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miércoles, 9 de agosto de 2017

Seis dueños y 20 meses como esclava del ISIS

Lamia Aji Bashar, último Premio Sájarov, pide ayuda para las miles de yazidíes víctimas de los yihadistas

Lamia Aji Bashar, este jueves en Madrid.
Lamia Aji Bashar, este jueves en Madrid. JAIME VILLANUEVA
El 15 de agosto de 2014, el Estado Islámico entró en Kocho, una aldea yazidí en el Kurdistán iraquí. Llevaron a todos los habitantes a la escuela y les separaron en grupos: varones, embarazadas, mujeres mayores y jóvenes solteras. En ese último estaba Lamia Aji Bashar, que tenía entonces 16 años, junto a sus tres hermanas. “Allí empezó todo”, recordaba este jueves en la delegación diplomática del Gobierno del Kurdistán iraquí en Madrid. En boca de Aji Bashar, “todo” significa 20 meses de calvario como cautiva y esclava sexual del ISIS en los que fue vendida a cinco hombres y regalada a otro. El Parlamento Europeo reconoció la lucha de Aji Bashar con el último premio Sájarov de los derechos humanos junto con Nadia Murad, también excautiva y víctima sexual del ISIS.
“A los hombres y a las mujeres con más edad les mataron y enterraron en una fosa común. A nosotras nos trasladaron en autobuses a Mosul y luego a la zona de Alepo bajo control del ISIS. Allí había muchos hombres, de países distintos”. Un día, el emir del grupo, que era saudí, instó a una de sus hermanas y a ella a convertirse al islam. “Dije que no. Me agarró por el cuello y me levantó del suelo. Mi hermana le imploró que me soltara, le besó los pies hasta que lo hizo. Entonces gritó: ‘¡Así que no os queréis convertir!’, y nos violaron a las dos”, cuenta con tono distante y monocorde en kurmanyi, un dialecto del kurdo.
En aquel sitio estaban cautivas unas 250 chicas, algunas de ocho años de edad. “Llegaban los miembros del ISIS y nos elegían: ‘quiero esta’, ‘yo esta’. En el tribunal de la sharía (la ley islámica) había un papel en el que aparecía mi foto y, debajo, mi precio. Cinco veces me compraron y una más me regalaron a otro hombre”, relata.
Aji Bashar rememora cuando uno de sus “dueños” la obligó a ayudarle a confeccionar chalecos para atentados suicidas y montar bombas para coches. Cuenta que en ningún momento percibió compasión hacia ella o un atisbo de humanidad en el trato. “Eran animales en cuerpos de personas. Cada uno peor que el otro. Intentaba hablar con ellos, pero eran animales”, sentencia.
La brutal y extremista interpretación del islam que realiza el ISIS legitima el asesinato de los hombres y la violación de las mujeres consideradas infieles. Aji Bashar es yazidí, un grupo etnoreligioso kurdo de medio millón de personas que profesa una de las primeras religiones monoteístas y que ha sido tradicionalmente acusado de adorar al demonio por venerar al ángel caído Taus.
Aji Bashar trató de escapar en cuatro ocasiones. Tras cada intento frustrado era castigada. Finalmente, lo logró en abril de 2016 gracias a unos contrabandistas pagados por su familia. La acompañaban otras dos yazidíes: Almas, de 8 años, y Katherine, de 20. Las dos murieron al atravesar un campo de minas. Aji Bashar resultó herida en la explosión. Las cicatrices de su rostro y su visión disminuida le recuerdan a diario en el espejo aquel momento.
“Me sentía feliz de estar viva, aunque en mi cabeza estaba fatal pensando en el sufrimiento del resto de mujeres y niños cautivos”, lamenta. Naciones Unidas calcula que más de 3.000 yazidíes —en su gran mayoría mujeres y niños— permanecen en manos de los yihadistas. La cifra se ha reducido a alrededor de la mitad desde 2014 entre fugas, compras de las familias a sus “dueños” o liberaciones por parte del ISIS.
Su aldea fue liberada de la ocupación del Estado Islámico en mayo. “Me hizo muy feliz oírlo, pero ahora es todo escombros, tumbas, fosas comunes”, dice Aji Bashar, que hoy vive en Alemania. El pasado diciembre recibió el Premio Sájarov. “Me hizo sentir que hay gente que ve nuestro dolor”, dice. Relata su historia para concienciar de una tragedia por la que han pasado miles de mujeres y se define como una simple “mensajera” con tres peticiones: que el ISIS sea juzgado por la justicia penal internacional, que las víctimas reciban tratamiento psicológico tras su liberación y que el mundo ayude a los refugiados. Muchas de las excautivas padecen depresiones profundas y no es extraño que piensen en el suicidio, según Amnistía Internacional.
Aunque la presencia del ISIS en Siria e Irak está actualmente en retroceso, Aji Bashar prefiere quedarse en Alemania y convertirse en maestra de escuela. ¿Y volver algún día al Kurdistán? “Por supuesto, pero no hay protección internacional para nosotros. Y, como yazidíes, tenemos miedo a volver a sufrir otro genocidio como este”.

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