Matlazáhuatl: la peste bíblica de México
20 marzo, 2020
En la historia de México ha habido tantas epidemias que ni siquiera vale la pena mencionar todas. Se tienen registro de ellas desde hace siglos, antes y después de la llegada de los conquistadores. Un brote surgido en la Ciudad de México, el matlazáhuatl, fue uno de los peores en el periodo colonial
En 1736 el cabildo de la Ciudad de México encargó al presbítero Cayetano Cabrera y Quintero que escribiera crónicas sobre “los sucesos acaecidos durante la presente epidemia y mortandad”. Cabrera y Quintero hizo un afanoso relato sobre lo que acaeció en sus años, en el libro llamado Escudo de Armas de México.
El cronista concluyó que hubo algunos fenómenos naturales que presagiaron el brote de matlázahuatl. Expuso que hubo temblores de tierra, lluvias torrenciales, ventarrones insufribles, eclipses y la sangrienta conjunción de Marte y Saturno en el cielo. También argumentó que parte de todo aquello se debió a un castigo divino, aunque “Dios no hizo patente a nosotros” los motivos de esta mortífera intervención.
Antes de la llegada de los conquistadores a América, una serie de epidemias provocó que los mexicas tuvieran que mudarse, primero fue Chalco y luego de Pantitlán, aunque no se tiene muy claro qué enfermedades asolaron a los Aztecas en aquellas ocasiones. Incluso, ya en Tenochtitlán, Moctezuma y otros aliados tuvieron que rendir tributo a las deidades para contentar a los dioses y que dejaran de mandar brotes a su pueblo.
En la Nueva España, detalla Cabrera que Dios usó los batallones del aire, el agua y la tierra para lograr la pestilencia y lograr el azote de los hombres.
Al parecer el estancamiento de drenaje, por las tremendas lluvias de la temporada fueron un factor determinante para que se concentraran “ciertos vapores” que enfermaron a la gente.
Los síntomas son detallados de la siguiente manera en el informe de Cabrera y Quintero:
“Todos generalmente dicen acontecerles un continuado y universal frío, que sienten en todo el cuerpo, con grave incendio en todas las entrañas: lo que explican diciendo tener un volcán de fuego en el estómago (…) llamáronla en el idioma del país matlazahuatl, voz compuesta de matlatl, la red, y por lo parecido, el redaño, y de zahuatl, la pústula o granos con que sin ver lo que decían a llamar: red de granos.”
La peste bíblica, explica Cabrera y Quintero, también estaba relacionada con la pobreza de los indios y la precariedad de condiciones en que vivían los pobladores: Comían donde echaban las aguas y dormían a ras de suelo sufriendo los fríos y calores de la ciudad, siendo propensos a las fiebres. El desaseo y el desorden propagaron la enfermedad.
El cronista también culpa al “abuso y exceso de los aguardientes contrahechos”, tepaches y otras bebidas fermentadas como el pulque. Además, acusa al aguardiente de Castilla que, “por bueno que sea”, causa con el calor ciertos temblores del corazón.
Cabrera y Quintero dio cuenta de que la mayoría de las víctimas de la epidemia que azotaba la ciudad eran personas pobres. Muy pocos españoles sufrieron el matlazáhuatl. Hasta el nombre de la enfermedad era indígena.
La enfermedad se propagó por varios barrios de la capital, llegó a Coyoacán, San Ángel, San Agustín de las Cuevas, Xochimilco y otras partes de la ciudad.
Con urgencia las autoridades virreinales hicieron traer a la Virgen de los Remedios para detener la peste. Se aglomeró la gente en las calles, logrando más infecciones.
Los enfermos acudieron a los hospitales de las iglesias, con hechiceros, barberos, yerberos y otras personas. Por esos años era muy socorrido el método de causar sangrías a las personas, se creía que purgando la sangre contaminada el paciente podía reponerse. Además de las obvias oraciones.
La enfermedad siguió la llamada “ruta de la lana”, que va hacia el Bajío y el norte del país. Pero se registraron casos en Jalisco y Puebla, donde causó una gran mortandad. Sólo en Cholula hubo más de 16 mil muertos.
Según Cabrera, la epidemia mató en la Ciudad de México a 40 mil 157 personas, quizá una cuarta parte de la población de la capital.
Las conclusiones de Cabrera y Quintero ayudaron a entender las epidemias de matlazáhuatl que se dieron en 1575-1576, 1588, 1595-1596, 1641, 1667 y 1696. Además de otras enfermedades que se propagaban y frenaban el crecimiento demográfico en la Nueva España cada 20 o 30 años.
No se ha podido tener certeza sobre qué enfermedad es el matlázahuatl, algunos especialistas aseguran que es tifus, seguramente portadora por las ratas o los piojos. Los conocimientos del siglo XVIII no lograron entender qué fue lo que diezmaba a su población. El propio informe de Cabrera y Quintero sugiere que sólo se puede vencer la enfermedad a través de los “Divinos”.
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La vacuna contra la tifus se inventó a mitad siglo XX. A pesar de eso, en países pobres miles de personas siguen padeciendo la enfermedad, incluso aún se registran muertes en África, Sudamérica y Asia.
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