EL PRELUDIO DE LA VICTORIA LIBERAL EN LA GUERRA DE REFORMA
Miramón y sus tropas quedaron abatidos en la batalla de Silao en agosto de 1869, aparte de perder armamento y cañones, así como más de un centenar de prisioneros, entre tropa y oficiales.
En Silao “todo” quedó en poder del ejército liberal: las armas y la artillería enemiga, municiones, las banderas de sus cuerpos y más de un centenar de prisioneros, entre tropa, jefes y oficiales, como le hizo saber González Ortega al ministro de Guerra Santos Degollado, quien reconociendo la trascendencia de la victoria, escribió: “La columna más firme de la reacción se ha desplomado con estrépito para no levantarse jamás, y D. Miguel Miramón ha sido vencido [de] una vez por todas”.
Lo expresado por Degollado no era para menos. En efecto, como en su momento apuntó el historiador Miguel Galindo y Galindo, en Silao “quedó […] abatido completamente el ejército […] en el que los conservadores cifraban sus más halagüeñas esperanzas”. Esta victoria se debió a una combinación de movimientos y acciones que habían iniciado meses antes con los triunfos de Loma Alta, Peñuelas y la retirada de Zaragoza de Guadalajara.
Su impacto en la Guerra de Reforma
La noticia de lo sucedido en Silao, en palabras del propio Galindo, “cundió como la celeridad del rayo por toda la extensión de la república”. En Ciudad de México, esta se conoció horas más tarde, pero los informes que se recibieron eran inciertos, pues mientras unos afirmaban que Miramón había vencido, otros hablaban de una derrota. Un día más tarde, el 11 de agosto, la administración tacubayista rompió el silencio y a través del Diario Oficial hizo público que su ejército había sufrido un “desastre” cuya magnitud no podía juzgarse todavía, señalando que las “noticias que en adelante se reciban nos darán a conocer el verdadero valor” del suceso.
La incertidumbre en la capital del país se despejó la noche del día 12, cuando Miramón entró en la sede de su gobierno y confirmó la derrota. Quizá fue por la hora, por lo inesperado de su arribo o porque no venía con una victoria a cuestas, o por una combinación de lo anterior, pero su llegada pasó inadvertida. Ni las autoridades ni la población salieron a recibirlo.
Se puede decir que el golpe moral sufrido en Silao, entre otros factores, ocasionó que un día más tarde renunciara al poder Ejecutivo, el que asumió de manera provisional José Ignacio Pavón, quien convocó a los representantes de los departamentos para hacer la elección del presidente interino. Estos se reunieron un día después, de lo que resultó que Miguel Miramón fuera electo y tomara posesión de su cargo el día 15. Si bien su mejor hombre había sido derrotado, su elección demostró la confianza que en él tenía el grupo conservador. Seguía siendo el personaje en el que tenían cifradas sus esperanzas de triunfo.
En relación con la trascendencia de la batalla de Silao, se puede afirmar que esta aseguró a los liberales el control de las ciudades de Zacatecas, Aguascalientes, Celaya, Guanajuato y Querétaro. Pero no solo eso, ya que, por otro lado, le permitió a Santos Degollado reorganizar a las fuerzas constitucionalistas, con el propósito de dar el golpe final a “la reacción”. Evidencia de ello es que se dio a la tarea de reagrupar al ejército en dos cuerpos: el del Centro y el del Norte.
Con esta organización quedó patente su plan para avanzar sobre la capital de país. Había que aprovechar el desconcierto del enemigo y que la confianza entre las fuerzas constitucionalistas era elevada, lo que se hizo evidente en una proclama que González Ortega dirigió a sus soldados, en la que mencionó: “Marchemos en alas de la victoria, y los muros de la orgullosa México se derrumbarán a nuestra presencia”.
El triunfo de Silao hizo creer a los círculos políticos y militares de la capital del país que el jefe victorioso iría de inmediato a ella para dar término ahí a la lucha. Y no estaban equivocados: el día 13, Degollado dispuso que todas las divisiones del ejército liberal se movieran sobre dicha ciudad, pero días más tarde, cuando unas se hallaban en Querétaro, ordenó suspender la marcha, al considerar más oportuno posesionarse primero de Guadalajara, con la intención de no dejar enemigos a sus espaldas.
A su vez, Miramón se ocupó de organizar un nuevo ejército para hacer frente a las fuerzas constitucionalistas que marchaban hacia la sede de su gobierno. No con pocas dificultades pudo levantar uno, el que, en palabras del historiador Conrado Hernández, era insignificante frente a los catorce mil hombres que tenía el ejército liberal en Querétaro. Sus esfuerzos serían estériles. Se puede decir que después de Silao, el “Soldado de Dios” no logró reponerse ni recuperar el prestigio militar que había obtenido en el transcurso de la contienda civil. Esta derrota fue un golpe que precipitó el fin de su administración.
No fue sino hasta el 22 de diciembre del mismo 1860 que las fuerzas que comandaba González Ortega habrían de enfrentarse de nueva cuenta a las de Miguel Miramón, ahora en los llanos mexiquenses de San Miguel Calpulalpan. Como había ocurrido apenas cuatro meses antes, la victoria favoreció a las tropas liberales, con lo que se consolidó su triunfo y el fin de la Guerra de Tres Años.
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