John Reed, el cronista que relató la Revolución Rusa y conoció a “Pancho” Villa
John Reed no fue sólo testigo de una Revolución, sino partícipe del surgimiento de un mundo nuevo que tantos soñaban sería mejor, un sueño del cual quería ser parte.
Reed fue vanguardia en un tipo de periodismo que hoy vuelve a estar de moda: la crónica, la inmersión en los acontecimientos para poder interpretarlos mejor.
El escritor y periodista no sólo buscaba ser testigo de los acontecimientos, sino de los profundos cambios sociales que implicaban, de su dimensión humana.
Ciudad de México, 25 de octubre (Infobae/SinEmbargo).- Mil veces parafraseado, el título del libro del periodista estadounidense John Reed sobre la Revolución Rusa –Diez días que conmovieron al mundo– es uno de los hallazgos de esta obra, que luego de una primera edición casi “militante”, conoció un éxito mundial del que su autor no llegará a ser testigo.
“La revuelta subía como una ola de fondo; la costra que se había ido formando lentamente sobre la lava revolucionaria en el curso de los meses anteriores empezaba a resquebrajarse. (…) Rusia había sido sacudida hasta la entraña y las capas bajas habían salido a la superficie”; así pintaba el clima que se vivía en Petrogrado, en vísperas de la Revolución, John Reed, poeta, escritor y corresponsal de guerra.
En su breve e intensa vida -murió en Rusia a los 33 años- John Reed no fue sólo testigo de una Revolución -una más, pues ya había conocido la mexicana, además de los conflictos balcánicos y la Primera Guerra Mundial, unos años antes- sino partícipe del surgimiento de un mundo nuevo que tantos soñaban sería mejor, un sueño del cual quería ser parte.
Siguió los acontecimientos con la misma pasión y profundidad con que los relató y se dejó conquistar por la Revolución leninista.
Reed fue vanguardia en un tipo de periodismo que hoy vuelve a estar de moda: la crónica, la inmersión en los acontecimientos para poder interpretarlos mejor. No sólo buscaba ser testigo de los acontecimientos, sino de los profundos cambios sociales que implicaban, de su dimensión humana.
La Historia en marcha era la materia de sus crónicas y no sólo daba voz a los grandes protagonistas sino también a los actores anónimos, habitualmente olvidados. Le tocó actuar en un momento en que el periodismo se volvía masivo como medio de comunicación.
John Reed había nacido en Portland, Oregon, el 22 de octubre de 1887, en el seno de una familia burguesa y acaudalada.
Estudiante en Harvard, universidad aristocrática en la cual Reed ya mostró sus inclinaciones futuras fundando un club socialista. Al egresar de la Universidad, se instala en Nueva York donde frecuenta los medios intelectuales y artísticos, empieza tempranamente a escribir y ante él se abre la perspectiva de una brillante carrera en las letras. Publica algunos artículos y poemas, pero pronto, desde 1913, empieza a escribir en la revista socialista The Masses, editada por Max Eastman.
Parte a México, donde pasa cinco meses siguiendo a Pancho Villa y sus hombres, con quienes simpatiza, y escribe una crónica brillante, que se publica como libro, México insurgente, sobre el devenir de la revolución, pero también tomando posición contra toda intervención militar de Estados Unidos en su país vecino.
Esta experiencia le valdrá cierta fama como reportero de guerra en EU y sobre todo buenos honorarios.
De regreso de México, investiga sobre la masacre de Ludlow, en Colorado, donde la Guardia Nacional había disparado contra huelguistas en conflicto con la Colorado Fuel & Iron Company, matando a 26 de ellos, en abril de 1914.
Empieza a militar en grupos de izquierda y a participar en los conflictos sindicales en su país, como activista y como cronista. Durante las huelgas textiles en New Jersey es arrestado por unos días. También participa de las de los trabajadores de la Standard Oil en Nueva Jersey y en Colorado en abril de 1914, cuando denuncia a la familia Rockefeller.
Al estallar la Primera Guerra Mundial, parte a Europa como corresponsal de guerra, asiste a la batalla del Marne, y recorre Alemania, Austria, Turquía, Italia, Serbia, siempre en primera fila y arriesgando audazmente la vida.
En 1915, durante uno de sus viajes a la Europa en guerra, pasó varios meses en los Balcanes; resultado de ello fue otro libro: La Guerra en los Balcanes.
Fue en esa ocasión que Reed viaja por primera vez a Rusia, pero es arrestado por la policía zarista que lo sospecha espía y sólo será liberado por intervención del gobierno y la prensa estadounidenses. Vuelve a Estados Unidos, para dictar una serie de conferencias en su país de tono antibélico.
En 1916, entre un viaje y otro, conoce y se casa con Louise Bryant, periodista y militante feminista. Horrorizado por la guerra, Reed milita contra el ingreso de Estados Unidos en el conflicto. Consideraba inadmisible, por ejemplo, una alianza con el zar Nicolas II.
Durante ese año, prosigue en Estados Unidos su trabajo como escritor y conferencista.
Pero convencido, como lo escribió luego en su crónica, de que la historia iba a desarrollarse en Rusia, de que se vivía un tiempo en el que “todos sabían que algo iba a suceder, sin poder decir exactamente qué”, Reed vuelve a Petrogrado, esta vez, acompañado por su esposa.
John Reed y Louise Bryant llegan a la ciudad que será escenario de los acontecimientos que conmoverán al mundo, a seis meses de la Revolución de Febrero -derrocamiento del Zar y de la instalación de un gobierno que nunca logrará estabilizarse ni dar respuesta a las expectativas despertadas- y a pocos días del intento de golpe del general Kornilov, que buscaba poner fin a la movilización popular y restablecer un gobierno de orden.
En febrero de ese año, masivas movilizaciones habían desencadenado el derrocamiento del Zar y la formación de un gobierno provisional que pronto será calificado de burgués y reaccionario por los sectores más radicalizados, en particular los bolcheviques.
Cuando en abril, el líder de esta corriente, Lenin, logra regresar a Petrogrado -estaba exiliado en Alemania- le imprime a esa fuerza un dinamismo imparable, a partir de darse cuenta de que la crisis, tanto interna como externa, generaban una situación de vulnerabilidad institucional propicia para la toma del poder.
Desde ese momento, los bolcheviques lanzan una gran campaña de agitación y propaganda, centrada en tres ejes: inmediata paz sin anexiones ni concesiones -en respuesta a la demanda de los soldados que en el frente (contra Alemania, en el marco de la Primera Guerra Mundial) morían tanto por el hambre y la desorganización como por la guerra-; control obrero de la producción -algo que de hecho ya empezaba a suceder en muchas fábricas- y expropiación y reparto de la tierra. De este modo fue amalgamando una alianza entre los tres sectores de la sociedad rusa que más sufrían las consecuencias de la guerra externa y del mal gobierno: soldados, obreros y campesinos, tres categorías con frecuencia superpuestas, ya que el grueso de los contingentes del ejércitos los proveían los obreros y los campesinos, y porque la mano de obra en la naciente industria rusa eran migrantes recientes del campo a la ciudad, con fuertes lazos con el mundo agrario.
En palabras de Reed, los bolcheviques prometían paz, pan y tierra, y en esas simples consignas interpretaron mejor que nadie el sentir de las masas rusas.
En su crónica, escrita con pasión y con estilo que roza la literatura, John Reed describe a la perfección ese clima previo a las grandes sacudidas en una sociedad, cuando un gobierno ya muy debilitado -el régimen provisional surgido en febrero- sólo logra debilitarse más con cada iniciativa, afirmación, desmentida o rectificación que pronuncia.
Reed y su esposa serán testigos, día a día, hora a hora, del clima previo a la revolución bolchevique y de su desencadenamiento paso por paso. El periodista estadounidense asiste a los mítines, a las manifestaciones, a las asambleas en las fábricas, a la movilización de los soldados, entrevista a los actores de primera línea -Kerenski, Trotsky, Kamenev-; es testigo también de los preparativos de la víspera del gran día (el 25 de octubre, según el calendario entonces vigente en Rusia, el 7 de noviembre según el actual), de la toma del Palacio de Invierno y de las incertidumbres de los primeros momentos.
El libro de Reed está por lo tanto lleno de testimonios directos, y no sólo de los líderes, sino de todos los protagonistas, revolucionarios y anti revolucionarios, delegados obreros, asistentes a las asambleas, miembros de la burguesía -que oscilan entre el miedo y la seguridad de que todo pasará-, colegas de otros medios, diplomáticos extranjeros. Aunque Reed toma claramente partido por los bolcheviques y en cierta forma su crónica está dirigida a “venderle” la Revolución al público norteamericano y occidental en general, su libro recoge una gran pluralidad de voces y tiene el valor de la fuente directa.
“La prensa burguesa y reaccionaria profetizaba la insurrección y exigía al Gobierno el arresto del Soviet de Petrogrado -escribe-, o por lo menos que impidiera la reunión del Congreso (de los soviets). Periódicos como la Novaia Russ preconizaban un exterminio general de los bolcheviques”. Un diario, dice Reed, informaba que Trotsky había logrado que le entreguen fusiles de la fábrica de armas a los delegados obreros de Petrogrado.
Entonces, concluye: “Esto no es más que una muestra de la confusión que reinaba en aquellos días febriles, en los que todos sabían que algo iba a suceder, sin poder decir exactamente qué”.
El Comité Central del Partido Bolchevique estaba reunido en esos días para decidir la insurrección; no todos sus miembros estaban de acuerdo en intentar la toma del poder en esos días, y fue esencialmente la decisión de Lenin el factor decisivo para la concreción y el triunfo del plan.
Esos días excepcionales aparecen bien reflejados en el film “Reds” del año 1981, que retrata la vida de John Reed, con Warren Beatty y Diane Keaton en los roles de Reed y Louise Bryant. En el clip a continuación, con fondo de La Internacional, se ven los momentos clave de la Revolución.
Tras el triunfo de la Revolución a la cual adhiere plenamente, Reed regresa en 1918 a su país, entre otras cosas, con la intención de defenderse en el proceso que se le había abierto en ausencia por sus artículos contra la guerra. Detenido y liberado bajo caución, acomete la tarea de redactar sus Diez días que conmovieron al mundo, cuya primera edición se publicará en 1919.
Si antes recibía altísimos honorarios por sus artículos, ahora se lo quiere censurar. El establishment norteamericano -como el del resto del mundo- ha medido el peligro que representa el ejemplo de la Revolución bolchevique y no está dispuesto a dejar que cunda.
Se convierte en heraldo del régimen soviético, oponiéndose a toda intervención de su país contra la Rusia bolchevique. Por varios de los artículos encendidos que publica en la prensa será nuevamente procesado después.
Entre tanto, Reed milita en el socialismo estadounidense. En septiembre de 1919, éste se divide en dos: Partido Comunista y Partido Obrero Comunista (Communist Labor Party). John Reed encabeza el segundo y redacta su órgano de prensa, The Voice of Labour.
En Rusia, intentará que su partido sea reconocido por la Internacional Comunista (Komintern) recién creada, en detrimento de la otra facción. La Internacional pide a las dos corrientes que se fusionen en el Partido Comunista de los Estados Unidos de América, lo que Reed finalmente logrará.
Hacia fines de 1919, regresa a Rusia y participa en el Comité Ejecutivo del Komintern (la flamante Internacional Comunista creada por los bolcheviques) de los debates con otros partidos comunistas incipientes cuando Moscú todavía intentaba extender la revolución por el mundo.
En Estados unidos, entretanto, es condenado en ausencia a cinco años de prisión por un artículo considerado sedicioso. Reed quiere volver a su país para defenderse, pero al llegar a Finlandia, donde debía embarcarse clandestinamente hacia Estados Unidos -ya se iba cerrando el bloqueo en torno a la Rusia comunista- es delatado por un marinero y encarcelado.
Se declara en huelga de hambre y así logra regresar a Rusia y retomar sus tareas en el Comité Ejecutivo del Komintern donde representa al Partido Comunista estadounidense unificado.
Hace un viaje a Bakú, en septiembre de 1920, enviado por el gobierno bolchevique, para participar del primer Congreso de los Pueblos de Oriente, que debía sumar a los pueblos colonizados de Asia a la revolución mundial.
A su vuelta a Moscú, cae enfermo de tifus, enfermedad seguramente contraída en el viaje. Muere el 17 de octubre de 1920. Su esposa, Louise Bryant, alcanza a llegar para asistir a su agonía. Estaba a punto de cumplir 33 años.
Hubo funerales oficiales en su honor y fue sepultado en la Plaza Roja, en la necrópolis al pie del muro del Kremlin, junto a otros héroes de la Revolución de Octubre.
¿Qué hubiera sido de John Reed de no haber muerto tan prematuramente? ¿Se habría desilusionado de la Revolución Rusa, como tantos otros? Es muy posible, ya que el régimen que sustituyó al zarismo evolucionó rápidamente hacia un autoritarismo igual o superior; la dictadura del proletariado lo fue en realidad de una facción. Pero esa es otra historia.
Posiblemente, como muchos protagonistas y testigos de primera línea de los hechos de Octubre, también Reed se hubiera convertido en una víctima más de las purgas estalinistas.
En 1920, Lenin recomendó la lectura de la crónica de Reed: “Este es un libro que me gustaría ver impreso en millones de ejemplares y traducido a todos los idiomas, ya que describe de manera verídica y extraordinariamente viva acontecimientos de una importancia considerable para la comprensión de lo que es la revolución proletaria, de lo que es la dictadura del proletariado”.
En 1928, el libro de Reed fue llevado al cine, en el film “Octubre” de Sergei Eisenstein, a modo de conmemoración de los diez años de la Revolución.
Sin embargo, al imponerse Stalin como sucesor de Lenin, y sobre todo al avanzar el estalinismo en la reescritura y tergiversación de la historia de la Revolución de Octubre, el libro de Reed se volvió un testimonio incómodo. En particular por el protagonismo que en él tiene León Trotsky, eterno rival carismático de Stalin, que en todo el libro sólo es mencionado dos veces.
En consecuencia, triste paradoja, la crónica por excelencia de la Revolución de Octubre será prohibida por el régimen que ella había generado.
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