iendo jefe de gobierno en la capital de la república, Andrés Manuel
López Obrador (AMLO) prometió concluir su mandato: “dénme por
muerto”, decía, en las elecciones para la presidencia de 2006.
Mintió. Era una de las primeras señales: no le importaba decir una cosa
y hacer otra, en un sexenio gris plagado de escándalos de corrupción,
como los de Carlos Ahumada, Rosario Robles, René Bejarano y Carlos
Imaz ‒traicionado por su entonces esposa Claudia Sheinbaum, hoy la
nueva presidente impuesta‒. Era la punta de un iceberg gigantesco. Y re-
cuerde que su fiscalía suicidó a Digna Ochoa, protegiendo al ejército, de
la mano con Vicente Fox. La gente les creía, eran el “cambio”.
En 2006 le robaron la presidencia, y se obsesionó más con el poder.
Poco a poco perfeccionó su sistema de portafolios llenos de dinero... ¡el
“Rey del cash”! No sólo con la extorsión a funcionarios del partido y de
gobierno, sino con el narcotráfico, donde los millones se cuentan en dóla-
res, una “historia secreta”, junto a quienes se beneficiaban y operaban
para no mancharlo con las evidencias. Hasta que llegó a la presidencia en
2018 y, claro, su sueldo lo consideraba una mísera propina.
Ese día en el estadio Azteca, fue la cúspide de un largo camino político.
Pero, hasta ahí. Al siguiente día empezaría su caída con una aceleración
de 9.8 metros por segundo. ¿Cómo se notaba? Ir a agradecer al presi-
dente saliente Enrique Peña Nieto, sería lo primero. Éste no lo buscó para
felicitarlo, ¡Amlo fue hasta su casa! Y nunca lo tocaría.
Luego se reunió con los empresarios, “la mafia del poder” para hacerlos
sus asesores. Ahora él era el jefe de la mafia. ¿Así que, primero los po-
bres? Y, recuerde, se bajó en Sinaloa a saludar a la madre del Chapo
Guzmán, mientras las madres buscadoras siempre fueron ignoradas.
Ávido de dinero, cerró instituciones para tomar esos presupuestos. Su
gran piel de oveja le quedaba cada vez más rabona. Sin embargo, a fin de
tapar la corrupción y erradicar sospechas, él sería su principal comba-
tiente, no sin la hipnosis social de sus sesiones mañaneras.
Como rey de la demagogia, a todos dijo lo que querían escuchar, y con
todos quedó mal. Durante 6 años, los hechos fueron lo contrario de lo que
decía. Pero desde el primer año, ya se notaba que venía en picada; se le
fue acabando el beneficio de la duda hasta echarse al país en contra.
Embelesado con el poder, no veía su desplome, hasta que llegó la con-
sulta de revocación en 2022, donde perdió 15 millones de votos ‒que
Sheinbaum recuperó ¡y rebasó! Un fraude monumental. Qué bárbaros.
Ya era tarde. Cada mañana, AMLO aceleraba su caída, siempre el pri-
mero en faltar respeto a la embestidura presidencial. Poco a poco fue des-
cubriendo su compromiso con el narco, como se vió con el reciente fraude
electoral... para nadie es un secreto: se trata de un narcopresidente, un
narcoestado y la novelesca captura
del Mayo Zambada ya lo desnuda.
Amlo va en caída libre, a punto de
estrellarse. Sus desesperados ale-
teos, aspavientos y patadas a fin de
sexenio, ya no son para evitar su emi-
nente desplome sino para caer en pa-
racaídas. Es a todas luces un golpe de
estado. La imposición de su hijo, la
toma de las cámaras y la supresión de
la Suprema Corte que pretende, no es
por mayor justicia, ¡busca impunidad!
¡Ah, caray! Nunca pensamos aquí
que la justicia en México tendría su es-
peranza en el odiado gobierno esta-
dounidense. La única salida de Amlo
parece ser el suicidio.
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