La “revolución por la justicia social” en Israel incluye el asentamiento ilegal de Ariel-14 La revolución exclusiva
Los hombres y mujeres que se propusieron construir un Estado judío en Palestina histórica no ocultaron sus intenciones coloniales. El autor intelectual del sionismo, Teodoro Herzl, describió el país que imaginaba como “parte de un muro de defensa de Europa en Asia, un puesto avanzado de la civilización contra la barbarie”. “Todos los medios que necesitamos, debemos crearlos nosotros mismos, como Robinson Crusoe en su isla”, dijo Herzl a un entrevistador en 1898. El principal ideólogo del movimiento del laborismo sionista, Berl Katznelson, fue más claro que Herzl, y declaró en 1928: “La empresa sionista es una empresa de conquista”. Más recientemente, y tal vez de manera más brutal, el ex primer ministro y actual ministro de Defensa, Ehud Barak, describió el objetivo del sionismo es mantener “una villa en la selva”.
Los que se dedicaban a la formación del Estado judío pueden haber formulado su identidad nacional mediante una visión idealizada de la ilustración europea, pero también reconocieron que sus nobles objetivos no se realizarían sin la fuerza bruta. Como dijo Katznelson: “no hablo por casualidad de asentamiento en términos militares”. Por lo tanto los socialistas sionistas abrazaron gradualmente las ideas del ideólogo derechista radical Vladimir Jabotinsky, quien esbozó una estrategia práctica para lograr sus ambiciones utópicas en su ensayo de 1911: “El muro de hierro”. “La colonización sionista, incluso la más restringida, tiene que acabarse o realizarse desafiando la voluntad de la población nativa”, escribió Jabotinsky. “Esta colonización puede, por lo tanto, continuar y desarrollarse solo bajo la protección de una fuerza independiente de la población local, un muro de hierro por el que no pueda atravesar la población nativa. Esa es, en su totalidad, nuestra política hacia los árabes”. Según Jabotinsky, los residentes de la yishuv (comunidad) judía no pueden esperar un estándar de vida europeo en el corazón del mundo árabe sin separarse físicamente de los nativos. Esto requerirá incansable planificación, inmensos sacrificios, y no faltará derramamiento de sangre. Y todos los que formaban el movimiento sionista, sean de izquierda, derecha o centro, llevarían el plan hacia su cumplimiento. Como escribió Jabotinsky: “Todos nosotros, sin excepción, exigimos constantemente que este poder cumpla estrictamente sus obligaciones. En este sentido, no existen diferencias significativas entre nuestros ‘militaristas’ y nuestros ‘vegetarianos’”.
Uno de los conceptos más erróneos de la política israelí es que los políticos derechistas que ven en los escritos de Jabotinsky su luz y guía perpetúan la violencia más atroz contra los palestinos. Aunque rebosa resentimiento antiárabe, el verdadero legado de la derecha israelí consiste sobre todo en producir estrategias durables y retórica demagógica. Los sionistas laboristas que dominaron durante años la escena política de Israel tienen la verdadera responsabilidad de convertir las ideas de la derecha en políticas de actuación. La dinámica se aclara mejor en la forma en que sucesivos gobiernos del Partido Laborista implementaron los preceptos delineados en “El muro de hierro” de Jabotinsky so pretexto de negociaciones con los palestinos. Ya en 1988, los laboristas Yitzhak Rabin y Haim Ramon propugnaban la construcción de un muro de hormigón para separar a los palestinos de “Israel propiamente tal”. Cuando Rabin declaró su intención de negociar una solución de dos Estados con la OLP, sus partidarios adoptaron una consigna que previamente había pertenecido al derechista Partido Moledet: “Ellos allá, nosotros aquí”. Entonces, cuando Rabin colocó su firma en los Acuerdos de Oslo en 1993, Israel comenzó a rodear la Franja de Gaza con una cerca electrificada mientras revocaba por miles los permisos de trabajo de los palestinos.
La violencia de la Segunda Intifada aceleró el proceso de separación total. Los ataques suicidas confirmaron a los israelíes promedio el estereotipo orientalista del árabe nativo como inherentemente violento, incurable y culturalmente retrógrado. Por extensión, la ola de terrorismo ratificó la tesis de Jabotinsky. “Hay que construir algo como una jaula para [los palestinos] declaró el historiador revisionista israelí Benny Morris en una entrevista del año 2002. “Hay un animal salvaje al que hay que encerrar de una o de otra manera”. Mientras las fuerzas israelíes salían en tanques y jets de combate a aplastar la Intifada, se erigían 709 kilómetros de acero y hormigón alrededor de enclaves demográficos judíos, separando Israel de la población ocupada al oeste mientras se apoderaban de más de 180.000 dunams (km2) de tierra palestina. Mientras tanto, miles de colonos judíos fueron evacuados de la Franja de Gaza, posibilitando la transformación del gueto costero en una inmensa celda que podía ser monitoreada, controlada y económicamente explotada por Israel desde el exterior. En resumen, los palestinos ocupados desaparecieron de la vida israelí. Cuando los israelíes interactuaban con ellos, lo hacían con rifles en sus manos o en puntos de control del otro lado del vidrio a pruebas de balas.
En 2011, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu pregonaba lo que llamaba “La Gran Calma”. La resistencia palestina hizo erupción ocasionalmente, pero se reprimió sin esfuerzo. Dentro de la Línea Verde, el terrorismo contra los civiles israelíes judíos era casi inexistente. Lo que un columnista de Haaretz describió durante el clímax de la Segunda Intifada como la “guerra durante el café y el croissant de la mañana, y la cerveza de la tarde” parecía haberse ganado. Los clientes de cafés en Tel Aviv finalmente gozaron de los frutos de la paz para algunos, garantizada por la estrategia de separación, dominación y control. El statu quo representaba ahora el ideal.
Mientras aplastaban la resistencia palestina, los dirigentes de Israel aprovecharon la mentalidad de sitio de la nación para imponer un programa de liberalización económica que causó estragos en la clase media del país. En 1986, el influyente estadista del Partido Laborista Shimon Peres, había iniciado las reformas económicas como precursoras de los Acuerdos de Oslo. Pero bajo el control de Netanyahu, las manifestaciones más extremas de la tendencia económica estallaron a la superficie. Liberal educado en EE.UU. que podría fácilmente hacer campaña electoral en una candidatura del Tea Party, Netanyahu destiló su esencia a través de la explotación de todos los que estaban bajo el régimen israelí, incluidos los judíos. Por cierto, Netanyahu dependía más de la beneficencia de avariciosos oligarcas como el magnate de los diamantes Lev Leviev, el difunto potentado naviero Sammy Ofer y el multimillonario estadounidense de los casinos Sheldon Adelson que del respeto de cualquier jefe militar. Mientras autorizaba miles de nuevas viviendas en Cisjordania ocupada, Netanyahu recortó los subsidios habitacionales para residentes de clase trabajadora en el propio Israel. El lobista de Israel en EE.UU. y ex portavoz del Pentágono, Dan Senor, había celebrado la nueva economía de Israel en su éxito de ventas, el libro Start-Up Nation [Una nación “Start-up”: La historia del milagro económico israelí] pero detrás de las bambalinas, y lejos de la mirada de los medios internacionales, la clase media israelí bullía de resentimiento. Pronto, Netanyahu llegó a sentir su cólera.
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En julio de 2011 en Israel, los activistas radicales de izquierdas organizaron un evento en Facebook titulado “La semana de la indignación” como una manifestación espontánea contra los aumentos vertiginosos de los alquileres y productos de consumo básico. También se destacaban en la lista de quejas de los activistas propuestas antidemocráticas del parlamento de Israel, la Knéset, hechas para asfixiar el disenso contra la ocupación y la represión de Israel contra sus propios ciudadanos palestinos. Las protestas fueron típicamente teatrales: los manifestantes atacaron la sede del Partido Likud con queso cottage, un alimento básico que ha llegado a ser inasequible para la mayoría. Por entusiastas que hayan sido, las manifestaciones contaron con poca participación.
El 14 de julio se desarrolló otra manifestación espontánea en Tel Aviv. Cerca de doce jóvenes residentes, con poca experiencia en la acción directa, colocaron carpas en el Boulevard Rothschild de Tel Aviv. Meses antes, manifestantes en Grecia había levantado sus propias carpas en la Plaza Syntagma, directamente frente al parlamento griego, para desafiar a su gobierno con una muestra de poder popular. El sitio seleccionado por los manifestantes israelíes no fue menos significativo. En lugar de establecer su campo frente al Ministerio de Finanzas o la Knéset, escogieron una amplia franja cubierta de césped que imitaba los paseos vieneses. En un extremo del Boulevard Rothschild se encuentra la Casa Dizengoff en la cual David Ben Gurion declaró públicamente el establecimiento del Estado “judío y democrático”. Al otro, se encuentra el recientemente restaurado Teatro Ha’Bima, símbolo de la resucitación sionista del lenguaje hebreo.
Mientras los manifestantes erigían las primeras carpas entrevistamos a Stav Shaffir, una profesional de los medios de algo menos de treinta años. “Somos un joven grupo de israelíes y consideramos que no podemos vivir en Tel Aviv porque los precios de la vivienda aumentan”, nos dijo Shaffir. “Estamos hartos de tener que mudarnos siempre y buscar las soluciones más baratas. Ahora llegó el momento de decir basta, por lo tanto hemos salido a las calles con nuestras carpas y también comenzamos en Jerusalén.”
Preguntamos a Shaffir si el movimiento de protesta tenía algo que ver de alguna manera con la ley aprobada cinco días antes en la Knéset que penaliza el pronunciamiento a favor de un boicot de bienes producidos en los asentamientos, o con la corriente constante de leyes antidemocráticas. “Hay muchas cosas que están conectadas, pero nosotros estamos aquí para protestar contra los costes de la vivienda”, insistió. “No somos un grupo. Cada cual tiene discreción para elegir lo que considere como el tema más importante”.
Lo que comenzó como una pequeña reunión de habitantes de Tel Aviv logró un impulso inesperado e inmediato. Shaffir y sus amigos tocaron una fibra sensible en la clase media frustrada del país. Tres semanas después de la aparición de las primeras carpas, 300.000 manifestantes llenaron las calles de Tel Aviv en una de las mayores protestas de la historia de Israel. Coreando al unísono: “¡El pueblo, la nación exige justicia social!” israelíes de casi todos los sectores políticos se unieron como la voz de un pueblo descontento pero repentinamente esperanzado.
Los manifestantes presentaron un popurrí de agravios israelíes, incluidos más derechos para los discapacitados físicos, mejor atención para los ancianos y la liberación de Gilad Shalit, un soldado cautivo de Hamás desde 2006. Pero todo parecía centrarse en las demandas domésticas descritas originalmente por Shaffir y sus compañeros. Los sondeos realizados una semana después del estallido de las protestas mostraron que casi un 90% de los israelíes aprobaba las demandas de las manifestaciones.
La crisis que nadie estaba dispuesto a mencionar, sin embargo, era la ocupación israelí de 44 años de Cisjordania y la Franja de Gaza. Manifestantes que entrevistamos de todo el espectro político eludieron las preguntas sobre la ocupación –a veces de manera agresiva y llena de resentimiento– calificándola de tema “político” divisivo.
“Pienso que el público en general ve la ocupación como un tema de seguridad, un tema de izquierda-derecha que no está relacionado con nuestra causa por la justicia social”, nos dijo Hadas Kouchalevich, dirigente de la Unión de Estudiantes de Israel. La organización de Kouchalevich ha llevado a miles de estudiantes universitarios a las manifestaciones, incluidos estudiantes de la Universidad Ariel que estudian en un mega-asentamiento en Cisjordania. Cuando le preguntamos si ella creía personalmente que el movimiento del 14 de julio debería relacionar la justicia social con el tema de la ocupación, respondió: “No. La ocupación es un tema de seguridad, no de justicia social.”
La decisión de excluir la ocupación de las quejas del movimiento 14 de julio fue enteramente orgánica. Ningún consultor pagado aconsejó a los activistas del movimiento que evitaran ese tema candente a fin de ampliar la convocatoria a las manifestaciones. La corriente dominante del público judío decidió por su propia cuenta, y sin mucha reflexión interna, que la justicia social puede existir junto a un sistema de exclusivismo étnico. Por lo tanto, mientras el movimiento 14 de julio recorría las calles en todo Israel gritando por la dignidad y los derechos, los palestinos permanecieron seguros, escondidos detrás de una complicada estructura de control –el Muro de Hierro-. Diez años de separación no solo han llevado a que los palestinos sean invisibles en un sentido físico. Los han borrado de la conciencia israelí.
“Es muy extraño ver una protesta por la justicia social sin que se mencione la ocupación”, señaló Gidi Grinstein, confidente del ministro de Defensa Ehud Barak, quien dirige el Instituto Reut, un think tank israelí vinculado al gobierno. “Pero la mayoría de la gente en Israel ni siquiera cree que todavía exista un ocupación. Ven a la Autoridad Palestina en Cisjordania y piensan que es un gobierno en funciones. Oyen hablar de la resolución sobre el reconocimiento del Estado palestino en la ONU en septiembre y piensan que Palestina es un verdadero Estado. Por lo tanto existe esta disonancia cognitiva entre los israelíes.”
Durante años, la minúscula pero muy motivada izquierda de Israel trató de movilizar protestas masivas contra la ocupación, con la esperanza de que podrían despertar de su somnolencia a la sociedad israelí. Pero los asentamientos crecieron y la ocupación se arraigó cada vez más. Repentinamente, mientras cientos de miles de sus compatriotas manifestaban en las calles contra el gobierno más derechista en la historia de su país, algunos izquierdistas comenzaron a conjurar visiones de una revolución.
“No hemos logrado terminar la ocupación encarándola de frente, pero es concebible que el movimiento rompe-fronteras y de des-segregación podría debilitarla”, escribió Dimi Reider. Reider afirmó que las manifestaciones podrían lograr un cambio drástico porque “pueden cuestionar algo más profundo que la ocupación”. Hagai Mattar, veterano activista contra la ocupación y periodista ampliamente leído, se hizo eco del entusiasmo ilimitado de Reider. “Por primera vez en décadas, tal vez, estamos presenciando que lo imposible se hace posible”, escribió Mattar en el popular sitio web en hebreo My Say. “Lo que parecía ser una simple fantasía hace medio año… se ha convertido en vívida realidad”.
Muchos miembros de la izquierda israelí han sufrido por su activismo. Algunos han resultado heridos por los soldados israelíes durante protestas en Cisjordania, en las que eluden rutinariamente balas de goma y proyectiles de gas lacrimógeno de alta velocidad. Otros han pasado meses en prisión por negarse a servir en el ejército israelí. Ante la serie de leyes antidemocráticas aprobadas por la Knéset, temen una futura represión. Pero tal vez la mayor fuente de sufrimiento para los izquierdistas israelíes es haber sido excluidos de una de las sociedades más tribales del mundo. Muchos han sido rechazados al buscar vivienda o empleo sobre la base de que no hicieron el servicio militar. La palabra “izquierdista”, o smolini, en sí, se ha convertido en un insulto en el lenguaje hebreo. Con la esperanza de reemplazar el lazo comunal que su sociedad les ha negado, los izquierdistas radicales que no han escapado hacia los okupas de Berlín o Barcelona formaron una tribu dentro de la tribu.
A medida que las manifestaciones del 14 de julio aumentaban en dinamismo y movilización, los miembros de la izquierda radical reforzaron el movimiento con su experiencia táctica y temeridad ante la intimidación policial. El 23 de julio, cuando cientos de miles de manifestantes salieron a las calles de Tel Aviv, las fuerzas policiales israelíes arrestaron a 43 manifestantes. En su mayoría eran izquierdistas que intentaron bloquear un importante cruce de calles. El más destacado de ellos era Mattar. Normalmente no informan de los arrestos de izquierdistas durante manifestaciones contra la ocupación. En este caso, sin embargo, los arrestos se comunicaron a una audiencia nacional durante las noticias prime time. Cuando salieron de sus celdas en la cárcel los manifestantes fueron saludados por otros israelíes, no como traidores sino como dirigentes heroicos.
“La izquierda radical ya no es un extraño, sino que forma parte importante de la corriente principal”, escribió recientemente Mattar en un artículo celebrando las protestas. Si este nuevo movimiento da la bienvenida a los izquierdistas y los apoya como su vanguardia, ¿cómo podía no ser revolucionario?
Nacidos de la indignación y envueltos en años de malestar, izquierdistas radicales como Mattar creen que han hallado la influencia que siempre buscaron entre israelíes de la línea dominante. Sin embargo, había poca evidencia de que la gente común del movimiento 14 de julio tuviera algún interés en derrocar el “sistema”, o que llegara algún día a estar dispuesta a reconocer, menos todavía enfrentar, la ocupación. En todo caso, las manifestaciones reflejaban el ansia de la clase urbana joven del comunalismo sionista de los primeros tiempos, en el cual a todos se les garantizaba respeto mientras formaran parte de la yishuv (comunidad).
Como escribió recientemente Yehuda Nuriel, columnista del destacado periódico israelí Yedioth Aharanot: “Éste es el sionismo que casi perdimos. Lo encontramos en la carpa.” Por cierto, el 14 de julio parece que representa una notable reencarnación del espíritu sionista que dio origen al Estado de Israel, no la revolución que “cuestionará algo más profundo como la ocupación”, como escribió Reider.
Igual que en los días de gloria del sionismo socialista de los primeros tiempos, a los palestinos se les aisla y se les ignora. “Es una protesta clásica, judía y urbana”, dijo a Associated Press Tamar Herman, politólogo en el Instituto Democracia de Israel. “Aquí, la participación árabe abriría la puerta a temas divisivos”.
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En ciudades mixtas y en comunidades palestinas afuera de la Línea Verde, unos pocos ciudadanos palestinos de Israel están levantando sus propias carpas. Pero en el Boulevard Rothschild de Tel Aviv, epicentro del movimiento de protesta, hay solo una carpa que representa las demandas palestinas. Es la “Carpa 1948” un pequeño campamento dedicado a promover la solidaridad árabe-judía y a recordar a la masa de los manifestantes el desposeimiento de los palestinos en 1948. Los escritores izquierdistas israelíes Noam Sheizaf y Mairav Zonszein afirmaron que la Carpa 1948 “cuestiona desde la izquierda el movimiento de protesta, al recordar a la gente las cuestiones relacionadas con la tierra que vinieron después de 1948”. Citando la presencia de la carpa árabe-judía y la inclusión de un solo orador árabe en el ruidoso mitin del 23 de julio en Tel Aviv (el orador no se arriesgó a irritar a su masiva audiencia con alguna mención de la ocupación), Reider opinó que “la participación de ciudadanos palestinos de Israel en las protestas tiene más influencia sobre el conflicto que cualquier intento de movilizar a la multitud contra la ocupación”.
Los palestinos israelíes se suman a las protestas 14 de julio corriendo gran riesgo personal. Temen que al unirse al movimiento su propia identidad nacional sea cooptada para impulsar una lucha que finalmente los traicionará. Boudour Youssef Hassan, estudiante de derecho de 22 años en la Universidad Hebrea de Jerusalén, es una de los muchos jóvenes ciudadanos palestinos de Israel que mostraron sospechas ante las manifestaciones. “Primero pensé que era algo bueno que estuvieran enfrentando al gobierno derechista” dijo respecto a los manifestantes judíos. “Pero mientras más dura, más pienso que simplemente nos usan a nosotros los palestinos mientras su verdadero objetivo parece ser el renacimiento de la izquierda sionista”.
Abir Kopty, activista por los derechos palestinos, de la ciudad norteña israelí Nazaret, es una de los pocos palestinos que se han introducido en la principal área de protesta en Rothschild. Kopty jugó un papel central en el establecimiento de la Carpa 1948 y es una importante presencia en las protestas en carpas palestinas en todo el país. “He formado parte de Carpa 1948 no porque yo quiera formar parte del J14”, nos dijo Kopty. “Mi papel es cuestionar el J14 y decirles que no pueden tener justicia social sin encarar temas como la ocupación. Por lo tanto me niego a formar parte del J14. Solo estoy allí para reivindicar mi identidad palestina.”
A pesar de su papel destacado, Kopty estuvo de acuerdo con Youssef Hassan en que el movimiento explota su presencia para pulir su imagen de justicia social. “Soy consciente de que me están usando pero no importa porque en el mundo [el movimiento 14 de julio] no recibirá ningún apoyo real a menos que encare el problema palestino y la ocupación”, dijo Kopty. “En todo caso, los palestinos no forman realmente parte del J14, porque generalmente no fueron a Rothschild a establecer carpas. En su lugar levantan carpas en sus propios vecindarios, solo para decir ‘Hola, aquí estamos’.”
¿Pero podrían iniciar las protestas de 14 de julio un proceso que termine por conducir a desarticular la ocupación y la discriminación contra los palestinos, cómo han sugerido muchos en la izquierda israelí? “La injusticia continuará”, dice directamente Kopty. “Y no creo que el J14 vaya a crear cambios socio-políticos. Nuestra lucha es totalmente política. Por lo tanto, cuando finalmente el J14 termine por estallar porque los diferentes grupos en su interior tienen intereses contradictorios –y no se pueden mantener apolíticos para siempre– nuestra lucha continuará”.
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A medida que crece el movimiento 14 de julio, se hace más inclusivo, pero no de palestinos. En su lugar, colonos judíos, tanto de la variedad política como de la práctica, son ahora bienvenidos a la gran carpa de la protesta.
Ariel es la pieza clave entre los principales bloques de asentamientos que Israel se niega a ceder en negociaciones de estatuto final. Construido sobre cientos de hectáreas de tierra confiscada de terratenientes privados palestinos y rodeado por el muro de separación israelí, que crea una cuña entre siete aldeas palestinas cercanas, Ariel está construido directamente sobre uno de los mayores acuíferos de la región. Según el grupo israelí por los derechos humanos B’tselem, los residentes de Ariel reciben 7,9 veces más subsidios del gobierno que los que viven dentro de Israel propiamente dicho. En agosto de este año, el gobierno israelí aprobó la construcción de 277 nuevas viviendas en Ariel, incluidas 100 para colonos evacuados de la Franja de Gaza en 2005.
Ariel se ha convertido en la disonancia cognitiva de la ocupación israelí. Aunque sus fronteras se extienden profundamente dentro de Cisjordania, consolidando así la dominación de Israel sobre la vida palestina, su interior se parece a un barrio dormitorio lleno de césped en el Sur de California, lleno de impecables filas de casas de estilo misión en parcelas. Desde la nueva universidad de Ariel a su teatro ultramoderno, al resplandeciente centro deportivo construido gracias a la generosidad del pez gordo estadounidense de los bonos basura Michael Milken y del pastor de la mega-iglesia de Texas John Hagee, el asentamiento contiene todas las características de una comunidad “normal”. La mayoría de los israelíes han aceptado la imagen de Ariel como la propia Temecula de Israel, un barrio, no un asentamiento.
El 13 de agosto, cuando los dirigentes de la protesta declararon una “expansión hacia la periferia” de Israel, Ariel realizó su primera manifestación de todos los tiempos por la justicia social, en la que cientos de residentes descontentos exigieron precios más bajos de las viviendas. Dos días antes, el movimiento 14 de julio apoyó la protesta en Ariel, y publicó instrucciones para llegar a la manifestación en su sitio oficial en hebreo en la web.
“Esta es la prueba”, proclamó el sitio web del 14 de julio. “Estamos todos juntos, ¿no es así?”
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Este artículo apareció originalmente en 972.mag.com.
Joseph Dana es escritor y periodista basado en Cisjordania. Sus escritos han aparecido en The Nation, Le Monde Diplomatique, London Review of Books, The National, Tablet Magazine, Al Jazeera English, The Jewish Daily Forward, Haaretz y The Mail & Guardian.
Max Blumenthal es periodista y autor cuyos artículos y documentales en vídeo han aparecido en The New York Times, The Los Angeles Times, The Daily Beast, The Nation, The Guardian, The Independent Film Channel, The Huffington Post, Salon.com, Al Jazeera English y muchas otras publicaciones. Su libro: Republican Gomorrah: Inside The Movement That Shattered The Party , es un éxito de ventas del New York Times y de Los Angeles Times.
Fuente: http://www.jadaliyya.com/pages/index/2492/j14_the-exclusive-revolution
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