Emergencia, grandeza y miseria de la globalización
01/02/2006 - Autor: Hashim Cabrera - Fuente: Webislam
La aceleración de los cambios sociales y las transformaciones identitarias, inherentes a la extensión de la red tecnológica y de los mercados, nos ayudan a percibir los rasgos sobresalientes del nuevo paradigma. Ahora podemos ver con claridad que las viejas identidades no resisten mientras las rancias estructuras de poder se derrumban como castillos de arena lamidos por las olas de la marea de la información, desveladas ya las alegorías y los mitos en la biblioteca virtual, accesibles a una creciente ciudadanía global.
Como dice Amina Teslima Al-Yerraji, vivimos “en una era de cambios estructurales en la conciencia del cuerpo místico de la especie, y uno de ellos es que el gobierno de los hombres y la concepción jerárquica de la organización social fenecen”. La estructura social cambia y, con ella, cambian las relaciones de poder, las pautas de relación interpersonal, y la propia concepción del ser humano, de su naturaleza y su papel en la sociedad y en el cosmos.
En principio, eso que llamamos globalización tiene un claro cariz mercantilista. El poder multinacional nos vende la extensión y unificación de los mercados y la libre competencia, como formas idóneas de globalización, a sabiendas de que no tiene competidores, de que esa apertura y liberalización le favorecen claramente. Para extender los mercados ha necesitado crear una red de comunicación global, una vía de intercambio de información planetaria. Pero esa misma red está asumiendo ahora un papel crecientemente crítico con ese poder, por un lado, y por otro está articulando una forma de organización descentralizada, que en muchos casos escapa al control de las instancias dominantes, a la forma de pensar y de concebir el mundo que propone e impone ese poder. La red está implementando la creación de una sociedad civil global y universal.
Aparecen entonces sobre el tapete las disonancias, a la vista de quien quiera oírlas y palparlas. El poder —la instancia que impone el consenso, la visión y, paradójicamente, eso que se considera la actitud ‘razonable’, pragmática— se enfrenta a su propia contradicción interior, al vaciamiento de su discurso, desasistido de una ciudadanía global cada vez más refractaria y ajena a sus excusas y propuestas.
En situaciones de este tipo se han gestado siempre las guerras y las figuras de los enemigos. Así los imperios han tratado de defenderse de los pueblos, magnificando las diferencias para más tarde diluirlas en un pensamiento único y homogéneo, más fácil de gestionar y procesar. Pero la forma en que definimos a nuestros enemigos es, tal vez, nuestra mayor vulnerabilidad, la que dice más de nuestros miedos, la que nos deja más desnudos ante los otros. Así, por ejemplo, si observamos detenidamente la construcción mediática del fenómeno Al Qaida —cómo los halcones neocon la han definido y explicado hasta la saciedad— podremos advertir dónde residen sus verdaderos miedos, su terror, el talón de Aquiles de su visión y de su pensamiento.
La inteligencia imperial ha definido a Al Qaida como una red de células autónomas que actúan sin un ideario más allá de una doctrina religiosa simplista y sin que necesariamente tengan una relación física entre sí. Parece casi una definición estructural de Internet, de la forma de comunicación y relación que está propiciando la red. Tal vez ahí resida el verdadero miedo, el auténtico terror de una élite que hoy, en medio de una transformación sociocultural tan pronunciada, se siente aún más separada y alejada de la humanidad, de esa humanidad que hasta ahora ha vivido bajo su paraguas alienante y protector, legitimando con ello toda una forma de entender el poder y de diseñar la vida social y las pautas existenciales.
Lleva toda la razón Amina Teslima cuando habla de un cambio en la conciencia de la especie, un salto en la percepción y en la visión que los seres humanos tenemos de nosotros mismos y del mundo. Pero resulta sorprendente la energía emergente, la fuerza de este nuevo paradigma que se está expresando ya en todas las esferas y biotopos humanos. Emerge la reflexión sobre las consecuencias de una manera de vivir y pensar. Emergen también las grandes preguntas seculares. Aparece Dios en la escena contemporánea cuando quienes trataron de ocultarlo lo daban ya por perdido. Aparecen las religiones, las tradiciones, los valores…
Y uno, que trata de ver entre las formas y apariencias de las cosas, comprende entonces que no es casual que la dialéctica del poder contemporáneo se haya establecido entre un occidente posmoderno, ideológicamente agotado, y un islam que muestra signos claros de emergencia y revitalización. Por lo mismo que dijimos antes, por los contenidos que revelan los miedos irracionales.
Miedo a la superioridad cultural y civilizacional del islam en un contexto de igualdad de derechos y oportunidades en la aldea global. Miedo a que el islam frene unos exagerados privilegios, una posición dominante, y no por las armas sino por la civilización y la cultura. Miedo a que el islam sirva al despertar del rebaño, que promueva la libertad de conciencia y los valores, que propicie una forma de vida más justa e igualitaria. Ese es, tal vez, el verdadero miedo, no ese otro terror bélico y mediático que ha sido tan cuidadosamente diseñado.
Pero ahora de poco le sirven a ese poder las escenificaciones. Sólo le ha quedado el recurso a la confrontación, a la guerra, a la destrucción, y por eso ha tenido especial cuidado al diseñar el escenario más conveniente a sus estrategias de pervivencia. Necesitaban un islam acorde a sus planes, feo, anacrónico, inaceptable incluso para los musulmanes, y montaron la obra apocalíptica y terrorífica de Al Qaida. Pero les está saliendo muy mal porque la red se revela con un pensamiento y una acción propias, y las maneras de pensar están cambiando a ritmo de microchip. Las relaciones humanas se intensifican y el diálogo, el intercambio de información, produce frutos.
Evidentemente, desde una concepción jerárquica del conocimiento, de la cultura y la civilización, la eclosión de la conciencia ciudadana, de la libre expresión y del intercambio intelectual, pueden aparecer como anarquía, como la espuma inevitable que sobrenada en la marea global, como un efecto colateral de esa misma marea. La presión que tradicionalmente se ha ejercido sobre la Ummah para que se constituya en iglesia, invocando el pretexto de favorecer la interlocución y el diálogo, es una prueba más de que el poder necesita de estructuras sociales muy definidas y jerarquizadas para gestionar su continuidad, su status quo.
Resulta así muy significativo que exista una coincidencia tan cabal entre las formas sociopolíticas del islam real, de base, transcultural, y la emergencia de una forma de comunicación que, precisamente ahora, se revela como una plataforma de crítica y contestación tan grande e intensa que amenaza a las propias estructuras del poder, y que comienza a constituir alternativas. En este sentido, los tiempos favorecen claramente al islam y a los musulmanes porque los musulmanes sabemos que el islam es responsabilidad en libertad, y esa es precisamente una de las actitudes que promueve un medio como la red. Los musulmanes sabemos, además, que en una sociedad con igualdad de oportunidades (económico-laborales, ideológico-culturales y de expresión mediática) el islam tiene asegurada su difusión y extensión global. Tal vez esa realidad, fácilmente constatable por la historia, esté detrás del miedo que ha llevado a determinados poderes a escenificar una contemporaneidad apocalíptica.
Todo esto aparece aún con mayor claridad si observamos los análisis que se hacen en los medios sobre temas como la libertad de expresión. Las caricaturas ofensivas del Profeta aparecidas en la prensa de Dinamarca no han generado atentados terroristas o actos xenófobos, sino un boicot comercial que afecta profundamente a la sociedad danesa. Ese boicot, esa organización espontánea de la sociedad civil en los países de mayoría musulmana, no sería posible sin la red. Ahora da la impresión de que la respuesta a determinadas agresiones y ofensas no parte de los estados e instancias del contrapoder o del poder local delegado, sino de la propia sociedad civil, de la Ummah, y este hecho inédito, en sí mismo, es mucho más islámico, más acorde a la realidad de los musulmanes que ya no se sienten tan representados por sus gobiernos ni por sus líderes. Lo que está ocurriendo en la Ummah está haciendo que ésta se convierta involuntariamente en una referencia del nuevo paradigma, de la emergencia de una sociedad civil global entre los restos del naufragio imperial.
La repulsa de algunos líderes musulmanes a la representación del Profeta, cuando muchos de ellos se sirven de la iconografía y de la imagen en sus estrategias de adquisición de poder, aparece entonces como falta de coherencia, como flagrante y paradójica contradicción, sin ninguna fuerza o legitimidad política. Retratos de reyes y gobernantes que nos recuerdan la omnipresencia del Gran Hermano de turno, al modo en que, durante los años del franquismo, vivimos los españoles una forma cutre de lo que hoy denominamos cultura de la imagen o sociedad del espectáculo.
Sin embargo, ahora la respuesta surge de una sociedad civil que cuenta con una estructura de comunicación abierta y flexible. Los musulmanes asistimos a la emergencia de un nuevo paradigma como protagonistas fundamentales, no como los fundamentalistas de una caricatura de diseño. Estamos cruzando desde el paradigma de la confrontación, la polaridad y las definiciones interesadas hacia un espacio de encuentro capaz de sostener una alianza real de culturas y civilizaciones. Eso es lo que más debe temer el viejo poder, el que se aferra a las más grotescas formas del patriarcado sociopolítico. Eso es lo que el padre autoritario teme más, la mayoría de edad de una humanidad que ahora puede, al fin, resarcirse de todos sus abusos.
Los musulmanes sabemos, por nuestra propia experiencia, que el islam implica la resolución de las formas sociales históricas, que al matriarcado y al patriarcado, es decir, a las formas jerárquicas de concebir la sociedad y la cultura, ha de suceder finalmente el fratiarcado, la sociedad igualitaria, la Ummah horizontal y justa que promueven tanto el Corán como el ejemplo del profeta, la paz y las bendiciones sean con él, por más que se empeñen en negarlo quienes ahora pretenden dilatar la agonía del viejo y obsoleto paradigma.
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