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sábado, 23 de enero de 2021

El monocultivo del Hass y la destrucción del campesinado

El monocultivo del Hass y la destrucción del campesinado

    
Foto | procolombia.co
Por: Alexander Martínez Rivillas

Desde hace cinco años por lo menos se está desarrollando, en el norte montañoso del Tolima, una tensión entre el campesinado tradicional y los empresarios agrícolas del aguacate Hass. Aunque se pueden ver inversiones en tomate de árbol, lulo, arveja, papa, maderables, entre otros, el agrosistema del aguacate empieza a definir de manera homogénea el paisaje rural. Al parecer, el primer espécimen se patentó en 1935, en California, a partir de una variedad guatemalteca, que fue adaptada a las “tierras templadas” por Rudolph Hass.

El campesino tradicional de la región se ha dedicado a la pequeña ganadería de ladera desde hace más de 150 años. Actividad que ha combinado, desde esa época, con sementeras, parcelas de papa, maíz y fríjol, y algunos frutales, como mora y granadilla. Son zonas de 1800 a 2600 msnm que, progresivamente, vienen arrendando o comprando empresarios de Ibagué, Medellín, Bogotá, y algunos inversionistas urbanos de la región. Ciertamente, todos actúan en el papel de medianos y grandes emprendedores y, por supuesto, tienen una vida meramente urbana y muchas veces agrofóbica. De hecho, ninguno de estos emprendedores vive en sus predios rurales. En estos días, uno solo de ellos solicitó a un agente inmobiliario del Líbano 1000 ha continuas para cultivar Hass en la región.

El monocultivismo se despliega a sus anchas con el acompañamiento de técnicos e ingenieros, todos formados en la “revolución verde”, tratando de realizar el sueño “productivista” de ese prometedor fruto. La Universidad del Tolima (incluyendo a sus propios investigadores) ya ha apoyado, junto con expertos mexicanos, los procesos de mejoras biotecnológicas del producto. Revisando algunos artículos científicos sobre la materia, las preocupaciones centrales de estos expertos son el manejo de la poda, la irrigación, el impacto de las bajas temperaturas o sus cambios bruscos en momentos específicos del cultivo, el transporte del fruto, el manejo de algunas “plagas”, etcétera. Es la historia de siempre. El problema se reduce a una mera “fisiología vegetal” sin ninguna consideración del entorno ambiental y social real.

Los nuevos emprendedores no son los campesinos tradicionales de la región (poseedores o propietarios). En su mayoría son empresarios foráneos, y la presencia de estos campesinos se reduce a firmar un contrato de arrendamiento de un lote de terreno. Clausulas que, en muchos casos, el empresario incumple. Los nuevos “enemigos” del cultivo son las “ardillas”, las “borugas”, los “ratones” y otras “alimañas”, que suelen buscar sus tallos tiernos o frutos. Por supuesto, la “acción bélica” contra la fauna no podía quedarse atrás: aplican sustancias tóxicas a las plántulas, ejercen la cacería, esparcen de manera masiva productos a base de glifosato (recientemente, un productor de trucha de Villahermosa perdió toda su producción después de que un “aguacatero” aplicó este agrotóxico), y desatan con furia la fertilización de miles de hectáreas sin miramiento alguno con los drenajes naturales, las emisiones de gases y el agua de consumo humano.

La empleabilidad es baja. Un solo jornalero puede ocuparse de 10 o más hectáreas durante buena parte del ciclo productivo (véase por caso, la finca “Las Mercedes parte alta”, Villahermosa). No hay posibilidad alguna de arreglos pastoriles. No se incentiva la producción en huertos. Toda la economía de la familia empleada en el manejo del Hass (al igual que la del empresario) queda enteramente dependiente del ingreso monetario y de los volátiles precios del mercado nacional e internacional. Hace varios años advertí de las consecuencias negativas de esta “emprendimiento” ciego y sin planificación agraria y social alguna.

En pocos años veremos en la región la desaparición de la pequeña ganadería tradicional, que por muchos años congeló la frontera agrícola (por tratarse de una economía familiar de minifundio), de la producción alimentaria asociada a ella, y de las formas de vida campesinas seculares que abastecieron durante décadas los mercados locales de leche y queso, y a precios accesibles para toda la población.

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