Las monjas y sus viviendas.
La decisión de las mujeres de pasar sus vidas dedicadas a Dios no implicaba que todas las monjas pudieran contar con las mismas oportunidades. Las diferencias sociales se hacían evidentes en el convento, y sus formas de vivir eran las evidencias de estas desigualdades.
Las monjas de clase alta contaban desde sus propias celdas privadas o incluso casas enteras vecinas al convento que eran anexadas al mismo para no romper con el voto de clausura. En cambio, las monjas de bajos recursos podían construir sus cuartos en los patios de los claustros, convirtiendo estos espacios en verdaderos laberintos.
Las viviendas eran usadas principalmente para que las monjas pudieran principalmente dormir, pero también en ellas podían recibir a sus familiares femeninas las cuales tenían permiso se visitar a sus parientes. Las celdas de las monjas adineradas llegaban a contar hasta con dos plantas donde podían vivir sin problemas incluso con sus propias esclavas que tenían a su servicio, estas podían disponer de su respectiva sala de estar, una pequeña cocina, su biblioteca personal, su dormitorio, incluso hasta con una pequeña azotehuela donde podían tener su tendedero o sus gallinas.
De las casitas de las monjas pobres no se conservado ningún claustro con estas, pero se conservan testimonios, y principalmente un plano del convento de San Jerónimo de la Ciudad de México del siglo XVII donde se evidencian la existencia de estas. Contaban con sus respectivos callejones que los comunicaba, y dependiendo de su grado de saturación podían llegar a extenderse incluso hasta los propios jardines.
Gracias por su atención y los espero en la siguiente lectura
Federico Flores Pérez
Bibliografía: Martha Fernández, De puertas adentro: la casa habitación, del libro Historia de la vida cotidiana en México vol. 2 La ciudad barroca, coordinado por Antonio Rubial García.
Imagen: Ramón Canto, Monjas de la Nueva España, 1884
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