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sábado, 1 de febrero de 2014

Hábitos, monjes y mipsters

Hábitos, monjes y mipsters

01/02/2014 - Autor: Abdul Haqq Salaberria - Fuente: La Tribuna del País Vasco
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Fleuri Paramita, diseñadora malaya que marca tendencia en la moda con su marca FLEURÉ. http://instagram.com/fleuriparamita
Recientemente los informativos de RTVE dedicaban un reportaje a los mipsters (palabra formada de Muslim + Hipsters) a los que calificaba de “nueva tribu urbana que marca tendencia, sobre todo entre las jóvenes”. Tanto los sectores más progresistas como los más conservadores dentro del mundo islámico consideran esta nueva filosofía urbana una frivolidad. Sin embargo ellas presumen de haber roto los estereotipos sobre el hiyab y la mujer musulmana, y sobre la incompatibilidad de Islam con la modernidad, la diversión, las vanguardias y la moda.
Yo conozco muchas jóvenes musulmanas que pudieran encajar en el perfil de una mipster pero que ni siquiera saben qué es eso.
El asunto merece una reflexión, más allá de las consideraciones culturales de lo que se cuece en las subculturas urbanas principalmente norteamericanas y europeas, pero también en grandes ciudades de todo el globo. Sobre todo interesa en cuanto a las intensas y variopintas interacciones entre cultura y religión.
El hábito no hace al monje, ni la espada al caballero. Ponerse un hiyab no significa necesariamente ser buena musulmana, igual que no ponérselo no significa ser mala musulmana. Lo mismo sucede con la barba o los atuendos masculinos. Pero vestirse a la última tampoco te hace moderno e inteligente, ni el hip hop, ni el rap, ni surfear, ni saber moverse como un traceur que practica el parkour, el arte del desplazamiento en entornos urbanos, unos verdaderos acróbatas que provocan mi más aturdida admiración. A veces los platos más apetitosos no son los más interesantes para nuestra salud.
El hiyab tiene una función religiosa como la tiene la barba: pasar completamente inadvertido. O mejor aún, que no sea lo externo lo que nos defina, sino lo interno.
Hacer del hiyab una reivindicación política o estética no tiene nada que ver con el Islam sino con las culturas urbanas de nuestro tiempo. Como poner de moda las gorras militares soviéticas no significa una reivindicación del comunismo.
La belleza no está reñida con la espiritualidad, al contrario, es una manifestación natural de la misma. Tampoco el puritanismo y el rigorismo formalista tienen nada que ver con la espiritualidad. No hay que afear, tapar, prohibir o abstenerse para evitar el “pecado”, sino mantenerse en la virtud, con un centro sólido y sin miedo al mundo.
A nadie le amarga un dulce y resulta más atractiva, a simple vista, una joven que viste el hiyab con desenfado y a la moda que una que se lo pone como el hábito de un convento. Pero de ahí a reivindicar algún significado espiritual en ambas estéticas hay un abismo. Sólo es comprensible culturalmente.
Del mismo modo que a un modelo le pongas la ropa que le pongas le sienta bien y esa misma ropa en una persona normal puede quedar horrorosa, a una persona que ha embellecido su interior, los trapos ni le afean ni la vuelven más bella, es ella la que ilumina con su presencia cualquier expresión de su físico. Podemos pintarnos los ojos pero no podemos recrear su brillantez. Podemos dominar la retórica pero de nada nos sirve si no tenemos algo interesante que decir.
En cierta ocasión una mujer marroquí, vecina de Donostia, que normalmente no llevaba hiyab, decidió ponérselo. Cuando fue a hacer la compra en el supermercado sintió la mirada de todas las personas de su entorno. Hasta los vigilantes de seguridad dieron prioridad a sus evoluciones entre las estanterías. Se sintió tan observada que decidió no volver a ponérselo nunca. ¿No es la esencia del hiyab cubrirse para no llamar la atención? En este caso su hiyab era quitárselo. Pero habrá mujeres que defiendan que “lo que piensen los demás está de más” porque se trata de agradar a Allah, no a los hombres. Bueno, sí, es verdad. Pero también es verdad que hay que saber convivir en paz y armonía con los demás. Eso también agrada mucho a Allah. La compasión no es sinónimo de sumisión y es una autopista sin peaje hacia el crecimiento espiritual.
En cierto modo, la forma de llevar un hiyab por una mipster es sinónimo de no llevarlo. Porque es como decir “Antes muerta que sencilla”. Lo que lleva puesto es un bello complemento de moda que no dice nada de sus creencias religiosas sino de su refinamiento estético, de su elegancia, de su feminidad y de su libertad. Y desde luego, está ahí para ser visto no para pasar desapercibido.
No debería de importarnos tanto qué es lo que queremos decir con nuestro aspecto sino lo que los demás interpretan al verlo y, sobre todo, cómo les afecta. ¿Es comprensible que una mujer que va enseñando sus preciosas y alargadas piernas diga que no lo hace para que se las miremos los demás, que lo hace porque le gusta vestir así? No se lo cree ni ella. Seducir es un arte muy sutil. Pero del mismo modo que no podemos exigir a nadie que se vista de una manera determinada, tampoco podemos exigir a nadie que aparte la vista cuando nosotros pasamos y, además, ser tan hipócritas de decir que no lo hacemos para que nos miren, sino para sentirnos guapos y a gusto con uno mismo. ¿Cómo se siente uno guapo si no es a través del reconocimiento de los demás? ¿Con un espejito mágico?
Nos encanta seducir. ¡Cómo no! Pero eso tiene un precio. Querer la miel sin que te piquen las abejas es de necios. Es como cuando los famosos pretenden proteger su intimidad cuando han estado explotando su imagen pública sin ningún rubor.
Me gustan las mipsters, me gusta mucho cómo visten y se mueven por la viada, esa sensual alegría de las mujeres sin complejos. Siempre es más sano que cubrirse con un saco de riguroso luto. Pero hay que circular entre ellas como si fuera un campo de minas porque pueden estallar en cualquier momento y encima echarte la culpa a ti por haberlas pisado.


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