Burkinis y bikinis comparten playa en Líbano
El bikini se impone en las playas privadas libanesas mientras que el burkini reina en las públicas.
Beirut
“En Líbano ya tenemos superado el debate sobre el velo”, espeta Amal Fares, farmacéutica de 33 años, al tiempo que se ajusta el tanga del bikini y empieza a acomodarse el velo sobre el cabello. “Es en Europa donde sigue siendo objeto de controversia como lo es ahora el burkini en Francia. Es una pena que en un país que se proclama libre no se respete la elección de las mujeres para llevar lo que quieran”, añade. La joven se apresta a abandonar la playa Palm Beach, uno de losresorts libaneses reservados exclusivamente a mujeres. “Creo que las mujeres veladas no deberían ir a las playas europeas donde el 99% de los bañistas no usan esa prenda”, interviene Malak, banquera de 35 años y prima de Amal. “Como tampoco deberían ir las extranjeras en bikini por las playas públicas libanesas donde el 99% de las mujeres van cubiertas. Es cuestión de respetar el ambiente general”, opina.
En las playas privadas libanesas, la mayoría en el país, reina el bikini, y, cada vez más, el microbikini. En sus piscinas, tanto el burkini como las mujeres vestidas, están prohibidas. Sin embargo, en las playas públicas, los monopolios se invierten y es el burkini, o la versión más común de vestido más velo, la prenda más recurrente para zambullirse en el Mediterráneo. La playa pública de Tiro, a 100 kilómetros al sur de Beirut y feudo de la milicia partido chií Hezbolá, es una de las pocas cuyas arenas pisan tanto confesiones como clases sociales dispares. Aquellas mujeres que pueden costearse un burkini de las marcas Adidas o Nike por más de 100 euros el conjunto, lo lucen bajo sus gafas Gucci. Pero la gran mayoría se enfrenta a las olas con unas modestas mallas y una camiseta térmica.
La comercialización de la prenda parece satisfacer a más de una clienta. “Antes nunca pensé en hacer un viaje con mi familia a un lugar de mar porque no le veía el interés”, dice Meriam, de 27 años y abogada. La letrada asegura haber convencido a su madre para hacer un viaje en familia a las costas turcas con pasaje al parque acuático incluido. “Las nuevas prendas reglamentarias que cubren el cuerpo, o burkini como dicen en Occidente, son cómodas, se secan rápido y con ellas mi madre podrá participar de las actividades acuáticas con sus nietos sin sentirse incómoda. ¡Algo impensable cuando yo era pequeña!”, explica.
En Palm Beach, cada playista expone sus propios motivos para acudir a una playa en la que están prohibidos los hombres y donde se ha desterrado al burkini. El único varón del recinto está apostado en la puerta y se encarga de cobrar los 15 euros que cuesta la entrada. Unas no se sienten cómodas con su cuerpo y peso por lo que prefieren evitar las miradas masculinas. Otras, agradecen un descanso de las playas mixtas a las que acuden habitualmente, y donde la coquetería extrema y casi mandatoria para la mujer libanesa puede llegar a ser tan cansina como exigente en materia de atenciones al cuerpo. Para otras, las veladas, estas playas son el único escenario en el que se sienten cómodas en bañador. “Yo creo en Dios pero nunca me velé. Sin embargo, tanto mi hermana como mi nuera decidieron ponerse el velo desde los quince años. Es una elección personal que ha de tomar toda musulmana”, explica en bañador Sana, mujer de negocios de 58 años. Sana asegura que en las playas mixtas se sienta vestida bajo la sombrilla.
Varias tumbonas más abajo, un par de jóvenes hacen top-less, infringiendo las leyes del recinto que una señora con silbato y en trikini negro parece ser la encargada de implementar. Junto a ellas, un grupo de libanesas fuman una pipa de agua que alternan con una Almaza, la cerveza de producción local. Las clientas consideran estas playas reservadas para las féminas, las menos del país, como un pequeño oasis de libertad en el que destapar su cuerpos sin preocuparse por los deseos terrenales de los hombres, ni infringir las leyes del más allá. En ellas, algunas tuestan bajo el sol esos centímetros que no se atreven a enseñar en público, y no les avergüenza tirarse en la hamaca aunque el rasurado de las axilas o de la pantorrilla no sea el óptimo. Protegidas de las miradas de los hombres, otras libanesas como las Fares aprovechan para ponerse morenas y lucir el bikini que durante los meses de verano compartirá armario con largos vestidos y coloridos velos.
SE ADMITEN BIKINIS EN LAS PLAYAS LIBANESAS
NS- TIRO (SUR DE LÍBANO)
El bikini gana terreno en las playas públicas libanesas, antaño dominio del burkini y otras tantas versiones menos modernas de la prenda. La importante presencia de cristianos, que cuentan por un 40 por ciento de la población libanesa, al igual que el creciente número de expatriados occidentales que trabajan en el país, comienzan a introducir el porte del bikini en las populares playas.
En la de Tiro, al sur del país, y pasado el último chiringuito, libanesas y extranjeras se tuestan por igual bajo el sol en un tramo de playa en el que a las libanesas se ha sumado un ejército de pálidas ajnabiat (extranjeras en árabe). Unidas, han creado un pequeño oasis de bikinis y trikinis en un mar custodiado por burkinis. Pero las vecinas veladas han decidido tolerar la rebelión vestimentaria en un territorio definido. “Son libres de cubrirse o descubrirse como quieran”, espeta la oriunda Leila, ama de casa y madre de cuatro que descansa bajo una sombrilla.
Varias mujeres salen del agua y se recolocan sus velos al tiempo que se despegan de la piel las mallas mojadas. Junto a ellas, sus compañeros de baño estrujan sus camisetas interiores para escurrir el agua salada. Este puñado de hombres parece dolerse también de ese pudor ante el cuerpo descubierto en público y han optado por bañarse vestidos, sin que ello sorprenda al resto de bañistas.
Pero el avance del bikini tiende también a alterar las costumbres locales. Las parejas de tanto extranjeros como libaneses se adentran en el agua lejos de las miradas de las familias para observar abrazados la caída del sol. Amparadas por la romántica escena, varias jóvenes cubiertas con velos rosas se enlazan entre las olas a los cuellos de sus novios, ante un aterecer que acaban compartiendo con discreción burkinis y bikinis.
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