Las alabanzas más excelsas son para Allāhel altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Vivimos ya la última semana de Ramadán, los últimos días de este sagrado mes que nos ha atravesado sin darnos nosotros demasiada cuenta. Inmersos en el último tercio, queridas hermanas y queridos hermanos, vemos como comienza a sobrepasarnos el secreto de este mes. Un secreto tan desafiante, una verdad tan cortante que tan solo podemos implorar a Allāh, el Altísimo, que, ante tan excelsa realidad, nos haga olvidar cualquiera de nuestras faltas (ghafara).

Olvido necesario que algunos traducen por perdón, pero que al final es aliviar una carga que nosotros nos hemos impuestos. Errores cometidos por y para nosotros mismos que nada incumben a Allāh, pues Él sobrepasa a cualquier realidad. Los errores que cometemos (dhunub) parecen infinitos, pero su realidad es bien frágil… Apenas tienen consistencia y cuando Allāh con su decreto (qadr) dispone en un mes como Ramadán arden como los rastrojos, se volatilizan para quedarnos exclusivamente con los frutos de nuestra intención. Curiosa forma de existencia y vivencia que excede a nuestra razón (‘aql), a nuestra lógica dual, a nuestra ética binaria, a nuestra mirada miope…

Por eso estos diez días de Ramadán son una liberación del Fuego aún cuando estamos exhaustos. Un Fuego que construimos nosotros mismos. Un fuego que no se puede entender sin su correlato del Jardín. Un Jardín que no puede entenderse sin que los rastrojos y la hojarasca arda y abone la tierra. Por eso, en estos diez días está escondida Laylat al-Qadr, la Noche del Poder, en la que Allāh envía a sus ángeles y es mejor que mil meses (Corán, 97).

A menudo vemos el Fuego como algo terrible, pero no apreciamos lo sublime que en él ahí. También es creación de Allāh, también es su recuerdo (tadhkira) para nosotros que olvidamos (ghafla) con mucha facilidad. El otro gran olvido, irresponsable, dejado que nos lleva a ese Fuego y que a menudo arde en nuestros corazones. Mucha gente teme al Fuego del Jahanam, mas debería temer más al Jahanam que arde en su propio corazón, alimentado por él mismo y que le aleja de Allāh provocando un incendio descontrolado que no purifica, sino que devasta… ¡Imaginaos que imagen más terrible! Un fuego desbocado por no revivir la Sunna del Mensajero ﷺ y olvidar a Allāh poniendo ídolos —que no necesariamente son estatuillas— en nuestros corazones. Un fuego que cuando se extingue solo deja devastación, vacío y creedme… eso es más terrible porque es la sensación de estar lejos de Allāh, el Altísimo. Y a pesar de lo terrible de la imagen, desafortunadamente, lo vivimos muy a menudo en nuestra vida. ¡Nos deja exhaustos!

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Exhaustos es, igualmente, como sentimos los últimos días de Ramadán, pues no sería una purificación si no viviésemos un límite. Habiendo adaptado nuestro cuerpo al ayuno —que al final es lo más sencillo— se resiente el sueño tras madrugar para tomar nuestro suhur, nuestro nafs ve el final en pocos días, perdemos las fuerzas y se amplifican los asuntos mundanos. El tiempo casi se detiene y nos recuerda en cada instante que estamos débiles, exhaustos, a punto de caer. Es este el momento de alimentarnos de la baraka de todo el año, de la rahma del primer tercio de Ramadán y de la ghafara del segundo…

Y aquí, exhaustas y exhaustos, es donde se obra el milagro de Laylat al-Qadr. Cuando más oscura es la noche, con una luna pálida y sin fuerzas, emerge el gran decreto y los ángeles y el Espíritu descienden a la tierra para ayudar a los creyentes exhaustos a aguantar esos últimos días y ser conscientes de la importancia del ‘Eid al-Fitr, del triunfo de la vida sobre la privación. Un triunfo de la vida que simboliza muy bien con el descenso del Corán que es el símbolo vital por excelencia. Un triunfo que solo se puede percibir en nuestro corazón como un símbolo, al que volver una y otra vez, y que no podemos buscarlo en una manifestación material.

Será en ese ‘Eid al-Fitr, entre la comida restituida a la luz del Sol, cuando se olvida —por la ghafara de Allāh, el Altísimo— lo exhaustos que estábamos unos días antes y el Fuego que ardía en nuestro interior para ser conducidos a los placeres y bendiciones del Jardín. Un momento de gozo y de despreocupación frente a la dureza del mes anterior. Un recuerdo (tadhkira) anual, a lo largo de nuestra vida, de como será el mañana. Es nuestro deber recordar e ir mejorando, cada vez, más y más. Y, sin embargo, he ahí la paradoja, nunca dejaremos de estar exhausto o de renquear en algún momento. El islam no aspira a que seamos super-hombres o super-mujeres, solo aspira a que tengamos conciencia de Allāh. Y que, en su conciencia y en nuestra libertad, decidamos como queremos encauzar nuestra vida si hacia un Fuego eterno alimentado por nosotros mismos o hacia un Jardín donde reposar.

Parece complejo y, en realidad, es muy fácil, pues solo hay que reconocerle a través de la ‘ibāda, solo hay que recordarle a través del dhikr, solo hay que confiar en Él para ser creyentes sinceros. No competimos por ser creyentes, solo somos creyentes. Por eso, quiera Allāh darnos capacidad para superar este momento de agotamiento y seguir en el recto sendero. Quiera Allāh otorgarnos conciencia para vivir en plenitud. Quiera Allāh darnos la sinceridad para ser sinceros en el camino. Quiera Allāh darnos Allāh

Así, pidamos a Allāh, el Altísimo, y la luz de su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.