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sábado, 29 de marzo de 2025

Pronunciamiento, 28 de marzo de 2025. 14 años después

Pronunciamiento, 28 de marzo de 2025. 14 años después

Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad

Qué tiempos son estos, en que hablar de árboles es casi un crimen porque implica silenciar tanta injusticia. Bertold Brecht, “A los que vendrán”.

Hace 14 años, el 28 de marzo de 2011, aquí en Morelos fueron secuestradas, torturadas y asesinadas siete personas. Una de ellas fue mi hijo Juan Francisco. A partir de ese crimen surgió el memorial frente al que estamos parados y el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, que recorrió el país entero y los Estados Unidos dando voz a las víctimas de la violencia y trazando una ruta hacia la justicia y la paz que dio como consecuencia la Ley General de Victimas y la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV), así como sus réplicas en todos los estados del país. Entonces había 40 mil asesinados y 10 mil desaparecidos.

Pese a los esfuerzos realizados a lo largo de estos 14 años, el Estado y sus respectivos gobiernos, sean del PAN, del PRI, del Verde, de Morena o de cualquier otro color, no han hecho otra cosa que ocultar la realidad, mentir, destruir las instituciones creadas por las víctimas, revictimizarlas y colaborar con el crimen organizado.

La prueba más clara es que después de 14 años de lucha, lo que tenemos son más de 500 mil asesinatos, más de 100 mil desaparecidos, cinco mil fosas clandestinas —sin contar las de las fiscalías; recordemos las fosas de Tetelcingo y de Jojutla—, múltiples campos de exterminio —el más reciente el de Teuchitlán, Jalisco—, redes de trata, extorciones y miedo; en síntesis, un país sometido por el crimen y perdido.

¿Tiene solución? Con una clase política como la que tenemos, no. Desde Felipe Calderón, hasta Claudia Sheinbaum, pasando por Enrique Peña Nieto, López Obrador, gobernadores, presidentes municipales y partidos, la clase política ha construido una intrincada red de colaboración criminal e impunidad para administrar el infierno y hacer del Estado una dictadura de las peores, la de los kakistócratas, el gobierno de los peores; es decir, de los criminales, los cínicos y los imbéciles. La autonombrada Cuarta Transformación ha sido su corolario. Con ella, el infierno ha mostrado su más profunda y repugnante dimensión.

Pero tampoco se solucionará con una ciudadanía dividida, que ha tomado también el camino de la negación, al grado de atacarnos entre nosotros y hablar de cualquier cosa para silenciar el horror y la injusticia.

Frente a una realidad así, la única solución posible es la refundación del Estado. Ésta, sin embargo, no vendrá ni de los partidos, ni de los gobiernos, ni de una ciudadanía dividida. Vendrá de la unidad de las partes más sanas de la nación que movilizadas pongan ante los ojos de los organismos supranacionales —es decir, la ONU y la Corte Interamericana— el estado de indefensión, de miseria y horror que vive el país, con el fin de construir mecanismos extraordinarios de verdad y justicia deslocalizados del Estado y dirigidos por ciudadanos moralmente limpios. Un largo camino y un largo trabajo. De no hacerlo así, el infierno, que no tiene límite ni fondo, se hará más ancho y más profundo como lo ha sido hasta ahora.

¿Seremos capaces de hacerlo? No lo sé. El discurso oficial a lo largo de estos 14 años ha calado hondo y corremos el peligro de olvidar que el campo de exterminio de Teuchitlán no es un hecho aislado ni nuevo, sino el producto de una violencia sistémica y sistemática ejercida por el Estado en colusión con el crimen organizado. En este sentido, no podemos ni debemos olvidar que el campo de exterminio del Rancho Izaguirre tiene que ver con el de San Fernando, Tamaulipas, donde en 2010 se masacraron a 72 migrantes y se encontraron 92 cuerpos en una fosa clandestina; tiene que ver con el del Penal de Piedras Negras, Coahuila (2009-2011), equipado con hornos crematorios financiados por el propio Estado; tiene que ver con el campo de extermino de La Bartolina, Tamaulipas (2009-2016), donde se descubrió más de media tonelada de masa humana; tiene que ver con el de Patrocinio, Coahuila, (2016), donde se hallaron 3,500 restos humanos, por nombrar los campos de extermino más conocidos. Tampoco debemos olvidar que esos mismos campos tienen también que ver con el asesinato de mi hijo y de seis personas más en 2011 en Morelos, con la masacre de Iguala, Guerrero y la desaparición de 43 estudiantes de Ayotzinapa en 2014; con la matanza de niños y mujeres de la familia LeBarón en 2019 en Bavispe, Sonora; con los más de 140 periodistas y más de 100 defensores de derechos humanos asesinados; con los más de 100 mil desaparecidos, los más de 500 mil asesinados, los más de 3 millones de desplazados y con el asedio a las comunidades indígenas; tiene que ver con los discursos de odio y desprecio propiciados por López Obrador y la Cuarta Transformación; en fin, tiene que ver con cada uno de los crímenes que suceden y están sucediendo en este momento en México.

Si miramos el campo de concentración de Teuchitlán como se ha hecho siempre con todas las violencias, es decir, como un caso aislado; si lo olvidamos, como se ha hecho siempre con cada una de las violencias mencionada bajo el cúmulo de las banalidades que brotan de los discursos políticos, de los noticieros y de las redes sociales; si no hacemos de ese horror el punto de inflexión para caminar hacia la refundación del Estado, aguardaremos a que otro de los grandes crímenes que vive a diario nuestro país vuelva a tomar el imaginario nacional e internacional para saber que todo está perdido.

Hace 14 años, en este mismo sitio, leí unos versos de Martin Niemöller, un pastor luterano alemán que formó parte de la resistencia al nazismo. Hoy vuelvo a repetirlos: “Un día vinieron por los socialistas y no dije nada/ porque no era socialista./ Otro día vinieron por los sindicalistas y no dije nada, porque no era sindicalista./ Luego vinieron por los judíos y no dije nada/ porque no era judío./ Un día llegaron por mí y ya no hubo nadie que hablara en mi nombre”.

Aquí, en México, el Estado y el crimen organizado tienen secuestrada a la nación entera. Tenemos en este sentido la obligación de hablar por todos y en nombre de todos movilizarnos de nuevo. Si no lo hacemos y no caminamos como prioridad absoluta hacia la refundación del Estado, ya no quedará nadie que hable por nadie y México se habrá convertido por muchas décadas más en un campo de concentración y de exterminio al aire libre.

Creer que dialogando y haciendo acuerdos con poderes criminales se solucionará algo, es, a estas alturas del infierno, no sólo pecar de ingenuidad, sino sobre todo ser conniventes con el mal y responsables de los crímenes contra la humanidad que el Estado produce y convalida desde hace más de 14 años.

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