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domingo, 29 de diciembre de 2013

Talibán, ayer y hoy 30/10/2001 - Autor: Juan Carlos Galindo

Talibán, ayer y hoy

30/10/2001 - Autor: Juan Carlos Galindo
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Génesis del movimiento integrista afgano y complicidades internacionales
En Afganistán la esperanza de vida se sitúa en los 43 años. Sólo el 29 por ciento de la población tiene acceso a los servicios sanitarios y el 12 por ciento dispone de agua potable. Doce millones de personas se encuentran en una situación crítica.
Desde 1979, 400.000 afganos han muerto a causa de las minas. En el país existen más de un millón de mutilados. Los puentes, túneles y carreteras están destruidos. Veinte años de guerra civil han eliminado las estructuras básicas de supervivencia. Kandahamar, segunda ciudad del país y en la actualidad centro neurálgico del poder talibán, era famosa por sus extraordinarios cultivos. El régimen soviético, que ostentó el poder de 1978 a 1989, taló la mayor parte de los árboles y destruyó los sistemas de irrigación (hoy inservibles en gran parte del territorio afgano).
El analfabetismo afecta al 90 por ciento de las niñas y a más del 60 por ciento de los jóvenes varones. El cierre de escuelas es una de las primeras medidas que adoptan los talibán cuando conquistan una ciudad. Tres meses después de la captura de la capital, Kabul, los talibán cerraron 73 escuelas de la ciudad y la universidad. Antes de la conquista talibán en Herat, centro histórico de la cultura en Asia Central, 45.000 niños estudiaban en las escuelas de la ciudad. Los talibán las cerraron todas. Su intransigencia y el deseo de imponer una interpretación radical de la sharia (ley islámica) han llevado al país a la feudalización. No quedan profesionales, ingenieros, cuadros técnicos. Han huido. Los burócratas que no perteneciesen a la etnia pashtun fueron sustituidos. La administración no funciona. No parece que el régimen feudal talibán la necesite. El secreto y la arbitrariedad son las notas predominantes en el funcionamiento del gobierno. El país tiene hipotecado su futuro, su desarrollo.
Los dirigentes de este régimen, educados en las madrasas (escuela islámica que imparte enseñanzas religiosas) de Paquistán y el sur de Afganistán no conocen nada más allá del Corán. No conocen la cultura y la historia de su país, no conocen más que la guerra, el odio y la barbarie. Hoy dominan más del 90 por ciento del territorio. Mohammed Omar, "príncipe de los creyentes", es el jefe supremo del Ejército y del Gobierno. Nada puede hacerse sin su consentimiento. En 1996 convirtió su poder en divino al envolverse en el manto sagrado de Mahoma y conseguir un juramento de fidelidad de los mulas (directores tradicionales de las oraciones en las mezquitas locales). Sin embargo, sólo ha salido una vez de Kandahar desde 1996. Es decir, gobierna un país que no conoce.
Las ejecuciones públicas, los viernes en el estadio de la capital y la salvaje y diaria represión y subyugación de la mujer no son sino dos expresiones de su brutalidad teocrática.
El enfrentamiento contra el resto de los señores de la guerra fue especialmente cruel. Por ambas partes. En un principio los talibán contaron con el apoyo de ciertos sectores de la población. Ofrecían seguridad, llenaban el vacío político dejado por los señores de la guerra y garantizaban un descenso de los precios en los alimentos básicos. Sin embargo, el progresivo dominio de las treinta provincias afganas tuvo como resultado la muerte de miles de civiles. La destrucción, el pillaje y el contrabando se convirtieron en actividades habituales de las tropas talibán. Mazar-e-Sharif, ciudad situada al norte de Afganistán, es el paradigma de esta crueldad. Allí sufrieron los talibán, en 1995, su derrota más significativa. Su venganza, dos años después, no sólo la sufrieron los mercenarios uzbekos del general Dostum, sino toda la población: niños, mujeres, jóvenes.
Poco le importó, durante años, a Occidente. Menos aún a Estados Unidos. De 1992 a 1996 el gobierno norteamericano hizo caso omiso de lo que ocurría en Afganistán. La caída del régimen soviético primero y de sus aliados después restó interés, aparente, a la zona. Presa de una falta de estrategia política en la región y de los intereses de explotación de los inmensos recursos minerales y fósiles de estos países, Estados Unidos siguió la política de sus aliados en la zona: Arabia Saudí y Paquistán. Ambos países proporcionaban armas, dinero, vehículos y formación religiosa y militar a los talibán. El fácil acceso de niños y jóvenes estudiantes de Paquistán al frente afgano supuso una fuente esencial para las tropas talibán. Así pasaron de ser una pequeña fuerza pashtún del sur del país en 1994, a rivalizar y al fin vencer, en 1996, al resto de los señores de la guerra.
Tan sólo resisten las fuerzas del general Masud (que puede haber muerto el pasado martes once de septiembre), muyahidin contra los soviéticos, señor de la guerra y mercenario del régimen pos-soviético de Kabul. Hábil estratega militar y pésimo político, nunca fue capaz de conseguir una alianza plena con el resto de los señores de la guerra. Era el único que podía, pero nunca recibió el apoyo occidental. Masud, recibía sus recursos de otras fuerzas regionales: Irán, India, Rusia,Turkmenistán... etc. Pero los intereses y odios particulares dispersaron los recursos entre otros señores de la guerra (Dostum, Ismael Khan y Hikmetyar), no fue posible la unión y los talibán se impusieron.
La política de Occidente en Afganistán fue desastrosa y la reacción tardía. Francia y Estados Unidos consideraron positiva la toma de la capital por los talibán en septiembre de 1996. No es una excepción. El gobierno de los Estados Unidos obvió el trato que recibían las mujeres afganas y no criticó la despiadada crueldad de los talibán. Consideraban que el avance de sus tropas favorecía al proyecto de la petrolera Unocal (que condicionaba los plazos de concesiones con sus aliados de "Gent-Gas" a la pacificación del territorio). Además, la política anti-iraní y anti-chiíta de los talibán no dejaba de agradar al gobierno norteamericano.
El apoyo de los norteamericanos a los muyahidín más radicales durante su lucha contra los soviéticos (más de 3.000 millones de dólares en diez años) acabó con las opciones moderadas de Mohammed Nabi Mohammedi y Younis Khalis, que dirigían partidos de base tribal alejados del integrismo islámico. El triunfo de los talibán supuso el fin del sufismo y la imposición del odio racial, étnico y religioso por encima de la tradición moderada de los suní hanafi (secta a la que pertenece el 90 por ciento de los afganos).
Durante los años en los que Estados Unidos apoyó, financió o permitió la acción de los talibán, éstos proporcionaron refugio al fundamentalismo islámico internacional, permitieron la creación de los afganos árabes (musulmanes llegados de todo el mundo para luchar al lado de los talibán) y su posterior conversión en "Al Qaeda" ( La Base). Su líder, Osama Bin Laden, organizó campos de entrenamiento financiados por Arabia Saudí y fondos norteamericanos.
En 1996 (después de su expulsión de Arabia Saudí y Sudán), Osama Bin Laden, lanza la primera declaración de yihad (guerra santa a los infieles) contra los Estados Unidos. Desde 1995, la CIA vigilaba sus actividades a través de una célula especial. Demasiado tarde: ya se habían creado campos de entrenamiento terrorista en Sudán, Yemen, Somalia, Egipto y ramificaciones en la yihad egipcia y el GIA argelino entre otros. Se suceden los atentados. Después la reacción: recompensas, ataques al refugio de Bin Laden en Khost (Afganistán), negociaciones para su extradición. Nada sirve, se han creado estructuras de odio demasiado fuertes.

Hoy, los talibán no son ya la opción válida en el gobierno afgano. Ahora se denuncian las violaciones de los derechos humanos que sufren las mujeres afganas, la destrucción de los budas de Bamiyan (en vez de denunciar el exterminio de los afganos hazaras de Bamiyan años antes a manos de los talibán). Hoy, los muyahidin ya no son los ideales "luchadores por la libertad", como los denominaba el New York Times en la década de los ochenta.

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