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sábado, 14 de diciembre de 2013

El islam descristianizado


El islam descristianizado (6)

La lengua de Adán y Eva en el Paraíso.

30/08/2004 - Autor: Seyyed az-Zahirí - Fuente: Webislam
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Portada del libro Islam para ateos, de Abdelmumin Aya
Portada del libro Islam para ateos, de Abdelmumin Aya
La cuarta tesis a la que nos vamos a referir ahora es la siguiente:
4) Cuando los musulmanes afirman que el Qur’án es Palabra Increada, Palabra Eterna, se refieren al texto árabe. "El árabe es la lengua del Jardín", la lengua de Adán y Eva en el Paraíso, la que hablarán los justos tras el juicio.
Todo nos remite a la pregunta medieval sobre "la lengua primigenia de la humanidad" 1. ¿Es el árabe la lengua que hablaban Adán y Eva en el paraíso? ¿O es el hebreo, como pensaron los padres de la Iglesia? ¿O más bien el chino, como supuso Joh Webb en 1669? ¿O el lenguaje de los jeroglíficos egipcios, según ciertos sabios del Renacimiento? En todo caso, Hafsawi no parece conceder la posibilidad de que esta lengua fuese el castellano, lo cual es una pena.
Nos situamos a principios del siglo XIV, cuando Dante escribe De Vulgari Eloquentia, su apología de la lengua vulgar frente al latín eclesiástico, lengua de la liturgia, considerada por la Iglesia católica como la única capaz de dar cabida a los misterios de la revelación. La distinción establecida por Dante es la siguiente: existen una pluralidad de lenguas maternas, y por tanto naturales, frente al latín, que es definido como una lengua gramaticalmente perfecta, y por tanto artificial. El sueño de Dante es el de una lengua que englobe ambos aspectos: la unión de lo gramatical (racional) del latín con lo denotativo (emocional) de la lengua materna. Tal y como dice Umberto Eco: "Dante pretende ser un nuevo Adán".
En su Divina Comedia, pone en boca de Adán 2 los siguientes versos:
"La lengua que yo hablaba ya no cuenta...
Con la naturaleza se conforma
que hable natura, y déjale natura
que hable a su gusto de una forma y otra...
... y así conviene,
porque el uso de los mortales es fronda fecunda
en la rama, que va de un lado a otro".

Así pues, el propio Adán (que es Dante) asocia la multiplicidad de las lenguas al carácter cambiante de la naturaleza y el hombre en esta vida, y descarta el sueño de la "lengua paradisíaca" como un alejamiento de la naturaleza. Si los significados de las palabras no varían (no se amplían o cambian de sentido), no hay cambio posible en el hombre. Se trata de descubrir lo que dicen las palabras, de hacer decir a las palabras los nuevos contenidos necesarios para provocar una apertura. Abrirse a la potencialidad absoluta del lenguaje tiene mucho que ver con la fe, tal como nosotros la experimentamos, y no con un retorno a ninguna "lengua perfecta o pura", sueño metafísico donde los haya.
Para nosotros, la revelación es justo lo contrario. Precisamente, la lengua capaz de adecuarse al lenguaje divino es una lengua biológicamente activa, capaz de transformarse. El pensamiento reaccionario siempre se ha apoyado en la idea de una "lengua pura e inalterable". Esta es la premisa por excelencia del fundamentalismo, tanto entre los hindúes como entre los musulmanes como entre los cristianos. Así lo afirma Umberto Eco:
El problema del pensamiento "reaccionario" —hasta nuestros días— no es que se diga que Adán habló hebreo o árabe, sino más bien que se reconozca en el lenguaje una fuente de revelación, y esto solo se puede sostener si se considera que el lenguaje expresa, sin mediación de ningún pacto social o de ninguna adaptación a las necesidades materiales de la existencia, la relación directa entre el hombre y lo Sagrado.
Hay que escuchar a Umberto Eco: no es el lenguaje humano lo que expresa la relación inmediata entre el hombre y lo divino. Esta relación es sin palabras, se produce en el centro o meollo que está más allá de todo discurso, de toda materialidad, de todo pensamiento. La verdadera revelación es sin palabras, y así lo transmiten los hadices donde se narra la experiencia de Muhammad: el Qur’án se le revela en un instante, como un Todo integrado. Solo luego se produce el descenso paulatino de la palabra en árabe, la única lengua en que el profeta podía transmitirlo. La imposibilidad de retener el Mensaje como un Todo hace necesaria una transmisión pausada, pautada sobre el tiempo. El lenguaje no hace sino remitirnos a esa revelación de la Realidad Única, una revelación siempre idéntica y sin forma, que ha adoptado distintas formas (distintas lenguas) a lo largo de la historia para poder comunicarse.
El sueño de una lengua "perfecta y universal" es reaccionario: una re-acción ante la capacidad de renovarse del lenguaje, que no es sino su intento de adecuación a las nuevas realidades. El tratar de apresar el movimiento de los cielos y la tierra en una forma estática, en una metafísica que hace de la eternidad la excusa para establecer instituciones y dogmas pretendidamente ternos. Las palabras cambian de sentido para decir lo mismo, se transforman en función del uso y, sobretodo, del abuso. Querer fijar lo que es esencialmente activo (la Palabra de Al-lâh) es querer detener la Creación en un momento determinado de la historia: la Arabia de Muhámmad (saws). O más bien, el sueño pseudo-romántico de esa Arabia, su mitología.
Esto nos conduce hacia otro de los límites del "islam descristianizado": la confusión de las palabras con conceptos. En el caso de Abdelmumin Aya, la confusión es evidente. Por un lado, no deja de mostrarnos su animadversión hacia la conceptualización de la religión, cargando contra
El miserable universo de conceptos teológicos heredados por los que creen que el Islam es una doctrina.
Esta conceptualización es propia del cristianismo, definido como una religión que hace sufrir al hombre, que lo hace impotente, estéril, desgraciado. Frente a esta religión enfermiza, se supone que el islam resplandece con más fuerza:
Las espiritualidades enfermizas han trabajado teológicamente con el concepto de la purificación...
..."pecado" en una metafísica como la islámica en la que este concepto resulta de una insoportable artificiosidad.
El amor por la experiencia directa de la existencia que tiene el musulmán rechina ante el concepto de "intercesor".
El concepto de "doctrina" alude a una realidad intelectual estática, definitiva, incuestionable: la que soporta los dogmas de esa religión.
Entre el sinnúmero de vaciedades metafísicas que los teólogos católicos han querido hacer creer al género humano, una de las más extrañas es el concepto de "Gracia de Dios".
Así, el catolicismo romano se constituye en una metafísica que aleja al hombre de la realidad, un entramado de mentiras sutilmente trabadas para apresar al hombre, hacerlo dependiente de la Iglesia. A partir de semejantes juicios, no podemos esperar ninguna coherencia. Así pues, cuando se trata de definir en castellano las "palabras árabes descristianizadas", no deja de calificarlas como conceptos:
La palabra "teología" no encaja tampoco en el concepto de ‘aqîda.
Está relacionado con el concepto de fitra.
El concepto musulmán de baraka.
... los conceptos de nafs y rûh...
En el Islam para ateos, también el îmân, el kabad, la rubûbîa y la ‘ubûdîa son conceptos 3. Al final, hasta el propio Señor de los Mundos queda reducido a un mero concepto:
...el concepto rabb...
Esta confusión se basa en lo siguiente: Abdelmumin saca las palabras coránicas del texto coránico y las estudia como objetos de laboratorio. Muy pocas veces nos remite al texto del Qur’án para dilucidar lo que Al-lâh nos quiere decir, y las más de las veces se refiere a su visión deformada del catolicismo para definir el islam como algo contrario. Se trata de una operación de tipo reactivo: la constante comparación entre las palabras coránicas con los "conceptos cristianos" hacen que las palabras coránicas acaben siendo tratadas por conceptos. Esto es algo inevitable, dado el método empleado.
Curiosamente, esta confusión acaba haciendo que Abdelmumin Aya caiga constantemente en aquello de lo que trata (en teoría) de escapar: la transformación de la experiencia directa de la realidad en una metafísica. Así, sin dejar de despotricar contra "la metafísica misional católica", no cesa de oponerle una auténtica metafísica:
...los significados mediante los cuales la filología misional cristiana ha confundido nuestra metafísica...
...una metafísica como la islámica...
...la sabiduría metafísica que está en el fondo de nuestra manera de entender la vida...
La acción humana es el auténtico corazón de la metafísica islámica, de la sensibilidad semita...
...la coherencia metafísica del Islam que es la experiencia de la Unidad radical de todo...
Pero el quds es un concepto demasiado importante, demasiado esencial de nuestra metafísica como para no hacer lo imposible por devolverlo a su originalidad.
Los conceptos de nuestra metafísica… esta expresión es extraña en boca de quien ha arremetido sin piedad contra la transformación de la "experiencia de lo sagrado" en una metafísica. Frente a la inconsistencia de esta clase de planteamientos, debemos devolver al lenguaje coránico su carácter comunicativo, comprenderlo como el instrumento de la revelación, y no como la revelación en sí. Sólo de este modo la Palabra de Al-lâh podrá significar en nuestro presente, en nuestra propia lengua, en nuestro contexto.
En el siglo XVIII, el pensador alemán Hamann 4 elaboró una hermosa teoría del lenguaje como vehículo de la revelación:
Las palabras son los vehículos vivos del sentimiento: solo los pedantes y los eruditos las diluyen en el análisis o las matan con fórmulas carentes de vida. Una palabra es sello de vida: el mejor, el más denso. (...) Por esto, el pecado capital es confundir las palabras con los conceptos y los conceptos con las cosas reales, que es precisamente lo que han hecho los metafísicos, al cercar a los hombres con entidades imaginarias construidas por ellos mismos, a las que llegan a venerar como si fueran fuerzas reales o divinidades, y que falsean y deforman su vida 5.
Una palabra es una puerta, es una posibilidad de expresarse, de estallar, de canalizar la energía desde lo más recóndito (sin palabras) hasta el exterior, hacia los otros, hacia la alegría. La densidad de nuestras palabras dependerá de la profundidad de nuestra mirada hacia el silencio, hacia esa ausencia de palabras que contiene todas las posibilidades vitales en su seno. Entonces, todas las palabras se comunican entre sí, forman parte de un entramado de signos en constante movimiento. El lenguaje estalla y es su carga lo que se comunica, y no el sentido que dan a las palabras los eruditos en sus diccionarios.
Por el contrario, ¿qué es un concepto? Baruch Spinoza lo expresó en forma de epigrama: "el concepto de perro no ladra". Del mismo modo, el concepto de la fe no abre, y el de el dolor no duele. Nos situamos en la gran rebelión contra la teología. Spinoza asestó un golpe mortal a teólogos y rabinos con su Tratado teológico-político. Precisamente, en él discute sobre el carácter de la palabra revelada, analizando como los rabinos transformaron la palabra viva en un entramado de normas. El primer paso es la conceptualización de la palabra revelada.
Un concepto es una idea, y la idea no es la cosa, sino su sombra en la mente. La diferencia es insalvable. La relación de los hombres con las cosas (con la Creación, con la Naturaleza) se da de un modo inmediato, sin mediación alguna. La Palabra hace aflorar la cosa a la conciencia, nos permite evocarla, hacerla presente aún en la distancia. Es la propia cosa la que nos viene a la mente, no la idea universal, no su concepto. La cosa es siempre concreta, siempre viva, y estaba ya en nosotros para ser nombrada. Así, la Palabra de Dios no interrumpe la relación del hombre con la cosa (con la Creación, con la Naturaleza) sino que la revela, la muestra a la conciencia.
Hemos afirmado: toda palabra depende del contexto. Es completamente inútil tratar de definir una palabra coránica "tal y como era entendida en tiempos del profeta". No es únicamente que no podamos saberlo a ciencia cierta, es que cada palabra era ya en tiempos del profeta entendida necesariamente de diferentes formas por sus diferentes receptores. Así, al tratar de fijar un lenguaje coránico pretendidamente puro, lo único que estamos haciendo es mutilarlo. Pretender fijar un "sentido puro" para cada palabra del Qur’án equivale a renunciar a la capacidad de transformarse de la lengua, que es paralela a su capacidad de transformarnos.
Volvemos a la frase de Umberto Eco: el problema del pensamiento "reaccionario" es que se reconozca en el lenguaje una fuente de revelación. Ciertamente: la lengua árabe es un instrumento —vehículo o soporte— de la revelación, no es la revelación en si. El contacto entre el hombre y lo Sagrado no puede ser codificado, reducido a elementos externos. No existe una lengua universal única que pueda expresar la revelación a todos los seres humanos, sino multitud de lenguas (de instrumentos de la revelación) mediante las cuales los hombres acceden al Mensaje. Precisamente, por ser universal, este Mensaje puede ser comprendido por todos independientemente de cualquier clase de condicionamientos exteriores.
En este terreno hay que ser rotundo: el Qur’án Increado no es árabe, la lengua de la revelación no es el árabe, sino un lenguaje que abarca todos los lenguajes. Esto quiere decir: existe una Palabra Increada y Eterna, un proto-lenguaje. No solo los idiomas, sino el lenguaje del cuerpo, el lenguaje de los gestos, el de los pájaros, el de las abejas: el lenguaje de la Creación, mediante el cual Al-lâh se expresa, nos revela lo que somos, cual es nuestro destino, cual es nuestra naturaleza primigenia. Ese Qur’án que Al-lâh preserva está guardado en el corazón de cada criatura, y sólo directamente al hombre concreto puede revelarse, a cada uno según sus circunstancias.
Esta Palabra Increada está por encima de todos los lenguajes particulares, del mismo modo que el Uno-Único está por encima de la multiplicidad. La situación de Al-lâh con respecto a la lengua árabe es la misma que con respecto a cualquier otro lenguaje. Una relación esencialmente creativa, donde la Soberanía de Al-lâh hace y deshace, quita y pone sentidos, comunica y vela según la criatura que reciba ese Mensaje. Así, podemos definir la Palabra Increada como el propio carácter proteico del lenguaje, la potencialidad que todo lenguaje alberga como fuente de comunicación y de conocimiento. Esta es la Palabra de Al-lâh, que permanece en una tabla resguardada: la de la pura potencialidad que debe actualizar el ser humano. Actualizar esa potencialidad comunicativa es lo que se llama hacer descender la revelación, es lo que hizo Sidna Muhámmad (saws), una misericordia de Al-lâh para los mundos.
Aquello que nosotros recibimos de la revelación —la recepción de la Palabra Increada— es lo que pactamos socialmente, la adaptación de una Palabra eterna (que no es árabe o hebreo) a nuestra circunstancia. Ese pacto se da como consenso entre los semejantes, conscientes de que su comprensión de la palabra está siempre limitada por las circunstancias, por su capacidad de entendimiento. Realizar ese paso es traducir, no ya el Qur’án externo, sino lo que el corazón comprende del Qur’án Increado. Esta no es una tarea filológica o científica, sin espiritual. Más que buscar el "árabe en su pureza", hay que purificarse de todas estas fantasías, de la mitología de una "lengua árabe perfecta".
Restituir la Palabra de Al-lâh como nexo de unión entre los hombres, este es nuestro reto. Esto no puede lograrse aferrándose al idioma particular de un pueblo, ni afirmando la superioridad del árabe sobre el castellano. Por el contrario, sabemos que la Palabra de Al-lâh está resguardada más allá del soporte inmediato, más allá de Libro. El hombre tiene contacto con esa Palabra en su propio corazón, donde verdaderamente está el Qur’án que nos conmueve. Lo demás, el soporte libro-recitación, es un instrumento mediante el cual Al-lâh señala al Qur’án Increado, para que cada uno pueda traducirlo como amor, como arte, como pasión, como plegaria: todas aquellas actividades mediante las cuales afirmamos nuestro sometimiento, mediante las cuales nuestra adoración se expresa. De ahí las tradiciones en las cuales Muhámmad (saws) prohibió recopilar el Qur’án en forma de Libro. Tal vez él sabía lo que iba a pasar con su lengua materna, convertida en un ídolo reaccionario.
¿Qué es pues lo que está en juego? A la idolatría de la lengua árabe oponemos una visión orgánica de la Palabra revelada, capaz de incidir en su vida y transformar a los creyentes. Se trata de nuestra relación con el lenguaje, y por tanto con la Palabra revelada. Tal y como acierta a expresarlo Hamann, las palabras son vehículos del alma. La relación entre una palabra y el hablante es orgánica, forman parte de un mismo magma biológico, de un entramado de signos materiales. El lenguaje (todo acto de comunicación) es siempre polisémico, permanece abierto a múltiples posibilidades de sentido. Esto es así porque el lenguaje es un medio, no un fin en si mismo. La significación está relacionada con la posición del receptor del mensaje, con sus intereses, con sus prejuicios, con su entendimiento particular de cada palabra. Cada palabra, además de su polisemia intrínseca, tiene diferentes sentidos para cada hablante. Estos dependen de su posición en la historia personal de cada uno. La valoración que hace el hablante de una palabra no depende de lo que diga el diccionario, sino de su propia historia personal. Así, la palabra fe es negativa para unos y positiva para otros, como lo son las palabras ley, destino, muerte o fantasía.
¿Cual es, pues, esa "lengua de la revelación", ese Qur’án Increado que permanece en una Tabla resguardada? Ese lenguaje es el propio Lenguaje de la Naturaleza, de ahí que el Qur’án nos esté señalando constantemente a la Naturaleza como el medio a través del cual Al-lâh se revela a las criaturas.
Mirad las nubes, mirad como el agua desciende para revificar la tierra, mirad como brotan plantas, como los animales se alimentan, como la unión entre el hombre y la mujer genera vida, como se forma la vida en el vientre, de una gota de esperma eyaculada. Mirad a vuestro alrededor, no a un Libro cerrado y guardado por juristas, no a un cúmulo de conceptos y de definiciones elaboradas por metafísicos cansados de si mismos, que pretenden sustituir la Palabra de Al-lâh por su filosofía. Mirad a todo aquello que contiene los cielos y la tierra, a la Creación de Al-lâh el Altísimo, a las aleyas del Qur’án Generoso, mediante el cual la Realidad se nos revela, a los procesos del día y de la noche, a las generaciones de los hombres y al recorrido del sol sobre la tierra. Mirad, mirad, mirad: una y otra vez la imagen es la Palabra de Al-lâh, el Signo inequívoco de un Mensaje inalterable, el único Mensaje verdaderamente universal: el Lenguaje de la Naturaleza.
En su Mysterium Magnum, Jacob Bohëme se refiere a este lenguaje:
Cuando todos los pueblos hablaban una sola lengua, entonces se entendían, pero cuando ya no quisieron utilizar el lenguaje sensual, entonces perdieron el recto conocimiento, porque transfirieron los espíritus de la lengua sensual a una tosca forma exterior... Ahora, ya ningún hombre comprende la lengua sensual, mientras que los pájaros del aire y los animales de los bosques se entienden precisamente según sus cualidades. Los hombres deben darse cuenta de qué han sido privados y qué adquirirán cuando renazcan... Todos los espíritus hablan entre sí un lenguaje sensual, porque el suyo es el Lenguaje de la Naturaleza.
Así pues, renegamos de la pureza de la lengua árabe y afirmamos que la lengua del Jardín del Edén es el lenguaje interior a la naturaleza, un Jardín donde mora el silencio primigenio, y que ese silencio interior a todo lo visible e invisible se nos revela en la lengua castellana.
La propia lengua como lengua que permite la recepción de la revelación. Esta tesis no es tan nueva como pueden pensar algunos. De hecho, toda lengua tiene sus propios defensores, como los tiene toda madre. Y aquel que reniega de su madre es un mal nacido: alguien que tiene que nacer de nuevo 6. Lutero consideraba el alemán como la lengua más capaz de acercar al hombre a Dios, y un tal Goropius Becanus argumentó en 1569 que el holandés (más bien el dialecto de Amberes), era la lengua primigenia del género humano, conservado milagrosamente a través de los siglos por unos pocos sabios... Todo esto es lógico, hasta cierto punto. Al fin y al cabo, el Edén (la eternidad) se parece mucho al útero materno, y el nacer tiene que ver con la Palabra. Tal como dijo el Profeta Muhammad (saws): "El paraíso está a los pies de vuestras madres".
Hay que denunciar la ignorancia de nuestros autores. No podemos decir que el castellano es un idioma ineludiblemente contaminado de cristianismo, que el islam en castellano ya no es el islam original, sino una corrupción del islam auténtico, verdadero... y decirlo en castellano. Porque, si el castellano es una "lengua cristiana", todo lo que digamos sobre el islam en esta lengua dejará de ser islam y será automáticamente cristianismo, cosa que no es cierta. Con esto sueñan aquellos que quisieran ver al islam desaparecer de España, que lo tienen por una cosa "extranjera", frente a la "pureza castellana". Una vez más, la coincidencia de planteamientos entre los autores del "islam descristianizado" y los enemigos del islam es absoluta.
Seamos sensatos: no hay idiomas islámicos, cristianos o budistas. No hay tal cosa. El árabe es un vehículo, como lo son el sánscrito, el inglés o el arameo. No es algo "esencial al islam", sin el cual el islam no puede ser vivido. De hecho, los árabes cristianos expresan en árabe los dogmas de la teología cristiana, y no creo que podamos decir que al hacerlo así la están islamizando. De hecho, Mûsa (as) era musulmán y hablaba hebreo, Isa (as) era musulmán y hablaba arameo, el profeta Buda (as) era musulmán y su lenguaje tenía mucho que ver con el silencio.
El Qur’án nos dice que "todos los pueblos tuvieron sus profetas", en "todas las lenguas". Así pues, todos los idiomas son el lenguaje de la revelación, todos pueden expresar el islam, las verdades eternas que están más allá de todas las palabras. Solo hay que mirar al cielo para comprender que la revelación está más allá del lenguaje humano, "en una tabla resguardada", que la lengua es tan solo un vehículo de comunicación, un instrumento que Al-lâh nos ha dado para poder nombrarlo, para convocarnos.
El propio hecho de hablar es algo misterioso. No es que las palabras sean paradójicas, es que la propia existencia del lenguaje (nombrar las cosas) es una paradoja. Por un lado, nos acerca a aquello que nombramos, nos pone en conexión con lo que nos rodea. Por otro lado, nos separa en alguien que nombra y lo nombrado. La cosa está y no está en la palabra que la dice 7.
Así, nombrar a Al-lâh es habitar en esa paradoja, experimentar el propio carácter insondable de una Realidad que es al mismo tiempo completamente trascendente e inmediata, una lejanía total que se hace presente en el instante de la revelación. Y eso sirve tanto para el árabe como para el castellano. No aceptamos diferencias esenciales. No hay una dicotomía idioma-puro/ idioma-impuro con el que constreñir la espiritualidad humana, sino que la mente de nuestros autores está poseída por el demonio (o la utopía) del lenguaje, de un "decir puro", que logre expresar de una manera definitiva las verdades eternas. Este lenguaje, en verdad, no es sino la propia revelación: un decir inmediato, contradictorio, ignoto, intempestivo, abierto, en el cual puro e impuro se han compasionado.
Elogio de la lengua madre
La lengua castellana es la lengua de la revelación, la lengua que hablaron Adán y Eva en el paraíso. Y esto es así porque esta es la lengua más cercana a nuestra naturaleza primigenia, a nuestra fitrah... Con esto estamos de vuelta desde el sueño dogmático a nuestra propia casa. El islam es naturaleza, no una religión árabe ni beduina, sino algo interior al ser humano.
Se habla mucho de la polisemia de la lengua árabe, así como de su funcionamiento por familias. Lo mismo podemos decir del castellano, tal y como hemos visto al analizar la trílitera hamça-mîm-nûn y su conexión con la familia semántica fianza-fiado-confianza-lealtad-seguridad-protección-depósito-fe, toda una serie de palabras cuyos significados se relacionan entre sí. Esta es una familia de significados, pero también existe un amplio campo de correspondencias entre las palabras a través de sus sonidos.
Fijémonos en la extraña familia pared-pareja-partir-paireja-parto, palabras aparentemente inconexas y sin embargo formando un amplio juego de significaciones. La pared es el límite que separa a los dos polos de la pareja, en un adentro y un afuera. Al mismo tiempo, la pared preserva la intimidad de la pareja. La pareja es el par, la unión de los contrarios, que se resuelve en parto, nacimiento y punto de partida.
El parto es la separación del Uno, de la indistinción del útero materno. Todo parto implica la creación de las parejas madre-niño, Creador-criatura. La pared misteriosa que une y que separa. Partir también significa se-pararse, dejar de estar parado. Y además, están las pairejas, que son las paredes que se construyen en los cerros. Pairejas, paredes para pájaros.
Cuando con un cuchillo parto el pan en dos mitades, son dos mitades para la pareja. En este caso, partir es una bendición. Las dos partes del par comen el mismo pan partido. Así pues, la pared era el cuerpo y el pan era la llave.
¿Adónde nos lleva la pareja? Emparejarse es aparearse, copular. Unirse las dos partes de la pareja, romper con la pared que nos separa. La cópula es la copla o el cuplé, la acción donde se unen el ritmo y la palabra, la música y el lenguaje. En francés y en inglés se utiliza la palabra "couple" por pareja. Y una cópula es una cúpula, una corona puesta sobre un edificio, espacio donde copulan el cielo con la tierra, donde las paredes del edificio se hacen una, como un punto de partida al infinito.
Hay más. Dos cosas que van parejas van en paralelo. Separar las dos partes de la pareja es negar el parto, el propio punto de partida. Parejo significa al mismo tiempo parcial y semejante. Dos partes de un todo, que se completan entres si, y cuya semejanza los convierte en uno. La copula es corona.
Esta familia de sentidos y sonidos es inagotable, y se relaciona con el conjunto de la lengua de un modo orgánico. Así, la familia pared-pareja-parto-paralelo tiene que ver con la familia cópula-cúpula-copla-acoplar. Estos ejemplos no son una excepción: la riqueza de la lengua castellana es abrasadora. Podemos fijarnos también en la palabra asombro, caer en la propia sombra, que está relacionada con las palabras sombrero-hombro-nombro-sombra-asomar-sumar, entre otras.
Otro hermoso ejemplo es el recuerdo. Recordar, hacer memoria. Re-cordar, a-cordarse con: ponerse de acuerdo es volver a la cuerda, al corazón como morada. Volver a tocar el acorde, palabra que significa al mismo tiempo "nota musical" y "algo con lo que se está conforme", con lo que uno se siente en consonancia. Consonancia: equilibrio, relación, concordia. Atemperarse: dar con el tempo justo, concepto musical de la memoria. Para los que hablamos castellano, el recuerdo es indisociable del a-cordarse al ritmo de la Creación, una corazonada que nos une a lo indiviso. La música de las esferas.
Otra palabra relacionada con "re-cuerdo" es "miseri-cordia". Corazón misterioso, miseria que se a-cuerda. Cordia: cordialidad, cuerda, corazón. La cordialidad es el lazo entre las criaturas, la cuerda que ata (empareja) de corazón a corazón. Mísero-místico-misterio. Sólo un corazón mísero y vacío nos armoniza, nos compasiona y pone de acuerdo con el todo. Ponerse de acuerdo, entrar en la misma cuerda, acordarse, recordar nuestro origen común. Todo acuerdo entre dos partes es una pareja, y toda pareja es un equilibrio de contrarios. Todo acuerdo sincero es un recuerdo.
Misericordia es com-pasión: pasión compartida, la simpatía o empatía que une las cosas entre sí. Cordialmente, místicamente, misteriosamente. Se trata de la ciencia de las concordancias, de la analogía universal, que se expresa de un modo cristalino en la lengua castellana, vehículo de la revelación. Todo es sinónimo de todo. Un sinónimo es un término parejo. Todo simboliza con todo.
La misericordia es el misterio del corazón que ata, que se a-cuerda, se empareja. La misericordia es un cántico increado, que nos aniquila como criaturas. La pasión compartida que la cópula corona. Así, el cuerpo miserable, la pobreza del que lo entrega todo. La pared derribada, el cuerpo ya se ha ido, el cuerpo de luz se prepara para la resurrección. Así, el cuerpo miserable abre una cúpula en el cielo, que es el propio cuerpo cuando se compasiona con el otro, cuando es aniquilado y se une a su pareja. Es el punto de partida, la unión de los contrarios en nuestro corazón mísero y vacío. La misericordia que nos pone en simpatía con el todo. Compartimos una misma pasión, partimos de lo mismo. Parimos de lo mismo.
Placer es pacer, placenta, placentero, plaza. Una plaza es un espacio abierto, una placenta compartida. La tierra es terrible, el mundo es mundano, pero nacemos a la presencia, a la simpatía de nuestros semejantes en la plaza. La plaza es una placenta para la tierra que ha dejado de ser terrible merced a la misericordia, al acordarse de los corazones compasionados en la plaza. El ágora es la plaza, la construcción de un mundo compartido. Lo común, comunidad. Pacer, placer, hacer las paces en la plaza.
El arrepentimiento es el retorno, volver a circular, volver al torno. Un torno es un cilindro, y uno de los sinónimos de volver es tornar: retornar, volver a dar vueltas en un cilindro, en torno al eje, en torno a lo común, en torno a lo a-cordado. Lo que hemos acordado lo hemos recordado. No era nuestro, se trata de algo que esta ahí. Un torno es una caja giratoria. Re-tornar, girar como un derviche. Salir de lo cerrado y volver a la plaza como placenta compartida.
Comunidad, unidad común. Compasión comunicada, esencia comunicativa del lenguaje. Lo común es lo único de cada uno, lo único es Al-lâh, Presencia compartida.
Someterse (ser musulmán) es volverse a meter, re-tornar, entrar de nuevo en el cilindro o torno. Volver a girar en torno a lo común, alrededor de nuestro origen compartido. Entrar en el acorde, acordarse, atemperarse, com-pasionarse, em-parejarse, re-tornarse al Uno a través de lo común comunicado. Salirse del terror de lo mundano y entrar en el cilindro, en el ritmo del sol sobre la tierra…
Someterse es meterse conscientemente en la Creación de Al-lâh el Altísimo. Salirse de los límites de lo mundano a través de la misericordia, para entrar plenamente en el acorde: la música de las esferas. Sólo en la compasión Al-lâh nos mete y nos somete, nos mece y nos somece.
Podríamos seguir al infinito. Estas son solo algunas palabras de la lengua castellana a través de las cuales el Mensaje del Qur’án se nos regala. No su cáscara vacía de tan pura, sino su contenido, lo que nos conecta con el todo. El castellano es un espejo de la Creación, su signo más preclaro. Estamos siempre diciendo mucho más de lo que imaginamos, aunque muchas veces pensemos ser mundanos. No sé si el árabe es más rico o no que el castellano, pero sé por experiencia que la riqueza del castellano es inagotable. Siendo así, es capaz de recoger en su seno una profundidad de significaciones insondable, reflejar la propia Creación de una manera transparente. En realidad, el carácter abierto de la lengua castellana la hace capaz de constituirse en el vehículo idóneo de la revelación que Al-lâh opera sobre el mundo. Como cualquier otra lengua: todo depende de su uso, del grado de conciencia.

Notas
1 Tema de un magnífico libro de Umberto Eco: A la búsqueda de la lengua perfecta, al cual remitimos a todos los que quieran profundizar en este tema.
2 Al que visitó en su Paraíso, XXVI, 124-138.
3 También es habitual en Hafsawi: "Un concepto islámico, cuando es traducido, pierde sus implicaciones en su lengua original".
4 En su Estética in nuce. Hamman, por cierto, estudió árabe.
5 Citado por Isahia Berlin, El mago del Norte, ed. Tecnos, p. 155-163.
6 Para eso tiene que partir y parir, dar a luz desde la placenta del lenguaje.
7 En sus Viajes de Guliver, Jonathan Smith propuso como solución a los problemas del lenguaje que los hombres llevasen consigo las cosas que tenían que nombrar, y así se evitarían muchos malentendidos.
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