Las alabanzas más excelsas son para Allāhel altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.
As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,
El ser humano, desde el principio de los tiempos, ha sentido un terror atávico a la noche. Silencio, oscuridad, frío nos devuelven al inicio del mundo y nos anuncian su final. En la noche pareciese que se extingue nuestro mundo y con él nosotros. Nuestra fragilidad se acentúa y por eso nuestro Profeta, dentro de su sunna, nos enseñó a hacer el witr antes de dormir. La ṣalāt templa el miedo, la ṣalāt nos rodea de ángeles.
Los musulmanes solemos sobrellevar bien la noche. La sunna que nos guía nos dice que no nos preocupemos, pues pocas horas después cuando surgen los primeros rayos del alba nos levantamos a hacer la ṣalāt al-fajr. Con ella se disipan los sueños y las inquietudes. Este es el acto que nos devuelve a la vida, nos arraiga en el mundo. Nos hacer ser musulmanes, gentes del salām (paz).
Pero hay un día, un momento en la vida de un musulmán, en el que esa certeza se desvanece. De todas las noches que hay en el año, hay una noche en la que el creyente desea fervientemente que amanezca. En la que estando acompañado como nunca se ha estado, se siente la soledad de la tumba. Una noche en la que, con incertidumbre, se espera el fin del mundo. Me refiero, queridas hermanas y queridos hermanos, a la noche de Arafah, la noche del fin del mundo.
La mayoría de la gente que experimenta Arafah lo describe como una experiencia terrorífica, la antesala del día del juicio, del fin del mundo. Una vivencia, la de la noche de Arafah, es puro conocimiento (ma‘rifa) para quien es capaz de conocer (‘arīf). En el monte donde el Profeta ﷺ se despidió, en medio del desierto del Hijaz, rodeados de millones de personas cuyas identidades son veladas por la oscuridad de la noche, envueltos en mortajas blancas y donde solamente se escuchan los entrecortados du‘a (peticiones) de los peregrinos. Ante esta escenografía, ante esta impresión nuestro nafs (ego) se resquebraja y nuestra amāna (confianza) en Allāh, el altísimo. Es lo múltiple que se desvanece en lo uno, en el tawḥīd. Morir sabiendo que se renace a algo mejor.
La vivencia de Arafah es una experiencia para empatizar con el sentimiento que han vivido los profetas de distintos tiempos, el saberse solo y frágil antes de ver el día, ver el sol que vivifica el mundo tal y como Allāh, que exaltado sea su nombre, lo hace con su creación. El sacrificio de Ibrāhīm (as), el vagar por el desierto de ‘Isa [Jesús] (as) o la despedida de nuestro amado profeta Muḥammad ﷺ son algunas de las experiencias que Allāh brinda a nuestro corazón la noche de Arafah. No obstante, este día es el final de la revelación como nos advierte el califa ‘Umar b. Khattab en el Sahih Bukhari y en el propio Corán:
Hoy [el día de Arafah] he perfeccionado para vosotros vuestra ley y os he otorgado la medida completa de Mis bendiciones, y he dispuesto que la entrega a Mí sea vuestro camino (Corán 5:3)
Los sabios tradicionales del mundo islámico recomiendan hacer el ḥajj de adulto, la razón es comprensible: hace falta haber vivido y tener experiencia antes de someternos a una experiencia de esta intensidad. No es fácil someter a un adolescente a una experiencia tan trascendente como morir en vida. En un mundo tan acelerado y sin, aparentes dificultades para llegar, lo difícil es sentir y ser conscientes de los significados sutiles. Por eso, solo lo aprecia quien ya ha sufrido, quien ha gozado, en definitiva, quien ha vivido y ha sido consciente de ello.
Arafah es el ejemplo perfecto. Una noche que no es como cualquier otra, una noche en la que se percibe la raḥma (misericordia) de Allāh, una noche que podría ser la del fin de los tiempos y allí se nos juzgaría por nuestra vida. Y, ¿el creyente debería tener miedo? No, pues Allāh ha custodiado la sagrada montaña con cohortes de ángeles que al escuchar las alabanzas al profeta Muḥammad ﷺ y las súplicas al Altísimo sonríen y bendicen esa noche. Y si allí Allāh dictase que fuere la del fin del mundo, que sea.
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En la sunna y el fīqh (jurisprudencia) del ḥajj se nos advierte que si no pasamos la noche en Arafah el noveno día no será válida, habremos viajado para nada. El ḥajj como viaje iniciático que es necesita de una noche de incertidumbre, de reflexión y de apertura. Tras el tránsito, al día siguiente, se sacrifica como acción de gracias.
Pero ¿qué pasa con aquellos que estamos lejos de Meca? ¿Qué estamos lejos del monte Arafah en esa noche? Sin que la pena nos asalte, sin que turbe nuestro corazón solo debemos buscar la qibla para que ese día y esa noche no olvidemos el divino valor de la espera.
A quienes no estamos allí, en la sagrada ciudad, se nos recomienda ayunar. El ayuno es la purificación por excelencia. No es privación sino apertura, nos coloca en un estado de conciencia más pleno, diluye nuestra cotidianidad y nos hace trascender. Nuestro ayuno abrasa los olvidos y las faltas. Además, nos protege, ya que coloca una armadura en el corazón frente a las distracciones y el olvido (ghafla) invitándonos al dhikr (recuerdo de Allāh).
Esa bendita invitación, la que se logra mediante el dhikr, también la tenemos que tomar, recordar de Allāh y a su amado y noble Mensajero ﷺ es algo que poco cuesta y que tiene infinitas recompensas. Corán y tasbiḥ son dos instrumentos para vencer a nuestro amenazante ego, al tiempo vertiginoso y al deseo vano. Recordar el origen es hacerlo presente.
A los peregrinos se les prohíbe ayunar, pues bastante intensidad tiene estar en el desierto vistiendo un sudario blanco, pero a nosotros no. A ambos se nos aniquila nuestra comodidad. A ambos se nos exige ver más allá. A ambos se nos recomienda el dhikr, el recuerdo perpetuo de la ḥaqīqa (realidad) verdadera. Y, por último, a ambos se nos invita a conocer los significados sutiles y el bien (‘urfan) que brotan este día, y los posteriores, en nuestros corazones.
Nuestra meta en el día de Arafah es que conozcamos, en el sentido profundo de la raíz ‘arf donde proviene ma‘rifa y ‘Arafah, los signos que Allāh dispone para nosotros. Que el vértigo y la oscuridad de la noche se disipa pronto. Que sin la raḥma de Allāh y sin la luz de su Mensajero ﷺ no tenemos camino posible. Y que el fin no significa final sino principio, un reconocimiento (ta‘arrifuna) de la realidad (ḥaqīqa).
Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos pidamos de todo corazón a Allāh, el altísimo, que bien el ḥajj o el ayuno del día de Arafa nos ayude a trascender y a comprender mejor la realidad que vivimos, que sentimos y que amamos. Que, cuando toda oscuridad se disipe, no volvamos a tener miedo por una noche, ni por el fin del mundo. Y que cada mañana, como tras Arafah, sacrifiquemos en nuestro corazón por la gloria del altísimo, nuestro sustentador.
Pidamos Allāh que nos inunde de bendiciones y raḥma a todos los seres humanos, especialmente a los que están realizando el ḥajj y todos los que ayunarán en el día de Arafah.
Pidamos Allāh fuerza para aceptar nuestras responsabilidades y el mandato divino durante el camino de nuestras vidas.
Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhamadiyya.
Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.
Dicho esto, pidamos a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.
9 de agosto de 2019