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lunes, 19 de septiembre de 2011

Niños hiperactivos: siempre con las pilas puestas

Niños hiperactivos: siempre con las pilas puestas
Que un niño sea inquieto es algo normal. Qué prefiera jugar, correr, saltar o hacer travesuras con sus amigos, antes que permanecer sentado, es completamente natural, ya que su condición de niño se lo exige y, además, debe liberar su energía.

Pero que un pequeño de 6 o 7 años no pueda concentrarse en ningún juego ni permanecer quieto, al menos, durante 10 minutos en una clase es síntoma de que existe un problema: hiperactividad. La mayoría de las veces la hiperactividad viene acompañada de la incapacidad para atender, lo que se conoce como trastorno de hiperactividad con déficit de atención (TDAH).

Este trastorno, de origen neuronal, es el más frecuente en la infancia y, según datos de la Federación Española de Asociaciones de Ayuda al Déficit de Atención e Hiperactividad, lo padece el 5% de la población infantil-juvenil, lo que equivale a uno o dos niños por aula y suele diagnosticarse a partir de los 6 años.

Julio de Planas, director de la Asociación para el Tratamiento y el Estudio del Déficit de Atención e Hiperactividad de Barcelona, (Ateda), explica que estos niños manifiestan un nivel excesivo de movimiento corporal, que se traduce en una actividad casi permanente e incontrolada sin una finalidad concreta. Sus dificultades para controlar el movimiento se hacen más patentes en aquellas situaciones que requieren estar quietos durante un largo periodo de tiempo.

El doctor Josep Cornellà, coordinador de la sección de psiquiatría de la Asociación Española de Pediatría, explica que las causas del TDAH podrían ser genéticas. «Está muy relacionado con el tabaco durante el embarazo o con posibles traumas durante el parto». Otra de las posibles causas es el número excesivo de horas que pasan los niños jugando con los videojuegos o frente a la televisión y el ordenador. «Cuando se superan las dos horas diarias recomendadas ante las pantallas, hay un riesgo mayor de padecerlo», asegura Cornellà.

LAS CONSECUENCIAS

El TDAH puede tener graves consecuencias en un niño si no es tratado a tiempo. Desde un posible fracaso escolar a la depresión y baja autoestima, ya que es habitual que se genere un rechazo al niño afectado por parte de los demás, lo que podría convertirse en una situación muy compleja para los padres.

Pablo es un niño de 11 años al que le fue diagnosticado TDAH hace dos años y, al comienzo, no fue nada fácil para Victoria, su madre, manejar la situación. «Todos los días me llamaban del colegio para decirme que Pablo estaba fuera de control, que no atendía a las clases y que a veces no dejaba atender a sus compañeros», dice Victoria.

Durante un tiempo se negó a creer que su hijo tuviera realmente un problema de salud y creía que era un comportamiento asociado con la edad. Pero al ver cómo sus compañeros se alejaban cada vez más de él y era más complicado educarlo, entendió que debía acudir a un experto.

El doctor Josep Cornellà asegura que, cuando estos niños crecen, el TDAH multiplica por tres el riesgo del consumo de drogas. «Es una forma de llamar la atención para pedir que hagan algo por él. En muchos casos, el adolescente encuentra en las drogas su propia medicación, la que se negaron a darles sus padres».

Pero el tratamiento no solo consiste en medicamentos, este requiere de un trabajo complementario de psicoterapia entre los padres, los profesores y un psicólogo o psiquiatra y, cuando es realmente necesario, se le administra un tratamiento farmacológico, pero todo depende de cada caso individual. Los medicamentos más utilizados son los estimulantes, que buscan que el niño pueda concentrarse mejor.

No todas las personas con TDAH tienen que continuar con la medicación cuando son adultos, muchos logran controlarse. Sin embargo, hay otros que sí, pues como añade Cornellà «este es un tratamiento sintomático, no cura. Es como el jarabe para la tos, mejora los síntomas pero no hace desaparecer la enfermedad».

La psicoterapia juega un papel importante porque ayuda al niño a tener un mejor autocontrol de sí mismo, a monitorizar sus acciones inapropiadas, a comprender la forma en que sus comportamientos interrumpen y molestan a los demás y, además, le permite mejorar su autoestima.

Lo más importante es que el especialista realice una evaluación detallada que comienza con una serie de entrevistas con los padres y el niño, una evaluación de la información de los profesores y exámenes físicos, entre otras pruebas complementarias para descartar otros problemas.

NO MÁS FRUSTRACIÓN

Los menores con TDAH pueden causar muchos quebraderos de cabeza a los padres, ya que son desobedientes, tienen pataletas continuamente y en público y, por si fuera poco, su hiperactividad aumenta cuando están frente a otras personas. Esto puede generar sentimientos de frustración, tristeza y hasta de culpabilidad en los adultos. Pero por más agobiante que pueda llegar a ser una situación, la actitud de los padres debe ser siempre muy positiva, sin dejar de poner al niño las reglas claras.

Fátima Guzmán, presidenta de la Fundación Educación Activa, dice que los padres deben aceptar la enfermedad de sus hijos y asumir que hay que educarlos de manera diferente para que no crezcan en medio del caos. «Lo principal es tener mucha disciplina con estos chicos. Exigirles mucho orden y ayudarles a seguir una rutina para que no olviden sus responsabilidades principales».

Los refuerzos positivos también son necesarios, puesto que igual que se les regaña cuando hacen algo mal, también hay que estimularlos cuando lo hacen bien. Fátima Guzmán recomienda usar un «sistema de puntos» en el que cuando acumulan una cantidad fijada, se les da un premio.

Victoria, la madre de Pablo, ha utilizado este sistema desde hace poco más de un año y asegura que le ha dado muy buenos resultados. «Con el reconocimiento positivo Pablo se ha sentido mucho más seguro de sí mismo y ha tenido un mejor comportamiento. Además, hemos notado que se esfuerza más por hacer las cosas bien».

LOS SÍNTOMAS

- No se quedan sentados. Constantemente cambian de postura y mueven los pies y las manos con frecuencia.

- No resisten distracción. Al menor estímulo que sienten, sea un ruido o un leve movimiento, desvían su atención.

- No terminan las tareas. Necesitan hacer varias cosas al tiempo, y por lo general, dejan todo a medias.

- Se mueven mucho. Saltan constantemente y corren excesivamente en situaciones inapropiadas.

- Molestan a los demás. Suelen entorpecer los asuntos de otras personas y tocan cosas que no deben.

- Son impulsivos. Son bastante precipitados en sus acciones, especialmente para pensar o para responder.

- Son desobedientes. Les cuesta mucho respetar las reglas y cumplir una orden de parte de los mayores.

- No se inhiben. Siempre dicen lo que piensan, sin importarles el hecho de que pueden herir a otras personas.

- Desorganizados. Les cuesta mucho mantener un orden en sus actividades, e incluso en su habitación. No recuerdan dónde dejan sus cosas.

- No saben qué es el silencio. Tienen dificultad para jugar o divertirse en silencio o de manera pausada.

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