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domingo, 24 de abril de 2016


Medios internacionales minimizan los reportes sobre matanzas en Afganistán
Robert Fisk
 
Periódico La Jornada
Domingo 24 de abril de 2016, p. 21
¿Se ha quedado sin norte la brújula moral de nuestros reportes de noticias? La semana pasada 64 afganos perecieron en la mayor explosión de una bomba en Kabul en 15 años. Por lo menos 340 resultaron heridos. El talibán detonó sus explosivos en la pared misma de la fuerza de seguridad de élite –cuidado con la palabra élite– que supuestamente estaba encargada de proteger la capital.
Familias enteras fueron aniquiladas. No se realizó una sola autopsia. La televisión local mostró una familia completa –madre, padre y tres hijos– volada en pedazos en un milisegundo, mientras el servicio de ambulancias de la ciudad informó que toda su flotilla (una miseria de 15 vehículos) se movilizó en el esfuerzo de rescate. Una ambulancia estaba tan repleta de heridos, que las puertas traseras se salieron de sus goznes.
Pero Prince también murió esta semana.
Ahora que Afganistán es el país al que nosotros y nuestros socios de la UE están devolviendo alegremente refugiados en el terreno, Kabul y sus provincias circundantes son seguras. Es mentira, por supuesto, tan flagrante y potencialmente tan sangrienta como las infames armas de destrucción masiva que afirmamos que había en Irak en 2003. Para entonces –en 2001– ya habíamos prometido a los afganos que no los abandonaríamos. Que no los olvidaríamos como lo hicimos después de la guerra contra los soviéticos. Una promesa de Blair, claro, y por lo tanto carente de valor.
Hubo otra nota en la televisión afgana la semana pasada, que tenía sus propias negras implicaciones para el futuro. Un joven llamado Sabour fue hallado culpable de asesinar a dos asesores estadunidenses y dijo al tribunal que no sentía ningún remordimiento. Las redes sociales afganas se llenaron de comentarios de apoyo para él. Era un auténtico afgano, escribió uno. Un afgano de verdad. Qué más puede decirse de Afganistán, de su corrupto gobierno y nuestra constante afirmación de que apoyamos a ese gobierno de pacotilla y que nuestros asesores están allá para producir, bueno, no una democracia jeffersoniana –co- mo los estadunidenses reconocieron tímidamente en 2003–, sino al menos estabilidad.
Pero Prince también murió esta semana.
Luego vino la más reciente catástrofe en el Mediterráneo. Se cree que hasta 500 refugiados y migrantes se ahogaron después de que refugiados de un barco pequeño que zarpó de Libia fueron transferidos a uno más grande en el que se transportaban egipcios, etíopes, somalíes y sudaneses. Pero no hubo fotos de los náufragos. Ninguna autopsia tampoco, claro. Ningún pequeño Aylan Kurdi muerto llegó a una playa suave para las cámaras. Simplemente derivaron hacia las profundidades del océano para unirse a los otros miles de esqueletos que nunca llegaron a Europa. No reflexionemos en que 500 vidas son casi exactamente la tercera parte de las muertes totales de pasajeros en el Titanic. No mencionemos que es probable que otro millón de seres humanos escojan este pasaje por el Mediterráneo ahora que hemos cerrado los estrechos entre Grecia y Turquía.
Porque Prince murió esta semana.
No, no me molestan quienes lloran a este músico brillante y a la revolución social que representó. La Superestrella de la Lluvia Morada también tenía fanáticos en Medio Oriente. Existen montón de feisbuqueros árabes que manifiestan pesar por su fallecimiento. Pero me pregunto si no estamos llegando demasiado lejos. Cuando los presentadores de la televisión expresan sus condolencias al alcalde de Minneápolis y la torre Eiffel se ha vuelto morada, debe llegar un momento en que nos preguntemos si acaso nuestro sentido de las prioridades ha perdido toda perspectiva. ¿Acaso no alguno de esos tres niños muertos en Kabul pudo haber llegado a ser un Prince? ¿O los niños entre las 500 almas hundidas en el barco del Mediterráneo? ¿Acaso uno o una de ellos no podría haber llegado a ser una superestrella?
¿Qué tal si algunos presentadores expresaran pesar también por esas muertes? El color sería negro en vez de morado, claro. Las luces de la torre Eiffel tendrían que apagarse.
Pero eso no ocurrirá. Porque Prince murió esta semana.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya

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