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jueves, 1 de junio de 2017

El atentado de Kabul, un mensaje a la Casa Blanca

Mujeres y hombres heridos, poco después del ataque en Kabul. SHAH MARAIAFP
Mientras Trump dilata la decisión sobre su estrategia afgana, los talibán amplían su dominio frente a un Gobierno frágil y amenazado
Mientras esperan pacientemente a que Washington anuncie con gran demora cuál será su futura política en el país, los afganos sufren una devastadora ofensiva de los talibán y una funesta crisis política en Kabul.
Al mismo tiempo, los terroristas también envían mensajes a la Casa Blanca. El terrible ataque con coche bomba de ayer en Kabul ha dejado a la ciudad y al país tambaleándose, las embajadas dañadas, los hospitales desbordados, y ha puesto en peligro la seguridad de toda la nación.
"En estos momentos los talibán tienen acceso a todas la ciudades, y el Gobierno poco puede hacer al respecto", me confesaba un veterano funcionario afgano con el que hablé antes del atentado de ayer. Los talibán aseguraron no ser responsables, aunque frecuentemente han negado ese tipo de ataques en el pasado. Por otra parte es muy probable que el Estado Islámico (IS) sea responsable, porque en otras ocasiones han penetrado la seguridad de Kabul y por su desdén por las vidas de los civiles.
La confusión sobre Afganistán aumenta en todas partes. Recientemente el Gabinete del Consejo de Seguridad Nacional de EEUU liderado por el general H. R. McMaster había aceptado enviar más tropas a Afganistán, entre 3.000 y 5.000 hombres que se unirían a los 8.400 soldados estadounidenses y los 4.000 de la OTAN ya desplegados en la zona. Cuando sólo faltaba la firma del presidente Trump, la Casa Blanca y el Departamento de Estado plantearon objeciones y la nueva política en Afganistán quedó encallada.
La guerra en sí misma va mal. Las bajas del ejército afgano son impactantes. Más de 1.500 soldados afganos han caído en los últimos cuatro meses del año. Se estima que un devastador ataque talibán a una base del ejército a finales de abril mató a 200 soldados, lo que llevó a la dimisión del jefe del ejército afgano y del ministro de Defensa. Días más tarde los talibán anunciaban su ofensiva de primavera tras lo cual tuvieron lugar más ataques sanguinarios, tanto por parte de los talibán como del IS. Cada uno intenta superar al otro en sangrientos ataques. A finales del año pasado Washington calculaba que el Gobierno de Kabul tenía el control absoluto de sólo el 57% del país, frente al 72% de un año antes.

Una trágica ironía

La ya de por sí frágil Administración está al borde del colapso tras la huida de decenas de miles de afganos con formación a Europa y los países del Golfo. La falta de financiación internacional y la corrupción local han llevado a una grave recesión económica. Una última y trágica ironía -que no escapa a los afganos de anteriores generaciones- es que los mismos señores de la guerra que derrocaron al régimen comunista afgano en abril de 1992 y sumieron al país en la guerra civil, para acabar convirtiéndose en los precursores de los talibán, han vuelto a Kabul con la intención de deponer el Gobierno electo.
El presidente, Ashraf Ghani, encabeza un Gobierno de coalición débil y dividido. Las muy controvertidas elecciones de hace dos años se resolvieron sólo parcialmente con un acuerdo facilitado por funcionarios estadounidenses entre Ghani y su principal rival, Abdullah Abdullah, que fue nombrado Director Ejecutivo. Se suponía que éste iba a conseguir más apoyos para el Gobierno entre las figuras de la oposición. Pero en lugar de ello, en estos momentos Abdullah está profundamente enfrentado con Ghani, mientras que otros miembros del Gabinete han comenzado a abandonar el Gobierno. Ahmad Zia Masud, el anterior representante especial para reformas del presidente y prominente líder tayiko, dimitió el mes pasado acusando a Ghani de desestabilizar el país, algo que este último niega.
Masud ha convocado un movimiento masivo para forzar la dimisión del presidente y crear un Gobierno de transición que celebre nuevas elecciones. Masud es hermano de Ahmed Shah Masud, líder de la resistencia antitalibán en los 90 asesinado por Al Qaeda en 2001.
Mientras tanto el primer vicepresidente, el 'señor de la guerra' uzbeko general Abdul Rashid Dostum, ha sido forzado al exilio en Turquía después de que sus asesores fueran acusados de agredir sexualmente a una rival política uzbeka. Dostum niega los cargos, y la orden de arresto emitida contra él en enero aún no se ha hecho efectiva. Muchos afganos rechazan a Dostum, pero Ghani no se atreve a actuar en contra por su enorme poder en la comunidad uzbeka.
El 4 de mayo Gulbuddin Hekmatyar, un conocido 'señor de la guerra', volvió a Kabul junto a sus huestes en el marco de la amnistía proclamada por Ghani. Se trata de un personaje despiadado que mató más afganos que soldados soviéticos en los años 80. Hikmetyar ha prometido cumplir con la Constitución, pero nadie se fía de él. Los afganos son muy conscientes de que los hermanos Masud, Dostum y Hekmatyar son los mismos 'señores de la guerra' que originaron el conflicto civil que comenzó en 1991.
La crisis política en Kabul, junto con las interferencias de países vecinos como Pakistán, Irán y Rusia, son los obstáculos más graves a los que el presidente Trump se enfrentará cuando finalmente se decida sobre su política afgana. Sin embargo, si el frágil Gobierno afgano colapsa, no hay duda de que las disputas que seguirán no serán pacíficas, sino catastróficas y sangrientas.

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