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domingo, 29 de mayo de 2011

Temilotzin de Tlatelolco: el suicidio del poeta de la amistad

Temilotzin de Tlatelolco: la orilla inalcanzable
Hace unos cuantos meses participé en un recital que tenía como objetivo rendir un sentido y respetuoso homenaje a poetas que se quitaron la vida. Diversas eran las procedencias de los que participamos en aquella lectura: Chile, Perú, México, España y Francia. El recital consistía en esbozar las circunstancias en las que se llevó a cabo el suicidio del poeta en cuestión y, a continuación, en una breve lectura de lo más representativo de su obra. En un principio, pensé en homenajear a algún poeta mexicano, concretamente a Manuel Acuña o a Jorge Cuesta, pero quise, de algún modo, desprenderme de lo que me era familiar –por obvias razones de nacionalidad- y me incliné finalmente por el colombiano José Asunción Silva, poeta al que siento especial simpatía, no sólo por la trémula vitalidad de sus poemas y el refinamiento hipnótico de sus imágenes, sino por la lamentable pérdida de gran parte de su obra que, literalmente, se disolvió en las aguas del mar debido al naufragio del barco que la transportaba. Casi un doble suicidio: el de sus propios versos y el de sí mismo. Dos decesos de una misma vida, dos sombras luminosas de un cuerpo ausente.
Sin embargo, previo a indagar en su vida, no quería abandonar la idea de hacer al menos una breve mención a algún otro poeta, en este caso mexicano, que hubiera desmaquillado su vida con la terrible decisión de maquillarse con la muerte. Y entonces recordé, apenas con cierta nitidez, un párrafo del impresionante y vigoroso libro de Miguel León-Portilla, Quince poetas del mundo náhuatl, en el que se hacía alusión a un posible suicidio de un poeta azteca de comienzos del siglo XVI. Así que tomé el libro y comencé a revisarlo, dando finalmente con aquel párrafo. Se trataba del poeta Temilotzin de Tlatelolco.

El esbozo que hace Miguel León-Portilla sobre la vida de este poeta es por de más revelador y contundente. A grandes rasgos, Temilotzin, además de poeta, fue un amigo incondicional de Cuauhtémoc, el último emperador azteca. Ambos amigos, sufrieron el declive y el asedio de Tenochtitlan por parte de los conquistadores, embarcándose en terribles enfrentamientos para intentar frenar el saqueo y la inminente conquista de la ciudad. Tras 80 días de sitio, viendo que ya todo estaba perdido, optaron no por la huida, sino por la entrega. De esta forma, Cuauhtémoc fue capturado y llevado a donde se encontraba Cortés, Pedro de Alvarado y Malintzin (La malinche). En 1525, Cortés hizo ahorcar a Cuauhtémoc; Temilotzin, junto con otro guerrero, fue testigo de su muerte. El amigo con quien había compartido casi toda su vida ahora se había marchado a la región de los muertos. Por esta razón, a Temilotzin ya no le importaba seguir sobre la tierra. Tiempo más tarde, fue capturado junto a otro de sus amigos, Ecatzin, y sometido a un hostil interrogatorio. El interrogatorio tuvo lugar en una embarcación en mar abierto. La Malinche (Malintzin) fue quien sirvió de intérprete entre los prisioneros y Cortés. En los Anales de Tlatelolco, documento que León-Portilla utiliza para desentrañar la vida de este poeta, se hace referencia a la siguiente conversación entre La Malinche y Temilotzin:

-Tú, Temilotzin, pregunta Malintzin, confiesa con verdad, ¿A cuántos de los señores mataste al tiempo de la guerra?

-Escucha, Malintzin, es lo mismo que Ecatzin te ha dicho. ¿cómo podía yo ocuparme en contarlos? He luchado, he herido, he acabado no con pocos sin tener cuidado de ello.

-Ahora visitaremos al gran soberano, al que vive en Castilla. Allá pereceréis, allá vais a morir.

-Que así sea, vayamos allá, señora Malintzin.

Miguel León-Portilla apunta que Temilotzin, al parecer, ya tenía pensado cómo escapar; por esa razón, vemos esa actitud desinteresada que muestra en el diálogo. Habiendo sido testigo de la caída de Tenochtitlan, habiendo sido testigo de la muerte de su amigo emperador, y, amenazado con llevarlo ante Carlos V de España y dejarlo morir en una tierra lejana, en este caso, la tierra de Castilla, Temilotzin dirigió sus últimas palabras a su amigo Ecatzin:

- Oh Ecatzin, ¿adónde vamos?, ¿dónde estamos?, vayámonos a nuestra casa!

Y entonces decidió la evasión, tal y como lo evidencia Miguel León Portilla, tomando de nuevo como referencia el texto indígena recogido en los Anales de Tlatelolco:

"Temilotzin no quiso escuchar ni ser retenido… lo vieron cómo se arrojó al agua. Va nadando en el agua hacia el rumbo del sol. Malintzin le llama y le dice: ¿Adónde vas Temilotzin? ¡Regresa, ven! Él no escuchó, se fue, desapareció. Nadie sabe si pudo alcanzar la orilla del agua, si una serpiente lo devoró, si un lagarto se lo comió o si los grandes peces acabaron con Temilotzin… En esta forma acabó consigo mismo, nadie le dio muerte…"

La escena es por demás conmovedora y tiene una descarga dramática sin precedentes en cualquier otro esbozo biográfico recogido en el libro de León-Portilla.

Con el caso de Temilotzin, considero que estamos frente al primer suicidio documentado, ya no digamos de la historia de la poesía y del arte mexicano, sino de la Historia en México. Un caso que, sin duda, sería revelador para un serio estudio que se ocupara hondamente del tema. Está claro que Temilotzin al arrojarse al agua sabe de antemano que la orilla es inalcanzable y que perecerá en el intento; de esta forma prefirió darse muerte antes de seguir en aquella embarcación.

El suicido me impactó tanto que quise reflejarlo en aquel recital, leyendo – junto a otros poemas de Asunción Silva- el único poema conservado de este gran guerrero azteca. Si la vida de Temilotzin me sorprendió, su poema no hizo sino sorprenderme doblemente, ya que introduce, de forma fresca y transparente, un tema noble, original y atípico para su época: el tema de la amistad. El poema además refleja las características estilísticas de la poesía lírica náhuatl: la repetición de la misma idea y su reiteración cambiante, la aparición de elementos concretos -como piedras preciosas, aves, flores- y la economía en las imágenes y metáforas. Igualmente, debemos hacer hincapié en que los poemas no eran recitados sino cantados, los poetas de la cultura náhuatl se designaban a sí mismos con el término de cuicapicque , que, justamente, quiere decir "forjadores de canto". Así que el ritmo de los versos conserva un vivo rescoldo del sonido del tambor, uno de los instrumentos utilizados para dar vida al poema cantado y que sin duda hace pensar en los “tam-tam” de los poetas africanos.

Imagino a Temilotzin como una escultura ataviada de arena cobriza brillando en medio de aquel mar centelleante, imagino su piel como una hoja de maíz disolviéndose en aguas turbulentas, imagino sus dedos queriendo tocar el sol, sus cabellos perforando el canto de las olas, su ser queriendo encallar en la otra orilla, la orilla inalcanzable, aquella que todos, a la hora de nuestra muerte, tampoco podremos alcanzar.



Poema de Temilotzin



He venido, oh amigos nuestros:
con collares ciño,
con plumajes de tzinitzcan doy cimiento,
con plumas de guacamaya rodeo,
pinto con los colores del oro,
con trepidantes plumas de quetzal enlazo
al conjunto de los amigos.
Con cantos circundo a la comunidad.
La haré entrar al palacio,
allí todos nosotros estaremos,
hasta que nos hayamos ido a la región de los muertos.
Así nos habremos dado en préstamo los unos a los otros.

Ya he venido,
me pongo de pie,
forjaré cantos,
haré que los cantos broten,
para vosotros, amigos nuestros.
Soy enviado de Dios,
soy poseedor de las flores,
yo soy Temilotzin,
he venido a hacer amigos aquí.

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