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domingo, 27 de noviembre de 2011

SACRIFICIO Y RENACIMIENTO DEL DIOS DEL MAIZ ENTRE LOS MAYAS

SACRIFICIO Y RENACIMIENTO DEL DIOS DEL MAIZ ENTRE LOS MAYAS
Dr. ENRIQUE FLORESCANO

En la cultura de Izapa (150 a.C.-250 d.C.), las estelas que narran la creación del cosmos reproducen la figura del dios del maíz viajando en canoa (Fig. 1), un episodio que se repetirá más tarde en las vasijas mayas de la época Clásica. Otros estudios sobre el dios del maíz recogen imágenes del estilo olmeca tardío donde se ve al dios navegando en canoas.

Los zapotecos de Oaxaca, cuyo desarrollo transcurre entre 500 a.C. y 750 d.C., también recibieron la influencia olmeca en sus representaciones iniciales del dios del maíz. Más tarde, inspirados en esta tradición, crearon al famoso Pitao Cozobi, el dios zapoteco del maíz cuya imagen se multiplicó en las urnas funerarias de esa región. En estas urnas el dios lleva una máscara que cubre parte de su nariz y boca. Su tocado está formado por el llamado glifo C, la boca del tigre, en el que sobresalen unas mazorcas de maíz. Es una figura popular en la cerámica zapoteca.

Pero la historia más completa del dios del maíz en la época Clásica la encontramos pintada en una colección de bellas vasijas mayas, o narrada en las inscripciones de sus glifos. Los sorprendentes episodios de esta historia se esclarecieron con el desciframiento de los textos grabados en una estela de Quiriguá y en los templos de Palenque, que iluminaron el drama de la creación del cosmos, acontecimiento que se remonta al lejano año de 3114 a.C. En esa fecha mítica, que registra la terminación de un periodo de 13 ciclos o baktunes, se dice que nació el Primer Padre, quien en otros textos es llamado Jun Nal Ye o Jun Ye Nal, Primera Semilla de Maíz. Según esta cosmogonía, Jun Nal Ye creó una casa en un lugar llamado Cielo Levantado y la dividió en ocho partes, orientadas hacia los cuatro rumbos del cosmos. En el mismo lugar ubicó las tres piedras que señalaron el inicio de la creación del cosmos y levantó el árbol cósmico llamado Wakan-kan, que es el árbol que se ve en el centro del tablero del Templo de la Cruz en Palenque.
Luego de estas hazañas Jun Nal Ye es el protagonista de cuatro episodios cruciales en la historia del dios del maíz, que los mayas registraron en el lenguaje de las imágenes, para que todos los pudieran admirar, como lo muestra el reciente descubrimiento de una de las imágenes más antiguas del dios del maíz, impresa en un edificio del Petén Guatemalteco. Sirviéndose de la forma narrativa, los artistas mayas pintaron los momentos decisivos de la historia del dios del maíz, divididos en cuatro episodios: 1) descenso de Jun Nal Ye a Xibalbá, el inframundo, un pasaje que concluye con el dramático sacrificio del dios; 2) búsqueda del dios en el interior de la Tierra por sus hijos, los Gemelos Divinos; 3) reencarnación y transfiguración de Jun Nal Ye; 4) viaje en canoa que culmina con la resurrección del joven dios del maíz en la superficie terrestre. Veamos cómo narran las pinturas estos episodios.

1. Descenso de Jun Nal Ye a la región de Xibalbá. Las vasijas mayas contienen imágenes expresivas del descenso de la primera semilla de maíz (Jun Nal Ye) al interior de la tierra, momento que en el cultivo del maíz corresponde a la siembra o enterramiento del grano en el subsuelo. Este es un episodio principal en el Popol Vuh de los k'iche' de Guatemala, escrito a principios del siglo XVI. En esta obra, que atesora las más antiguas tradiciones mayas, Jun Nal Ye, el dios del maíz, es llamado Jun Jujnapú, que puede traducirse como Uno o Primer Señor.

Las imágenes de la época Clásica pintadas entre los siglos VI y IX no tienen la riqueza de datos que nutren a este libro, pero sí registran los momentos decisivos de ese viaje. Por ejemplo, una escena muestra al dios del maíz enfrentándose a personajes del inframundo que lo amenazan. Otra retrata a los habitantes de Xibalbá ejecutando un acto de decapitación. Diversas escenas muestran que el Primer Padre, la semilla del maíz, no fue bien recibido en su descenso al inframundo. Quizá este rechazo obedezca al hecho de que el dios no hizo las ofrendas debidas a los señores de esta región. Lo cierto es que, finalmente, varios platos pintados muestran la cabeza cercenada de Jun Nal Ye, un episodio que siglos más tarde el Popol Vuh relató bajo la forma del sacrificio y decapitación de Jun Junajpú, cuya cabeza desmembrada fue colgada por los señores de Xibalbá en un árbol que crecía al lado de la cancha del juego de pelota, el lugar del sacrificio.

2. Búsqueda del Primer Padre por los Gemelos Divinos. En el Popol Vuh los Gemelos Divinos son Junajpú y Xbalanqué, los hijos de Jun Junajpú, el Primer Padre, quienes descienden a Xibalbá en busca de su progenitor, enfrentan a los temibles señores de esa región y luego de una serie de peripecias los derrotan y sacrifican. Los vasos pintados de la época Clásica también narran el descenso de Junajpú y Xbalanqué al inframundo y relatan, con el colorido y la fuerza de las imágenes, las ingeniosas estrategias que imaginaron para rescatar al Primer Padre. Recogen incluso escenas no contadas en el libro sagrado de los k'iche'.

En estas vasijas Junajpú y Xbalanqué aparecen personalizados, bajo la figura de dos jóvenes, cada uno con características propias. Junajpú se distingue por las pintas negras impresas en su cara y en su cuerpo. Xbalanqué se reconoce por los pedazos de piel de jaguar que tiene adheridos en su rostro, brazos y piernas. Otras escenas muestran a los gemelos visitando a Itzamnaaj, el patrón del mundo celeste. Siguen luego otros episodios que narran la tremenda batalla con los señores de Xibalbá en la cancha del juego de pelota. Varias imágenes relatan la lucha con el gran pájaro Vucub Caquiz (Siete Guacamaya), que en el Popol Vuh es un personaje que usurpa el papel de los dioses y se hace pasar por el Sol y la Luna. Como sabemos, estos episodios son narrados con detalle en el Popol Vuh, pero en estas vasijas los personajes y sus aventuras tienen una presencia plástica que los vuelve inolvidables.

3. Reencarnación y transfiguración del dios del maíz. El tercer episodio del viaje a la región húmeda no está consignado en el Popol Vuh. Se trata del momento crucial en que el dios del maíz, o mejor dicho, la semilla, germina en el inframundo y se transforma en el embrión que más tarde se convertirá en la planta del maíz. Este episodio en la vida del dios corresponde en la biología agrícola a la germinación de la semilla del maíz, un portento que ocurre en el interior de la tierra húmeda y que por esa circunstancia nosotros no percibimos ni podemos registrar. Sin embargo, los agricultores mayas de la época Clásica, quienes conocían como nadie las peculiaridades de ese proceso, se esforzaron en pintarlo con trazos expresivos.

Unas imágenes que a primera vista parecen ininteligibles dibujan el momento de la reencarnación del dios surgiendo de las fauces de una figura zoomorfa, que probablemente simboliza las fuerzas germinales de la tierra. Siguen otras escenas, no menos espectaculares, en las que el joven dios del maíz encuentra unas hermosas mujeres desnudas, quienes dialogan con él y parecen dispuestas a cuidarlo. Luego esas mujeres tentadoras proceden a vestirlo, una ceremonia varias veces representada, en la que el dios recibe unos pendientes para las orejas, un collar, brazaletes para las muñecas, ajorcas para los tobillos y un cinturón del que cuelga una concha marina, todo hecho de finas piedras de jade. La parte más vistosa de este traje es un faldellín tejido en forma de red con cuentas y pequeños cilindros de jade. Es decir, el vestido del joven dios del maíz es la fertilidad misma, simbolizada por las brillantes piedras de jade, que representan las hojas verdes de la planta y las fuerzas germinales del agua y de la tierra. Se trata de una escena que transcurre en el medio húmedo del inframundo, y como advierten Michel Quenon y Geneviève Le Fort, el faldellín de redes de jade es una imitación exacta del diseño impreso en el carapacho de la tortuga, que a su vez es el símbolo de la tierra entre los mayas.


Si se pone atención a la escena en que el dios del maíz recibe sus atavíos, y se le compara con una muy semejante representada en el Códice de Viena, en la cual 9 Viento, el héroe cultural mixteco, recibe los vestidos y símbolos que lo caracterizarán, advertimos que se trata de escenas equivalentes a la ceremonia de entronización de los gobernantes. A semejanza de los dioses, los gobernantes reciben sus atavíos y los símbolos del poder en una ceremonia especial.

4. Resurrección del dios del maíz. El cuarto y último episodio de esta saga narra el encuentro del dios del maíz con las semillas nutricias conservadas en el inframundo y su renacimiento en la superficie terrestre. Comienza con el viaje en canoa del dios en un medio acuoso, acompañado por unos remeros fantásticos: uno está representado como jaguar y lleva en la mano una coa; otro sostiene en sus brazos un instrumento musical de percusión -la concha de una tortuga-; y un tercero personifica a Chak, el dios maya de la lluvia. En otra escena pintada en un vaso (Fig. 15), el joven dios del maíz aparece en el extremo izquierdo. Lleva en su brazo derecho una bolsa con granos de maíz y surge radiante de una hendidura de la tierra, simbolizada por un carapacho de tortuga.

Un vaso extraordinario conservado en el Museo Popol Vuh de Guatemala compendia el viaje del dios del maíz por el inframundo en tres escenas. Se trata de un vaso notable porque en lugar de presentar una escena en un mismo plano, como era la tradición, tiene grabadas tres, que relatan los episodios cruciales del nacimiento del dios del maíz. En la parte inferior derecha se representa la encarnación del dios en el inframundo (la semilla germinada), que emerge de una boca con rasgos zoomorfos. En el lado izquierdo está pintada la ceremonia en la que dos hermosas mujeres desnudas lo visten. Por último, en la parte superior derecha se le ve regresar del medio marino llevando en su regazo una bolsa con granos de maíz y acompañado por dos remeros de apariencia sobrenatural.


La escena final, la apoteosis del dios renaciendo del interior de la tierra, es una de las más representadas en esculturas y en los vasos y platos policromos. Varias pinturas describen el renacimiento del dios, pero la imagen consagrada lo presenta surgiendo de una hendidura en el caparazón de una tortuga, vestido con su magnífico traje de jade y acompañado por Junajpú y Xbalanqué, los hijos ejemplares que sin desmayar trabajaron en su resurrección.

Si se unen las imágenes que acabamos de repasar, vemos que las escenas del nacimiento del dios del maíz son una copia fiel de las fases cruciales del cultivo del cereal: siembra, germinación del grano en el interior de la tierra y brote generoso de las hojas verdes de la planta en la superficie del campo de cultivo. Así, al trasladar el proceso agrícola a las imágenes plásticas, el ciclo vital de la planta se transformó en las alucinantes escenas protagonizadas por el dios del maíz. Es decir, la manipulación de los gobernantes transformó el ciclo agrícola ejecutado por los campesinos en las maravillosas acciones protagonizadas por el dios del maíz.

Otra escena vinculada al renacimiento del dios lo pinta danzando, vestido con su personalísimo traje de esferas y cilindros de jade, como si festejara su triunfo sobre las potencias de la muerte y la esterilidad. Karl Taube mostró que una característica del dios maya del maíz en la época Clásica es la representación de su cabeza en forma extremadamente alargada, que simula la mazorca de la planta, y su cráneo tonsurado, que asimismo busca alargar la cara y acentuar su apariencia juvenil. En estas imágenes el joven dios del maíz encarna el ideal de belleza, regeneración y energía vital del mundo maya de la época Clásica.

En este tiempo los mitos, los ritos, la imaginería religiosa, el arte público y la propaganda política se unieron para hacer del dios del maíz un espejo de virtudes del pueblo maya. Era el dios generador de la existencia humana, el fundador del poblado sedentario y el benefactor de las artes y las ciencias. Tenía la condición del dios siempre joven cuyo cuerpo reverdecía cada primavera. Su reaparición estacional era símbolo de vida eterna, y por eso la muerte y el renacimiento anual de la planta del maíz se convirtieron en metáfora de la continuidad imperecedera del poder dinástico.

Al mismo tiempo que Jun Nal Ye se transformó en un símbolo del poder real, resumió las virtudes del pueblo campesino maya: el cultivo de la planta del maíz era la tarea que unía a los diversos pobladores en una empresa de supervivencia colectiva. El cultivo mismo implicaba las nociones de trabajo colectivo, unidad, disciplina, planeación y colaboración comunitarias. La naturaleza colectiva del cultivo del maíz originó la división del trabajo en la célula familiar, y ordenó las actividades de la comunidad campesina alrededor del ciclo anual de producción de la planta: limpia y roturación del suelo de febrero a marzo; siembra entre abril y mayo; cuidado y riego de la planta de junio a septiembre; y cosecha y almacenamiento de octubre a noviembre. Tal fue el calendario agrícola que definió los principales trabajos y ritos de la comunidad a lo largo del año.

El regalo de los dioses a los seres humanos

En contraste con los numerosos documentos gráficos y literarios que relatan la historia prodigiosa del dios del maíz, pocos testimonios explican cómo fue descubierto este cereal por los seres humanos. El Popol Vuh narra que el maíz estaba escondido en Paxil, la Montaña Partida, y que ese lugar oculto fue revelado a los dioses por cuatro animales: el gato del monte, el coyote, una cotorra y el cuervo. La Montaña de los Mantenimientos estaba colmada de zapotes, anonas, jocotes, nances, miel y toda suerte de frutas y plantas comestibles. Dice el Popol Vuh que los dioses extrajeron de ahí el maíz amarillo y el maíz blanco y se lo dieron a la diosa Xmucane, quien molió los granos nueve veces. Luego los dioses tomaron esa masa preciosa y con ella hicieron las piernas, los brazos y el cuerpo de los seres humanos, cuya carne fue la masa del maíz. Eran hombres de maíz, como afirma la tradición maya.

El relato del Popol Vuh sobre el descubrimiento del maíz es el mismo que hallamos estampado en las vasijas mayas pintadas en la época Clásica. En unos huesos labrados encontrados en Tikal se ve al dios del maíz transportado en canoa y acompañado por animales y dioses remeros, quienes lo llevan al lugar de la Montaña de los Mantenimientos. Otras imágenes muestran el regreso del dios cargando en sus brazos una bolsa llena de granos de maíz. Imágenes y textos semejantes reiteran que el descubrimiento del maíz ocurre siempre en el interior de la Montaña de los Mantenimientos, donde es rescatado unas veces por el dios del maíz y otras por Chak, el dios de la lluvia. Hay también imágenes que muestran a Chak blandiendo su hacha en forma de relámpago o serpiente y esforzándose por romper la roca que impide entrar en la cueva donde se guardan las semillas del maíz. En la mitología de la época colonial y contemporánea de los pueblos mayas se sigue narrando un episodio semejante.

Mi interpretación de estas imágenes es que las mujeres son una representación simbólica de los jugos nutricios de la tierra. La escena en que éstas visten a Jun Nal Ye correspondería entonces al pasaje en que las fuerzas germinales de la tierra dotan a la planta del maíz de su fino tallo y de sus preciosas hojas verdes. El conjunto de la escena simboliza el momento agrícola en que el grano, germinado por los jugos del inframundo, está a punto de irrumpir en la superficie terrestre, transformado en espigada planta de maíz.


En los textos e imágenes que narran el descubrimiento del maíz persiste la idea de que este acontecimiento fue un don de los dioses creadores. De modo que el regalo del cereal a los seres humanos creó una dependencia permanente de éstos respecto de los dioses, quienes en la mitología mesoamericana aparecen siempre como los arquitectos del diseño del cosmos y los dispensadores de los bienes terrenales.



La cosmovisión maya y sus fundamentos agrícolas

Una de las aportaciones más notables de los estudios publicados en la segunda mitad del siglo xx fue iluminar la concepción maya del cosmos, las distintas franjas que lo dividían y sus relaciones con los seres humanos. Los mayas, al igual que otros pueblos, se esforzaron por poner un orden en su medio natural y regular las fuerzas que amenazaban destruirlo. Como dice Karen Bassie-Sweet, una visión del mundo equivale a fundar un lugar estable dónde desarrollar la vida de los seres humanos. Para alcanzar esta meta los mayas imaginaron un cosmos ordenado y lo hicieron descansar en los frutos agrícolas.

Los mitos cosmogónicos que relatan el origen del mundo y su composición cumplen esa tarea. Los estudios sobre los antiguos mayas registran la presencia de este mito desde los años iniciales de la época Clásica (200-650 d.C.), y las indagaciones etnográficas confirmaron la continuidad de esa tradición entre los mayas contemporáneos. Los mitos nauas y mayas cuentan que la creación de un cosmos ordenado exigió a los dioses un gran esfuerzo, pues los primeros intentos resultaron fallidos o fueron abolidos por destrucciones catastróficas. La primera parte de estos relatos registra una batalla cósmica entre las potencias celestes y las telúricas, un enfrentamiento que impide fundar un orden estable. Finalmente el mito relata la aparición de la Montaña Primordial que emerge del océano y funda la superficie terrestre. Entre los mayas esta montaña se llama Yax-Hal-Witz, Primera Montaña Verdadera. Según mi interpretación, la creación de la superficie terrestre es el acontecimiento decisivo de esta fase, pues la aparición de la tierra pone fin al infructuoso combate entre las fuerzas fecundadoras del cielo y las germinales del inframundo.

Una vez creado ese territorio salvo, el cosmos se ordena en un eje vertical formado por el inframundo, la tierra y la región celeste, tres niveles comunicados por flujos recíprocos de abajo hacia arriba y viceversa. Según esta concepción, la tierra es el centro de ese eje y hacia ella convergen las fuerzas creativas del cielo y las del inframundo, así como las que habitan los cuatro rincones del cosmos.

La tierra tiene la forma de un cuadrado, que es el diseño trazado por el sol en su camino anual por la bóveda celeste. En el centro de ese cuadrado está el núcleo que articula todas sus partes, el ombligo del cosmos. Desde los tiempos más remotos los mayas convirtieron ese cuadrado en modelo de todas las construcciones humanas: la parcela de cultivo, la casa, el pueblo, el templo, el patio, la mesa o los espacios rituales. Al reproducir ese cuadrado en la milpa y en los otros espacios, los mayas construyeron un territorio humanizado, distinto del mundo natural.

Según esta cosmovisión, en los cuatro rumbos de la tierra había cuevas que la vinculaban con el inframundo y cuatro árboles en sus esquinas, que eran los postes que sostenían la bóveda del cielo. Debajo de la tierra y del inframundo estaba el mar, la fuente primordial de la fertilidad. Esta concepción del universo maya se enriqueció en los últimos años con una nueva interpretación del inframundo, hasta entonces la región más ignorada de ese cosmos.

Los pueblos mesoamericanos concibieron el interior de la tierra como una boca devoradora por la que periódicamente desaparecían los seres humanos, las semillas y los astros. Se pintaba como un sitio acuoso donde abundaban las aguas estancadas y los ríos, habitado por una población alucinante: personajes antropomorfos que cohabitaban con enanos y jorobados, o con seres mitad animales o enteramente zoomorfos y monstruosos, dioses envejecidos, criaturas descarnadas. Eran los seres que significaban la enfermedad, el decaimiento físico, el sacrificio humano y la muerte. Los mayas llamaron a esa región Xibalbá.

En la iconografía mesoamericana el inframundo es una región poblada por plantas y animales acuáticos, o por cuevas en su interior, como se ve en una pintura mural de Teotihuacán. Siguiendo la tradición olmeca, los mayas representaron el inframundo en forma cuatrifoliada e identificaron ese diseño con la cancha del juego de pelota. Las piedras labradas que servían de marcadores en el magnífico juego de pelota de Copán tienen esa forma, pues indican que la partida que ahí se describe se jugó en el inframundo. Otras imágenes confirman que la cancha del juego de pelota es una expresión simbólica del espacio geográfico del inframundo. Así, en un vaso se representa al dios del maíz parado en una cancha del juego de pelota vista de perfil, una imagen que indica que el dios está en el cogollo del inframundo, en el centro del juego de pelota.

La cancha del juego de pelota es el lugar privilegiado del sacrificio humano porque ese espacio simboliza el inframundo, el lugar donde desaparecían y eran devorados los seres humanos, los astros y las plantas. Es el sitio donde tiene lugar la contienda tremenda entre las potencias de la muerte y las de la regeneración, la lucha entre las fuerzas de la luz y las de la noche, la región donde se enfrentan las fuerzas telúricas y las celestes y donde lo que ha degenerado se transforma y renace. Es la región más creativa y lúdica del cosmos.

Uno de los objetivos de los mitos de creación era organizar el cosmos bajo principios regulares, darle sustento al orden creado y asegurar la continuidad del ciclo cósmico y humano. En el inicio de la creación, cuando se definen las regiones del cosmos y se señalan sus atributos, la relación del inframundo con la superficie terrestre es la que más se afanan en regular los mitos y la teología. Ambos repiten que el inframundo es el ámbito sobrenatural donde ocurre el proceso misterioso de la transformación de la materia. Por eso en todos los mitos cosmogónicos el lugar donde ocurre la nueva creación es el inframundo, la matriz oscura donde habitan las fuerzas progenitoras de los astros, la vegetación y los seres humanos.

Al final de este viaje por las imágenes y textos que narran la historia deificada de la planta del maíz se tiene la impresión de haber recorrido un tramo muy largo de la evolución humana, y tocado algo profundo de esa historia. De pronto percibimos que durante cientos de años, desde la fundación de sus primeros reinos hasta Copán, los mayas se contaron una misma historia acerca de los orígenes del cosmos y los fundamentos de la vida civilizada.

Como lo sugieren las estelas de Izapa que tienen grabadas las imágenes más antiguas que conocemos de los Gemelos Divinos, y como lo muestran los cultos olmecas del dios del maíz, el mito del nacimiento del dios seguramente empezó a relatarse desde el Preclásico, muchos años antes de la era actual. Lo más probable es que naciera con los comienzos de la civilización, cuando los mesoamericanos descubrieron el secreto de las plantas cultivadas y fundaron su vida en la agricultura. El relato cosmogónico que los mayas clásicos grabaron en sus monumentos indica que en sus orígenes éste fue un mito agrícola, una narración centrada en el brote maravilloso de la planta del maíz del interior de la tierra.

En los mitos mayas de creación el nacimiento del dios del maíz es el acto inaugural de la nueva era del mundo, un acto que selló un pacto entre los dioses y los pobladores de la tierra. La resurrección del dios del maíz significó la aparición del alimento de los seres humanos, cuya carne misma, como lo dice el Popol Vuh, fue hecha de la masa de maíz. A cambio del don que le dio vida a la nueva humanidad y aseguró su reproducción a través de las sucesivas generaciones, los dioses demandaron a las criaturas terrestres que nutrieran y veneraran a sus progenitores con el sacrificio de su propia sangre.

Lo que más sorprende de este mito es que desde sus manifestaciones más antiguas incorpora en su estructura narrativa los procesos fundamentales del cultivo de la planta del maíz. Así, los pasajes que corresponden a la cosecha de las mazorcas se convierten, en el Popol Vuh, en la decapitación de Jun Nal Ye y en los episodios que describen la fatalidad del sacrificio de una parte de la vida para asegurar la reproducción del conjunto cósmico y humano. De los frutos que cada año genera la madre tierra, una porción se convierte en alimento de los seres humanos y la otra vuelve al seno materno, para continuar el ciclo de consunción y recreación de la naturaleza.

Otro gran momento del ciclo agrícola, la siembra de las semillas en el interior de la tierra, está representado en el mito por la intrusión de los cultivadores en la región del inframundo, una acción que provoca el enojo de los regentes de Xibalbá y el descenso de Jun Nal Ye, el Primer Padre y la primera semilla, a las profundidades de esa región. La permanencia de las semillas en el interior de la tierra, que biológicamente corresponde al pasaje de su transformación bajo la intervención conjunta de los jugos de la tierra y del agua, adquiere en el mito la forma de una contienda entre los señores de Xibalbá y los emisarios celestes, los Gemelos Divinos. Como sabemos, esa contienda se resuelve en el triunfo de los Gemelos. La victoria de los Gemelos impone a los señores de Xibalbá la aceptación del ciclo anual de siembra y reproducción de las plantas en el interior de la tierra, y la devolución periódica de los frutos sembrados por los agricultores. Así, en lugar de una boca insaciable, el interior de la tierra se convierte en matriz de la germinación y reproducción de la vida.

Por último, el brote de la planta del maíz en la superficie terrestre se transforma, en el relato mítico, en el acto maravilloso de la resurrección de Jun Nal Ye de las profundidades de la tierra, que simbólicamente expresa el triunfo de las fuerzas creativas sobre las de la muerte y el otorgamiento a los seres humanos del alimento que asegurará la continuidad de las generaciones futuras. La identificación de este acontecimiento agrícola con el origen del cosmos, el nacimiento de los seres humanos y el comienzo de la vida civilizada, expresa la importancia que estos pueblos le atribuyeron a la domesticación de la planta del maíz.

El dios del maíz transformado en espejo de gobernantes

Simultáneamente al proceso de divinización de la planta del maíz, los mayas trasladaron las virtudes germinales de ella a sus jefes políticos. El ingenio maya vinculó el ciclo agrícola que ocupaba a la mayoría de la población con los símbolos de la sucesión del poder: así como el dios del maíz muere en la cosecha y renace en cada siembra, así también la sangre real se interpretó como la semilla preciosa que vinculaba a los reyes muertos con sus sucesores. En estas imágenes la semilla, que es el núcleo vital que permite el renacimiento cíclico de la planta del maíz, equivale a la sangre humana que se transmite de padres a hijos y asegura la continuidad del linaje real.Si aceptamos esta interpretación, la célebre lápida que cubre el sarcófago del rey Pakal de Palenque representa una escena de resurrección, no de muerte o caída en el inframundo, como sugieren algunos autores. En ese magnífico bajorrelieve se observa que Pakal tiene el mismo vestido de redes de jade del dios joven del maíz. Es decir, esta imagen representa el momento en que Pakal renace transformado en dios del maíz y se convierte en un ser inmortal, en protector divinizado del reino de Palenque. Se trata entonces de un monumento que sacraliza el pasaje en que el rey muerto renace en el más allá transfigurado en dios. Una serie de estelas donde se representa a los reyes mayas vestidos con el faldellín de redes de jade y los ornamentos del dios joven del maíz, refuerzan esta interpretación.

Así, cuando los gobernantes se hacían representar bajo la forma de la planta o el dios del maíz, querían significar que su cuerpo mortal contenía las fuerzas regenerativas de esta planta, y que el poder real, al transmitirse ineluctablemente de un sucesor a otro, estaba dotado de las cualidades eternas de los ciclos naturales, que se repetían sin cesar un año tras otro. De este modo los atributos de la planta, personificados en el dios del maíz, se transformaron en símbolos de fecundidad, abundancia, renacimiento e inmortalidad. La imagen del dios renaciendo del interior de la tierra es entonces la metáfora de la creación, o dicho con otras palabras, de la vida civilizada.

Desde los olmecas los cultos a la fertilidad se asociaron con la resurrección del dios del maíz y con el festival que al comenzar el año agrícola celebraba esos acontecimientos. En esa ceremonia, que reunía a la mayoría de la población, el gobernante supremo, investido de sus poderes de gran chamán, capitán de los ejércitos y cabeza del reino, era el ejecutor de los ritos que revivían el momento de la creación del mundo y convocaban la protección de las fuerzas cósmicas que regulaban la vida terrestre. El solemne sacrificio de su propia sangre era el acto central de esas ceremonias, un rito que ratificaba el pacto entre los dioses y los seres humanos, según el cual éstos debían nutrir a sus creadores con la sustancia más preciosa.

Los reyes mayas de la época Clásica dirigían los festivales que conmemoraban el cambio anual de las estaciones y particularmente la gran fiesta del comienzo del año agrícola, cuando se revivía el momento en que tuvo lugar la creación del cosmos y el comienzo del tiempo, el inicio de la incesante rueda de los ciclos temporales. Al celebrar cada año el equinoccio de primavera que anunciaba la llegada de las lluvias, o la fiesta de la cosecha y el inicio de la estación seca en el equinoccio de otoño, el gobernante se identificaba con los dioses de la fertilidad, la lluvia y el maíz, y ratificaba ante su pueblo su poder para manipular las fuerzas que regulaban la reproducción de las plantas. El gobernante, no el dios del maíz, era entonces la metáfora de la fertilidad, la reproducción de las plantas y la recreación de la vida.

La lápida del sarcófago de Palenque muestra que el ciclo de la muerte y resurrección del dios del maíz se había vinculado a la sucesión del linaje real y el mantenimiento del equilibrio cósmico, que eran las dos cargas que pesaban sobre los hombros del gobernante. Así, las ceremonias que celebraban la muerte y resurrección del dios del maíz eran un conjuro contra la esterilidad, la extinción del grupo o la desaparición del rey, los peligros que amenazaban la estabilidad del reino y la sobrevivencia de la comunidad.

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