Ni Armada Invencible ni Rocroi: así fue la verdadera gran catástrofe del Imperio español
El Mediterráneo habría de dar pocas alegrías a España en el siglo XVI hasta el Rescate a Malta y la batalla de Lepanto
Actualizado:GUARDARLas victorias tienen muchos padres y las derrotas suelen ser huérfanas, salvo en España. Víctimas de una especie de masoquismo histórico, los españoles han aceptados por válidas las derrotas que, como la Noche Triste, la Armada Invencible o la batalla de Rocroi de 1643, han sido distorsionadas por la historiografía extranjera a su antojo.
Bajo la excusa de que estuvieron envueltas en la épica o de que fueron causadas por las inclemencias naturales, se ha asumido con complacencia que la derrota en la Noche Triste fue una huida desastrosa de Hernán Cortés, que la Armada Invencible marcó el final de la hegemonía en los mares del Imperio español (lo cual supone, sin ir más lejos, obviar el fracaso mayúsculo de la Contraarmada que Inglaterra estrelló contra las costas españolas un año después), o que en la batalla de Rocroi contra los franceses terminó la supremacía de los Tercios españoles (lo cual no ocurrió realmente hasta 1658 con la derrota en las Dunas). Sin embargo, los españoles han extraviado uno de los mayores y auténticos desastres de la historia del Imperio español: el ocurrido en 1560 en Los Gelves (Túnez).
El Mediterráneo habría de dar pocas alegrías a España en el siglo XVI hasta el Rescate a Malta y la batalla de Lepanto. El victorioso encuentro en el golfo de Lepanto fue una inesperada excepción tras décadas de penurias. Pero, de entre todos los desastres, algunos tan dolorosos como la Jornada de Argel de 1541, ninguno fue tan trágico como el desembarco a Los Gelves en 1560. Los Gelves, también conocida como Djerba, es la isla más grande del Norte de África y un escenario clave en los choques entre Occidente y Oriente. Djerba vio sucederse a normandos de Sicilia, aragoneses, españoles y otomanos, enfrentados durante cuatro siglos por 514 kilómetros de terreno.
A principios de la Edad Moderna, el Imperio Otomano ayudó a los corsarios berberiscos a establecer una base permanente en la isla para lanzar desde allí sus ataques. Sin embargo, España no estaba dispuesta a ceder un territorio con tanto valor estratégico sin presentar batalla. Fernando «el Católico» fue el primero en el siglo XVI en retomar la fijación española por la isla. Tras conquistar Orán, Bugía, Trípoli y Argel, la Monarquía hispánica puso sus ojos sobre Djerba en 1510.
Al ejército aragonés de Pedro Navarro, cabeza de la campaña, se sumaron 7.000 castellanos al mando de García Álvarez de Toledo –padre del célebre III Duque de Alba– para iniciar el desembarco terrestre. El calor, la falta de agua y la inexperiencia de García Álvarez de Toledo desembocaron en el grave tropiezo de 1510. Más de 4.000 hombres murieron durante una improvisada marcha por el desierto, entre ellos Álvarez de Toledo. La muerte de su primogénito sacudió de lleno a la Casa de Alba y marcó la infancia de Fernando Álvarez de Toledo, cuyo odio acérrimo al Imperio Otomano tiene su germen entonces.
Un desastre causado por la lentitud
Los esfuerzos bélicos permitieron que Los Gelves estuvieran finalmente bajo la soberanía española en distintos periodos, de 1520 a 1540 y de 1551 a 1560. No obstante, el dominio de la isla siempre fue más nominativo que real. El Imperio Otomano controlaba el Mediterráneo con una superioridad insultante y, en 1558, Pialí lo demostró arrasando Menorca a placer. Frente a la amenaza musulmana, Felipe II apeló al Papa Paulo IV y a sus aliados católicos para preparar una expedición combinada en 1560 contra Trípoli, ciudad arrebatada una década atrás por el corsario Dragut a la Orden de San Juan (trasladada ya entonces a la Isla de Malta).
La coalición estaba formada por Génova, España (con fuerzas de Nápoles y Sicilia), Florencia, los Estados Pontificios y los Caballeros Hospitalarios. Y aunque las cifras sobre las fuerzas reunidas en las cercanías de Trípoli han sido objeto de muchas exageraciones –posiblemente 15.000 hombres (9.000 españoles)–, sí existe cierto consenso sobre el número de barcos congregados: en torno a 50 galeras y unas 40 embarcaciones menores.
El primer problema surgió cuando los preparativos se alargaron hasta sepultar el factor sorpresa. Cuando la operación fue puesta finalmente en marcha, los otomanos prepararon una enorme flota para contragolpear. Sancho de Leyva, encargado de las galeras de Sicilia (emplazadas en la Armada hispánica), escribió a Felipe II quejándose de la tardanza: «Yo no he tardado de decirle al duque de Medinaceli muchas veces que en la brevedad del tiempo consistía el mayor bien de esta empresa y que la dilatación era la mayor dificultad… que no parece que ha habido parte de Italia de donde no se haya traído gente y otras provisiones».
Giovanni Andrea Doria –asistido por su tío, el célebre Andrea Doria, que murió a los 94 años poco después de los preparativos– se encargó de capitanear la flota reunida en Messina. Previa parada en Malta a causa del mal tiempo –donde perdieron a 2.000 hombres por enfermedad–, la flota arribó en la costa de Trípoli a finales de febrero de 1560. Allí, la timidez de Doria, siempre temeroso a tomar riesgos ( en la noche anterior a Lepanto fue el único que recomendó evitar el enfrentamiento) causó una desordenada retirada donde primó el sálvese quien pueda.
El grueso de la flota tuvo que refugiarse en Los Gelves, donde desembarcaron sin oposición. Juan de la Cerda, duque de Medinaceli y general de las fuerzas españolas, ordenó que se levantara un fuerte en el norte de la isla. Dicha fortificación debía estar finalizada en el plazo de varios meses, pero Piali Pacha al mando de 86 galeras no estaba por la labor de verlo jamás terminado. Los turcos se presentaron el 11 de mayo y en cuestión de horas hundieron más de la mitad de la flota cristiana. Con el viento en contra pocas galeras pudieron escapar al ataque sorpresa, pero entre las privilegiadas estuvieron las embarcaciones de Giovanni Andrea Doria y el duque de Medinaceli, quienes dejaron a su espalda a 2.000 hombres atrincherados entre los pilares del fuerte.
Tras tres meses de asedio, la guarnición de Los Gelves se rindió el 31 de julio de 1560 a un ejército de casi 40.000 musulmanes. Durante la resistencia extrema vivida por esos 2.000 hombres, el maestre de campo Álvaro de Sande se alzó como un líder incombustible y encabezó una última salida desesperada días antes de la rendición. Una vez tomados los pozos de agua por los turcos, nada quedaba por hacer más que rendirse.
Los mil soldados que aún sobrevivían en julio fueron aniquilados o, en el mejor de los casos, llevados cautivos a Estambul. Los cadáveres de los muertos fueron empleados para levantar una macabra pirámide de huesos y calaveras recubiertas con tierra de la playa. Este dantesco monumento a la muerte estuvo visible hasta 1848, cuando el cónsul británico ordenó que los restos fueran trasladados a un cementerio católico.
Felipe II pierde a 10.000 de sus mejores hombres
En total, las bajas cristianas sobrepasaron las 30 galeras hundidas, más de 10.000 muertos en el transcurso de toda la operación y 5.000 prisioneros. Entre estos, Piali se llevó a Estambul a los capitanes más destacados: Berenguer de Requesens, Sancho de Leyva, Lope de Figueroa, Sancho Dávila, Rodrigo de Zapata y Álvaro de Sande. No en vano, la mayoría fueron rescatados en poco tiempo, salvo Álvaro de Sande que fue liberado por el sultán solo después de la mediación del Rey Carlos IX de Francia, aliado del Imperio Turco, y del pago de 60.000 escudos de oro.
El extremeño Álvaro de Sande recordó el resto de su vida el tormento y el horror vivido en Los Gelves: « Mataron delante de mis ojos al capitán don Jerónimo de Sande, mi sobrino, otros amigos y muchas personas muy queridas». Y no fue el único que quedó aterrado por la demostración turca. El enorme desastre de Los Gelves causó el pánico por toda los puertos de la Cristiandad e incluso España autorizó a desalojar Orán, su plaza más avanzada en África, por considerarla indefendible. Pese a todo, la guerra de los otomanos en Persia impidió que el sultán lanzara al grueso de sus recursos a dar el golpe final a las posesiones hispánicas.
Porque la noche es más oscura justo antes de amanecer, el desastre sirvió para que Felipe II se percatara de la envergadura del problema en el Mediterráneo. El Imperio comenzó una intensa reforma de su flota de galeras que dio por resultado la derrota otomana en Malta en 1565 y, años después, la célebre victoria de Lepanto.
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