LA CAIDA DEL ÁGUILA*
YA EL HEDOR de los cadáveres era insoportable. Cuauhtémoc se iba reconcentrando, con todos sus héroes, en una parte de la ciudad. Cortés y todos los españoles se habían apoderado de Tlatelolco. En aquel trance definitivo, Cuauhtémoc dijo a los señores principales: -Hagamos experiencia a ver si podemos escapar de este peligro en que estamos
Y entonces un muchacho que se llamaba Tlalpaltecatlopuchtzin se presentó y Cuauhtémoc le dijo: -Ve aquí estas armas que se llaman Quetzalteculotl, que eran armas de mi padre Avitzotzin, vístetelas y pelea con ellas, y matarás alguno, vean estas armas nuestros enemigos, podrá ser que se espanten en verlas.
Un día Cuauhtémoc recibió un mensajero de Cortés, invitándole a rendirse, y prometiéndole que le perdonaría la vida y "que mandaría a México y todas sus tierras y ciudades como solía" y a la vez le envió regalos y bastimentos. Cuauhtémoc convocó a sus capitanes y le aconsejaron que diera una respuesta de paz dentro de tres días porque era conveniente consultar a Huitzilopochtli.
Pero, aconsejado de que no le creyera y de que los dioses aseguraban la victoria, faltó a su promesa. De súbito aparecieron batallones de los sitiados peleando con tal ímpetu y furor que parecía que la guerra estaba comenzando. Nueva promesa de Cuauhtémoc para una entrevista y nueva espera inútil de Cortés.
Cortés ordenó entonces a Gonzalo de Sandoval que, al frente de los doce bergantines, atacase por el rumbo de la ciudad en que se acuartelaba Cuauhtémoc, "con toda la flor de sus capitanes y personas más nobles". Era el último momento del asedio. Cuauhtémoc entró en una de las cincuenta grandes canoas que tenía preparadas y, acompañado de toda su familia y llevando su oro y sus joyas, escapó hacia el lago. Pero Sandoval pudo percatarse de la fuga y ordenó a sus compañeros que le persiguieran y que, si le prendían, no le fueran a dañar ni le causaran enojo.
Serían las tres de la tarde. García Holguín, el más rápido de los perseguidores, le dio alcance, reconociéndole por el asiento y el toldo de la canoa, y aunque hizo señales de que se detuvieran no lo logró "e hizo como que le querían tirar con las escopetas y ballestas".
Cuauhtémoc, estremecido, exclamó: -No me tires, que yo soy el tlatoani de esta ciudad y me llamo Cuauhtémoc. Lo que te ruego es que no llebes a mi mujer ni parientes sino llévame a mi a Malinche.
Sandoval y García Holguín aparecieron ante Cortés entregándole a Cuauhtémoc
-Señor Malinche: ya he hecho lo que soy obligado en defensa de mi ciudad y no puedo más, pues vengo por fuerza y preso ante tu persona y poder toma ese puñal que tienes en el cinto y mátame luego con él.
Caía la tarde. El cielo del Anáhuac empezó a llorar. Cortés ordenó que todos salieran con él, hacia Coyoacán.Era el día de San Hipólito Mártir, 13 de agosto de 1521. Hasta la media noche llovió sin cesar. El sitio había durado 75 días. Habían cesado las voces y los alaridos de los defensores. Sobre el Lago de México flotaba una muchedumbre de cadáveres y también eran numerosos en las calles y patios de Tlatelolco, tanto que los vencedores no podían “andar sino entre cuerpos y cabezas de mexicas muertos”.Gran parte del tesoro de Moctezuma se lo robaron los que iban en los bergantines y así se lo dijo Cuauhtémoc a Cortés.Ante el hedor que flotaba sobre la ciudad, Cuauhtémoc pidió a Cortés que "diese licencia para que todo el poder de México que estaba en la ciudad saliese fuera de los pueblos cercanos". Cortés convino en ello. El espectáculo de aquel desfile, a lo largo de las calzadas, en que iban hombres y mujeres y niños, "flacos, amarillos, sucios y hediondos", era más que horrendo.
La última resistencia caía y con el llegando al fin del gran imperio mexica.
Libro Cuahutemoc
Salvador Toscano
No hay comentarios:
Publicar un comentario