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sábado, 21 de noviembre de 2020

La muerte, un nuevo renacer para los mayas

 La muerte, un nuevo renacer para los mayas

Por Bernardo Caamal Itzá.

Entre los antiguos mayas existió la costumbre de honrar al Señor de la Vida y de la Muerte; así, el llanto de un recién nacido era motivo de canto y de alabanza divina por la nueva vida y, de igual manera, del momento de la muerte física nacía un profundo respeto por Yuum Kiimil.

Los rituales que manifestaban esta relación persisten en estos días que sentimos la presencia de los espíritus de los difuntos, sobre todo en estos días especiales dedicados a ellos.

La mujer, en representación de la Tierra, pare a la recién nacida —como el grano recién brotado—, y la pequeña llora en señal de fortaleza para afrontar la vida.

En el fallecimiento, los seres queridos lloran su pérdida y la Tierra recibe gustosamente el cuerpo para darle vida a futuros granos de maíz.

Con los relatos de los abuelos, esta costumbre y tradición constantemente se renueva, se recrea y se pierde en la inmensidad de la oscuridad de la noche.

La fuente de vida del hombre maya se relaciona directamente con el maíz. Uno de los mitos relata que un grupo de sus jóvenes guerreros cayó en la batalla, precisamente en momentos en que las cosechas de maíz se habían logrado.

Sus afligidas madres, reunidas en un ambiente comunitario, observaban los elotes grandes y se preguntaban: ¿Ahora donde están nuestros hijos, los que con sus manos y sudor cultivaron estos sagrados granos…?

Y fue cuando idearon hacer atole y la comida para ofrendarla a los espíritus de aquellos jóvenes que en vida no pudieron gozar de aquellos manjares.

Desde entonces, tenemos los días especiales donde el espíritu de los difuntos nos hace recordarlos —U k´aaskubaa pixanoob—.

Por ello, durante el mes de noviembre, cuando las cosechas de la milpa se lograron, aunque están ocultos para nuestros ojos, los pixano’ob —espíritus—nos acompañan. Ésta es una forma de entender lo que significan la vida y la muerte.

Lo cierto es que nos aclara cómo nuestra vida está enmarcada en un círculo y lleva consigo un límite —el P´iis—, lo que nos enseña que todo tiene un límite, una medida o un ciclo.

El P´iis marca los límites de la dualidad, como la noche y el día, el bien y el mal, hasta las formas en que la gente de las distintas esferas de vida se comporta a nivel personal, familiar y comunitario.

Esto remarca la necesidad de comprender cómo los mayas entienden el concepto del P´iis y el aporte que representa a una comunidad con grandes problemas sociales, el P’iis es otra forma de decir “ya basta con tanto desequilibrio ecológico, económico y social” ¡Basta! ¡Hasta aquí!… con el individualismo, la insensibilidad, la apatía y todos los antivalores que conducen a instaurar la cultura de la muerte, observada desde el modelo occidental, la muerte finita, que se acaba y no da paso a nada más… en contraste con la muerte desde la visión maya, en la que si el grano no da finito, es necesaria para trascender, transmutar, transformar, etcétera, porque actualmente ya no escuchamos a los abuelos, y ya no entendemos el lenguaje de la naturaleza.

Ahora todo es consumo, todo se monetizó; es decir, todo se quiere convertir en dinero, más gasolina, más riqueza, más todo…, pero estar aturdidos también llega a su fin … —¡Ts’óok u p´íista!—, ya basta del letargo y desidia que a la larga nos aleja de nuestra realidad como seres humanos.

Es necesario hacer una pausa, y prevenirnos de estar extraviados, perdidos o en problemas. Pensar en la importancia de decidir qué pozo tapar, en vez de tapar el pozo después de ahogado el niño.

Pensar así permite que resurja de nuevo el Pixaan, el espíritu vivo de la esperanza, el de la juventud que viene a nutrirse de manjares extraídos del sagrado maíz, de la miel que recolectan las abejas en los árboles de jabín, de aceites que brotan de las semillas de calabazas y de los dulces granos del frijol.

Entonces, el k’alay —la historia— se asemeja al abuelo que pasa junto a nosotros, a quien le debemos respeto, porque si no le hacemos caso o si no escuchamos su voz, nos advierte que estamos sembrando el caos.

A la memoria nos vienen antiguos relatos de que si sembramos piedras, cosecharemos piedras, pero aquel que presta atención a su mensaje, tendrá de nuevo vida y aquellas piedras se convertirán en granos de maíz…

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