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Tlacaélel1265 puntos12/12/20186675 vistasReportar

Hablemos de uno de los temas más polémicos, y por que no, ocultos de la religión católica en torno a la evangelización de México: Guadalupe y su relación con Tonantzin.

Específicamente, trataré de explicar las rupturas y continuidades que se dan en torno a la Virgen de Guadalupe; antes conocida como la diosa Tonantzin que, sin que sean la misma, la una ha sido severamente influenciada por la segunda para que los “nativos” dejaran sus tradiciones de adoración y comenzaran su devoción eclesiástica acorde a lo que los españoles imponían, con el fin de “civilizarlos”.

Aunque parece un monstruo, su figura encierra un simbolismo muy profundo
En el Cerro del Tepeyac, donde se alza la Basílica de Guadalupe y es lugar de adoración de la “Patrona de México”, los indígenas mesoamericanos tenían un centro de devoción dedicado a la diosa Tonantzin, que quiere decir “nuestra madrecita”, ¿les suena familiar?. Tonantzin para los mexicas, era la madre de todo lo que existe, de los hombres y, lo más importante, parte de la pareja divina que creó al mundo y a todos los seres vivos. Las deidades femeninas tenían una fuerte presencia y un santuario particular donde se les veneraba.
Acorde con datos religiosos proporcionados por un sacerdote local, se dice que el indio Juan Diego narra que la Virgen de Guadalupe se le había aparecido en tres ocasiones (del 9 al 12 de diciembre de 1531), se refirió a ella en náhuatl como Tonantzin y al lugar de las visiones como Tonantzintla, que se traduce como el “lugar de nuestra madrecita”.
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Las imágenes de Tonantzin que tenemos son dos polos opuestos, pero complementarios, así como todo en la religión mesoamericana, pues una de ellas es el rostro que está en el museo de antropología y se conforma de dos serpientes que, de manera “poco estética”, forman un rostro que denota que ella puede crear y devorar el mundo; la otra un poco más próxima a la imagen que sería nuestra señora de Guadalupe, es una mujer morena, de pie sobre una media luna.
Aún si restamos importancia a la imagen, si algo es claro es que Tonantzin era “la madre tierra” y su templo de adoración, poco casual, resulta estar exactamente el mismo lugar de la ahora Basílica de Guadalupe. Cuando los españoles llegaron, se dieron cuenta de la multiplicidad de lugares con una fuerte presencia religiosa; en ellos empezaron a trabajar para lograr la evangelización, de tal manera que era fundamental la presencia de una figura religiosa católica en un lugar donde se veneraba a una de las deidades más importantes de Mesoamérica.
En los pueblos prehispánicos, las deidades femeninas estaban relacionadas con la vida, la fertilidad y la tierra. Una de ellas fue Tonantzin, la diosa madre, cuya veneración se hacía en el ya mencionado cerro de Tepeyac, para agradecer que ya tenían alimento en las casas durante los meses de sequía.

Un culto que lleva siglos en México
Fray Bernardino de Sahagún escribió que, todavía los indígenas, a Guadalupe la llamaban “Tonantzin” en vez de “Nuestra Señora, la Madre de Dios".
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Durante la evangelización, los frailes buscaron que Tonantzin tuviera semejanzas con diferentes vírgenes como la de la Natividad, la Virgen María, el Rosario, la Concepción, la Candelaria y otras. Pero para los indígenas, la idea de Guadalupe no era totalmente cristiana. Según fray Bernardino de Sahagún, la adoración de Guadalupe era “herética”; Sahagún escribió que, todavía los indígenas, a Guadalupe la llamaban “Tonantzin” en vez de “Nuestra Señora, la Madre de Dios.” Sahagún creía que la acepción “Nuestra madrecita” se usaba para referir a la Tonantzin antigua. Pensaba que los indígenas usaban la Iglesia de Guadalupe para adorar a su diosa tradicional: “[su] devoción es sospechosa porque en todas partes hay muchas Iglesias de Nuestra Señora y no van a ellas, y vienen de lejanas tierras a esta Tonantzin como antiguamente.” [1] También hay cantinas con ese nombre… una, por el rumbo de La Villa que con toda propiedad se llama la Glupana, juego de palabras entre el glu-glu y la señorita del Tepeyac, También y te lo digo porque viví ahí, se levantan nichos e imágenes en las esquinas para que la gente respete, chingao, que no tiren basura ahí. Las Conclusiones de Joaquín García Icazbalceta al arzobispo Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos en 1883:
“Católico soy, aunque no bueno, Ilmo. Sr. Y devoto en cuanto puedo, de la Stma. Virgen: a nadie querría quitar esta devoción: la imagen de Guadalupe será siempre la más antigua, respetable de México. Si contra mi intención, por pura ignorancia, se me hubiese escapado alguna palabra o frase malsonante, desde ahora la doy por mal escrita. Por supuesto que no niego la posibilidad y realidad de los milagros: el que estableció las leyes, bien puede suspenderlas o derogarlas; pero la omnipotencia divina no es una cantidad matemática o susceptible de aumento o disminución y nada le atañe o le quita un milagro más…
De todo corazón quisiera yo que uno (milagro, la Aparición) tan honorífico para nuestra patria fuera cierto, pero no lo encuentro así; y estamos obligados a creer y pregonar los milagros verdaderos, también nos está prohibido divulgar y sostener los falsos…” [4]

¿Fue acaso una leyenda para manipular a los nativos?
Si parafraseamos a Burkhart entenderíamos que Dios y los santos fueron solamente adiciones a las deidades prehispánicas, ya que los misioneros no pudieron dar a entender en su totalidad la idea del cristianismo, haciendo que los mesoamericanos se formaran una imagen que, de algún modo, seguía siendo la representación de sus dioses, pero con imágenes humanizadas e hispanizadas. El argumento de Burkhart es apoyado por el carácter de la religión prehispánica. Esta religión era muy flexible, pues podía aceptar influencias diversas. Por ejemplo, en la cultura náhuatl, cuando una ciudad era derrotada por otra, aceptaba a los dioses de la ciudad victoriosa, porque la derrota demostraba que los dioses de la ciudad victoriosa eran más fuertes.
Los nuevos dioses no sustituían a sus dioses propios, sino eran añadidos a sus deidades 
LOUISE BURKHART
“Los nuevos dioses no sustituían a sus dioses propios, sino eran añadidos a sus deidades” [2] Por eso, para los indígenas fue natural aceptar la religión católica sin abandonar a sus dioses tradicionales. Era normal mezclar influencias religiosas diferentes. Así, la interpretación de Sahagún es correcta: los indígenas no entendían a Guadalupe en una manera totalmente cristiana, sino como un nuevo elemento que podían incorporar en su religión tradicional. Guadalupe era una madre importante como Tonantzin, y la Iglesia terminó siendo compartida; por eso entendían a Guadalupe como una nueva Tonantzin.
Guadalupe no era el retorno de la antigua deidad, al principio del proceso de conversión católica, los indígenas no consideraban a sus dioses como perdidos, porque para ellos, aceptar el catolicismo no exigió abandonar su religión tradicional. Por eso, la aparición de Guadalupe no era el retorno de Tonantzin, sino una manifestación de la mezcla continua de las religiones indígena y católica
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Esto se fundamenta con el hecho de que cada año llegan a la Basílica de Guadalupe cientos de peregrinaciones procedentes de diversas regiones del país y del mundo a cantarle y danzarle (entre octubre y febrero que son los meses de sequía) explicó Alejandra Gámez Espinosa, Profesora Investigadora del Colegio de Antropología Social de la BUAP . De esta manera agradecen a Tonantzin Guadalupe el alimento para sus hijos y le piden buena cosecha para el próximo año.

La madre de los mexicanos es mas antigua de lo que crees
El aspecto religioso en torno al ciclo agrícola ha sido poco estudiado a pesar de su importancia. Todavía hoy, en el interior de la República Mexicana y América Latina en general, las vírgenes marianas van marcando los distintos periodos agrícolas, como preparar la tierra, bendecir las semillas, sembrar, regar y cosechar, sin embargo se ha vuelto una costumbre tan rutinaria que no nos ponemos a pensar en ella como influencia prehispánica dentro del catolicismo actual.
En una de sus crónicas de época, Fray Bernardino de Sahagún escribió en 1576: “hay tres o cuatro lugares donde solían hacer muy solemnes sacrificios, y que venían a ellos este lugar, los indígenas tenían un templo dedicado a la madre de los dioses, Tonantzin, de muy lejanas tierras. Uno de estos es aquí en México, donde está un montecillo que se llama Tepeacac, y los españoles llaman Tepeaquilla” [3] De acuerdo con esa historia, ese templo es el mismo que fue devastado a la llegada de los españoles enraizando una nueva religión en 1531 por la aparición de la Señora al ahora santo, Juan Diego.
Así, durante el proceso de adoctrinamiento, los evangelizadores construyeron templos católicos sobre los que ellos consideraban paganos, utilizaron las mismas costumbres gentiles con fines de devoción cristiana siempre que no fueran en contra de su doctrina, es decir que aunque recurrieron a apoyos visuales para acercar a los “indios” a las iglesias, no permitían que pusieran ni animales ni lo que para los españoles eran Demonios al lado de los santos, pues eso fomentaba que los originarios adoraran a sus deidades por encima de las imágenes cristiano-católicas.
Los lugares de peregrinación se conservaron y solamente sustituyeron la imagen pagana por una cristiana, haciendo que los iconos fundamentales se adaptaran a la nueva visión del mundo. Un ejemplo de ello es el color verde-azul del manto de la Virgen de Guadalupe, idéntico al azul jade de Quetzalcóatl; el verde se relaciona con la vegetación y el rojo simboliza la vida para las sociedades mesoamericanas.
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En su libro “Tonantzin Guadalupe” [5], el historiador mexicano Miguel León-Portilla muestra la relación que Guadalupe tiene con el antiguo pensamiento náhuatl: “con el simbolismo de la flor y el canto se pinta y matiza esta otra realización del encuentro de dos mundos”.  En su texto, donde realiza una interpretación del Nican Mopohua o relato náhuatl que significa “Aquí se refiere.”, y donde se da cuenta de las apariciones de la virgen, León-Portilla expone la estrecha relación de la Virgen de Guadalupe y Tonantzin. “Ha llegado a la tierra florida, la de nuestro sustento, ha hecho suyos los cantos, las flores; sabe ya, sobre todo, que la noble señora celeste es su madrecita compasiva, es Tonantzin Guadalupe”, describe el historiador, a partir del texto antiguo.

Esta sería una representación mas correcta ¿no crees?
Así, con el paso de los años, “la Lupita”, como se le dice de cariño, se convirtió en objeto de devoción oficial y popular en la Nueva España, que se sustentó en la historia de las apariciones al indio Juan Diego, representando la dignificación e incorporación de esa raza, excluida por los recién llegados a la Nueva España. De esta forma, criollos, mestizos e indios se unieron en la devoción común y la virgen ayudó a limar diferencias de castas, unidas por el fervor religioso y nacional, al menos aparentemente. La necesidad de poseer lo propio llevó a que la imagen del Tepeyac fuera la del escudo nacional y su condición de patrona de México.
Guadalupe o Tonantzin ha sido para México quizás el más fuerte polo de atracción y fuente de inspiración e identidad que se vislumbra en el significado que ha tenido, en catástrofes como hambrunas, pestes, inundaciones durante el periodo de conquista, y el papel predominante que jugó a lo largo del movimiento independentista y el revolucionario, pues además de ser estandarte para el cura Hidalgo en su marcha hacia la liberación del pueblo, Agustín de Iturbide en su condición de emperador del Anáhuac, acudió en 1821 al Tepeyac y rodeado por los principales jefes del Ejército Trigarante, la declaró Patrona de la Nación. En 1859 el gobierno liberal reconoció su significado e importancia social y el propio Benito Juárez firmó el decreto que autorizaba la celebración del 12 de diciembre.
Y así llegamos a la actualidad, en que parece que todo vestigio de Tonantzin ha quedado borrado de la memoria colectiva aunque se acude año con año a visitar a la “Patrona de las Américas” por pura devoción. Es común observar en la ciudad también muros donde la “morenita” ocupa un lugar sustancial, o ahora convertida en un elemento “chic” de la cultura mexicana, bordada en algún vestido o bolso de un diseñador famoso.
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Bautizando la tienda de la esquina, la tortillería o el taller mecánico, en las esquinas de los barrios construyen nichos para adorarla, en las plegarias le suplican a Nuestra Madrecita que interceda por sus hijos, en la imagen que cuelgan los automovilistas para que los acompañe en sus viajes, en los hogares de las familias mexicanas que le dedican un lugar especial para que los proteja, o bien, en la fachada de los comercios donde se escribe su nombre y en las actas de nacimiento de sus vástagos.
Símbolo de lo sagrado y lo profano, de lo humilde y majestuoso, de lo esplendoroso y lo más pobre y llano, la Virgen de Guadalupe o Emperatriz de América, es un emblema de lo nacional por el que cada año se levantan clamores al cielo, se caminan kilómetros de distancia y se enarbolan banderas de México en todo el mundo aún sin recordar los verdaderos motivos que nos llevaron a ello. 

¿Ahora entiendes el sincretismo entre ambas figuras?

Bibliografía

[1] Fray Bernardino de Sahagún, Códice Florentino, Historia General de las cosas de la Nueva España. México, Edit. Libros Más Cultura-Aldus,2001.
[2] Louise Burkhart, The Slippery Earth: Nahua-Christian Moral Dialogue in Sixteenth-Century Mexico. (Tuscon: University of Arizona Press, 1989): 39-44
[3] Fray Bernardino de Sahagún, Códice Florentino, Historia general de las cosas de la Nueva España, México. Editorial Libros Más Cultura y Editorial Aldus, 2001
[4] Joaquín García Icazbalceta, Investigación histórica y documental sobre la aparición de la Virgen de Guadalupe de México. Ediciones Fuente Cultural. México, 1952 p.69
[5] Miguel León-Portilla, “Tonantzin-Guadalupe”, Pensamiento náhuatl y mensaje cristiano en el “Nican mopohua”. México, El Colegio Nacional, Fondo de Cultura Económica, p.2001, 202.

Originalmente publicado en:

https://www.revistac2.com/de-tonantzin-a-la-virgen-de-guadalupe/


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