EL HACHÍS DEL DESARROLLO
Por: Mtro. Benítez Oliva José Alberto
“La fuerza del discurso del desarrollo procede de su capacidad para seducir.”
Gilbert Rich
La Ruina de Kash
El antiguo imperio de Kash fue uno de los más pujantes, extensos y ricos imperios del Oriente Africano. De su súbita decadencia y desaparición, al igual que ha ocurrido con otras antiguas culturas, se sabe poco. También, como en la mayoría de ellas, se conservan historias, mitos y leyendas de cómo y porqué sucedió tal colapso. Esta es una de esas historias:
La leyenda de la Ruina de Kash ocurre en el Cenit del Imperio, en el más extenso, rico y poblado de todos los reinos de Kash, el reino de Nap de Naphda, bajo el reinado del rey Akaf, justo en los preparativos de su relevo y cambio.
En Nap era costumbre milenaria y tradición aceptada que, durante el periodo de cada rey, los sacerdotes del imperio observaran los astros todas las noches, sin falta. Ofreciendo sacrificios y oraciones, esperaban la señal de los cielos para seguir su regla mítica de cambio y renovación, según la cual, debían ejecutar al rey y a los súbditos preferidos de su corte antes de ungir al nuevo rey, comenzando así, un nuevo ciclo.
Años de abundancia y buena ventura legitimaron el rito sagrado hasta el grado de ser incuestionable y aceptado con fiestas y alegría.
En el reinado del rey Akaf vivió un gran encantador, el más grande y famoso contador de historias llamado Farlimás del cuál, se decía, era capaz de contar las más increíbles y sorprendentes historias al grado que, era imposible dejar de escucharlo con atención. La fama de Farlimás llegó a oídos del rey Akaf, quien lo mandó llamar para conocerle y deleitarse con su don.
Farlimás, cuenta la leyenda, se presentó ante la corte. El rey en una fiesta de gala y presentación, exhortó a su súbdito a que contara una historia. Farlimás, desde el principio, captó la atención de su audiencia, sumergiéndolos muy pronto en un estupor y animo de espíritu muy parecido al efecto que produce el hachís. Incluso el rey, quedó encantado por el poder de contar de su invitado y súbdito. Al final, todos quedaron dormidos, sumergidos en un sueño tranquilo y pacificador.
Al día siguiente, Farlimás fue integrado a la corte del rey Akaf y pronto se convirtió en el súbdito preferido del rey, atando así su destino a la suerte trágica de los reyes de Nap. Farlimás, que conocía la tradición, lejos de incomodarle la aceptó de buen agrado y con templanza, hasta el día fatal en que se enamoró de Salim, la joven hermana del rey. Desde entonces a Farlimás le atormentaba la idea de morir con el rey y comenzó a idear un plan para salvarse:
Salim, como noble, invitaría a los sacerdotes por la tarde a departir en la corte vino y viandas. Farlimás, entonces, y comenzaría a contar historias con el objetivo de distraer de sus obligaciones astrológicas a los sacerdotes y que éstos perdieran su registro mortal.
Para abreviar nuestra historia les diré que Farlimás lo logra hacer no en una ocasión, sino en varios días seguidos que acumularon meses. De tal suerte que cuando se percatan del olvido, era imposible recuperar la tradición.
El rey, al darse cuenta de tan lamentable hecho manda matar a los sacerdotes, nombra a Farlimás como su sucesor y formulas reglas nuevas de sucesión que convierte en ley para todo el reino de Kash. A partir de la muerte del rey Akaf el imperio se descompone en luchas internas, conspiraciones y decadencia. El equilibrio cósmico se había roto, nunca más se pudo recuperar y de la grandeza de Kash no se conservan ruina alguna excepto estas historias.
La Genealogía de una creencia occidental:
Generalmente, pensar en el desarrollo nos lleva a la representación colectiva de la existencia de condiciones ideales de la existencia humana. Nadie podría estar, en principio, en contra de fines tales como el bienestar material, la erradicación de la pobreza y la alfabetización universal.
Sin embargo, si el desarrollo no es más que un término cómodo para reunir al conjunto de las virtuosas aspiraciones humanas, puede llegarse a la conclusión de que no existe en parte alguna y de que probablemente no existirá jamás y sin embargo...
Hablamos de países desarrollados, subdesarrollados y en vías de desarrollo; de planes y programas de desarrollo; de un Plan de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD); de un Banco Mundial de Desarrollo; de un Índice de Desarrollo Humano; practicas sociales, políticas económicas y culturales que utilizan la metáfora del desarrollo para seducir, pero, ¿cómo devino el desarrollo a ser el Hachís del mundo moderno?
Las ventajas del término desarrollo están dadas por sus connotaciones semánticas:
a) Apariencia de positividad.
b) Irreversibilidad.
c) Carácter acumulativo y de continuidad.
d) Neutralidad ideológica.
Estas características del término 'desarrollo' son el producto histórico de una transformación en sus usos, que reflejaban, a su vez, un cambio de mentalidad en occidente que coincide con el periodo moderno:
El término, originalmente está tomado de la observación empírica del desarrollo de los seres vivos, de la biología. Los seres vivos nacen-se desarrollan-y mueren. Es una metáfora tomada de la observación de la naturaleza. El antecedente conspicuo de la cultura occidental en cuestiones de observación natural son los griegos, en específico sobre el tema: Aristóteles y su metafísica de los entes en transito o desarrollo, de potencia en acto.
Para los griegos, sin embargo, el desarrollo natural era sólo una parte de un proceso que llegaba a un punto culminante antes de empezar su declinación hacia un nuevo ciclo y comienzo. La esencia de la naturaleza es un eterno retorno.
El desarrollo, es el momento del florecimiento de las potencialidades de los seres (crecimiento) y el preludio a su decadencia, también coesencial. Para el pensamiento griego lo inacabado es imperfecto.
En el Medievo, se re-creo la interpretación del tiempo y la historia humana bajo la concepción cristiana. El cristianismo, luchó contra la concepción cíclica del tiempo y propuso una interpretación lineal cuyo final no era el principio de un nuevo comienzo sino el reino de dios en la tierra. La historia humana se convirtió entonces, en el desarrollo de un plan divino, cuyo proceso seguía siendo desarrollar las potencialidades humanas pero cuyo fin no incluía ya su decadencia, sino, antes bien, la plenitud del reino de los cielos.
La modernidad emergente entre los siglos XVI y el siglo XVIII, seculariza la concepción cristiana del tiempo, poniendo al progreso como destino manifiesto de la especie humana y al 'desarrollo científico' como su mejor herramienta en un proceso acumulativo e infinito.
La revolución industrial del siglo siguiente, no hace más que consolidar el capitalismo moderno y el discurso cientificista que, aunado al triunfo de la teoría darwiniana en el área de los seres vivos (de donde todo partió) y al desarrollo tecnológico acelerado, dio como resultado la instauración del paradigma del darwinismo social del siglo XIX, así como la idea de cambio constante y expansión del modo de producción occidental, para bien de la humanidad.
Así llegamos a principios del siglo XX con cuatro candidatos a ser el Hachís de la
modernidad:
1) Proceso civilizatorio.
2) Occidentalización.
3) Progreso.
4) Evolución social.
La fuerza seductora de las dos primeras quedó mermada tras los procesos históricos de liberación de las colonias europeas en los siglos XVIII y XIX. El discurso cosmopolita, liberador y tolerante de la Ilustración, chocaba con el eurocentrismo discursivo e impositivo de éstas dos propuestas. Y aunque en los hechos, el mundo ha seguido un proceso de homogenización en la forma de vida y cultura europea, nadie en la periferia de ésta lo asume sin resistencias.
El término progreso fue cuestionado y atacado desde Rousseau, pero sus principales críticos surgieron en el siglo XIX, con los movimientos romántico y marxista, quienes apelando a un motivo estético y el otro ético, cuestionaban el estado decadente de una sociedad pauperizada y cuyo principal objetivo era la búsqueda de riqueza material y ganancias personales.
Vino, entonces, el intento del evolucionismo social, cuyo colapso estrepitoso llaga con la derrota Alemana en 1945. Habrá aún seguidores de esta corriente, pero lejos están de ser los preferidos contadores de historias del Imperio. La modernidad capitalista necesitaba un nuevo discurso embriagador y convincente.
Poco antes del colapso discursivo del evolucionismo social y junto con el fin de la Primera Guerra mundial surge la primer institución mundial de imposición de valores modernos: la Sociedad de Naciones (1919) en cuyo artículo 22 se leía:
Los principios siguientes se aplicarán a las colonias y territorios que, a consecuencia de la guerra, hayan dejado de estar bajo la soberanía de los Estados que los gobernaban anteriormente y que están habitados por pueblos aún no capacitados para dirigirse así mismos en las condiciones particularmente difíciles del mundo moderno. El bienestar y desenvolvimiento de estos pueblos constituye una misión sagrada de civilización, y conviene incorporar al presente Pacto garantías para el cumplimiento de dicha misión.
El mejor método para realizar prácticamente este principio será el de confiar la tutela de dichos pueblos a las naciones más adelantadas, que por razones de sus recursos, de su experiencia o de su posición geográfica, se hallen en mejores condiciones de asumir esta responsabilidad y consientan aceptarla...
La metáfora del desarrollo se instaura, entonces, como el hachís de la modernidad que nos llama a cumplir con un proceso cuantificable, perene, acumulativo e irreversible. Pero ¿quien es el ente que enarbola este discurso?, ¿quien es el Farlimás y quien es el rey al que sirve?, ¿Cuál es la subjetividad que se apropia del discurso y lo impone como deseable?
Quizá el inicio de la búsqueda de respuestas a tan apremiantes preguntas esté en contestar la siguiente primero: ¿Cuándo y como nace la idea de esta tarea colectiva de favorecer la prosperidad y aliviar la miseria, tanto de los países del sur, como los del norte? A contestar esta pregunta estaremos enfocados en nuestra exposición.
Basados en el análisis de Gilbert Rist, proponemos una definición del concepto moderno de desarrollo social:
El desarrollo social es un conjunto de prácticas (sociales, políticas económicas, culturales, etc.), que tienen por objetivo mantener y reproducir el sistema de reproducción social capitalista, ampliando su influencia a nivel global, asegurando la existencia de las sociedades (o de las clases sociales) incluidas en este sistema y desinteresándose de aquellas a las que excluye. Estas prácticas obligan a transformar y destruir, de forma generalizada, el medio natural y las relaciones sociales en
aras de una producción creciente de mercancías (bienes y servicios), destinadas al intercambio comercial mundial.
Se afirma frecuentemente que el desarrollo es otra cosa que el crecimiento económico. Lo importante aquí es quien lo enuncia. El PNUD (1991) afirma que “de la misma forma que el crecimiento económico es necesario para el desarrollo humano, el desarrollo humano es esencial para el crecimiento económico, p.7” en su edición del 1992 afirma que “el problema no es saber cual debe ser el volumen de crecimiento, sino que el tipo de crecimiento buscar p.2” Es fácil comprobar que en la práctica, se busca el crecimiento económico en nombre del desarrollo.
Pero, el desarrollo ¿no se propone objetivos humanos que contradicen el proceso descrito? ¿No es la expresión generosa de una auténtica preocupación por los demás? ¿No es un imperativo moral? ¿No busca poner fin a la miseria que hace estragos en la mayor parte de la humanidad? ¿Como explicar entonces la diferencia entre tan nobles objetivos y las prácticas que promueve e impone?
DESARROLLO HACHÍS
CAPITALISMO DROGA
DISCURSO OPIO
MARX PUEBLO
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