El reto del Estado Islámico traspasa fronteras
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Lejos de diluirse con el tiempo, el Estado Islámico (EI) refuerza su desafío violento en múltiples escenarios. Frente a Bagdad aprovecha la debilidad del Gobierno central, la animadversión acumulada por los suníes contra el ahora defenestrado Nuri Al Malikiy las poderosas fracturas internas que refuerzan la posibilidad de que Irak termine disgregándose. De momento, las fuerzas armadas iraquíes han mostrado una inquietante incapacidad táctica para reaccionar ante la embestida yihadista. Su escaso entusiasmo para entrar en combate en defensa de una causa que muchos uniformados no comparten y sus carencias operativas han concedido al EI una considerable ventaja para hacerse con el control de numerosas infraestructuras y localidades.
Por otro, combate también contra los peshmergas kurdos a lo largo de una línea que abarca prácticamente 1.000km. La pasividad inicial de los gobernantes del Kurdistán iraquí- más preocupados por lograr mejoras en el reparto de las riquezas petrolíferas que formalmente controla Bagdad y mayor peso en el nuevo Gobierno- y su afán por aprovechar la desbandada de las fuerzas iraquíes para ampliar de un solo golpe el territorio que ahora controlan (hasta un 40% más del que tenían hace tan solo dos meses, incluyendo Kirkuk) han permitido al EI incrementar su radio de acción hacia el norte.
Y todo ello, por último, sin cejar en su empeño por convertirse en el actor dominante del escenario sirio. Hoy- reforzado diariamente por combatientes que abandonan otros grupos rebeldes, al percibir al EI como un grupo que gana batallas y que paga mejor a sus afiliados- ya es la segunda fuerza armada en presencia. Eso le permite retar simultáneamente a otros grupos rebeldes y a un ejército que no tiene capacidad para atender a más de un frente bélico a la vez. Una buena muestra de esa capacidad es la toma de la base militar de Tabaqa, que no solo le ha proporcionado MANPADS SA-16, misiles AIM-9 Sidewinder y cazas Mig-21B, sino controlar la práctica totalidad de la provincia siria de Raqqa.
Esto significa que actualmente el EI ha extendido sus brazos en un territorio que abarca un tercio de Siria y la cuarta parte de Irak, habitado por algo más de 6 millones de personas y con una considerable riqueza gasística y petrolífera. En todo caso, nada de eso implica que el califato instaurado el pasado 29 de junio por Abubaker al Bagdadi sea ya una realidad incontrovertible.
En primer lugar, porque no tiene fuerzas suficientes para sostener su apuesta a largo plazo y sus aliados son, en el mejor de los casos, circunstanciales. En realidad el EI no es más que uno de los grupos que han levantado sus armas en Irak, como cabeza visible de una amalgama en la que coinciden ocasionalmente Ansar al Islam, el Consejo Militar de las Tribus de Irak (con más de ochenta tribus), el Ejército de los Hombres de la Orden Naqshbandi y grupos baazistas y partidarios del antiguo régimen. Dado que apenas los une su afán de poder y su oposición al autoritarismo y discriminación practicadas por Al Maliki en estos últimos años contra los suníes, es inmediato suponer que su falta de cohesión interna muy pronto jugará en su contra.
Además, en la medida en que se va tomando conciencia de la gravedad de la amenaza que representa para países tan dispares como el propio Irak, Siria, Irán, Arabia Saudí y Turquía- pero también para Estados Unidos y el resto de los países occidentales-, comienza a vislumbrarse una respuesta decidida a evitar que el delirante sueño yihadista se haga realidad. Así, la designación de Haidar al Abadi como nuevo primer ministro iraquí ya se ha traducido en el regreso a sus puestos de los ministros kurdos y en un progresivo cambio de posición en líderes tribales suníes de la provincia de Anbar, realineándose nuevamente con Bagdad a cambio de compromisos de reintegración en la escena nacional. Lo mismo cabe decir del apoyo que Bagdad está prestando a Erbil para que sus peshmergas aumenten su capacidad de combate contra el EI, en un esfuerzo en el que también es bien visible la implicación de Teherán y Washington (con apoyo aéreo, armas, inteligencia y asesoría). En esa misma línea hay que mencionar a Arabia Saudí, usando su influencia entre los actores suníes iraquíes para facilitar la suma de fuerzas con el Gobierno central. Más reciente aún- y más paradójica si cabe- es la reconversión del régimen sirio en colaborador interesado en la eliminación del EI, mientras EEUU comienza a asumir la necesidad de involucrarse militarmente en Siria.
Se vislumbra, en definitiva, la conformación de una respuesta de geometría variable contra el EI que- aún asumiendo, como apunta Obama, que no será "ni fácil ni rápido"- apunta a un cambio de tendencia. En todo caso, nada se arreglará solo con armas.
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