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viernes, 26 de agosto de 2011

A propósito de la caída de Khadafi

A propósito de la caída de Khadafi

Desde hace ya demasiados años, Khadafi no era sólo un excéntrico jeque petrolero al que le gusta el fútbol sino era un jugador más del poder discrecional que necesitan las empresas energéticas para mantener sus negocios.

Muammar Khadafi tiene tantas chances de llegar a cumplir 42 años de gobierno como las economías de los países centrales de disimular la recesión. El libio, ahora llamado por todos el dictador, llegó al gobierno el 1 de septiembre de 1969 y seguramente hace unos meses preparaba los oropeles para festejar un año más en el poder. Es cierto que dio un putsch y no sólo por eso ahora es calificado como un déspota. Con suficientes motivos, no hay dudas. La mayoría de los analistas no reportan que el golpe fue contra un rey, Idris, que era un títere de los intereses pro-occidentales en una nación que era colonia italiana y albergaba distintas identidades difícilmente conciliables. Además, Libia tiene el plusvalor de ser riquísima en petróleo. Está entre las diez naciones con más reservas de crudo y tiene una población que no llega a siete millones de habitantes.

La semana pasada, en pleno período de vacaciones para los europeos y estadounidenses, era imposible encontrar alguna noticia que distrajera a los habitantes del Primer Mundo de sus propios desastres. Las bolsas en picada, los jóvenes ingleses en protestas contra la violencia policial y, a la vez, el primer ministro David Cameron anunciando mano dura. Más delicado todavía resultaba la incapacidad de los dos principales referentes de la Europa continental, el francés Nicolas Sarkozy y la alemana Angela Merkel, de frenar la timba financiera que aqueja a los principales mercados de la región. Nótese que Grecia y Portugal ya pasaron a ser tratados como países de la periferia y socios de segunda en la Comunidad Europea, mientras que España evitó saltar al vacío gracias a que el socialista José Luis Rodríguez Zapatero anticipó las elecciones para el próximo 20 de noviembre y se descuenta el triunfo de la derecha española.

Este cuadro de situación sería muy incompleto si no se pasa revista a la imposibilidad que muestra el presidente de los Estados Unidos Barack Obama de frenar los embates del Tea Party, la parte más recalcitrante de la derecha republicana.

Basta recorrer los portales de los principales diarios europeos y estadounidenses para ver cómo destinan páginas a la inminente caída del dictador. Khadafi, una bestia negra y musulmana, está a punto de terminar sus días. Y eso parece dar tranquilidad a los editores de diarios de esas naciones que se precian de civilizadas. Sobre todo, después de la realización de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid, donde el jefe del Estado Vaticano –elegido por unos 175 hombres llamados cardenales y ninguna mujer– saludó a los reyes católicos, don Juan Carlos y doña Sofía, que no son elegidos por nadie para ocupar el trono. Joseph Ratzinger cerró la Jornada Mundial de la Juventud pidiendo que España “no renuncie a su alma profundamente religiosa y católica”.

Pero Khadafi será juzgado. Eso sí, si lo encuentran. O si no lo despachan de un tiro. El dictador africano tiene pedido de captura de la Corte Internacional de La Haya desde hace casi dos meses.

El argentino Luis Moreno Ocampo, que es fiscal de ese tribunal, descubrió ahora que el dictador cometió crímenes de lesa humanidad. Es difícil imaginarse a ese fiscal adjunto del juicio a las juntas militares de 1985, en medio de la pompa europea, revisando carpetas de Khadafi sin siquiera imaginar qué hacen los miles de militares profesionales de la OTAN que están bombardeando Trípoli, matando población civil. Tampoco se podrán imaginar los editores o el fiscal qué pasaría si el dictador saliera vivo de esta. Porque Khadafi, desde hace ya demasiados años, no era sólo un excéntrico jeque petrolero al que le gusta el fútbol sino era un jugador más del poder discrecional que necesitan las empresas energéticas para mantener sus negocios. Si Khadafi habla, seguramente podría salpicar a muchos líderes occidentales, tanto políticos como empresarios.

A DIEZ AÑOS DE LA GUERRA CONTRA EL TERRORISMO. En pocos días, los Estados Unidos asistirán a las celebraciones por las víctimas del ataque a las Torres Gemelas, llevado a cabo por Al Qaeda el 11 de septiembre de 2001. Barack Obama hace poco de cuatro meses mostró como un trofeo la muerte del responsable de aquel atentado. Un comando estadounidense entró a Pakistán, un país soberano, y mató a Osama bin Laden, sin siquiera darle la posibilidad a los habitantes de este mundo de recordar que existen los tribunales. Aun para Bin Laden. Aun los peores especímenes de esta humanidad deben ir a juicio. Como el asesino Anders Brivik, que tras los asesinatos que confesó haber cometido en Noruega, está preso a disposición de la justicia de ese país.

Obama tomó la decisión de atacar la casa donde estuvo Bin Laden durante meses. Todos tomaron el fin de los días de Osama como un guiño a la continuación –o al deseo de continuar– de Obama. Para el pueblo de los Estados Unidos, qué mejor, le habrán dicho los asesores de imagen de Obama, que tirar sobre la mesa el cadáver de un enemigo. Pero los cruzados del Tea Party también dijeron: Qué mejor que mostrarle a la sociedad estadounidense que este presidente, negro y con nombre musulmán, no puede lograr siquiera imponerse en el Congreso. Y están frenando las chances del primer presidente negro de quedarse en la inmaculada Casa Blanca.

La guerra al terrorismo de los verdaderos dueños del gran país del norte, encabezados por George Bush, la CIA, los petroleros y los banqueros, dejó un sinnúmero de atrocidades en el mundo. El gasto militar exponencial de los Estados Unidos –similar a la suma de los presupuestos bélicos de las nueve naciones que le siguen– es una de las principales explicaciones de la crisis fiscal –y también económica, y también financiera– estadounidense. Ahora, esos dueños, entre los que se encuentran el banquero David Rockefeller, George Bush (p) y el ex secretario de Defensa Donald Rumsfeld, comparten activamente las orientaciones del mundo político y financiero con otros hombres y mujeres de los estados y los bancos europeos. Entre otros espacios de decisión, en el Club Bildemberg, del cual, además de los nombrados, son parte la reina Sofía, nombrada más arriba, la banquera Ana Botín (del Santander, uno de los bancos extranjeros más importantes en la Argentina), o el irlandés Peter Sutherland, quien presidiera Goldman Sachs, una de las figuras relevantes para entender cómo los cuadros dirigentes del sistema pueden pasar de lo público a lo privado. Sutherland presidió la Comisión Europea, pero también presidió British Petroleum y la financiera internacional Goldman Sachs, salvada de la quiebra por la Reserva Federal de los EE UU durante la crisis de 2008.

Volviendo al atentado a las Torres Gemelas, fueron George Bush (h) y su secretario de Defensa, el mencionado Donald Rumsfeld, quienes planearon en tiempo récord la invasión a Afganistán y luego a Irak. Basta revisar los archivos para saber que Rumsfeld fue funcionario para temas de Medio Oriente de Ronald Reagan. Fue Rumsfeld quien impulsó la guerra del Irak de Sadam Hussein contra Irán, en tiempos en los que Hussein firmaba acuerdos petroleros con los Estados Unidos.

También Rumsfeld participó en la asistencia de la CIA a los mujaidines, los guerrilleros afganos que peleaban contra la intervención soviética. Entre los mujaidines se destacaba el recordado Osama bin Laden, cuyo padre era el multimillonario saudí Muhammad bin Laden, amigo de George Bush (p), que fuera vicepresidente de Reagan en ese momento y que antes de llegar a ese puesto había presidido la CIA. Pues bien, fue Rumsfeld entonces el que propiciaba el desembarco de decenas de miles de soldados profesionales superequipados para intervenir en uno de los países más pobres de la Tierra. Osama bin Laden murió en manos de otros soldados estaounidenses superequipados, porque si hubiera sido llevado a juicio y contaba historias, el planeta se hubiera enterado de demasiadas verdades incómodas. Ahora, Bin Laden está muerto pero los 100 mil soldados de los EE UU siguen en Afganistán. Y a ellos se suman los miles y miles de la OTAN, más otros tantos llamados contratistas, que son ex soldados contratados por agencias privadas que a su vez son contratados por el Pentágono.

El intervencionismo imperialista es demasiado burdo y tiene una historia inconfundible. Las agencias de noticias y los diarios de los Estados Unidos y Europa tienen una historia que puede durar dos o tres días. La gran pregunta de sus portales es ¿dónde está Khadafi? No encontré ninguno que se preguntara dónde está Donald Rumsfeld. Como decía el irlandés Sean MacBride, para pensar en un solo mundo es necesario respetar múltiples voces. En oportunidad de presentar un informe pedido por la Unesco sobre la comunicación en el mundo, MacBride dejó un informe que sirvió de proa a muchos de los que participaron activamente en la redacción de la ley argentina de Servicios de Comunicación Audiovisual. El irlandés se preguntaba, entre otras tantísimas cosas, por qué las noticias de los países del Tercer Mundo que circulaban estaban redactadas por agencias del Primer Mundo. En 1980, presentó su informe y la comisión que presidió planteó una serie de tópicos que sirvieran de orientaciones para los países que integraban entonces la ONU. La reacción de los Estados Unidos, no bien asumió Ronald Reagan, al año entrante, fue quitar el aporte de ese país a la Unesco. Tres décadas después, directamente los mandatarios de los países centrales desconocen la importancia no sólo de la Unesco sino también de la propia ONU. En eso estamos los ciudadanos de a pie mientras los poderosos cuentan que salen a cazar dictadores.

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