlo con la profecía de las Setenta semanas de Daniel, tan citada hoy por los estudiosos del Apocalipsis, quienes han calculado que estaríamos en la semana 70, muy próximos al gran cambio, a la liberación.
No es momento de profundizar en esto. Tan solo gritar, una vez más, que estamos inmersos en una gran guerra espiritual: El bien contra el mal; la luz contra las tinieblas. ¿De qué lado queremos estar?
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