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martes, 17 de noviembre de 2020

Participación Metodista en la Revolución Mexicana

 

Participación Metodista en la Revolución Mexicana

Alan Sánchez Cruz

En diversos pasajes de la historiografía nacional abundan las masacres referentes a la lucha por nuestro territorio, como el despojo que se le hizo a México en 1848, cuando tuvo que ceder California, Nuevo México, Tejas -así, con “J”- y otros estados, a los Estados Unidos de América, después de firmar el Tratado Guadalupe-Hidalgo. Por práctica general, el sector de “los poderosos” abusa de “los menesterosos”, y, dicha práctica es para nada evangélica.

Es cierto que Jesús dijo en el Evangelio “a los pobres siempre los tendrán entre ustedes”[1], pero no se refería a una predicción que se tenía que cumplir para no romper con las leyes del universo -valga la expresión estrafalaria- sino como una advertencia para sopesar nuestra soberbia, nuestro egocentrismo que, en esta época particular, nos esclaviza para enaltecer el ego. ¿Dónde queda, entonces, aquel mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”[2]?

México, por ejemplo, tuvo hace no muchos años al hombre más rico del mundo. ¿Nos deberíamos felicitar por ello?, o, ¿deberíamos dar por cierto lo dicho por el economista y filósofo escocés, Adam Smith, ya en el siglo XVIII? Él escribió algo así: “Dondequiera que hay gran propiedad, hay gran desigualdad. Por cada hombre rico debe haber por lo menos quinientos pobres”[3]. Como se ha planteado, tal práctica va en contra del ideal evangélico. Por supuesto, antes que resultar en un sermón, el presente escrito tiene como fin revelar el compromiso -sustentado en la fe en Cristo- de mujeres y hombres que se añadieron a la lucha revolucionaria. Debe destacarse, en cuanto al protestantismo, la participación de tres denominaciones: Congregacional, Presbiteriana y Metodista.

Regresando un poco a los antecedentes de la Revolución, en Historia breve de la Revolución Mexicana de Felipe Ávila y Pedro Salmerón, encontramos lo siguiente:

Cualquier observador externo de las fastuosas fiestas con las que el presidente Porfirio Díaz celebró el Centenario de la Independencia mexicana en septiembre de 1910, quedaría convencido de la fortaleza y estabilidad de ese régimen. Pocos habrían pensado en las posibles fisuras. La división entre las élites políticas por el tema de la sucesión presidencial había sido superada. Los ecos de la entrevista que el viejo gobernante había dado al periodista James Creelman, que agitaron a la opinión pública y animaron a partidos y líderes políticos con ganas de sucederlo a lanzarse a la palestra política -y que parecían mostrar que, en efecto, el país estaba listo para la democracia-, se habían diluido[4].

Porfirio Díaz no cumpliría su palabra de dejar libres las elecciones y sería reelecto de manera fraudulenta, siendo que Francisco I. Madero, con su movimiento antirreeleccionista, había sido encarcelado en el penal de San Luis Potosí; y Bernardo Reyes, quien creía ser el que sucedería a Díaz, había sido enviado al exilio. Desde la cárcel, Madero se enteró de la victoria de Díaz y, con ayuda del poeta Ramón López Velarde, redactaría su Manifiesto a la Nación, conocido como Plan de San Luis, que convocaba a la población con estas palabras: “El DOMINGO 20 del entrante Noviembre, para que de las seis de la tarde en adelante, todas las poblaciones de la República se levanten en armas”[5].

¿Qué es lo que llevó a Madero a convocar a un levantamiento armado? Algunos podrían decir que no era “para tanto” y, por otra parte, descubrir en el pensamiento de Madero una idea un tanto ingenua. Si bien el gobierno de Díaz se caracterizó por el progreso material, pues, en 1895 se logró el primer excedente en las finanzas públicas en la historia del país; también, de unos cientos, México pasó a 19,000 kilómetros de vías férreas durante el porfiriato; además, nuevas fábricas textiles, de cerveza, vidrio y acero se fundaron en ciudades como Monterrey, Toluca, Guadalajara y en la Capital. Se crearon mansiones y edificios públicos en las ciudades, mientras que, en el campo, los ingenios azucareros se convirtieron en verdaderas explotaciones industriales. Todo esto es una clara señal de progreso, pero valdría la pena preguntar, ¿a costa de qué? Los siguientes son datos que, de igual manera, tienen que ver con Díaz: “Por entonces, uno de cada dos niños moría antes de cumplir el año de edad; el 80% de la población era analfabeta; la propiedad se hallaba concentrada en pocas manos, y la desigualdad social era palpable”[6].

La oposición al régimen no se hizo esperar. Primero, con la aparición del periódico Regeneración (el 7 de agosto de 1900), publicado por Ricardo Flores Magón; más tarde, las huelgas obreras de Cananea (1906) y de Río Blanco (1907) se convirtieron en el antecedente del estallido de la Revolución.

Aquí es donde entran los protestantes, que, para ese entonces, ya habían comenzado a echar raíces en nuestra patria. En Protestantismo y sociedad en México, se pregunta Jean-Pierre Bastián acerca de los protestantes ya nacionales -no los misioneros: “¿Cuál ha sido la importancia de éstos intelectuales populares en los acontecimientos que sacudieron a México de 1910 a 1920? ¿Cómo la disidencia religiosa expresada en la adopción de un credo extranjero se transforma en disidencia y militancia política? ¿Qué contenido ideológico ofrecen ellos?”[7]. Más adelante, Bastián comparte:

En septiembre de 1906, el pastor metodista de Orizaba, José Rumbia predicaba un sermón en el cual consideraba que “96 años después de la gesta de la Independencia estábamos en la génesis de nuestra emancipación”. Consideraba que “una de las causas que han impedido la emancipación en la mayoría de la nación es la falta de disposición de los hombres de cultura y de saber para enseñar, para hacer eficaz propaganda de buenas ideas en favor de la clase que llamamos pueblo”. Unos meses después dirigió el movimiento huelguístico de Río Blanco. En toda la república pero en particular en los centros fabriles habían surgido nuevos hombres de cultura quienes frente a la mala disposición de los científicos y otros grandes intelectuales, difundían en el pueblo ideas nuevas[8].

De acuerdo al periódico El Abogado Cristiano, a mediados de aquel año (1906), corría el rumor de que la congregación metodista liderada por José Rumbia era el foco de la agitación en Río Blanco -que ya se ha mencionado. Para esos momentos, la organización obrera rebasaba ya a la propia congregación con la fundación de sucursales del Gran Círculo de Obreros Libres (GCOL), cuya representación estaba prácticamente en todas las fábricas de la región orizabeña, y en otros lugares de la República, donde se manifestaba el hartazgo social. Vale la pena decir que aquel Círculo de Obreros inició en reuniones que los metodistas tenían en las casas de los trabajadores de las fábricas, en donde éstos últimos expresaban los problemas que afectaban su vida diaria y sus relaciones laborales. El GCOL se fundó el 2 de abril de 1906, en la casa del metodista Andrés Mota, único espacio de reunión disidente tolerado.

Dice Bastián que los protestantes mexicanos eran “intelectuales populares” y que en sus discursos rescataban a Hidalgo o a Benito Juárez. Pedían la “pureza personal” del individuo y demandaban “la elevación moral del pueblo mexicano”. En cuanto a los metodistas, José Rumbia, antiguo pastor metodista (casi desde los inicios del metodismo en México), y Benigno Zenteno, predicador local metodista en Tepetitla, Tlaxcala, encabezaron la rebelión armada después del asesinato de la familia Serdán en Puebla, dos días antes de la convocatoria que había hecho Madero.

Madero encontró en algunos de estos pastores y maestros protestantes un interés por organizar el movimiento y en tomar las armas si era necesario. Ellos veían en Madero a alguien que iba a combatir las injusticias sociales y en particular promover la reforma agraria. El Evangelista Mexicano, órgano de la Iglesia Metodista Episcopal del Sur, expresaba bien en estos términos las esperanzas del pueblo: “El pueblo, el verdadero pueblo, esa masa social que viste y alimenta con su sudor a reducidísimo número de dichosos, ese pueblo pide justicia y mayor cantidad de bienestar en la herencia común del planeta… la revolución reciente si cumple sus promesas [sic] hará surgir una ley sabia y equitativa conducente a desapropiar a esos herederos del perico de los palotes sus vastísimos terrenos que poseen improductivos para cederles a la gran masa de mexicanos que se mueren de hambre[9].

Ya como presidente -y como suele suceder con gobernantes contemporáneos-, Madero decepcionó a muchos de sus seguidores. Benigno Zenteno, defraudado, se añadió al zapatismo y continuó con la guerrilla. “Poco antes en Morelos un pastor metodista llamado José Trinidad Ruiz, de Tlaltizapan [sic], ayudaba a Montaño y Zapata a redactar el Plan de Ayala”[10]. Entre noviembre de 1910 y febrero de 1913, los protestantes habían apoyado la lucha que, para ellos, representaba el restablecimiento de la democracia.

Tanto maestros como pastores y laicos apoyaron el movimiento armado alrededor del país. En Chihuahua, estaban bajo los mandos orozquistas (por cierto, Pascual Orozco era Congregacional); en Puebla y Tlaxcala, encontramos a los hermanos Ángel y Benigno Zenteno, metodistas (también hay que decir que Alejandro Zenteno Chávez, sobrino nieto de Benigno, escribió una novela ampliamente recomendada: Mariana y el General); en el estado de Morelos participó el pastor metodista José Trinidad Ruiz. Jean Pierre Bastián hace un listado de los protestantes en su libro Los Disidentes[11], algunos nombres de metodistas son:

  • Enrique W. Adam, de México D. F.
  • Francisco F. Aguilar, de Zumpango de la Laguna, México.
  • Pablo Aguilar, de Chautla, México.
  • Andrés Angulo, de Totolac, Tlaxcala.
  • Abraham M. Ávila, de Miraflores, Estado de México.
  • Victoriano D. Báez, de San Juan Acozac, Puebla.
  • Teódulo Becerra, de San Luis Potosí.
  • Josué Bustamante, de Sonora.
  • Miguel M. Bustamante, de Pitiquito, Sonora.
  • Andrés Cabrera, de Puebla.
  • Leopoldo Ernesto Camarena, de Tolcayuca, Hidalgo.
  • Tomás Campa, de Calnali, Hidalgo.
  • Tomás García, de La Concordia, Puebla.
  • José María Casanova, de San Cristóbal, Nuevo León.
  • Ignacio D. Chagoyán, de Guanajuato.
  • José Chávez, de México D. F.
  • Petronilo Constantino, de Ayapango, Estado de México.
  • Gorgonio Cora, de Tochimizalco, Puebla.
  • Pedro Delgado, de Guanajuato.
  • Justo M. Euroza, Zumpango de La Laguna, México.
  • Pedro Flores Valderrama.
  • Santiago G. Flores, de Jalisco.
  • Pedro Galicia Rodríguez, de Amecameca, Estado de México.
  • Andrés Gamboa Conrado, de Puréparo, Michoacán.
  • Agustín García, de Yautepec, Morelos.
  • Pablo González, de Apizaco, Tlaxcala.
  • Crescencio A. Martínez, de Tepetlixpa, Estado de México.
  • Vicente Mendoza, de Guadalajara, Jalisco.
  • Epigmenio Monroy, de Real del Monte, Hidalgo.
  • Andrés y Gregorio Osuna Hinojosa, de Mier, Tamaulipas.
  • José Trinidad Ruiz, de Tlapala, México.
  • José y Gabriel Rumbia Guzmán, de Tlacolula, Oaxaca.
  • Leopoldo Sánchez, de Tlaxcala.
  • Benjamín N. Velasco, de Zaachila, Oaxaca.
  • José Velasco, de Cuicatlán, Oaxaca.
  • Pablo G. Verduzco, de Cuatro Ciénegas, Coahuila.
  • Luis Xochihua, de Oaxaca.
  • Manuel Zavaleta, de Cuernavaca, Morelos.
  • Ángel y Benigno Zenteno, de Tlaxcala.

Coincidentemente, la única mujer a la que hace referencia -no aparece en la lista de anterior- es la metodista Juana Palacios, hija del exsacerdote Agustín Palacios, como simpatizante. A pesar de que hubo metodistas que decidieron no tomar parte en la lucha armada, hubo quienes lo hicieron tomando como base las Escrituras y su fe. Como diría el pastor e historiador Rubén Pedro Rivera: “El metodismo hizo su parte en la epopeya de la Revolución y queda para la historia el juicio de su obra”[12].

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