De la abundancia a la quiebra: Texas, el descuido y el
despojo
Salvador Casanova | @CasanovaTiempo
Newsweekmié., 18 de noviembre de 2020 2:39 p. m. CST
DESPUÉS de Guadalupe Victoria el común denominador de la
presidencia de México durante tres décadas fue que ningún presidente pudo
completar su periodo de gobierno.
En 1827 se suspendió el servicio de la deuda con los
ingleses y el crédito internacional se agotó, así, el gobierno tuvo que acudir
a préstamos de comerciantes y agiotistas, que con intereses elevados cubrían el
riesgo de incumplimiento en los pagos.
En 1829, Andrew Jackson fue electo presidente de Estados
Unidos. Y su obsesión era Texas.
De modo que, conocedor de nuestras penurias económicas,
instruyó a sus agentes para comprar la provincia.
El presidente era Vicente Guerrero, y el tixtleño ni de
relajo estaba dispuesto a vender Texas. Guerrero se retiró del poder por un
conflicto armado. Le sucedió el Gral. Anastasio Bustamante, quien atrapó y mató
a Guerrero. Matar a uno de los padres de la Independencia no era poca cosa y se
levantaron cargos contra Bustamante.
Esto llevó a Santa Anna, mediante un plan que rayaba en la
frontera de lo absurdo, a hacer un pacto con Gómez Pedraza para llegar a la
presidencia. Pedraza, instalado en la desvergüenza, aceptó colaborar en el
tropical proyecto y Antonio López de Santa Anna llegó por primera vez al poder
en 1833.
La fatiga administrativa no era lo suyo, de modo que una vez
armado el plan se retiró a su hacienda, en Manga de Clavo, dejando al
vicepresidente, Valentín Gómez Farías, como encargado del despacho. Gómez
Farías introdujo un programa liberal que escandalizó al clero, a los militares
y a los intereses económicos. Como resultado, las fuerzas vivas fueron a
quejarse a Manga de Clavo y Santa Anna se vio obligado a regresar a la capital
y a sacar del gobierno, con artimañas, a Gómez Farías. Los agentes de Jackson
regresaron con cajas destempladas a su país.
Jackson debió pensar que, si bien éramos orgullosos, también
éramos obtusos y necios, pues anteponíamos al valor del dinero una dignidad
nacional malentendida, maltrecha y en la ruina. Dejó la cuestión al tiempo.
Conforme estos acontecimientos se desarrollaban, los estadounidenses
colonizaron Texas y desplazaron poco a poco a los mexicanos. ¿Cuántas veces
pudo el gobierno sacar una negociación conveniente de este episodio? Muchas,
pero una desidia atávica en la toma de decisiones, aunada a la falta de
coordinación en los asuntos del gobierno, impidieron que los mexicanos vieran y
actuaran con claridad de miras.
A Texas lo había colonizado un nativo de Connecticut: Moses
Austin, con 300 familias. La concesión se le otorgó en tiempos de la Colonia.
Cuando México se independizó, el hijo de Moses, Esteban, refrendó las
concesiones con el Imperio Mexicano. Cuando el Imperio se hizo República, de
nuevo Esteban refrendó las concesiones.
LAS TRES ALTERNATIVAS
Una serie de conflictos en la colonia texana llevó a Austin
a convocar una convención de delegados para definir las posiciones de los
colonos ante el gobierno central y, entre otras cosas, el que Texas se
convirtiera en un estado independiente, pero integrado a la República Federal
Mexicana.
La convención texana votó por separar a Texas de Coahuila y
convertirse en un estado libre y soberano de México. Con esta petición vino
Austin a México, pues él era leal a la Federación Mexicana. Su lealtad
obedecía, entre otras cosas, a una exención de impuestos que le habían
otorgado.
Cuando Austin llegó a México Santa Anna estaba dedicado a su
pasatiempo favorito: la guerra civil, y fue su gabinete el que se reunió a
deliberar la propuesta de Austin. La respuesta la resumen a tres alternativas:
a) se permite la constitución del Estado libre y soberano de Texas; b) se
reconviene a los texanos por la fuerza a seguir perteneciendo a Coahuila, o c)
se cede Texas a Estados Unidos.
La última de estas tenía la posibilidad de sacar un tratado
que beneficiara al país, que andaba a la quinta pregunta en cuestiones de
dinero.
Si el gabinete hubiese visto todas las aristas del problema
se hubieran percatado de que con las exenciones de impuestos Texas no producía
suficientes ingresos; por otro lado, el gasto promedio era de 14,4 millones de
pesos y si mantenían ese gasto los déficits fiscales serían pequeños.
Si se decantaban por la opción “c”, ceder Texas a cambio de
una suma importante de dinero, se hubiera descargado la deuda nacional y, con
ella, el servicio de esta. Es decir, los intereses a pagar. Esto hubiera
permitido encarrilar al país y ordenar la política. Además, si hubiesen
prestado la debida atención se hubieran dado cuenta de cómo estaban las cosas,
lo de Texas era una causa perdida, pues el gobierno de México había ofrecido
concesiones a los habitantes del centro y del norte para poblar Texas. Incluso
se pensó en traer españoles para poblar el territorio que solo podría
mantenerse si se llenaba de habitantes católicos y de habla hispana, pero los
esfuerzos fueron vanos y los únicos que aprovecharon las concesiones fueron los
colonos que en un principio trajo Austin y que luego comenzaron a llegar del
vecino del norte. Pero el gabinete no reparó en esos detalles y se decantó por
el inciso “a”, permitiendo constituir el Estado de Texas en la República
Mexicana. Esto se le comunicó a Austin.
Cumplida su encomienda, Austin regresó a Texas, pero
Valentín Gómez Farías lo mandó atrapar en Saltillo. Tras un juicio de seis meses,
Austin salió de la cárcel. En diciembre de 1835 regresó a Texas, convencido de
que lo mejor para su colonia era anexionarse a Estados Unidos.
EGOLATRÍA Y TEMPERAMENTO
La siguiente convención declaró la independencia de Texas
como república soberana y Antonio López de Santa Anna, quien descuidó las
negociaciones con los estadounidenses y no le dio importancia ni a Austin, ni a
sus peticiones, ni a su prisión, puso el grito en el cielo.
El Congreso y Santa Anna ahora se decantaron por la segunda
opción, meter a Texas en cintura por la fuerza de las armas; pues la venta,
habiéndose declarado independiente Texas, era imposible.
No había un solo peso en las arcas nacionales y Santa Anna
partió con su ejército y sin dinero a San Luis. Ahí consiguió un préstamo de
400,000 pesos que le sirvieron para llegar a la orilla de Texas. Después de
muchas penurias llegó a San Antonio y con 6,000 hombres masacró en El Álamo a
un puñado de 200 texanos. Mandó a sus generales a continuar la campaña y las
poblaciones terminaron vacías y sin oponerse, pues sabedores del episodio de El
Álamo, los pobladores huyeron e incendiaron los pueblos antes de caer en manos
mexicanas.
Así llegó a San Jacinto, donde las fuerzas de Houston lo
esperaban. El Gral. Cos se unió a él con refuerzos, pero los soldados estaban
hambrientos y en vigilia. Cos pidió un respiro para la tropa. Santa Anna lo
concedió. Era una concesión adecuada en el momento y el lugar más inadecuados.
La tropa comió y cayó, agotada por el cansancio, en un sueño profundo con el
enemigo tocando a la puerta.
Los texanos cayeron sobre los mexicanos y apresaron a Santa
Anna, quien sin perder una sola batalla perdió la guerra.
Santa Anna quedó preso de los estadounidenses y Jackson
pidió que lo llevaran a Washington para entrevistarse con él. Antonio de Padua
narró en sus memorias que en esa entrevista Jackson le ofreció el pago de 6
millones de pesos por la provincia de Texas, pero que él no los aceptó, y si el
yanqui en la derrota ofrecía 6 millones de pesos, es presumible que, al
principio, antes de partirle la mandarina a Santa Anna, ofreciera mucho más. Y
si por otro lado sumamos a esto el costo de la guerra texana, que fue de 17
millones de pesos, es razonable suponer que el erario mexicano pudo negociar
algo conveniente para los dos estados y, además, sanear la tesorería nacional.
El resultado de esto fue que en el decenio 35-45 los gastos
se fueron al doble del decenio anterior, promediando 26 millones de pesos. Un
estadista juicioso jamás se hubiera embarcado en aventura semejante, pero
Antonio López de Santa Anna era un ególatra, temperamental e irreflexivo que
embarcó al país en una guerra perdida. Persiguiendo la gloria personal, alcanzó
la deshonra.
Su imprudencia nos dejó como al perro de las dos tortas: sin
territorio y sin dinero.
VAGÓN DE CABÚS
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