De entre las docenas de comunidades mayas que rodean las playas del Lago Atitlán en los altos noroccidentales de Guatemala, el poblado de San Pedro la Laguna probablemente es el más emprendedor y progresista. Hace algunas décadas los pedranos, por su propia iniciativa y con su propio trabajo, construyeron una carretera a lo largo de las inclinadas pendientes de un enorme volcán, y ahora son dueños de dos camiones grandes y de una docena de camionetas, cada una de las cuales representa una inversión de más de $10,000.00. Los pedranos también operan estos vehículos que sirven a San Pedro y a la región circundante, al proveer de transporte eficiente hacia la boca costa y a la capital del país. Por razones históricas y ecológicas, cada poblado del área ha desarrollado especialidades características (Tax 1937), y se puede decir que en años recientes dar servicio de transporte moderno se ha vuelto una de las especialidades de San Pedro.
Otra especialidad local, mucho más antigua y de orden enteramente distinto, es el arte tradicional de los curanderos de huesos. En 1941, al principio de nuestro trabajo de campo, un curandero llamado Ventura dio tratamiento, con éxito, a una severa torcedura de tobillo que incapacitó a mi esposa a partir de que se luxó en un camino pedregoso de San Pedro. Entonces Ventura tenía 77 años y, desde fines del siglo anterior, había empezado a curar huesos no sólo a los pedranos, sino también a víctimas de accidentes de muchas otras partes de la república, e incluso de gente del otro lado de las fronteras, en El Salvador y en México. Una década más tarde Ventura murió y algunos años después, su hija, Rosario, asumió la carga de reparar daños a los huesos. Debido a su eficacia y gran reputación, el pueblo de San Pedró siguió atrayendo a personas lastimadas que venían de lugares distantes. Rosario aún practica, pero ya es grande y carece de la fuerza física necesaria para arreglar algunas de las fracturas más severas. Sin embargo, ahora Rosario no es sino una de cinco o seis curanderos de huesos que practican en San Pedro. Se trata de todo un cambio respecto a la época en que el viejo Ventura era el experto solitario en un poblado de 2000 habitantes. Hoy la población de San Pedro se acerca a los 5000 habitantes, pero la cantidad de curanderos de huesos ha aumentado de manera desproporcionada.
Desde el punto de vista del observador, el curandero vuelve a colocar los huesos en su lugar mediante la manipulación diestra de los mismos, seguida de un masaje al área afectada usando médula de huesos de res, de la colocación de hojas de tabaco calientes contra la piel desnuda del paciente, y de la aplicación de un vendaje apretado. Se puede utilizar un entablillado de cartón o de madera para inmovilizar el área lastimada. Sin embargo, los curanderos de huesos y sus pacientes ven el proceso de otra manera. Desde su punto de vista, el trabajo no lo lleva a cabo el practicante humano, sino un huesito especial oculto en la mano del curandero, que localiza el punto preciso de la fractura al pasar el hueso de ida y de regreso sobre el área afectada. Cuando el huesito viajero encuentra el punto crítico, se detiene y permanece sujeto ahí hasta que la fractura o dislocación se corrige. Al describir el comportamiento del hueso explorador, los informantes dicen que genera una fuerza como de corriente eléctrica que sube de intensidad repentinamente cuando llega a la herida, donde se pega "como un imán".
Cualquier ciudadano de San Pedro puede decidir volverse carpintero o aspirar a ser dueño de un camión, pero nadie puede simplemente escoger volverse zajorín (chamán), curandero de huesos o comadrona (Paul y Paul, 1975). Para ser parte de alguna de estas profesiones sagradas, la persona debe recibir un llamado sobrenatural. Actuar por iniciativa personal sería tanto ineficaz como inseguro; el insolente individuo caería presa de la muerte o el infortunio. Lo mismo le pasaría a quien recibiera el llamamiento y se negara a cumplir el mandato. Los canales para comunicar la voluntad divina son múltiples y maravillosos. En su vejez, Ventura recordó como fue incitado a volverse curandero de huesos. Su historia ilustra el complejo proceso de convencimiento por el que pasan estas personas.
.
.
Poco después de casarse, a la edad de veinte años, Ventura tuvo un sueño raro. Un hueso estaba brincando por ahí. En la mañana se levantó preocupado y salió temprano, como de costumbre, a trabajar en su milpa, que estaba lejos. Conforme se acercaba a la milpa, vió un curioso objeto a la distancia que, de cerca, resultó ser un hueso muy brillante. El brillante objeto brincó hacia él. Ventura se alejó asustado, pero el hueso volvió a brincar en su dirección una y otra vez. Asustado y por haber encontrado el camino bloqueado, Ventura regresó a casa y ocultó la causa de su desconcertante regreso al fingir que estaba enfermo y meterse a la cama.
Durante la noche tuvo otro sueño extraño. Esta ocasión el visitante fue un duende que le preguntó a Ventura, "¿ qué no me recogiste? Si te sigues negando, te vas a morir". En la mañana se levantó decidido a tomar el hueso. En su camino al trabajo, el hueso volvió a aparecer. Una vez más, brincó. Esta vez Ventura no tuvo miedo. Recogió el objeto, que tenía una pulgada de diámetro, lo envolvió en su pañuelo y se lo metió en la faja. De regreso sintió cómo se movía y, una vez en casa, lo metió a un morral que colgó en una esquina. No sabía para que servía dicho objeto, pero se lo indicaron los sueños sucesivos. El mismo hombrecito le dijo a Ventura que estaba destinado a ayudar a la humanidad haciéndose cargo de los que padecían, "porque son nuestros hijos". El duende le enseñó una canción secreta y Ventura la cantaba por las noches.
Una noche, durante un sueño, el duende apareció con un esqueleto. Le dio un látigo a Ventura y le dijo que golpeara al esqueleto. Ventura obedeció y el esqueleto se desplomó quedando sólo un montón de huesos. Entonces el duende le ordenó que volviera a armar el esqueleto, amenazándolo con darle de latigazos si no lo hacía bien. Ventura protestó, "Señor, no puedo hacerlo". Entonces el duende dijo, "¿dónde está el hueso que te dí?" Ventura trajo el hueso que había encontrado en el camino. Con su ayuda empezó a reconocer las partes del esqueleto y a reconstruirlo, empezando por los huesitos de los dedos de los pies, y siguiendo con los más grandes. Cuando Ventura había reconstruido todo el esqueleto bajo la dirección de su hueso mágico, el duende dijo, "Con este hueso vas a curar a nuestros niños". Ventura aún no sabía exactamente qué iba a hacer, pero las instrucciones no cesaban.
Ventura trataba a su hueso con respeto; lo colocaba en su caja. Cuando cerraba la caja, se arrodillaba y escuchaba que el objeto hacía ruidos como de gente que hablaba ahí adentro. Lo sacaba, lo envolvía en una tela de seda, le soplaba repetidamente y lo volvía a colocar en su caja con cuidado. Le dijeron que jamás dejara que otra persona tocara el hueso o él o sus hijos morirían. El hueso le pidió que lo custodiara bien porque "tengo mucho que hacer".
El hueso avisó que la joven esposa de Ventura daría a luz un niño que moriría. En efecto, nació un niño que vivió muy poco tiempo. Ventura pasó por otras desgracias. Comenzó a reñir con su esposa quien tenía miedo de que, debido a su "fortuna", todos sus bebés morirían. El respondía que su llamado no provenía de otra fuente sino de dios, que su verdadero propósito era dar vida, que ellos vivirían mejor y durante más tiempo sobre la tierra. Pero no utilizó el hueso durante un año. Entre tanto, se enfermó; le empezaron a doler cabeza y corazón, y estuvo a punto de morir. Sólo recuperó la salud al volverse curandero.
Un niño que Ventura conocía se había roto una pierna. En un sueño, el duende le dio instrucciones para que usara el hueso. Cumplió; la fractura se curó, y en tres días el niño pudo caminar otra vez. Ventura no le dijo a nadie lo que había hecho, pero se corrió la voz y su práctica aumentó. Nunca cobró por sus servicios, dejando que sus pacientes le dieran lo que fuera su voluntad, o nada.
Algunos de los detalles de la experiencia de Ventura son únicos, pero la comparación de su historia con las de los otros curanderos de huesos de San Pedro, revela un patrón común. El candidato encuentra un objeto pequeño parecido a un hueso, que se mueve, y en sueños se le indica que lo recoja. Lo guarda y durante algún tiempo, que puede ser corto o durar varios años, no reacciona ante los enigmáticos mensajes que recibe. Normalmente sufre por ello de alguna manera hasta que empieza a poner en práctica su llamamiento. No le enseña nadie, sólo en sueños se le indica cómo curar, y en todo caso es el hueso secreto el que hace el trabajo. Ya que curar huesos es un deber consagrado, el practicante no debe cobrar por sus servicios.
.
.
El ingreso de los curanderos de huesos por concepto de su especialidad curativa es pequeño en esta comunidad metalizada. A veces se les llama a atender a la víctima de algún accidente en otro poblado y se quedan con su paciente durante varios días o semanas en Chimaltenango o en Antigua, o donde quiera que sea. Se les da comida y costos de transportación y quizá "unos centavitos", pero resulta difícil ver qué ganan por su tiempo y trabajo, más allá de la satisfacción de saber que están llevando a cabo los designios humanitarios de dios y quizá haciéndose de cierta inmunidad ellos mismos. Un curandero de huesos, que también encabeza una banda de marimba que viaja a muchos poblados, señaló, significativamente, que había estado en cuatro accidentes en la carretera sin haber sufrido daños jamás.
Otra curandera de huesos, que también es una de las comadronas más importantes de San Pedro, acababa de verse incapacitada, con los dos tobillos lastimados, cuando le avisaron que una de sus pacientes estaba a punto de dar a luz. Pese a las quejas de su esposo insistió en salir, y pudo caminar después de que se curó sola los tobillos, a toda velocidad, con ayuda de un hueso curativo que había encontrado hacía mucho tiempo y que había almacenado sin darse cuenta de su importancia. El éxito de esta acción de emergencia la lanzó a la práctica de la curandería de huesos y le cambió la suerte. Antes era propensa a resbalarse y a torcerse los tobillos, y ahora caminaba ligera y con paso seguro.
Aunque todos los curanderos afirman haber adquirido sus conocimientos especiales en sueños, sus sueños difieren en contenido y grado de especificidad. Ventura reconstruyó el esqueleto de los pies hacia arriba; uno de los curanderos de huesos más recientes recuerda haber empezado por el cráneo y terminado en las piernas y los pies. Otros no mencionan dicho sueño que los pone a prueba. El hombre que aparecía en los sueños de Ventura era un duende. En otro caso se trataba de un ladino muy alto, con barba, vestido de blanco de pies a cabeza. En el poblado aledaño de San Juan, que es casi un suburbio de San Pedro, un hombre destinado a ser curandero de huesos recibió la visita de alguien cuya descripción era "un duende vestido de blanco, como doctor, y con un maletín" (Rodríguez Rouanet, 1969:68). Un curandero de huesos pedrano describió al visitante como un niño con ropas de ladino. Otro más recibió su mensaje de uno de los dos ángeles que cuidan a Jesucristo. Este mismo informante dijo que cuando arregla huesos pide perdón del mismo modo que Jesús lo hizo cuando se tropezaba bajo el peso de la cruz que cargaba.
La frase Tz'utuhil que describe a alguien que cura gracias a tener vínculos sobrenaturales, es k'o rxin, que quiere decir que él o ella tiene el don, y éste se refiere tanto a la calidad carismática del curandero, como al objeto que personifica su poder. En español hay varias maneras de referirse al objeto de poder, el hueso en el caso del curandero de huesos: suerte, fortuna o virtud. Los curanderos de huesos a veces se refieren a dicho objeto como a su instrumento (aparato, material), aunque en su concepción, el místico hueso es el curandero y, quien lo posee, su instrumento.
El hueso puede poner sobre aviso a su propietario cuando hay una fractura seria mediante movimiento o al hacer un ruido. Sin ayuda, puede salir de su caja y brincar dentro del morral del curandero o bien a los pliegues de su faja, cuando éste sale de la casa para hacer un viaje o para trabajar en el campo. Si mientras cura una fractura se le cae el hueso a su dueño, el paciente podría morir. El hueso se puede hacer invisible; algún extraño podría estar viéndolo directamente y, con todo, no verlo. Puede tomar la apariencia de un hombre. Puede desaparecer tal como lo hizo el hueso de Ventura a la muerte del célebre curandero.
Cuando los curanderos sagrados -chamanes, comadronas, curanderos de huesos- mueren, es costumbre que sus objetos especiales los acompañen en sus ataúdes. Pero, según Rosario, Ventura tuvo una visión antes de morir; esta visión indicaba que Rosario algún día se convertiría en curandera de huesos y que el hueso debía quedarse en su caja de siempre. Sin embargo, de alguna manera llegó a manos de un hombre de San Juan, quien lo usó para curar la extremidad fracturada de su hijo, y proclamó que había encontrado su hueso mágico. Se hizo entonces de pacientes a quienes cobraba cuotas muy altas. Esto disgustó al hueso y en pocas semanas regresó a Rosario, en un sueño. El hueso le dijo que había regresado porque estaba disgustado por el comportamiento sin escrúpulos del juanero, y que ahora permanecería con Rosario mientras ella viviera. Le indicó que ella se volvería curandera de huesos como lo había sido su padre, y que jamás cobraría por sus servicios. En la mitad de la noche Rosario escuchó algo y pensó que alguien estaba abriendo la caja que había pertenecido a su padre. Cuando la revisó, encontró al hueso en su lugar de costumbre. Quemó incienso y prendió dos velas. Tuvo algunos sueños y al fin, pese a la tardanza y renuencia, se volvió curandera de huesos, pero sólo después de haber pasado por una serie de enfermedades cada vez más severas.
El hueso de un curandero de huesos es un objeto sagrado, rodeado de tabúes y al que se adjudican capacidades milagrosas. Es recipiente de poderes sobrenaturales, un símbolo cultural poderoso que une a paciente y practicante en un vínculo de fe y seguridad. Participa de la misma mística que atrae peregrinos al sitio de alguna reliquia venerada. Como señal de acreditación del curandero de huesos, es el equivalente al diploma del doctor.
Igual que el médico secular, el curandero de huesos pedrano utiliza sus manos para corregir fracturas, sin importar cómo interprete la fuente de su destreza y juicio clínico. En este aspecto difiere de su contraparte en Zinacantan, donde los curanderos de huesos con mayor reconocimiento son quienes "usan rezos y otros métodos espirituales exclusivamente", mientras que "un curandero de huesos que en realidad coloca huesos en su lugar se considera muy inferior" (Fabrega y Silver 1973:41-42).
Desde el punto de vista local, la medicina de los curanderos de huesos funciona porque su hueso mágico es conductor de fuerzas sobrenaturales. Para los pedranos, el mensaje manifiesto del hueso mágico es que la religión da poder a la medicina. Pero el mensaje latente es el contrario: la medicina da poder a la religión. Cada vez que se cura a alguien en el mundo material, se refuerza la fe en la existencia del mundo espiritual. Los pedranos admiran el progreso material. Cansados de viajar a pie y cargar con sus cosas a cuestas, valoran la eficiencia de camionetas y camiones, de los que han comprado cada vez más. Pero la mayor eficiencia mecánica trae consigo mayores riesgos para las personas. Con más camionetas hay más accidentes y mayor necesidad de curanderos de huesos. El motivo de que colocar huesos otra vez en su sitio se considere un oficio sagrado en el poblado progresista de San Pedro la Laguna, puede deberse a la naturaleza misma del oficio -hacer que partes rotas se vuelvan una- que gráficamente simboliza y satisface un profundo deseo humano de transformar el desorden en orden, de convertir el caos en cosmos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario