Las alabanzas más excelsas son para Allāhel altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas, queridos hermanos en este mes de Rajab podríamos intentar una acción tan bella, recordando las palabras del Corán, como pacificarse en Allāh, el Altísimo. Y debo sugerirlo en un mes que trata de viajes espirituales, de purificación y de preparar el camino para el mes de Ramadán

Esta es una sugerencia que se nos da en una aleya a la mediación de sura al-Baqara. Muchas veces, tan ensimismados en nosotros mismos, nos olvidamos de la necesidad de imbuirnos de salām en Allāh. Un salām que es paz pero que también es equilibrio, que representa estar sanos, un vivir en completa plenitud. Por eso, esa aleya nos invita a vivirlo de esta manera:

¡Pues si! Aquel que se pacifique su rostro en Allāh y haga lo que es mejor, su recompensa esta con su Señor y nada habrá de temer ni por nada será infeliz. (Corán, 2: 112).

Esta aleya tiene varios puntos clave para un creyente sincero y recoge, además, una bella Sunna. Una aleya que nos invita a recordar una forma de vida para todos nosotros, una forma de vida que nuestro mundo olvida (ghafla) con un amargor terrible. El mismo que acaba poseyendo y oxidando nuestro corazón. Por eso, el islam nos invita a purificarnos completos, en cuerpo (tahara) y corazón (tazkiyya), para entregarnos a Allāh, que exaltado sea su nombre, siguiendo el ejemplo de su Mensajero ﷺ.

El Corán está lleno de aleyas como esta que nos recuerdan, de forma sutil, significados que olvidamos en nuestro día a día. Significados que resuenan en nosotros, que nos mejoran pero que por otras circunstancias no somos conscientes de ellas. Nuestro trabajo, nuestro dhikr (recuerdo) es simplemente ser felices, ser conscientes de Allāh (taqwa), el Altísimo. Cada día, cada momento deberíamos ponernos en qibla hacia el Altísimo pacificándonos y simplemente ser felices porque en su presencia (ḥaḍra), en su realidad (ḥaqīqa) donde nosotros encontramos nuestra naturaleza primordial (fitra) pero con la plenitud de la conciencia (taqwa) hacia Él. ¿Acaso hay algo mejor que vivir en el salām?

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De los múltiples conceptos que surgen de esta aleya la idea de «pacificar nuestro rostro en Allāh» es muy poderosa. Esta es una entrega completa y consciente. Nuestro rostro es nuestra representación profunda, nuestra identidad, nuestro propio reconocimiento. Es tan bella metáfora… Para llegar a Él debemos entregar lo que somos, lo que nos hace ser a nosotros mismos, en última instancia nuestro nafs (ego) y entonces en paz, en equilibrio y sanos podemos entrar en una nueva vida. Una nueva vida que lleva implícita las mejores acciones para nosotros y para toda la creación.

En ese momento, y estando completamente en Allāh, ya se puede vivir y actuar reconociendo profundamente (‘arf) que nosotros somos partes de la realidad (ḥaqīqa) en su sentido más real. Por eso, la última parte de la aleya nos invita a que la recompensa a esta toma de conciencia y ese posicionamiento en las buenas acciones no es sino el principio de la plenitud de nuestra vida.

El creyente sincero nada habría de temer. Tememos por todo lo que desconocemos de la realidad. Tememos las sombras, la luz, el vacío y hasta la eternidad. Pero cuando comprendemos que todo esto viene de Allāh y que Él nunca nos abandona si le reconocemos en cada acción o en cada pensamiento, si nos aferramos a Él entonces nada hay que temer. El salām pacifica el miedo a lo desconocido porque tenemos que (re)conocer (‘arf) con tanta sinceridad (ikhlas) que nos muestre la realidad (ḥaqīqa).

Tememos porque dejamos que nuestro nafs nos sobreproteje, nos posee. En el fondo nos creemos que nuestro sí-mismo es un absoluto cuando no hay más absoluto que Allāh. Por eso, solo el salām completo hacia Allāh puede romper esta actitud. Un salām que doblega al nafs.

Y es en ese momento cuando el creyente se descubre, durante su vida terrena y eterna, como un ser feliz. Es en el momento que descubre la Sunna de la sonrisa y expresa el sentir de su alma. Es en el momento en el que nada malo le alcanza ni nada malo puede producir. El salām cura el corazón (qalb), lo hace feliz. La naturaleza del creyente es de felicidad plena porque siente como desciende sobre él la raḥma del Altísimo, del Raḥman, tal y como dice shaykh Ibrāhim Niasse en su poema Rūḥ al-Adab: «Aquel que conoce quién es el Raḥman y en su rostro había penas, / ahora tendrá su faz de alegría llena». En clara alusión a esta aleya del Corán.

Queridas hermanas, queridos hermanos, imaginaos que significa todo esto y que valor tiene en nuestras vidas. En un momento en el que lo feo, lo malo, lo amargo reinan; en un momento que se todo se cuantifica; en un momento en el que hay ruido por doquier. Y si ¿buscásemos realidad? ¿Por qué no buscamos ser felices y estar equilibrados?

El único camino para eso es el camino del salām en Allāh, es entregar nuestro rostro y disfrutar de todo lo que Allāh nos ha dado, siendo agradecidos y conscientes, amando lo bello y haciendo cosas beneficiosas, purificándonos cada día. Así nada ni nadie nos hará tener miedo ni ser infelices, solo seremos conscientes de Allāh y felices en su creación.

Quiera Allāh, el Altísimo, guiarnos por recto sendero hacia Él siguiendo el ejemplo del profeta Muḥammad ﷺ en pos de la felicidad, de la plenitud y la eternidad. Quiera Allāh reducir nuestros miedos, inseguridades y vacíos. Quiera Allāh hacernos vivir en belleza y felicidad. Amen.

Así, pidamos a Allāh, el altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.