Libro en PDF 10 MITOS identidad mexicana (PROFECIA POSCOVID)

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jueves, 30 de marzo de 2017

La yihad y la Tercera Guerra Mundial

Hay una sentencia, o hadiz, del Profeta que siempre resulta citada en los intentos de presentar la yihad, la guerra contra los infieles, como algo secundario, "yihad menor", por contraste con la "yihad mayor", la lucha del creyente consigo mismo. Lo habría dicho Mahoma al regresar precisamente de una campaña militar. Suele añadirse que incluso esa yihad menor, por prescripción suya, solo ha de practicarse como resistencia frente a una agresión. El valor polémico de su uso es claro, al minimizar la carga de violencia; la deformación que introduce en la comprensión de la yihad, también.
De entrada, el hadiz pertenece a una colección sin prestigio alguno, ni de lejos se encuentra en las seis "seguras", y el gran teórico del siglo XIII Ibn Taymiyya lo juzgó falso. ¿Por qué? La razón está en que el concepto de yihad es unidireccional, se orienta a Alá, sin espacio para debate interno alguno en el creyente. El concepto de yihad, definido en la fase de predicación de Mahoma en La Meca, es esfuerzo hacia Alá, acción de entrega a Alá, aun sin violencia, sin que exista contradicción alguna en que esa disposición, con el Profeta armado en Medina, se convierta en esfuerzo de guerra en la senda de Alá contra los infieles (y gentes del libro) hasta la victoria final de la verdadera religión.
Los hadices lo confirman masivamente y la propaganda islamista desde y en lugares muy respetables -de la editora oficial saudí a la gran mezquita de Londres hasta ayer-, no deja espacio alguno a la duda: los símbolos de la yihad son la espada y el kalashnikov. Y es bien significativo que cuando los pacíficos saudíes presentan el Corán, con el versículo 8.60, único en que se emplea el término "terror" contra los enemigos de Alá, no dudan en sustituir el empleo de la caballería, recomendando medios más modernos: cañones, tanques, misiles. Más claro, imposible.
En la segunda mitad del siglo XX entró en escena la confrontación de sectores crecientes del Islam con Occidente, con Israel como permanente factor de irritación. Tuvo lugar así la convergencia -encarnada por Al Qaeda- de la radicalización de los Hermanos Musulmanes (Sayyid Qutb), promotores de una islamización de la sociedad musulmana, pervertida por el dominio de Occidente, con la supervivencia del rígido wahhabismo en Arabia Saudí, partidario de una ortodoxia militante frente a infieles y herejes (chiíes). La búsqueda de la reislamización coincidió con el llamamiento a la guerra "en la senda de Alá". Y por todos los medios. A ello se sumó la globalización de las comunicaciones (TV, internet), gracias a la cual por fin la umma, la comunidad de los creyentes, se fue haciendo una realidad, y una realidad actuante a escala mundial.

El mensaje del 11-S

En el llamamiento de Bin Laden de 1998, el enemigo principal es Estados Unidos ("y sus aliados"). Los atentados del 11-S parecen confirmar esa prioridad, incluso cuando Al Zawahiri, el número dos, recupera un episodio ejemplar de la vida de Mahoma (Ibn Ishaq/Ibn Hisham) donde propone matar al primer judío que sus seguidores se encuentren; ahora, en el libro explicativo del gran atentado, la recomendación se extiende a los norteamericanos.
La proyección terrorista de la yihad se extendió a escala mundial, de Bali a Londres, pasando por el 11-M
Pero muy pronto, respondiendo al precedente de Kenia, la proyección terrorista de la yihad se extendió a escala mundial, de Bali a Londres, pasando por nuestro 11-M. En el yihadismo, nuevo terrorismo islámico, se fundieron la mentalidad arcaizante con la adopción de una tecnología moderna, tanto en la preparación y realización de los atentados como en la propaganda. Sobre lo primero, ¿qué mejor justificación que el regreso al tiempo de "los piadosos antepasados" (al salaf, al salih), puestos como patrón de conducta en el hadiz, para apelar a la fe de los creyentes en la edad de oro del Profeta y sus sucesores, los califas bien guiados, artífices de la expansión islámica?
La imagen de Bin Laden como jeque del desierto, al lado de la cueva y del caballo, eso sí con el kalashnikov en la mano, era una acertada escenificación de esa voluntad arcaizante; lo mismo que el título de la obra en que Al Zawahiri relata desde un periódico de Londres las glorias del atentado de las Torres Gemelas: Caballeros bajo el estandarte del Profeta.
Portada de la revista Charli Hebdo.
Para los yihadistas, el tiempo de la tercera guerra mundial había comenzado. Su justificación desde el Corán no ofrece dudas: habrá que insistir en la yihad hasta que cese la discordia (fitnah), es decir, hasta que impere sin obstáculos la fe en Alá. De ahí surgirá la ilustrativa división del mundo entre dar al-islam, el espacio dominado por los creyentes, y dar al-harb, el territorio de guerra, lo cual supone que al permanecer en manos infieles ha de ser finalmente sometido. Y por lo mismo, dar al-islam es un espacio sagrado, donde no cabe el retroceso: más que del tema de Palestina, con su vinculación contemporánea, el mejor ejemplo sería al-Ándalus, cuya recuperación, según explicaba un islamista moderado español, Mansur Escudero, constituye un deber para los creyentes.
El error al infravalorar la citada perspectiva bélica a escala mundial procede de la forma del conflicto, que no es un choque de ejércitos sobre territorios en disputa, aun cuando ese aspecto pueda darse a escala regional, sino una proliferación incesante de brotes insurreccionales yihadistas que se suceden en distintos lugares del mundo, en parte por impulso directo de Al Qaeda o de organizaciones anexas, y en parte por grupos yihadistas locales. El concepto de estrategia de oportunidad política es aquí capital para entender cómo la semilla que fuera sembrada se convierte en organización militar/terrorista, con pretensiones de dominación total, allí donde hay una situación política de crisis o desplome del Estado. Siria, Iraq, Malí, Nigeria, son ejemplos bien claros de ello.

Influencia Wahhabi

En ese vacío, la cohesión religiosa y militar se convierte en un factor decisivo. La yihad aglutina. La enseñanza salafí se aplica puntualmente a la construcción de un monopolio del poder. Guerra a muerte contra los infieles y los herejes chiíes; creación inmediata de un orden social y religioso basado en la sharía, más que islamista wahhabí, pero sin caos alguno; aplicación estricta del terror para la dominación y como propaganda; aprovechamiento de todo recurso económico accesible, desde las subvenciones masivas a la extorsión... y a la exportación de petróleo; simbología forjada en torno a "los piadosos antepasados", y, por último, recuperación del agente unificador que en la etapa expansiva del Islam representó el califato.
La difusión del pensamiento es clave para las bases de un Islam acorde con el marco democrático
En su mensaje tras el 11-S, Bin Laden advertía a Estados Unidos de que no tendría paz hasta que la hubiera en Palestina y los ejércitos infieles no abandonasen el suelo sagrado de Arabia. El autoproclamado califa, Abu Bakr al Baghdadi, va más allá y, en seguimiento del libro sagrado, declara su dominio universal: "El poder pertenece a Alá, a su Enviado y a los creyentes" (Corán, 63, 8).
Los voluntarios europeos en el Estado Islámico nos recuerdan algo muy importante: el tiempo perdido desde el 11-S y el 11-M, cuando se hizo patente la exigencia de responder al reto yihadista en la enseñanza, en la difusión del pensamiento y en la predicación, sentando las bases de un Islam acorde con el marco democrático. Un cesto para el que sin duda había mimbres. Entre nosotros, nada se hizo, salvo en la crucial materia de seguridad, malgastando incluso los recursos en proyectos costosos e ineficaces como la Alianza de Civilizaciones.

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