¿Viene, ahora sí, la Tercera Guerra Mundial?
La situación en Ucrania se calienta cada vez más y resulta inevitable pensar en aquella frase que la sabiduría popular atribuye a Albert Einstein tras atestiguar el poder de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki: “no sé cómo será la tercera guerra mundial, pero sí se que la cuarta va a ser a pedradas”.
Para nadie es un secreto que desde hace algún tiempo, incluso antes de la pandemia de COVID-19, se ha producido un incremento sustancial en las tensiones entre el denominado “bloque occidental” y naciones como Rusia, Irán y China. En enero de 2020, justo un mes antes de los cierres generalizados, el funcionario iraní Qasem Soleimani fue asesinado en Iraq, presuntamente por parte de inteligencia israelí. En aquel momento, se especuló mucho sobre las potenciales consecuencias de ese gesto. Incluso proliferaron los memes sobre el supuesto fin inminente de la humanidad como consecuencia de una potencial guerra entre potencias que se detonaría por el asesinato de Soleimani, a quien la opinión popular en internet había transfigurado en una suerte de archiduque Francisco Fernando Contemporáneo. Por fortuna, nada de eso sucedió.
La pandemia más letal en más de cien años se extendió por todo el globo e impuso sus propias dinámicas económicas, políticas y sociales. La contención del virus se volvió un objetivo fundamental para las autoridades de cada país y así, las viejas tensiones geopolíticas fueron pasando a segundo plano. Por desgracia, no todo dura para siempre y la “calma chicha” impuesta por la COVID se vio nuevamente amenazada a mediados de 2021, cuando las propias dinámicas de la pandemia desataron una significativa crisis en las cadenas de suministro de todo el mundo, situación cuya gravedad se incrementó ante las amenazas de la República Popular China por invadir Taiwán y garantizar el control de las mercancías en el Mar de la China Meridional.
Constituido como país independiente a finales del siglo pasado, Taiwán fue fundado por integrantes de la antigua aristocracia china desplazada por la revolución cultural de Mao-Tse-Tung. Estos personajes deseaban mantener el control sobre la isla con el objetivo de evitar el dominio del Partido Comunista Chino. La cuestión es que nunca fue posible normalizar las relaciones entre Taiwán y China Continental, entre otras razones, por la importancia que reviste el Mar de la China Meridional para el comercio marítimo. Aunado a esto, destaca el papel de Taiwán como principal productor global de semiconductores, por lo que la tensión con china a mediados del año pasado no solo puso un jaque la economía de numerosos países manufactureros, incluido México, sino que también amenazó la estabilidad internacional a la par que hizo sonar las sirenas de guerra.
Afortunadamente, tampoco se desencadenó la guerra en ese momento. Como sucedió con el homicidio de Soleimani, la aparición de la Variante Ómicron de COVID-19 volcó la atención de todo el mundo a la enfermedad y el asunto en el mar de China Meridional quedó congelado hasta nuevo aviso. Era el segundo strike que la pandemia le propinaba a la guerra. Todo parecía ir sobre ruedas, hasta que reapareció un conflicto que llevaba más de una década calentándose.
Ucrania, una de las antiguas repúblicas soviéticas más importantes y también una de las más insistentes en deslindarse de su pasado bajo el yugo del pueblo ruso, comenzó a registrar importantes brotes separatistas en algunas de sus provincias orientales, donde la mayoría de la población es, de hecho, de etnia y lengua rusas. En esta nueva iteración de la Guerra del Donbas, que arrancó en 2014 y que se ha mantenido viva dada la insistencia de Ucrania por acercarse a la Unión Europea y el recelo de Rusia en este sentido, la situación parece más crítica de lo que lo fue en el pasado. Solo al inicio de esta semana, el presidente ruso Vladimir Putin reconoció la autonomía de las provincias ucranianas en discordia, pese a los recelos tanto del gobierno ucraniano en Kiev como de la Unión Europea y la Organización Para el Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Un día después, anunciaba que enviará tropas a la zona en conflicto para “garantizar la paz”.
Mientras hacía estas declaraciones, el gobierno ruso se hacía acreedor a sanciones económicas por parte de Alemania y Reino Unido, además de que la amenaza de una conflagración global se hacía cada vez más relevante.
Desde el mes pasado, el presidente estadounidense Joe Biden aseguró que cualquier acción militar rusa en Ucrania tendría consecuencias. El problema es que tanto Rusia como Estados Unidos tienen un arsenal militar lo suficientemente sólido como para comprometer no solo sus propias existencias, sino incluso las de sus vecinos, como es el caso de México. Como si esto no fuera suficiente, el gobierno ruso ha dedicado buena parte de las últimas dos décadas a entrenar ejércitos cibernéticos capaces de llevar la guerra a un nivel aparentemente más pacífico, pero en realidad muchísimo más peligroso. Los hackers bajo sueldo ruso son capaces de desencadenar inestabilidad política y financiera. Se ha comprobado incluso que estos hackers podrían haber influido en la elección estadounidense de 2016 llevando a Donald Trump a la Casa Blanca y azuzando las diferencias sociales de la sociedad estadounidense para provocar inestabilidad interna.
En este sentido, y a pesar de lo que podría ganar su economía si se desencadenara una guerra, a Estados Unidos no le conviene demasiado que esto se convierta en el tercer conflicto bélico de alcance global, pues el enemigo, en este caso Rusia, no está para nada aislado y parece contar con una riqueza estratégica sin precedentes. El problema es que si Estados Unidos y la OTAN no actúan, la posición rusa se fortalecerá, con el subsecuente control de los hidrocarburos que consume la Unión Europea. Como si esto no fuera suficiente, China podría interpretar el mensaje de la inacción como un permiso de facto para atacar a Taiwán y ahí sí, la guerra se desencadenaría necesariamente, con la participación de India y Japón, países que ven en China a una amenaza.
La sabiduría popular atribuye a Albert Einstein una cita en la que afirmó ignorar cómo discurriría la tercera guerra mundial, pese a contar con la certeza de que la cuarta sería a pedradas. Son duros momentos para la diplomacia internacional y lo único cierto es que quizá la única salvación para el común de los mortales esté en que la OTAN y los Estados Unidos reconozcan por primera vez sus propias limitaciones. El problema es que esto es muy poco probable y aún cuando lo hicieran así, no hay garantía de que el mundo sobreviviente será mejor que el habitamos ahora.
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