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BEIJING, 28 may (Xinhua) -- Estados Unidos parece haber reactivado la vieja estratagema que utilizó cuando se inventó la existencia de armas de destrucción masiva en Irak, esta vez en la investigación sobre el origen del coronavirus. La trama de Washington está, simplemente, condenada al fracaso. El diario "The Wall Street Journal" fue el primero en disparar. En un artículo reciente, insinuó una conexión inverosímil entre "personal enfermo" del Instituto de Virología de Wuhan y el brote de COVID-19. El centro, sin embargo, que no había estado expuesto al virus antes del 30 de diciembre de 2019, no ha registrado ninguna infección entre sus empleados ni estudiantes de posgrado. Tras ese primer disparo, el asesor médico jefe de la Casa Blanca, Anthony Fauci, se retractó de la postura que había mantenido durante mucho tiempo y aseguró que "no estaba convencido" de que el coronavirus SARS-CoV-2, causante de la COVID-19, se desarrollara de forma natural. El miércoles, como colofón, el Gobierno del presidente estadounidense, Joe Biden, anunció una nueva investigación sobre el origen del virus. Todos estos movimientos dejan una sensación de deja vu, pues recuerdan los días anteriores a la guerra de Irak de 2003, cuando Washington divulgó la mentira de que Bagdad tenía armas de destrucción masiva y la usó como excusa para invadir el país, derrocar su Gobierno y masacrar a su pueblo. La vieja táctica ha vuelto coincidiendo con la celebración de la asamblea anual de la Organización Mundial de la Salud (OMS). El motivo oculto de Washington, que no es otro que secuestrar la agenda de la reunión y politizar el rastreo del origen del coronavirus a fin de acumular presión internacional sobre China, es demasiado flagrante. Rastrear ese origen es un asunto científico serio y complicado. Se trata de una tarea que solo se puede acometer basándose en la ciencia y los hechos. Hay pruebas crecientes de que el virus se transmitió de los animales a los humanos sin intervención humana, un fenómeno natural que ha tenido lugar con frecuencia en las últimas décadas. La investigación, además, debe estar a cargo de la OMS y, lo que es más importante, ser profesional, imparcial, constructiva y sin interferencias políticas ni presunciones de culpabilidad contra China. El propósito de estudiar el origen del virus no es atribuir culpas, sino encontrar respuestas convincentes para que, en el futuro, la humanidad pueda combatir mejor ese tipo de microbios en beneficio de la salud colectiva. Y para todos aquellos en EE. UU. que buscan conspirar contra China y la verdad, verter acusaciones infundadas como hicieron una vez en Irak es algo meramente ilusorio. Cualquier intento de esta naturaleza será en vano. |
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