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miércoles, 2 de septiembre de 2020

Publicada: miércoles, 2 de septiembre de 2020 12:37
Actualizada: miércoles, 2 de septiembre de 2020 14:53
El pacto entre los Emiratos Árabes Unidos (EAU) e Israel podría terminar con el apoyo a los palestinos en su lucha contra el apartheid israelí.
Frente al proceso de normalización de relaciones entre la entidad sionista y la monarquía de los Emiratos Árabes Unidos (EAU) han surgido voces, que hablan del fin del apoyo al pueblo palestino en su lucha por la autodeterminación y una cascada de países árabes, que establecerían relaciones con el régimen ocupante israelí.
¿Es esto posible? ¿Por qué los EAU se convierte en el tercer país árabe en estrechar lazos con el régimen sionista? ¿Existe la probabilidad que la estrategia diseñada entre Washington, el sionismo y algunos regímenes totalitarios del mundo árabe, rediseñe el mapa geopolítico de Asia Occidental? Esto último en función de cumplir el objetivo de tejer una red de protección a Israel y al mismo tiempo, intensificar la presión contra lo que esta triada considera su enemigo principal: la República Islámica de Irán y aquellos movimientos de la resistencia aliados en el llamado Eje de la Resistencia. Cuando se trata de la política estadounidense y sus aliados incondicionales todo es posible, en función de mantener una hegemonía que va a la baja, pero al mismo tiempo favorecer otros puntos, que no suelen aparecer en este dibujo internacional.
Me refiero, por ejemplo, al compromiso de mantener en actividad la industria bélica y con ello llenar la panza del denominado “complejo militar-industrial-media” norteamericano, que es hablar del motor de su economía, por las ramificaciones que esta industria posee con las áreas de aeronáutica, tecnología, informática, entre otras. Una amplia red de contratos y flujos de dinero, que circulan para y a través de este complejo vinculando a contratistas privados, al Pentágono, el Congreso, el gobierno federal y también al mundo de las comunicaciones que alienta, favorece y maquilla a este complejo.
Un complejo que ha permitido la formación de poderosísimos lobbies vinculados a la industria militar: lobbies políticos como el de Comité de Asuntos Políticos estadounidense israelí (AIPAC, por sus siglas en inglés), el lobby saudí, como también el llamado lobby de la Asociación Nacional del Rifle. Todos ellos influyentes y que garantizan a sus aliados políticos, cientos de millones de dólares para sus campañas. El impacto del Complejo Militar Industrial Media (CMIM) es tan potente que adquiere la forma de guerras, invasiones, golpes de estado, presiones, además de muerte y destrucción, devenido en agente dinámico de economías que requieren un estado de guerra e inestabilidad permanente, que no detenga el flujo de compra y venta de armas.
En este plano del gasto militar, no es casual que los Emiratos Árabes Unidos se constituya en el sétimo comprador mundial de armas en el mundo y que su política exterior, para un país con apenas 83 mil kilómetros cuadrados y 10 millones de habitantes, de los cuales sólo el 20 % son emiratíes, tenga una política exterior tan agresiva e intervencionista. Efectivamente, los EAU es activo partícipe de cuanta invasión, agresión o desestabilización se ejecuta en Asia Occidental, el Magreb o el cuerno africano, donde ha instalado cinco bases militares en Yibuti, Somalia, Eritrea e islas adyacentes, cuyo uso en común se está gestionado con el régimen sionista que va a acrecentar el peligro de ampliar el conflicto en Yemen, que suele ser el blanco predilecto a las acciones militares desencadenadas desde el cuerno africano.
Los Emiratos Árabes Unidos ha ampliado su acción militar hacia el occidente africano, hacia el Magreb, donde ha dotado de poder aéreo, entrega de armas y pago a un par de miles de mercenarios, para combatir junto a las milicias del mariscal Jalifa Haftar en Libia. Los contratos con mercenarios sudaneses, que han sido empleados en Libia, también tienen campo de trabajo en Yemen. A la política desestabilizadora de los EAU contra los Hermanos Musulmanes en Egipto, con el financiamiento a los activistas y militares que finalmente derrocaron el gobierno de Muhamad Mursi y llevó al gobierno al general Abdel Fatah al-Sisi, hay que sumar el sustento proporcionado a la coalición de países que agreden a Yemen liderado por Arabia Saudí. Unido al financiamiento de grupos terroristas en Irak y Siria en estrecho apoyo a la política de fragmentación llevada a cabo por Estados Unidos. Un pequeño pero belicoso país, que ha tenido que revisar esa política de intervención al amparo de fracasos, sobre todo en Yemen, donde las fuerzas de la resistencia generaron daños apreciables a las tropas pagadas por los EAU.
En otro plano, esta federación de Emiratos ha generado una fuerte política antiraní, que ha significado, por ejemplo, el aislamiento y presión contra Catar, cuyo Gobierno había explicitado la necesidad de acercar las posiciones con Teherán —en claro antagonismo con la casa Al Saud y el trabajo soterrado del sionismo— y acceder a mayores grados de soberanía respecto a Occidente. Una campaña de presión que empezó “en el mismo momento en que el emir Hamad bin Jalifa Al Thani, el arquitecto del enfoque asertivo de Catar frente a las primaveras árabes abdicó en favor de su heredero, el sheij Tamim bin Hamad Al Thani, en el año 2013”.
Esta presión sobre Catar unió estrechamente a los EAU con la monarquía saudí y en especial con la política exterior impuesta por Muhamad bin Salman, bajo el marco de su visión y sus acciones respecto a lo que entiende por estabilidad regional, relacionado con: el despertar islámico. La influencia positiva de Irán en materia de lucha contra las fuerzas takfiríes. El apoyo a Siria y sobre todo, la tarea más general de la necesidad de cambiar el escenario geopolítico en la zona, a lo que crónicamente se había tejido desde fines de la Segunda Guerra Mundial. Trascendió por un medio israelíYedioth Ahronoth que Muhamad bin Salman ha sido “un socio clave y secreto en el acuerdo de normalización alcanzado el pasado 13 de agosto, entre el régimen israelí y los Emiratos Árabes Unidos” gracias a la mediación de Washington y sobre todo por la estrecha relación entre Bin Salman, Jared Kuschner y el príncipe heredero emiratí, Muhamad bin Zayed Al-Nahyan.
En un interesante trabajo publicado por Kristian Coates Ulrichsen, investigador asociado para Oriente Medio del Instituto Baker de Políticas Públicas de la Rice University, sostiene que “Juntos, Muhamad bin Zayed y Muhamad bin Salman han reconfigurado el centro de gravedad de la política del Golfo Pérsico, con su intervención militar en Yemen en el 2015 como en la reanudación de la presión sobre Catar mediante un bloqueo de mayor alcance del país el 2017, ambas cosas todavía vigentes en el 2020. Si bien hubo diferencias, respecto a la naturaleza del compromiso de los dos países en Yemen y en el apoyo a grupos con diferentes agendas políticas “sobre el terreno”, la formación de un Consejo de Coordinación Saudí-Emiratí en el 2017 y la continuación de una extensa agenda de proyectos políticos, militares y económicos conjuntos, puso un sello institucional al nuevo eje en marcha entre Riad y Abu Dabi” cimentado en una relación personal e institucional entre los dos príncipes herederos.
Todo lo descrito tiene su catalizador en lo que se conoce como el despertar islámico. Un cambio político-social, que Occidente denominó mediáticamente como la primavera árabe y que sobresaltó a la monarquía emiratí, que definió una política de revertir los avances de las fuerzas del Islam que reivindicaban una política menos dependiente de Occidente, volver a tradiciones y culturas propias, menos occidentalizadas, caminar hacia la consolidación de territorios sin presencia de bases militares ni presencia extranjera. Todo ello contrario a lo que han sido la política de sustento de monarquías y gobiernos corruptos, en el área de Asia Occidental surcado de al menos 50 bases militares, miles de soldados estadounidenses, británicos, bases navales, aeropuertos militares entre otras herramientas de dominio.
En el caso de los EAU, su política de freno a ese despertar islámico se llevó a cabo con fuerte represión, a partir del año 2011, a manos de Muhamad bin Zayed (el hombre fuerte de los EAU y quien es el que ha propiciado y llevado adelante el acuerdo de conciliación con Israel) y de la mano del emirato más rico de los siete: Abu Dabi. Decisiones que implicaron aprobar una ley antiterrorista que permite a los tribunales de este país juzgar a cualquier opositor como terroristas lo que abrió la puerta a que fuesen juzgados y condenados a muerte. Recordemos que los EAU no cuenta con partidos políticos ni organizaciones que representen a sus ciudadanos. Existe férreo control de los medios de información y censura previa.
Esta política de los EAU busca proteger los privilegios, las riquezas de una casta gobernante, que evite alzamientos sociales en virtud del nulo ambiente de participación popular y a las restricciones del 80 % de los habitantes de estos siete emiratos, que bajo los oropeles de la riqueza esconden pobreza y marginación de trabajadores de La India, Sri Lanka, Bangladés y Paquistán. Como también la diferencia entre Abu Dabi y Dubái, respecto de los otros cinco emiratos del norte —Ras al-Jaimah, Sharjah, Ajman, Fujairah y Umm al-Quwain— que son los emiratos menos conocidos de esta federación debido a su larga dependencia de los más poderosos, con altas tasas de desempleo y acceso a bienes y servicios públicos menos dotados.
La protección de la riqueza de la casta gobernante, la necesidad de ampliar la base de relaciones económicas internacionales, una potencia energética (los EAU es el séptimo país en reservas de gas y petróleo del mundo) no sólo en el plano de producción, sino también su distribución y comercialización en materia de gasoductos y oleoductos, aprovechando en ello la potente empresa emiratí DP World que tiene a esta federación con acceso a puertos en los cinco continentes, con una plantilla de trabajadores, que sobrepasan los 100 mil y que requiere ese espacio vital y socios dispuestos a proporcionarle apoyo militar y de seguridad en sus nuevas andanzas más allá del Golfo Pérsico. Sus andanzas en Libia y Yemen han sido pruebas de ensayo y error para los EAU, que se visualiza como una alternativa de poder blando pero también fuerte, llegado el caso en un mundo árabe sujeto a fuertes presiones tanto en su locus interno, como por las presiones que sufre desde potencias que tienen su propia agenda en la zona.
Equivocadamente, la casta gobernante en los EAU, al igual que la monarquía saudí y en su momento Egipto y Jordania creen que juegan a ganador y protector de sus respectivos centros de poder, al conciliar sus relaciones con el sionismo de la mano de las exigencias que Washington les ha impuesto a cada uno de los países árabes, para estrechar lazos con el sionismo, más aún en plena etapa de acusaciones contra el premier israelí, Benjamín Netanyahu, por fraude, soborno y abuso de confianza y las movilizaciones sociales en los territorios ocupados por Israel que exigen su remoción. Esto, unido a los bajos índices de apoyo al presidente de EE.UU., Donald Trump, en la previa de las elecciones de Estados Unidos en noviembre próximo, que han encendido las alarmas de ambos personajes, que posee una estrecha relación personal y política y que buscan con esta salida exterior, allegar agua al molino de reconocimiento como “políticos deseosos de lograr la paz y expandir la frontera del progreso”.
Lo anterior, en un mundo donde ambos, imperialismo y sionismo han generado procesos de colonización, ocupación, invasiones, muerte, dolor y destrucción y con deseos de ampliar la impunidad a través del concurso de regímenes árabes corruptos. La gira de Mike Pompeo por la región tratando de lograr nuevos pactos entre el mundo árabe y el sionismo no prosperó y será difícil lograr algo previo a las elecciones presidenciales de noviembre próximo en EE.UU. El papel debe cumplirlo ahora el yerno de Trump, el agente inmobiliario Jared Kushner, que ha afirmado que tal vez en algunos meses otro país árabe siga los pasos de Egipto, Jordania y los EAU.
A pesar de los deseos, presiones y chantajes de Estados Unidos, para obligar a que un gran número de gobiernos árabes se sumen a esta traición que significa normalizar relaciones con una entidad que desprecia al mundo árabe y al Islam, creo que la mayoría de los países se mantendrán al margen de este acto despreciable. Tal vez Sudán, cuyo Gobierno suele venderse al mejor postor, Marruecos y su Monarquía que hace de la colonización y ocupación del territorio saharaui, parte componente de su política exterior y Arabia Saudí sean los próximos gobiernos que acerquen posiciones a Israel. Todo depende de las elecciones de noviembre próximo en Estados Unidos, como también de la reacción de sus pueblos.
Un hecho simbólico pero que muestra en toda su dimensión el descaro del régimen sionista y el desprecio a los derechos de los pueblos árabes en general y de los palestinos en particular, se expresó el lunes 31 de agosto cuando aterrizó en el aeropuerto de Abu Dabi, capital de los EAU, una aeronave de la empresa israelí El Al, que cruzó espacio aéreo de Arabia Saudí mostrando hasta que punto la traición al mundo árabe y el Islam se ha hecho presente. El avión israelí mostró toda la contradicción en dos palabras escritas en su fuselaje. Shalom, Salam, Peace y bajo esta palabra paz estaba escrito el nombre Qiryat Gat. Nombre en hebreo de un asentamiento construido sobre los escombros de una aldea palestina fundada hace 1200 años —Al Faluya— desalojada de sus habitantes palestinos a manos de las tropas sionistas que el año 1949 ocuparon ilegalmente dicho territorio tras la Nakba. La inmoralidad sionista es crónica a lo cual debemos sumar ahora la inmoralidad de la casta gobernante emiratí, que permite seguir humillando a los pueblos árabes.

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