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miércoles, 28 de septiembre de 2011

Palestina también existe

Palestina también existe
Obama ganó unas elecciones al grito de 'Yes, we can', pero ahora se ve lo que realmente puede
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Pulsa aquí para ver archivo (pdf) ANTONIO Aramayona, Profesor de Filosofía 28/09/2011

Simon Srebnik era un muchacho de trece años cuando ingresó en el campo de exterminio nazi de Chelmno, donde tenía encomendada una serie de tareas, entre ellas cantar para los guardias algunas canciones en alemán. Unos días antes de que los nazis abandonasen el campo, un guardia le disparó en la cabeza, dándole por muerto. Así Simon pudo salvar milagrosamente su vida y ser uno de los dos supervivientes de aquel infierno. Hoy vive en Israel y cuenta, entre la serenidad y los sollozos, aquellas terribles experiencias en la película Soah (1985), del director Claude Lanzmann.

Hace unos veinte años La 2 de RTVE estrenó en España Soah en cuatro sesiones a altas horas de la madrugada. Durante nueve horas, la película va desgranando los testimonios de víctimas, verdugos y testigos recogidos durante diez años de rodaje e investigación. La película sobrecoge y conmueve. Hace unas semanas tuve ocasión de volver a verla y el efecto fue idéntico. Resulta increíble que un pueblo pueda llegar a sufrir tanto y que unos individuos lleguen a cotas tan extremas de sadismo y crueldad. Entre los centenares de testimonios, recuerdo la tremenda congoja de Abraham Bomba, barbero de profesión, encargado de cortar el pelo a los judíos en Treblinka justo antes de entrar en la cámara de gas. Allí mismo presenció la escena de un compañero, encargado como él de cortar el pelo, cuando vio en la sala a su propia mujer y a otros familiares, a punto de ser exterminados.

Seis millones de judíos acabaron asesinados en los guetos y los campos de concentración y la humanidad les debe memoria y respeto perpetuos. Por eso mismo, me llama tanto la atención que actualmente la política de Israel para con otros pueblos (particularmente, el palestino) sea a veces tan despiadada, cruel e injusta. Sería de esperar que el pueblo judío, debido precisamente a su experiencia pasada de persecución y muerte, ejerciese presión sobre el gobierno israelí para que cesase en su irracional política de hechos consumados contra el pueblo palestino. Sería también una buena noticia para la humanidad que el pueblo judío fuese hoy un foco activo de paz y de concordia entre los pueblos. Sin embargo, la realidad dista mucho de esos buenos deseos.

Cuando el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, presentó el viernes pasado ante la Asamblea General de la ONU la petición oficial de ingreso de Palestina como Estado miembro, pedía también la posibilidad de que se reconociese la existencia y los derechos humanos de cuantos habitan y malviven en Cisjordania, la Franja de Gaza y Jerusalén. Sin embargo, si la petición llega hasta los quince miembros del Consejo de Seguridad y en el caso de que no hayan surtido efecto antes las maniobras dilatorias de los Estados Unidos y adláteres, nadie duda de que una vez más se dará el veto norteamericano.

Barack Obama ganó unas elecciones presidenciales al grito de Yes, we can, pero ahora comprueba él y vemos todos qué es lo que realmente puede. Desde estas mismas premisas, si Obama aspira a seguir de Presidente otros cuatro años, no podrá avalar la creación de un Estado palestino ni oponerse a las poderosísimos grupos de presión que dominan las finanzas y buena parte de los destinos del mundo. Por supuesto, los países de la UE andan una vez más divididos y seguramente sucumbirán a las consabidas recomendaciones estadounidenses.

Insisten ahora las grandes potencias en que palestinos e israelíes reanuden las negociaciones, hace ya tiempo truncadas. Sin embargo, resulta difícil de entender cómo se puede conversar o negociar algo cuando Israel se niega de plano a cumplir, por ejemplo, la resolución 242 de la ONU, que ordena la retirada de todos los territorios ocupados en la guerra de 1967, o a revisar radicalmente la política de colonización llevada a cabo en Cisjordania y Jerusalén Este, o a no provocar una situación permanente de graves carencias elementales del pueblo palestino en la Franja de Gaza. Benjamin Netanyahu y su partido Likud, apoyado en el gobierno por los partidos de la derecha troglodítica y la ultraortodoxia, se oponen a cualquier negociación que aborde la posibilidad de un Estado palestino o el desmantelamiento de los asentamientos israelíes en los territorios palestinos.

Varios millones de palestinos buscan su identidad y el reconocimiento de sus derechos elementales tras la expulsión de su tierra en 1948 y 1967. Sin voluntad de llegar a acuerdos equitativos y justos para ambas partes, vendrán las lamentaciones: la mal llamada "comunidad internacional" repetirá sus discursos sobre el terrorismo internacional, Al Qaeda o la irracionalidad de la violencia. Rechazarán los lodos de la violencia de una gente sin salida, ignorando a la vez hipócritamente los polvos que han ido sembrando con sus salvajes intereses creados y su miope indiferencia, y sobre todo que Palestina también existe.

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