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viernes, 22 de abril de 2016

Espiritualidad y vida comunitaria

Conferencia pronuinciada en la Fundación Ahlul Bayth de Madrid el pasado día 16 de abril

22/04/2016 - Autor: Isabel Romero - Fuente: Webislam
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Isabel Romero.
Hablar de espiritualidad o trascendencia es hablar de la conciencia, tanto de uno mismo como de todo lo que nos rodea, de la comprensión más amplia y exhaustiva del ser y su disolución. Nacemos con el determinismo de nuestra muerte, por lo que la muerte,  junto con el nacimiento, son los dos hechos más certeros de toda nuestra existencia. De la nada al todo, en un apasionante viaje en el que primero aprendemos a diferenciarnos, a individualizarnos  para después mantener una lucha hasta el final para poder disolvernos y relativizarnos como individuos.
En ese parpadeo de alas de mariposa, cada ser humano tiene la oportunidad, al menos una vez en su vida, de abrir la ventana de la trascendencia, de romper la rutina perceptiva para asomarse a la grandeza de la Realidad Única.
Hablar de espiritualidad utilizando las palabras es tan limitante como intentar explicar el universo en una página de la wikipedia. El verbo es demasiado corto y torpe para describir la percepción de la trascendencia, el sentimiento de lo trascendente, el pálpito del corazón ante la inmensidad de la Unidad, el rapto del suspiro ensoñado por el poeta, por la mística. Quizás solo la poesía se puede utilizar para intentar explicar esa conexión, que solo podrá ser captada por aquellos dispuestos a romper las corazas y abrirse al abismo, a la inmensidad que arrebata el alma hasta el punto de dar igual vivir que morir en ese instante.
Por ello, el viaje espiritual es individual e intransferible, nacemos solos y morimos solos,  esa aterradora conciencia de la soledad que Jesús (sws) manifestaba a su Padre cuando vislumbraba el futuro, ese abismo que percibió Muhámmad (sws) cuando se hizo consciente de que el camino del conocimiento no tiene retorno y de que, como seres humanos, nos duele desprendernos del calor de lo cercano, de la suave caricia de la madre, del origen, de la historia personal, de los hijos. Es desnudarse de un traje tejido con amor y con miedo y quedar sometido para siempre a lo que se puede sentir y no se puede expresar ni compartir, a la soledad de la conciencia.
He visto y conocido a mucha gente que se ha perdido en el vano intento de perseguir la visión del otro lado, de Lo completo, y que para ello han utilizado todo tipo de medios, drogas, severos ayunos, meditación cíclica o permanente, aislamiento total del mundo,  lanzándose desde los montes para dar el salto energético que relativice la existencia, incluso durísimos castigos físicos para someter o intentar disolver el yo. En mi modesta opinión, y con todos mis respetos para cualquier camino,  el ego, mientras que somos seres de este mundo, no solo es imposible de disolver, sino que además no es beneficioso el hacerlo, pues lo necesitamos para poder soportar el crecimiento de la conciencia, lo hacemos desde nosotros, aunque sabiendo permanentemente que en realidad no somos, no existimos más allá del sueño de la vida y de la voluntad del Creador.
Nos soñamos y ensoñamos la realidad, y en el sueño también nos conectamos con el vínculo universal, con la fibra luminosa que nos engancha al flujo primigenio. Ahora, con la física cuántica sabemos que nuestras partículas se desdoblan cuando se encuentran en peligro. Una explora y la otra espera. Una vez concluida la experiencia, se vuelven a integrar y la aventurera aporta a la conciencia todo lo vivido, como una maravillosa respuesta de autoconservación.
Hemos sido creados para la vida y es un insulto no vivirla, no querer gozarla cada segundo, cada minuto, cada tramo de nuestra existencia, sin temor, pues en cada fragmento del tiempo, hasta en el más ínfimo, está Él, con su voluntad de aliento a nuestra vida.
También sabemos que en los sueños restablecemos durante unos minutos el vínculo con el TODO, y que es posible interactuar positivamente para mejorarnos, perfeccionarnos, pero que, como todas las cosas, tiene su requisito, y no es sencillo: la práctica de la benevolencia, y les aseguro que no es sencillo, y lo intento, pero quizás es de las cosas más complicadas que pueda asumir un ser humano.
La benevolencia implica la limpieza total de los pensamientos negativos, de las palabras negativas y de los actos, que no son sino las consecuencias de los dos anteriores. Todos tenemos motivos para sentirnos enojados, para sentirnos castigados por los que nos rodean e incluso castigados por Dios, y es  especialmente difícil de aceptar cuando intentamos ser buenas personas, devotas de nuestra fe, cumplidores de nuestros preceptos, y a pesar de todo eso, la sensación del sufrimiento de apodera de nosotros, nos sentimos las víctimas y nos negamos a comprender que, sin la prueba, no hay superación, no hay desapego, no hay distancia de uno mismo.
En la voluntad de Allah no hay castigo ni maldad, solo hay camino de encuentro, yihad infinita sobre uno mismo y sobre nuestro ser, y entrega consciente, activa y desapegada a esa voluntad suprema, que denominamos con muy diversos nombres para poder acercarnos mínimamente a Su Naturaleza.
“Me refugio en Él de Él”
Necesitamos refugiarnos en Él de Su maravillosa y también terrible grandeza, asumiendo que nuestra fragilidad es tan grande que solo el sometimiento a esa Verdad nos dejará confortados ante el hecho de nuestra disolución, con esta forma, con esta energía, con nuestras buenas acciones, con las negativas, con el daño causado, con el perdón no concedido, con la felicidad disfrutada y el dolor por lo que no hemos llegado a comprender.
Nacemos como una unidad completa de conocimiento, y a lo largo de nuestra existencia hacemos emerger ese conocimiento que nos viene dado, intentando integrarlo en la parte consciente, o mejor en nuestro cerebro inconsciente, que según parece tiene infinita capacidad de procesar bits de información. En el campo del consciente ya lo hemos procesado todo, las experiencias, las valoraciones, los temores, y también hemos tomado las decisiones, aunque no seamos conscientes de ello, porque la conciencia sólo actúa levantando acta del registro, como un notario interno.
Vivimos en los tiempos de la razón, que como buen censor intenta disuadirnos de que todo aquello que la supera, que todo aquello que sentimos íntimamente, no es más que una mera ficción de los sentidos, un juego de luces y sombras que nos aparta de la practicidad de la vida, existe lo que vemos, existe solo aquello que nos han codificado para comprender y aceptar, y con esos estrictos y rígidos códigos nos obligan a distanciarnos de la Única Realidad, a percibir a Allah de forma plana, como cuando observamos durante la noche el universo como si fuera un simple lienzo de luces en la mano de un buen ilusionista. Perdemos la profundidad, la inmensidad de lo creado, la maravillosa dialéctica del caos ordenado, incomprensible desde todo punto de vista para nuestras limitadas existencias, pero Allah es grande y misericordioso, y no iba a privar a sus criaturas de la posibilidad de transcender esa existencia, de vivir el desapego de la realidad inmediata, insidiosa, que nos roba todo el tiempo en mediocridades, tan molestas como necesarias para sobrevivir en la selva del Dunia.
Allah nos regala sus nombres, es Rahman, el posibilitador de la existencia, es Rahim, el que conduce a cada criatura hasta su plenitud, es Salam, el que da la paz en sí y proporciona seguridad, es Gaffar, el tolerante que recubre con un velo las torpezas; es Qabid, el que constriñe, el que aprieta, el que agobia, es Basit, el expandidor, el que alegra y proporciona regocijo, es Fattah, el que abre, el que da la victoria y deshace las dificultades, y así hasta 99 cualidades, atributos, bendiciones para los seres humanos, y una de ellas, es la de compartir la existencia con otros seres humanos. Nos invita a vivir en sociedad, a expandirnos por la tierra y conocernos en nuestra coincidencias y diferencias, y en ese ritmo de contacto social y retiro individual, tejemos las telas de nuestros afectos, desafectos, cooperaciones, construcción y destrucción del soporte compartido, del mundo como casa común, de las sociedades como proyecciones de los deseos y frustraciones colectivas, de las colectividades identitarias, de los grupos de amistad y familiares y de las relaciones íntimas, del amor privado y los afectos más secretos.
En ese contacto social se desenvuelve la vida de las comunidades religiosas, que se encuentran situadas entre las organizaciones sociales más genéricas y los planos más íntimos, más privados.
Se construyen sobre diversas afinidades: En torno a escuelas jurídicas que han desarrollado movimientos que promueven y difunden esas escuelas y sus logros, los movimientos sufíes en torno a maestros o sheikh, más conocidas como tárikas,  también en torno a identidades  culturales y/o nacionales, a objetivos socio religiosos y también de representación, que tienen en común por regla general disponer de una organización mínima sobre la práctica religiosa, los ciclos de culto y los hitos más importantes de los calendarios religiosos, disponiendo de mezquita u oratorio, y de un imam que ofrece la plegaria de los viernes y ayuda y asesora a los miembros.
La comunidad no suple en ningún caso la responsabilidad individual pero ayuda y organiza la metodología en el camino de aprendizaje, es el espacio de resolución de dudas, de contraste, en definitiva de iniciación, como cualquier otro ciclo de tránsito en la vida, y por ello, ese espíritu de ayuda y vivencia colectiva, es en muchos casos fundamental para los individuos, aunque también encontramos los ejemplos más nocivos en aquellas comunidades que, de forma sectaria, tan solo adoctrinan en verdades cerradas, en dogmas que no permiten que los individuos realicen la reflexión necesaria para asumir la responsabilidad, y quedan absorbidos en las rutinas ritualistas sin ninguna posibilidad de explorar el propio camino.
Los maestros y maestras son necesarios, los ejemplos de vida nos sirven a todos, las personas de conocimiento son fundamentales para aportar el contenido básico que ayude a construir la propia posición, el propio recorrido, pero no se puede ni se debe confundir al creyente, no se puede ocultarle en ningún caso, que él o ella son los únicos responsables de realizar el camino, que la experiencia de la espiritualidad es individual, aunque se pueden llegar a vivir momentos de trascendencia colectiva maravillosa, mucho más cuanto más libres y conscientes sean cada uno de los miembros de esa comunidad, evitando cuidadosamente los vínculos de dependencia a los que somos tan aficionados los seres humanos.
Sentirnos frágiles y débiles nos lleva a intentar vivir simulacros de convivencia, a depositar en otros la responsabilidad de nuestros actos, para después sentirnos frustrados o decepcionados cuando los otros no consiguen, porque es básicamente imposible, sustituirnos en los momentos en los que Dios nos pone a prueba, nos pone ante nosotros mismos y nuestras debilidades y tenemos que crecer hacia una nueva etapa.
Necesitamos sentir el simulacro de la compañía, y este simulacro es bueno y positivo, si conseguimos no perder la conciencia de que no es más que la benevolencia de Dios para hacernos el tránsito de esta vida algo más dulce y placentero.


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