Mientras en el resto de México el primero de mayo es un escaparate
para escuadras de sindicalizados en desfile o de obreros que exhiben en las
calles su descontento, en el poblado mixteco de Yucuquimi de Ocampo, Oaxaca, los
habitantes pasan la noche en vela con el propósito de charlar, cara a cara, con
el dios de la lluvia; es el único día en que lo tienen permitido.
A esta ceremonia se le conoce como Vhe’hau y tiene lugar a
medianoche, hora en la que un grupo de campesinos, encabezados por un hechicero,
suben al cerro, con sus talegas bien abastecidas de aguardiente y pulque, y
piden para que el agua sea benéfica y les proporcione buenos tiempos y mejores
cosechas, o al menos así era hasta 2004, año en que el rito se realizó por
última vez.
“De niño, aguardábamos en casa de mi madre —o donde hubiera tocado la
mayordomía— a que regresaran los hombres; los veíamos volver poco antes del
amanecer y las mujeres ya tenían la comida caliente y lista para ellos”,
recuerda Eloy Vázquez Hipólito, quien actualmente estudia la licenciatura en
Desarrollo y Gestión Interculturales, en la Escuela Nacional de Estudios
Superiores (ENES) León.
Más que una pérdida personal, para el joven de 27, años atestiguar la
desaparición de esta costumbre, transmitida por siglos, de abuelos a nietos,
equivale a ver morir un poco del espíritu de un pueblo.
“La tradición hace que nos identifiquemos, nos vincula y si perdemos
esa base, ¿entonces qué nos queda? Si puedo aportar algo a mi gente, me gustaría
que fuera hacer que la Vhe’hau se celebre como antes, pues es una forma
de recuperar un poco de nosotros, de cómo solíamos ser”.
El rescate de una tradición
Eloy está cierto de que la globalización es un proceso avasallante
que, tarde o temprano, llega incluso a los lugares más apartados, y una vez ahí,
en su afán de homogeneizar, diluye muchos elementos que solían dar identidad a
las comunidades pequeñas. Esto no es algo que haya aprendido de los teóricos
sociales que analiza en el salón de clase, dice, sino una realidad de la que es
testigo presencial.
“Antes, para el Vhe’hau —palabra que significa ‘casa de la
lluvia’—, se congregaban hasta mil personas; la última vez que se realizó —hace
ya casi 10 años de eso—, se reunieron menos de 50. Fue algo muy triste y lo es
aún más que este legado pueda quedar en el olvido”.
No es la primera vez que la “modernidad” busca despojar a Eloy de
algo que, asegura, le pertenece, y no sólo a él, sino a los suyos. “En ocasiones
no nos percatamos de cómo se da: por ejemplo, esta ceremonia simplemente se dejó
de practicar, no fue algo planeado. Sin embargo, hay veces que sí es premeditado
y viene como una imposición, como cuando mis hermanos y yo estudiábamos la
primaria y los profesores nos prohibían hablar en nuestra lengua; si llegábamos
a expresarnos en mixteco recibíamos un castigo e incluso golpes”.
Desde hace
unos semestres, Eloy se encuentra inscrito en la licenciatura en Desarrollo y
Gestión Interculturales, en las instalaciones de la UNAM en León, Guanajuato, a
más de 600 kilómetros de su pueblo natal; sin embargo, y pese a la distancia,
Yucuquimi de Ocampo le es una presencia constante.
“¿Cómo no lo sería? Mi interés por la carrera se explica por lo
vivido ahí, y lo constato cada vez que vuelvo a mi hogar. En clase abordamos
varios problemas que aquejan a los pueblos indígenas y su cultura; a partir de
lo aprendido, espero encontrar estrategias para que la Vhe’hau, ‘la
casa de la lluvia’, vuelva a celebrarse en la mixteca baja, donde
pertenece”.
Al encuentro de un dios
A medida que los hombres dejaron de charlar con el dios de la lluvia,
la siembra mermó y no porque la intervención divina fuera determinante, sino
porque se ha incrementado el número de campesinos que abandonan la comunidad
para probar suerte en Estados Unidos; de muchos ya no volvemos a saber, señala
Eloy.
En 20 años, las circunstancias pueden cambiar mucho, reflexiona el
joven, quien dice que si se comparara el entorno de su infancia con el de hoy,
las diferencias serían notables. “Los cambios saltan a la vista; el lugar ha
crecido, se habla menos nuestra lengua y hemos abandonado algunas de nuestras
costumbres, pero al menos hemos cerrado puertas a muchas prácticas venidas de
fuera. Y pese a todo, aún estamos a tiempo de recobrar muchos de esos elementos
que nos hacían sentir pertenencia”.
Hay que escuchar a las tradiciones porque revelan mucho de lo que
somos, señala el joven, quien añade que el nombre de su pueblo es Yucuquimi, que
en mixteco significa ‘cerro del lucero’. “Si en la Vhe’hau subíamos y
nos internábamos en la serranía, en plena noche, ¿cómo negar que esta ceremonia
habla del mismísimo lugar donde vivimos?”.
Una de las cosas que Eloy más lamenta es que muchos niños lugareños
ni siquiera sepan que alguna vez existió esta celebración; por ello se ha
propuesto, como meta personal y profesional, rescatarla y crear conciencia entre
los indígenas de la zona de que todo lo que se haga para su preservación, y
transmisión a las nuevas generaciones, equivale a conservar su
identidad.
“El mundo avanza a un ritmo acelerado y cada día perdemos más legados
ancestrales como éste; pero quizá si tomamos las acciones adecuadas y si todos
nos unimos para ello, dentro de no mucho el dios de la lluvia regresará a
Yucuquimi y querrá hablar con nosotros”.
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