Las revoluciones árabes y el islam político: el dilema de EE.UU.
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La convivencia entre el islam y Occidente es posible, siempre que este último acepte el principio de la convivencia y deje atrás su apoyo a Israel y sus procedimientos de control sobre las riquezas islámicas, con el petróleo a la cabeza.
Editorial de al-Quds al-Arabi
Traducido del árabe para Rebelión por EVM
Creemos que las declaraciones de la señora Hillary Clinton, la Secretaria de Estado de EE.UU., de hace unos días, en las que decía que su administración estaba dispuesta a colaborar con los movimientos de corte islámico de la nación árabe, en concreto, los de Túnez y Egipto, no expresan ni mucho menos una convicción propia estadounidense, ni tampoco un cambio de posición estratégica de su país. No ha sido más que un intento de ganar tiempo para adaptarse temporalmente a la nueva realidad árabe que se le ha impuesto después del estallido de las revoluciones por la dignidad del pueblo árabe en más de un país.
La administración estadounidense actual, como las anteriores y la mayoría de los gobiernos europeos, si no todos, ven la victoria de los [grupos] islámicos en las elecciones que nacen de las revoluciones democráticas árabes como un peligro para su aliado, Israel, y para su existencia. Esta victoria corrige las décadas de debilidad árabe y musulmana frente a la arrogancia de este enemigo. Por ello, ha trabajado y trabajará en un intento por impedir que éstos lleguen al poder.
Es cierto que la mayoría de los partidos y las agrupaciones islámicas que han tenido éxito en la acción política y se han involucrado en el trabajo democrático que acaba de ver la luz se caracterizan por su moderación, su realismo y su alejamiento del fanatismo y del extremismo, algo que se evidencia por sus propuestas. Sin embargo, también es cierto que el núcleo de sus convicciones no hace ninguna concesión frente al peligro del proyecto israelí en la región, ni en sus aspiraciones de renacimiento, liberación y recuperación de su posición y su independencia en la toma de decisiones.
Mientras la administración estadounidense siga estando condicionada por el proyecto israelí y sus agresiones cualquier discurso por su parte que apunte a convivir con el islam político y con sus movimientos seguirá careciendo de un significado verdadero. Baste pensar en las adulaciones, la hipocresía y los intentos de subirse a la ola mientras trabaja al mismo tiempo planeando cómo enfrentarse eficazmente a esta nueva amenaza, según la clasifiquen los estrategas en sus reuniones secretas.
El movimiento tunecino al-Nahda se caracteriza por su moderación, y su dirigente, Rashid al Ganoshi, habla con contundencia de su oposición a toda aplicación completa de la ley islámica en Túnez, y asegura que acepta las playas mixtas y el bikini. Ha adoptado todas la decisiones pertinentes para conservar la industria del turismo en Túnez y para fomentar una inversión extranjera que refuerce la economía con una serie de medidas y unas posiciones que, se supone, deberían haber tranquilizado a Occidente. Sin embargo, simplemente la insistencia del al-Nahda, junto con sus aliados —otros partidos nacionalistas— en añadir un párrafo en la nueva constitución tunecina, todavía por redactar, en el que la asamblea constituyente establezca la «prohibición» de cualquier forma de normalización de relaciones con Israel, hace que todas las virtudes anteriores queden en agua de borrajas para la administración estadounidense. Israel y los que están a su lado son la medida con la que se determina la moderación y el extremismo, medidas que usa la administración estadounidense para determinar si acepta o rechaza una organización islámica.
Los elogios hacia Turquía y el islam moderado del Partido de la Justicia y el Desarrollo que lidera el señor Tayyip Erdogan se evaporaron desde el punto de vista de muchos estadounidenses —y de los escritores judíos en especial— simplemente por la protesta frente al bloqueo impuesto sobre la Franja de Gaza, la disminución de las relaciones con Israel, y las peticiones de disculpa por la muerte de activistas turcos a bordo del buque Mármara, que formaba parte de la Flotilla de la libertad para romper el bloqueo.
La convivencia entre el islam y Occidente es posible, siempre que este último acepte el principio de la convivencia y deje atrás su apoyo a Israel y sus procedimientos de control sobre las riquezas islámicas, con el petróleo a la cabeza. La historia contiene muchos ejemplos a este respecto. El ejemplo más relevante de convivencia, si no de alianza, entre el islam extremista y el moderado y los EEUU fue durante la guerra fría, cuando el comunismo era el enemigo común de las dos partes. Sin embargo, Occidente violó los términos de la convivencia cuando incumplió sus promesas y cambió su alianza con 1.500 millones de musulmanes por una alianza con Israel. Entonces llegó la respuesta a ese giro, en forma de una escalada de las organizaciones islámicas extremistas, especialmente al-Qaida.
El partido islámico al-Nahda fue el partido que consiguió más asientos en la Asamblea Constituyente tunecina; los Hermanos Musulmanes y los grupos salafíes que se presentan como candidatos en Egipto van a repetir este triunfo en las elecciones parlamentarias que se celebrarán a finales de este mes. Mientras tanto, el señor Mustafa Abdel Yalil insiste en que, para el Consejo de Transición libio, la ley islámica será la fuente fundamental de legislación en la nueva Libia. Además, los Hermanos Musulmanes lideran la oposición siria, y Hezbola sigue siendo la mayor potencia en Líbano. Todos estos cambios, que nacen de las revoluciones democráticas, le imponen una nueva realidad a Washington, ya que ahora se ve obligado a tratar con estos movimientos a regañadientes. Sin embargo, Washington se olvida de que este será un compromiso limitado, si no peligroso, mientras ignore los factores regionales clave, en particular la ocupación israelí, y la emergencia de otras potencias internacionales recién llegadas que han empezado a amenazar su hegemonía a través de la búsqueda de nuevos aliados en el mundo musulmán, y más concretamente en el mundo árabe.
No se puede conseguir que EE.UU. conviva con el islam político a través de la aceptación de éste por parte de la administración estadounidense, sino al revés. No creemos que los islamistas, ya sean moderados o extremistas, vayan a aceptar las políticas estadounidenses que llevan en la región seis décadas, y que giran en torno a destruir cualquier intento de terminar con las agresiones y la hegemonía israelíes, y que han hecho de Israel la única potencia regional que impera en la zona. La balanza tiene que cambiar radicalmente o de otra manera la confrontación será inevitable.
El islam político ha cambiado, ha pasado a caracterizarse por su realismo y su deseo de convivencia. Ha cambiado, sí, pero con nuevas condiciones ¿Será capaz de cambiar EE.UU.? ¿Y podrá cambiar sus condiciones?
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