Libro en PDF 10 MITOS identidad mexicana (PROFECIA POSCOVID)

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lunes, 25 de abril de 2016

¿Hacia dónde va Egipto?

Desde hace 5 años, la historia de Egipto, al igual que la de otros Estados árabes, ha sido una sucesión de complots, de actos de violencia, de anuncios y de desmentidos. Nuevos elementos han venido a cuestionar todo lo que la opinión pública internacional creyó en un momento dado. Thierry Meyssan trata de separar aquí lo verdadero y lo falso, interrogándose al mismo tiempo sobre lo que aún esconde el actual presidente egipcio al-Sissi.


El ex présidente egipcio Hosni Mubarak fue condenado por malversación de fondos y por su responsabilidad en la represión de manifestaciones. Pero los hechos, sobre los que en aquel momento existía una opinión unánime, nunca llegarán a demostrarse.
Egipto, sociedad extremadamente conservadora, dirigida por militares, ha vivido durante los últimos 5 años un periodo de agitación del que aún no está completamente restablecido.
Esos acontecimientos pueden abordarse de 3 maneras diferentes, pero ninguna de ellas es enteramente satisfactoria:
- Para los gobiernos occidentales y su prensa, todo régimen militar es malo per se y lo que vimos en Egipto fue una lucha entre los partidarios de ese régimen y los demócratas. El problema de esa lectura es, por un lado, que los militares egipcios son republicanos y, por otro lado, que esos militares disponen de un apoyo popular infinitamente más importante que el que pudieran presentar los demócratas.
- Para los defensores del derecho, Mohamed Morsi fue proclamado legalmente como presidente electo por un 17% de los electores. Pero su legitimidad debería haber visto cuestionada cuando 33 millones de egipcios exigieron su destitución y cuando resultó, lo cual sí está perfectamente comprobado, que la Comisión Electoral no había respetado el voto de los ciudadanos en 2012. A partir de ese momento, es imposible calificar su derrocamiento de «golpe de Estado».
- Para los propios egipcios, esos acontecimientos son la prolongación de la lucha entre nacionalistas e islamistas. La Hermandad Musulmana, que trató en numerosas ocasiones de llegar al poder por la fuerza con los asesinatos de primeros ministros, en 1945 y 1948, y de un presidente, en 1981, finalmente llegó al poder con ayuda de Estados Unidos y “arreglando” las elecciones. Pero, hoy en día, el campeón de los nacionalistas vende el país a los sauditas.

La dimisión de Hosni Mubarak
(11 de febrero de 2011)

En 2011, una serie de manifestaciones populares fueron manipuladas por Washington, que ya había desplegado en Egipto una legión de ONGs implicadas en las «revoluciones de colores» y bajo la coordinación del equipo de Gene Sharp [1]. La «primavera árabe» estaba comenzando. La Casa Blanca envió al Cairo un alto responsable de la CIA (por cierto, padrastro del entonces presidente de Francia Nicolas Sarkozy [2]), el embajador Frank Wisner. Después de haber dado la impresión de que respaldaba a Hosni Mubarak, el embajador Frank Wisner lo intimó a dimitir. Sabiendo que no lograría restablecer el orden, Mubarak renunció a transferir el poder a su hijo Gamal y abandonó la presidencia, dejándola en manos de su vicepresidente. Esto se designó como la «revolución del loto». El desorden se extendió por todo el país. Al principio, los responsables de las ONGs fueron arrestados por haber financiado el «cambio de régimen», utilizando para ello 48 millones de dólares. Pero luego fueron liberados y, al mismo tiempo que los que se habían refugiado en la embajada de Estados Unidos, fueron sacados de Egipto en un avión especial de la CIA [3].
Washington respaldó al candidato de la Hermandad Musulmana, Mohamed Morsi, a la presidencia de Egipto. Durante la campaña electoral, Yusef al-Qaradawi, predicador de la Hermandad Musulmana y «consejero espiritual» del canal de televisión Al-Jazeera, hizo acto de presencia en la plaza Tahrir para explicar que lo más urgente ya no era luchar por el reconocimiento de los derechos del pueblo palestino sino… limpiar la sociedad de homosexuales.
Al término del escrutinio, que registró sólo un 35% de participación y donde obtuvo el apoyo de sólo un 17% de los electores, Morsi fue proclamado ganador de la elección. Sin embargo, en una carta que se hizo pública posteriormente, el presidente de la Comisión Electoral escribe que no se basó en los resultados del escrutinio sino que quiso evitar que la Hermandad Musulmana desatara una guerra civil, lo cual habría sucedido si se hubiese anunciado la victoria del general Ahmed Shafiq –el efímero primer ministro nombrado por Mubarak [4]. Estados Unidos, que había orquestado toda la operación, felicitó al doble nacional egipcio-estadounidense Morsi por su «democrática» elección, versión falsa que de inmediato adoptaron todos los demas países. En el extranjero, todos celebraron la «normalización» de Egipto, que al fin tenía su primer gobierno civil al cabo de 5 000 años de gobernantes militares en el poder.
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El 6 de octubre de 2012, aniversario del asesinato del presidente egipcio Anwar el Sadat, el presidente Mohamed Morsi recibe a 3 miembros de la Hermandad Musulmana que participaron en la conspiración que acabó en el asesinato de Sadat. Mursi incluso nombró a uno de estos individuos miembro del Consejo de Derechos Humanos y a otro le dio un puesto de senador.

La presidencia de Mohamed Morsi
(30 de junio de 2012 – 3 de julio de 2013)

Ya instalado en el sillón presidencial, Mohamed Morsi instaura una dictadura supuestamente religiosa. Introduce miembros de la Hermandad Musulmana en la administración del país y rehabilita a los miembros de esa cofradía que habían sido condenados por terrorismo. Incluso recibe y felicita públicamente a los asesinos del presidente egipcio Anwar el-Sadat y nombra gobernador de Luxor al responsable de la masacre perpetrada en 1997 en ese distrito [5]. También persigue a los demócratas que habían manifestado contra ciertos aspectos de la política de Hosni Mubarak (pero no por su dimisión), apoya una verdadera campaña de pogromos desatada contra los cristianos por la Hermandad Musulmana y cubre los crímenes de esta cofradía: linchamientos, saqueo de los arzobispados e incendios de iglesias. Simultáneamente privatiza las grandes empresas egipcias y anuncia la posible venta del Canal de Suez a Qatar, que apadrinaba entonces la Hermandad Musulmana.
Desde el palacio presidencial, Morsi se entrevista por teléfono, al menos 4 veces, con Ayman al-Zawahiri, otro participante en el asesinato de Anwar el-Sadat y hoy convertido en jefe mundial de al-Qaeda  [6].
Durante ese periodo, un grupo yihadista llamado Ansar Bait al-Maqdis se estructura en el Sinaí. Estos islamistas realizan numerosos ataques contra el gasoducto que conecta Egipto con Israel y Jordania, sin que el ejército egipcio trate de evitarlo.
El presidente Morsi envía una delegación oficial de su gobierno a reunirse con el Califa del Emirato Islámico, Abu Bakr al-Baghdadi, miembro de la Hermandad Musulmana, al igual que el propio Morsi. Sin embargo, no logran ponerse de acuerdo porque cada uno de ellos exige que el otro se ponga a su servicio.
Finalmente, el presidente Morsi ordena al ejército egipcio prepararse para atacar la República Árabe Siria en apoyo a los miembros sirios de la Hermandad Musulmana. Será esta la decisión que desborda el vaso.
El ejército egipcio, que estuvo fusionado con el de Siria desde 1958 hasta 1961, considera la orden de ataque contra Siria como una violación del sueño de unidad árabe de Gamal Abdel Nasser y se vuelve entonces hacia la sociedad civil.
Son notorias la docilidad de la sociedad egipcia ante el poder así como sus súbitas explosiones de masas. Esta vez, la sociedad no reacciona ante las primeras decisiones del presidente Morsi, tampoco ante los asesinatos contra los cristianos, pero acaba sublevándose en conjunto. Una amplia coalición, que reúne en su seno la mayoría de las formaciones políticas de izquierda y de derecha, e incluso a los salafistas, se levanta entonces contra la Hermandad Musulmana.
Respondiendo al ejército egipcio, esta coalición organiza la mayor manifestación en la historia de Egipto para exhortar a los militares a derrocar al dictador Mohamed Morsi y a expulsar del poder a la Hermandad Musulmana. Durante 5 días, «desbordante como el Nilo», una multitud de 33 millones de egipcios vota de hecho en las calles manifestando contra la Hermandad Musulmana.
Esperando prudentemente el momento en que Estados Unidos no podrá intervenir a favor de su protegido, el ejército egipcio derroca a Morsi –ex colaborador del Pentágono que incluso dispone aún de una acreditación de acceso a los secretos militares estadounidenses– en cuanto se cierran en Washington las oficinas federales para el largo fin de semana de la fiesta nacional estadounidense. Durante un mes, las calles del Cairo se convierten en teatro de terribles enfrentamientos. Se instaura un gobierno provisional y se lanza una convocación a nuevas elecciones mientras que los occidentales, Qatar y Turquía, fieles a la lógica de la supuesta «elección democrática» de Morsi, denuncian un «golpe de Estado militar». En definitiva, el general Abdel Fattah al-Sissi, quien había dirigido la operación de restablecimiento de las instituciones, es electo con el 96% de los votos válidos, mientras que Al-Jazeera lanza un llamado a asesinarlo.
Durante 5 días, 33 millones de egipcios manifestaron en las calles del Cairo reclamando la intervención del ejército contra el presidente Mohamed Morsi.

El restablecimiento de las instituciones egipcias por Abdel Fatah al-Sissi

El mariscal Abdel Fatah al-Sissi fue director de la inteligencia militar bajo el presidente Mubarak y ministro de Defensa bajo el presidente Morsi.
Al inicio de su mandato presidencial, Abdel Fatah al-Sissi restableció el orden y la paz social. Liberó a los prisioneros políticos, presentó excusas públicas a los cristianos por las persecuciones que habían sufrido e hizo reconstruir las iglesias quemadas.
Al Sissi entrega además a Arabia Saudita documentos que prueban que Mohamed Morsi estaba preparando un golpe de Estado en Riad para instalar a la Hermandad Musulmana en el poder. El reino reacciona prohibiendo la Hermandad Musulmana en suelo saudita y otorgando a Egipto múltiples donaciones. Ante una economía en ruinas, el presidente al-Sissi ha logrado volver a encontrar un mecenas para alimentar su pueblo.
Para contentar a los sauditas, el mariscal al-Sissi compromete su ejército en la guerra contra Yemen. Al principio, el contingente egipcio se dedica sobre todo a controlar las costas, pero la opinión pública egipcia se entera rápidamente de que Riad ha puesto el mando de las operaciones contra Yemen en manos de Israel. Los soldados egipcios se retiran discretamente, lo cual nunca llega a anunciarse oficialmente.
Al mismo tiempo, en el Sinaí, Ansar Bait al-Maqdis abandona sus ataques contra los intereses israelíes y vuelve sus armas contra el Estado egipcio. Se pone además en contacto con el Emirato Islámico en Siria y reconoce la autoridad de ese grupo terrorista, creando así la «provincia del Sinaí» (Wilayat Sayna) en el seno del Califato.
Mientras tanto, con ayuda de China, el presidente al-Sissi multiplica por dos la capacidad del Canal de Suez, aunque este último no está siendo explotado al 100%. El objetivo es preparar a Egipto para el desarrollo de la nueva ruta de la seda poniéndolo en condiciones de servir de vía para el tránsito de la gigantesca producción de China hacia Europa.
Un hecho inesperado se produce en el verano de 2015, la empresa italiana ENI anuncia el descubrimiento del yacimiento petrolero de Zohr, en aguas territoriales egipcias. El Cairo podrá explotar el equivalente de 5 500 millones de barriles de petróleo.
Pero las cosas toman un mal rumbo. En el Sinaí, la Hermandad Musulmana se apoya en el Emirato Islámico y asesina a varios altos funcionarios y magistrados. El ejército egipcio se deja arrastrar por una espiral de violencia, mientras que el presidente al-Sissi aprovecha la ocasión para ordenar el arresto de nacionalistas y demócratas. Poco a poco, el juego va siendo menos claro: el gobierno defiende el interés nacional pero persigue a los líderes civiles que apoyan su objetivo oficial.
Es en ese momento que Mohamed Hassanein Heikal, el ex vocero de Nasser e ícono de los nacionalistas, declara públicamente que ya es hora de que el presidente al-Sissi
- denuncie públicamente la «carnicería» que se está perpetrando contra Yemen;
- viaje a Damasco para expresar su apoyo al presidente Bachar al-Assad y su oposición a la Hermandad Musulmana;
- se acerque a Irán para garantizar la estabilidad de la región.
Tres consejos que implican distanciarse de Arabia Saudita.
Heikal fallece bruscamente, tenía 87 años, sin haber recibido respuesta de al Sissi.
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En la noche del 11 al 12 de abril de 2016, la edición en PDF del diario “Al-Masry Al-Youm” anuncia en primera plana: «Dos islas y un doctorado para Salman… y miles de millones para Egipto». Una rápida intervención del gobierno de al-Sissi corrige el titular de la edición en papel, que sale a la calle en la mañana del 12 de abril modificada de la siguiente manera: «La cosecha de la visita de Salman: acuerdos por 25 000 millones de dólares».

Las islas de Tiran y Sanafir

El rey Salman de Arabia Saudita llega en visita al Cairo, el 11 de abril de 2016. El soberano anuncia astronómicas inversiones en Egipto, por un monto de 25 000 millones de dólares. Para sorpresa de todos, el presidente an-Sissi anuncia que, como muestra de agradecimiento, le ofrece las islas de Tiran y Sanafir en el marco de un acuerdo de delimitación de las fronteras marítimas.
Ambas islas, que cierran el Mar Rojo, eran objeto de una vieja disputa entre Egipto y Arabia Saudita. Israel las ocupó durante la Guerra de los Seis Días. Prefiriendo no verse implicada en el conflicto, Arabia Saudita renunció a reclamar las islas y las dejó en manos de Egipto, en vez de defenderlas. Posteriormente, en el marco de los acuerdos de Camp David, Tel Aviv y El Cairo internacionalizaron la salida del Mar Rojo y las tropas israelíes se retiraron de las islas de Tiran y Sanafir.
Ahora, ambas islas pasarían a formar parte de un gran proyecto de construcción de un puente que conectaría Arabia Saudita y Egipto a través del Golfo de Aqaba.
Las islas de Tiran y Sanafir son para los egipcios territorios reconocidos como suelo egipcio en 1840, por la Convención de Londres, y que, después de muchas vicisitudes, el pueblo egipcio logró recobrar gracias a la cobardía de Riad, durante la guerra contra Israel. Por esas razones, para los egipcios resulta inconcebible «ofrecer» esas islas a los sauditas, aunque estos paguen por ellas varios miles de millones de dólares.
Desde hace una semana, se suceden en Egipto manifestaciones cuyos participantes reclaman un referéndum de aprobación de la cesión de esas islas. Y en esas manifestaciones están participando todos los nacionalistas que se preguntan quién es realmente el presidente al-Sissi.

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