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viernes, 27 de marzo de 2020

Los Ackerman y el doctor Jajá: falsos científicos y demagogos reales

“Paranoia chilanga”, “López Obrador es un científico”, “ejerce un liderazgo moral”, “golpe blando”. John Ackerman usa etiquetas de propaganda para crear su propia realidad, una en que ser palero y divinizar al presidente equivale a ser patriota progresista.

Primer acto. El agarrón con Julio Astillero.

John Ackerman dijo que López Obrador es un científico, ante la risita burlona de Sabina Berman. Defendió el epíteto cuando Julio Hernández —Julio Astillero— le expresó que eso era propaganda… el de Filadelfia no pudo señalar la especialidad científica de López, tampoco fue capaz de señalar alguna falla del presidente, a pesar de que Astillero le insistió en el punto y provocadoramente le preguntó si lo veía como a un dios. No: el académico de la UNAM no ve a Obrador como una deidad, lo ve como a Dios, con mayúscula, como el Jehová del que es testigo. Su Dios creó la democracia en seis días y el séptimo descansó: es el camino, la verdad y el partido, el que no cree en él no puede llegar al cielo del presupuesto.
Julio, como marxista real, es escéptico de la deificación de los mortales. No le gustan los escapularios presidenciales, las relaciones curiosas con las iglesias evangélicas, el PES y otros grupos de la 4T, que se alejan de la visión de “más izquierda” que el periodista prefiere. Fiel a su estilo, Astillero le propinó a Ackerman una paliza sin estridencia, en la que remató diciéndole “tú no eres periodista, eres un académico”. En suma, el programa de John y Sabina pudo haberlo narrado Arturo “el Rudo” Rivera: fue una felpa llena de leñazos para un sujeto solipsista, que acostumbra sólo escuchar su voz.
Si son sinceras las alabanzas de Ackerman sobre López, su caso es para el psiquiatra. Si su exageración es consciente, John John requiere urgentemente un media advisor, porque sus ridículos son monumentales.

Segundo acto. Irma Eréndira ataca de nuevo

La otra parte del binomio radical, la secretaria de la Función Pública, se opuso al plan propuesto por Hugo López-Gatell, que suspendería el empleo público por un mes, para que los servidores del Estado se aislaran a partir del lunes 23 de marzo. El argumento de Eréndira Sandoval fue que los pobres sufrirían con el aislamiento social. No obstante ese rechazo, López Gatell anunció, a las 20:40 horas del domingo 22 de marzo, que el lunes comenzaba “la Jornada Nacional de Sana Distancia, que estimamos durará 4 semanas. No se trata de una pausa económica total, sino de reducir la actividad procurando no afectar a los sectores que viven al día”.
La preocupación de Irma Eréndira no es franciscana, sino electorera: la gente de menos recursos puede quedarse resentida ante las medidas de aislamiento, aunque les salve la vida. El conjunto de puntos planteados por López-Gatell significa, en los hechos, una derrota para Robespierrette.
Fuente: cuenta de Twitter de @HLGatell

Tercer acto. El satánico doctor Jajá se le voltea a Morena

Si el palerismo chauvinista de Ackerman es patético, el seudoprogresismo de su cónyuge no es más que populismo demagógico. Ambos, a pesar de sus recompensas políticas (cargos e influencia), en los últimos meses se han expuesto al menosprecio y burla pública, por su grotesco comportamiento. Para decirlo en una frase: John e Irma hacen ver serio a Attolini.
Por si fuera poca la tunda mediática y del círculo rojo que han recibido los Ackerman, las disidencias en la 4T alcanzaron a uno de sus personajes más peculiares. El filoarabista y antisionista Alfredo Jalife-Rahme, mejor conocido como el satánico doctor Jajá, se fue contra López-Gatell, Yeidckol, Díaz Polanco, Morena, Taibo, la 4T, Salmerón, Batres, Durazo y hasta el presidente. Disfrazado de Blofeld, cual villano de película de James Bond, el doctor Jajá aderezó sus teorías conspirativas con ataques a los políticos del régimen obradorista y su partido. A pesar de que la diatriba de Jalife fue una semana antes, se hizo viral al mismo tiempo que Astillero tundió a Ackerman y que Irma Eréndira fue expuesta por obstaculizar medidas sanitarias.
Al sainete del doctor Jajá le corresponde el tercer acto de esta farsa política, porque evidencia el estado de descomposición que padece el acuerdo que llevó a López al poder: Morena era el membrete, el paraguas de una pluralidad de actores y corrientes que sólo tenían en común su simpatía por Obrador. Esa mezcla de evangelismo ultraderechista, comunismo maoísta, nacionalismo revolucionario, neopriismo ramplón, experredismo renegado, verdeecologismo convenenciero, panismo desertor y colectivos resentidos, a la larga sólo podía descomponerse. Y se pudrió a la corta: Morena se desbarata porque es un costal lleno de porquería: la humedad roñosa que contiene, ya rompió ese sayal partidista.

¿Cómo se llamó la obra? No sirve cambiar de saco

Jalife recomienda que López deje a Morena, pero la reforma para reelegir legisladores indica que aún necesita a los guindas como compañeros de viaje. Por el presente desastre gubernamental, resulta evidente que Obrador está peor parado hoy que cuando se presentaba como la esperanza de México, en julio de 2018. Dilapidó su bono democrático en el primer año y, además de los errores propios, 2020 lo recibió con crisis externas —la del petróleo y el coronavirus— que recrudecen los efectos de su mal gobierno. En suma, el régimen no llega fuerte a las intermedias y un cambio de partido, en este momento, podría ser contraproducente para López Obrador.
Lo peor del coronavirus aún no sucede y a la irresponsabilidad presidencial se le cobrarán facturas por ello: cuando haya más enfermos (los habrá) y sea evidente que no hay servicios médicos suficientes (no los hay), las tragedias pueden suceder… y, como ya hemos señalado en otras ocasiones, los seguidores de López pueden perdonar muchas cosas, pero no aceptarán resignadamente que familiares y seres queridos enfermen gravemente o mueran por la ineptitud del gobierno federal. A semejanza del mejor relato bíblico, pareciera que, en el caso, la soberbia del gobernante de poder absoluto, que se cree imbatible, será aplastada por las plagas… y el autócrata terminará humillado.
El doctor Jajá se equivoca al creer que la solución es que López cambie de casaca, quizá parte del electorado lo acepte bajo otro partido y colores, pero se necesita un equipo para gobernar… y su círculo cercano es de muy baja calidad, lo que repetiría el actual círculo de fallas. Incluso si Obrador recluta colaboradores capaces y con pensamiento independiente, su ignorante necedad —y particular modo de hacer las cosas— anularía la utilidad de esos cuadros o terminaría con sus renuncias o despidos. Aun desde el cinismo político del cálculo meramente electoral, transitar los últimos tres años de la presidencia, en esos mismos términos de terquedad e ineptitud, garantiza el pase directo de Andrés Manuel al basurero de la historia. El gobierno de López es como una mala canción de Arjona (o sea, todas): el problema es quien preside.
Pero, por supuesto, con paleros como Ackerman, su binomio del terror o el resto de los miembros de esa familia Addams de la política que es la 4T, al mal capitán se le suma una pésima tripulación. En el eufemismo de llamar progresista a un gobierno semisocialista, lo de llamar científico al presidente es el betún de mugre en el pastel de heces del gobierno federal. Lo único real es la demagogia e incompetencia de un régimen que, como señaló Julio Astillero, declara transformaciones que no han sucedido y se queda en la propaganda.
Stalin demostró su capacidad de gobierno durante la segunda guerra mundial. Era un monstruo, pero era un ogro efectivo, una de las versiones más malignas del leviatán que ha dado la historia humana: fue un perverso genocida, pero expulsó a patadas a los nazis y los venció en su propio territorio, con lo que sobrepasó la victoria de sus antepasados contra a Napoleón —a quien sólo corrieron de Rusia, con la cola entre las patas—. Los lacayos del tirano soviético también le atribuían cualidades que no tenía, lo que no es raro, es una tendencia propia de las dictaduras: parte del ceremonial autocrático es otorgar al líder virtudes de las que carece, desde ser un poeta exquisito hasta ser un genio formidable de la física. No sólo Nerón se creía artista.
No obstante, el caso de los halagos a López es más insultante que el de las loas al dictador soviético: lo que infama del servilismo rastrero de Ackerman no son sus alabanzas exageradas y falsas, sino que se las entrega a un necio, a un Stalin inepto, a un bueno para nada. Vaya, con López, los nazis hubieran tomado Moscú sin problemas, como el coronavirus está tomando a México…

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