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lunes, 30 de noviembre de 2020

Bernardo Reyes

 

Bernardo Reyes

Pedro Salmerón Sanginés

Un deslenguado neoleonés a quien apodan Pony (creo) acaba de traer a cuento a un jalisciense convertido en neoleonés: Bernardo Reyes. En un hilo de Twitter sobre el pacto federal, escribió: “Si no nos escucha será el primer rompimiento a terminar con esta república. Podría repetirse lo que hizo Bernardo Reyes.” Me habría parecido inaudito de no tener presente otras declaraciones del personaje en las que, como en ésta, hace gala de su soberbia, su estulticia, su desprecio por la ley, sus pleitos con la sintaxis y la gramática y, sobre todo, su ignorancia en materia histórica.

Tampoco es raro: el pensamiento neoliberal (en su versión más pedestre) es presentista y rechaza el estudio de la historia. Supone que cualquiera que le eche ganas y trabaje obtendrá el único elemento válido para medir el “éxito”: dinero. La poca historia que conocen se pinta en blanco y negro, donde blanco es lo que facilita e impulsa la construcción de ese único parámetro del “éxito” y lo que según ellos lo permite: el “orden”… al servicio del dinero. De ahí que sus héroes locales del siglo XIX sean Santiago Vidaurri y Bernardo Reyes.

Hace un tiempo, gente muy parecida a este Pony quiso erigirle una estatua a Vidaurri. La reacción no se hizo esperar y se recordó que ese impulsor del capitalismo en Nuevo León amenazó más de una vez con separar a los estados del noreste de la nación mexicana y que fue un traidor sin atenuantes. Paco Ignacio Taibo II contó muy bien el sainete y la derrota de los “reivindicadores”:

“¿Por qué reivindicar a Vidaurri? Estudiarlo, claro […] darle al personaje carne y hueso, revisarlo sin esquematismos, explicarlo. Desde luego. Pero ¿reivindicarlo? Si la historia es de todos, y no de los herederos, ni de los historiadores, ni del estado. ¿Por qué reivindicar a un personaje que estuvo a punto de fragmentar el país, que sirvió a una fuerza invasora con las armas, que casi acaba con el gobierno republicano en Monterrey, con las consecuencias que hubiera esto producido, al consolidar el imperio? ¿Qué extrañas y oscuras razones pueden llevar a alguien a ofrecerle culto a un personaje así?” (La versión completa no tiene una palabra de desperdicio.)

Bernardo Reyes, el militar que asciende en el escalafón en las guerras contra yaquis y apaches y que es enviado por Díaz a Monterrey en 1884 para someter a los caciques regionales del noreste que estorbaban su poder (una perla de “federalismo” que de seguro desconoce el Pony), es como Vidaurri un hombre de claroscuros que termina su vida como un traidor. La clase media aspiracional regiomontana lo convierte en héroe porque fue el prototipo del gobernante porfirista: impulsor del gran capital y de la inversión extranjera, duro e inflexible con los trabajadores y los disidentes. A Francisco I. Madero le parecería inaceptable, increíble, que hubiese quienes pensaran en Reyes como demócrata, cuando en el proceso electoral local de 1903 había ordenado reprimir una marcha opositora con un saldo de 15 muertos y 25 encarcelados. De hecho, según Madero, fue ese sangriento acto represivo en Monterrey el que lo convenció de incursionar en la política contra la dictadura.

Pero sí se construyó una oposición reyista al porfiriato ante la evidencia biológica de la inminente desaparición física de Díaz. Pero Reyes dudaba y oscilaba, ambiguo y pusilánime hasta que, al menor soplo del dictador, renunció al gobierno de Nuevo León (¿y ése es bandera de federalismo, al que el dictador impuso como gobernador, el que renunció a la primera orden?) y aceptó un ridículo exilio disfrazado en 1909, del que volvió en 1911… para ahora sí convertirse en opositor y luego en rebelde que en 1912 intentó en vano arrastrar al ejército a dar un cuartelazo, y que volvió a hacer el ridículo. Madero le conmutó la pena de muerte a que la corte marcial lo condenó y pasó el resto de sus días en la cárcel —menos el último.

A este personaje que se había humillado así, una conspiración lo convirtió en su jefe, a falta de otro mejor. El jefe de la conspiración era el embajador de Estados Unidos, que actuaba en defensa de los privilegios e intereses de las compañías petroleras y mineras; participaban en ella los senadores que representaban a la oligarquía terrateniente (asustada por la tímida reforma agraria anunciada por Madero a fines de 1912) y del capital transnacional, así como algunos intereses semejantes que encontraron oídos atentos en un puñado de militares ambiciosos.

El 9 de febrero de 1913, esos ambiciosos iniciaron lo que creían sería un rápido cuartelazo: planeaban liberar a Bernardo Reyes y a otro militar traidor al que el presidente había perdonado, Félix Díaz, inepto y ambicioso sin más mérito que ser sobrino de Porfirio, y luego apoderarse de los edificios principales del gobierno. Pensaban también que el ejército los secundaría y eso no ocurrió. Liberado de su prisión, Reyes tomó el mando y marchó a Palacio Nacional, creyendo que estaba en manos de sus partidarios, como había sido planeado por los conspiradores. En realidad, las tropas leales del general Lauro Villar habían recuperado el edificio. Reyes entró despreocupadamente al Zócalo sin tomar la mínima, obvia precaución de asegurarse de que el edificio estaba realmente en manos de los golpistas. Villar lo conminó a rendirse, pero, henchido de soberbia, creyendo que no había soldado que se atreviera a dispararle, Reyes ordenó avanzar. Murió cosido a balazos y como traidor.

El golpe militar del 9 de febrero fracasó. Su principal líder, Bernardo Reyes, cayó muerto. El grueso del ejército federal no secundó la intentona golpista y recuperó Palacio Nacional, manifestando su lealtad al gobierno de Madero. Los otros líderes de la asonada, Díaz y Mondragón, en inferioridad numérica, se atrincheraron en la Ciudadela y estaban cercados. Lo que siguió es otra historia… sin Bernardo Reyes.

Alguien tiene que asesorar al Pony en materia de historia… aunque pienso que si ésa es la historia que impone y enseña la oligarquía de Monterrey a sus gerentes y subgerentes, es perfectamente lógico que alguien como el Pony sea el gerente en jefe.

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