Terrorismo en Egipto: una realidad y una falsedad
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Tras el
ejercicio de forzado ilusionismo político que ha supuesto la aprobación de la
Constitución, los actuales gobernantes egipcios creen haber encarrilado el
proceso a favor de sus intereses.
En su
afán por asentar un nuevo orden- que es, en realidad, el viejo orden de siempre-
los militares (y sus ocasionales compañeros de viaje) parecen ahora centrados en
tres líneas de acción.
Por un
lado, en el ámbito exterior, confían en lograr al menos la aceptación
pasiva de su poder por parte de la comunidad internacional. Conscientes
de que, como ocurre desde hace décadas, son vistos como los garantes de la paz
con Israel y del libre tráfico por el Canal de Suez, buscan ser aceptados
nuevamente en el escenario internacional. Así se lo ha indicado
ya Washington, reactivando la ayuda militar, y así lo muestran
gestos como el de la monarquía saudí, ofreciendo otros 4.000 millones de
dólares (que se suman a los 12.000 comprometidos ya por Riad y otras
capitales del Golfo) para sostener la depauperada economía nacional. La
Unión Europea, mientras tanto, con su reiterada indefinición para
adoptar una línea de acción común, acorde con sus propios (y solo teóricos)
principios de defensa de los valores democráticos y de respeto de los derechos
humanos, también parece dispuesta a avalar los hechos consumados tras el
golpe de Estado del pasado verano.
En el plano interno, el esfuerzo principal se reduce a
consolidar la elevación del hombre fuerte del ejército a los altares de la
presidencia. Para ello, en
paralelo a una impresionante operación mediática que lo presenta como un
salvador de la patria, Abdel Fatah al Sisi ha sido ascendido, con el
refrendo del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, al grado de mariscal de
campo. Eso le permite, siguiendo un modelo ya ensayado en Pakistán hace
décadas, encaramarse por encima de cualquier otro uniformado, tanto para poder
nombrar a un nuevo ministro de defensa (ya comienza a sonar con fuerza el nombre
del teniente general Sedki Sobhi)- cuando tenga que abandonar
la milicia para presentarse como candidato presidencial-, como para reservarse
una teórica autoritas sobre cualquier posible competidor futuro cuando
ya ocupe el palacio presidencial.
Esto hace
prever que Al Sisi llegará a la presidencia, no tanto por elección como
por aclamación popular, investido de un poder que nadie ha tenido en
Egipto desde la legendaria figura de Gamal Abdel Nasser. Pero
ni aún así podrá curar las profundas heridas sociales y políticas que han dejado
las revueltas de estos últimos tres años, ni mucho menos solucionar los graves
desequilibrios económicos que arrastra Egipto desde hace mucho tiempo.
También él, en no mucho tiempo, tendrá que enfrentarse a las críticas que
deriven de su incapacidad y falta de voluntad para alumbrar un Egipto próspero y
democrático. Y entonces volverá a cobrar sentido la sentencia de que “más dura
será la caída”, no solo para él sino para todos los egipcios que hoy confían sin
fundamento en su varita mágica.
Por
último, es igualmente prioritario mantener el esfuerzo de erradicación
del entramado que conforman los Hermanos Musulmanes (HH MM), insistiendo hasta
la nausea en que se trata de una organización terrorista. El ejemplo más
reciente de este empeño es calificar al grupo yihadista Ansar Beit al Maqdis
como el brazo armado de los HH MM. Este grupo, aparecido en 2011 en el
Sinaí como ejecutor de puntuales acciones violentas, ha evolucionado hasta
convertirse hoy en una nueva franquicia de Al Qaeda. Si ya en
septiembre pasado fue responsable del intento de asesinato del ministro de
interior,Mohamed Ibrahim, posteriormente ha sido capaz de
asesinar al teniente coronel Mohamed Mabrouk, experto en
contraterrorismo (17 de noviembre) y más recientemente de atacar con
un coche bomba la sede de la Dirección General de la
Seguridad (24 de enero) en plena capital, y de atentar contra
el gasoducto que se extiende al sur de El Arish (28 de enero). Su
última acción ha consistido en el asesinato del general Mohamed
Said (28 de enero), ayudante del ministro de interior, en una nueva
muestra de que sus capacidades han aumentado significativamente hasta el punto
de no circunscribirse a la incontrolada península del Sinaí, sino también a El
Cairo y otras ciudades.
Hay terrorismo yihadista en Egipto, es tristemente
cierto y cabe prever que esa
realidad vaya en aumento. Pero la estrategia de la confusión inspirada
por los actuales gobernantes egipcios, haciendo a los HH MM
responsables de todo acto violento, es una falsedad que ni sirve para
responder eficazmente a una amenaza tan real como la del yihadismo, ni
contribuye a pacificar a la calle egipcia.
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