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domingo, 29 de mayo de 2011

Un resumen de la vida de Muhammad antes de su misión profética

Un resumen de la vida de Muhammad antes de su misión profética

El Profeta Muhammad fue, desde su juventud, una combinación de los mejores atributos sociales. Era un hombre ejemplar, de pensamiento profundo y carente de faltas. Fue favorecido con inteligencia, originalidad y la elección de los medios correctos para conseguir sus legítimos objetivos. Sus largos silencios lo ayudaron en su hábito de meditar y en su profunda investigación de la verdad. Su mente despierta y su carácter puro fueron instrumentos fundamentales para asimilar y comprender las formas de vida individual y comunitaria de la gente. Se alejó de las supersticiones pero asumió un rol activo participando en los eventos de su sociedad. Se mantuvo alejado del consumo de embriagantes, de alimentarse de aquello sacrificado en nombre de los ídolos, o de participar en ceremonias paganas. Consideraba a los ídolos aberrantes y aborrecibles. No toleraba que se jure por Al-Lat y Al-‘Uzza.[1]

La providencia de Allâh , sin duda, lo apartó de todo hecho reprobable y depravado. Aún cuando trató de obedecer sus instintos para disfrutar algunos placeres de la vida o seguir alguna tradición irrespetuosa, intervino la protección de Allâh para protegerlo. Ibn Al-Azîr registró que Muhammad dijo: “Nunca consideré hacer lo que hacen los paganos excepto en dos ocasiones. En ambos momentos intervino Allâh para apartarme de ello y nunca lo volví a intentar. Una vez le dije a mis compañeros pastores que se encarguen de mi rebaño mientras nos encontrábamos en la parte alta de La Meca. Quise bajar para entretenerme como lo hacían los jóvenes. Me dirigí a la primera casa de La Meca donde escuché música. Entré y pregunté de qué se trataba, y me respondieron que festejaban un casamiento. Me senté a escuchar pero rápidamente caí en un sueño profundo. Más tarde me despertaron los rayos del sol. Luego regresé donde estaban mis compañeros pastores y les conté lo que me había sucedido. Jamás intenté hacerlo nuevamente.”[2]

Al Bujâri registró que Yâbir Ibn ‘Abdullah dijo: “Mientras la gente reconstruía la Ka'bahh , el Profeta Muhammad fue con ‘Abbâs para acarrear algunas piedras. ‘Abbâs le dijo: ‘Coloca tu izâr (faldilla que se viste bajo la túnica) alrededor de tu cuello para protegerla de las piedras. El Profeta (en cuanto lo hizo) cayó al suelo y sus ojos se tornaron hacia el cielo. Después, despertó y exclamó: ‘¡mi izâr... mi izâr!’. Y vistió nuevamente su izâr”. [3] Otra versión cuenta: “Su aura (vergüenzas) jamás volvió a ser vista desde entonces.” [4]

El Profeta se distinguía por su modestia, comportamiento virtuoso, y sus excelentes modales. Era un hombre ideal y poseía un irreprochable carácter. Era el más colaborador para con sus compañeros, el más honesto al hablar, y el de temperamento más apacible. Era el más gentil, pudoroso, hospitalario, y siempre impresionaba a la gente por su aspecto que inspiraba respeto. Era el más confiable y el mejor cumplidor de los convenios. Sus conciudadanos por unanimidad acordaron llamarlo Al-‘Amîn (el confiable). La madre de los Creyentes, Jadîÿa, le dijo: “Mantienes unidos los lazos y vínculos de parentesco, ayudas a los pobres y necesitados, eres hospitalario con tus huéspedes y asistes al oprimido”. [5]

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